José Eustaquio Méndez «El Moto» Historia de una Rebeldía (Segunda parte)
Pasado el álgido período de la Guerra de los Quince Años



XII
POR LAS RUTAS DEL DESCANSO
Pasado el álgido período de la Guerra de los Quince Años en la que don José Eustaquio y sus montoneras fueran nervios de acción y empuje de férrea voluntad, fatigado por su labor el manco decide retirarse a la vida civil, puesto que sus servicios ya no son necesarios en este período de organización republicana. Ha cumplido cuarenta y dos años y se encuentra en la plenitud de su vida. Ha vuelto sus ojos a las embrujantes vegas de San Lorenzo, tierra en la que vio luz primera, en la que aprendió a materializar sus idéales de gloria, en la que amó, sufrió y gozó.
Su familia es ahora numerosa y es menester que el piense en educarla y darle una holgada situación económica. Con sus hijos mayores recorre sus heredades, hace rodeos, siembra la tierra, y esta parece reconocer en él al hombre que fue su mejor fruto, pues le regala cosechas abundantes, su hacienda se multiplica y, en fin, es el hidalgo Méndez, el quijote campesino que ahora ha vuelto a la realidad de la existencia; al encuentro de lo que tanto en sus horas de fiebre bélica había ansiado poseer la tierra para amarla con el cultivo.
Los días que transcurren son bellos. ¡Cómo se solaza cuando, juntamente con uno de sus hijos, recorre los lugares que le sirvieron de campo de acción de sus más heroicas actuaciones guerreras! Haciendo de la mano vicera, le dice a su hijo, oteando la lejana montaña que se perfila en el horizonte y mientras su cuerpo se hierge en los estribos de la cabalgadura.
«Mire m'hijo, allí lejus donde las serraniya paese que se quebrara, allí yo y mis hombres nos refujiabamos, cuando a los chapetones les hacíamos una mala pasada. Entonces con la priesa de la juida, nuestros caballos pareciyan, tener alas y ni el mismo diablu nos hubiera alcanzau, caso contrario nuestras cabezas que teniyan precio se hubieran lucido en la ceiba grande la plaza de San Lorenzo. Lejanus los recuerdos, pero bello rememorarlus. Ya tendré la oportunidad de que le echemos una escapadita para que veya el escondite de su tata».
El franco rostro del caudillo parecía encenderse con el gozo y su pecho se hinchaba de emoción desbordada en la plática. Prosiguiendo la caminata, iba visitando a sus antiguos soldados y camaradas de armas para indagar los pormenores de la vida, recomendándoles estar siempre alertas para cualesquier emergencia.
De vez en cuando viaja a Tarija y, a su paso por las calles de la Villa, que va ya tornando fisonomía de ciudad, es saludarlo con respeto por vecinos, quienes guardan por el Moto gratitud y veneración. Allí visita sus más íntimas amistades, charla con las autoridades y les pone al corriente de lo que sucede en el pago. El también indaga, pide noticias y las que recibe no son nada halagadoras, ya que la joven república se halle convulsionada por los cuartelazos y la traición de los politiqueros criollos. La ambición de poder, desde los comienzos de la vida republicana, ha sido el acicate que mueve caudillos, civiles y militares, a encender pasiones y desencadenar frecuentes alzamientos.
Tiene mal comienzo él, un país joven, rico y extenso. La codicia de las naciones vecinas manifiesta y el deseo de aprovechar el caos reinante, los mueve a incursionar por la nueva república, contando la mayoría de las veces con la colaboración de políticos y militares fracasados en su intento de escalar el poder. Hace falta una mano fuerte, un político sagaz y de visión, un estadista que conozca la idiosincrasia del pueblo tan heterogéneo y tornadizo. Se hace menester elevar el nivel cultural creando escuelas y, ante todo, vincular el país con carreteras, ya que es la zona de la montaña la que todo lo absorbe. Estas son las amargas impresiones que don José Eustaquio recoge en su contacto con los elementos influyentes y autoridades de la villa.
De vuelta a sus lares de San Lorenzo, deja que su cabalgadura haga él camino y él sueña con la patria grande, por la Bolivia que tanto había luchado, pero cree que para todo hay remedio y que la situación puede cambiar.
Los años en su correr presuroso, siguen su curso y para don José Eustaquio también. La tranquilidad de la vida campesina ha hecho que el Manco engorde y las canas que blanquean sus sienes le dan una expresión de afabilidad y sosiego. Cuando mira detenidamente, con sus ojos claros vivaces, parece que trata de conocer hasta los más recónditos pensamientos de sus interlocutores.
Y así, en esta forma de vivir, la de campesino acomodado, prosigue su lucha diaria por la existencia y procurando conducir su hogar y sus propiedades en la mejor forma posible, encarrila a sus hijos mayores por la senda del trabajo, donde él forjara su cuerpo y alma.
Cuando llega la hora del sosiego y el sol muere lentamente en la lejanía, el Moto, acompañado de alguno de sus amigos cruza la plaza del pueblo donde se alzan orgullosas ceibas, naranjos y vetustos cedros, y se encamina hasta la casa parroquial donde con el cura comentan las últimas noticias que les trae el correo de la ciudad.
El Mariscal de Zepita, don Andrés de Santa Cruz, al que en otra hora había combatido, ocupa ahora la Presidencia de la República y, como primera medida de su administración, en fecha 24 de septiembre de 1831, eleva a Tarija al rango de Departamento y a San Lorenzo como Provincia. Esta noticia halaga al Moto, ya que él, último sobreviviente de la guerra de la Independencia en la gesta de las guerrillas, había soñado ver a Tarija ocupando un lugar preponderante en el seno de la nacionalidad.
XIII
IRUYA Y MONTENEGRO
El sueño del Cóndor Indio de ver unidos a Bolivia y al Perú, se ha hecho realidad y ahora forman la Confederación Perú Boliviana. Pero su constante engrandecimiento, su potencial bélico, despiertan el recelo de los vecinos, quienes ven un peligro en esta unión. Chile, ante esta emergencia, ha movilizado su ejército y su escuadra y ha buscado alianza con la Argentina que, en estos momentos se debate contra la sórdida tiranía del Restaurador de Leyes don Juan Manuel de Rosas. Este no ha perdido las esperanzas argentinas sobre el territorio de Tarija y, como primera medida, envía una fuerza expedicionaria al mando del general Alejandro Heredia. Su segundo, el general Gregorio Paz, ocupa militarmente la frontera de Tarija, se interna por Oran después de marchas forzadas llega hasta San Diego y, haciendo uso del derecho de posesión, dispone de los bienes de los pobladores bolivianos; incluso reparte entre sus colaboradores las fincas del General Burdett O'Connor.
Ante tales acontecimientos y llegada la noticia del ingreso de tropas argentinas en territorio boliviano, el Gobierno de Santa Cruz imparte órdenes de movilización para el ejército de Bolivia, indicando que en Tarija se organicen fuerzas de voluntarios, debiendo utilizarse las unidades del Batallón Méndez. El caudillo, informado de estos acontecimientos, prepara sus huestes en San Lorenzo y, juntamente con el Prefecto del Departamento, General Bernardo Trigo y, el General Francisco Burdett O’Connor, hacen su entrada en la ciudad que se congregó para recibirlos alborozada e hinchada de amor patrio.
El viejo Coronel, espera ansioso la salida para la campaña, y sus legendarios jinetes que han corrido a incorporarse a filas al primer llamado del Moto, están decididos a hacer pagar cara la osadía del invasor. Son ellos los bravos guerrilleros que desde 1812 combatieron con denuedo a las tropas de España y que hoy se aprestan para luchar con sus aliados de otra hora: los soldados argentinos.
Mientras tanto, las fuerzas organizadas en Tarija, que sumaban más o menos unos mil hombres, y que estaban al mando del General Burdett O’Connor, reciben refuerzos de tropas del Batallón Socabaya y un escuadrón de Coraceros, al mundo del General Felipe Braün, quien asume el comando supremo de las fuerzas bolivianas en el sector sud.
Méndez, conjuntamente con sus hombros, es destacado con el objeto de amagar al enemigo y desarticular sus líneas de comunicación. Se unen a él el Escuadrón de Caballería de Padcaya, donde sientan plaza los hermanos León, también de gloriosa actuación en la guerra de Independencia.
Las patrullas destacadas por el coronel Méndez van haciendo conocer con sus partes diarios la situación de las tropas argentinas y con los efectivos que éstas cuentan, a fin de presentarles pronta batalla. En vista de que estas informaciones son precisas, el comando boliviano dispone la inmediata marcha de sus efectivos en rápidas jornadas a fin de cortar la retirada de las tropas del General don Gregorio Paz, quien al conocer la gravedad de su situación dispone la marcha hacia la frontera argentina.
El día 23 de Junio de 1838 la vanguardia del Ejército de Bolivia arriba a Padcaya y por informaciones recogidas entre los pobladores de la región, se enteran de que los efectivos argentinos habían vivaqueado en La Capilla del Condado Ante tal emergencia, se dispuso proseguir el avance en marcha forzada esa misma noche, logrando llegar hasta las orillas del Río Bermejo a las 7 de la mañana del día 24. El enemigo, al darse cuenta del movimiento de las fuerzas de Bolivia, logra ubicarse en una altura denominada El Espinillo, donde acamparan la noche anterior, sector dominante y cortado por un espeso bosque y altos desfiladeros. Con el objeto de amarrar en sus posiciones a las fuerzas argentinas, previo bombardeo de artillería, se lanzan al ataque una compañía de los Cazadores de Socabaya y los Nacionales del Cuarto Regimiento comandados por el Mayor Caso, quienes rompen fuego y se lanzan al asalto de las posiciones ocupadas por los soldados del General Paz.
La batalla es recia, el toque de clarín ordena calar bayoneta y los soldados de Bolivia avanzan con la idea de vencer o morir. Una por una las posiciones van cayendo, la lucha se torna cada vez más sangrienta, las quejas de los moribundos y heridos, se confunden con el estampido de los cañones y la fusilería que retumba entre los altos desfiladeros. Las tropas argentinas van cediendo terreno ante la impetuosidad del ataque y tan solo buscan la oportunidad de ponerse a salvo buscando refugio en el bosque cercano. El General Braün, seguro ya de la victoria, ordena que el último ataque lo haga la caballería de Tarija a mando del Coronel Méndez y sus centauros quienes al grito de: ¡Contra ellos, guerra sin cuartel!, pican sus cabalgaduras y con ímpetu de huracán se lanzan en contra del enemigo, obligando a muchos de ellos a rendirse puesto que la carnicería que se hace raya en lo inhumano, además las fuerzas de infantería han tomado las alturas de Montenegro donde flamea el pabellón patrio.
El combate ha sido sangriento y heroico en todas sus fases y los hombres, pese a la superioridad numérica del enemigo y a la ventaja en sus posiciones dominantes, han dado ejemplo de valor y coraje inauditos.
El campo destinado para las glorias de las armas de Bolivia, está cubierto de cadáveres, armamentos, mochilas y una gran cantidad de bagajes traídos por las tropas argentinas. Como resultado de esta acción y según rezaban los partes, se tomaron prisioneros a un Teniente Coronel, diecisiete oficiales, doscientos cincuenta hombres de tropa. Además tomaron un estandarte, doscientos treinta fusiles, ochenta y cuatro tercerolas, ochenta y cinco lanzas, veinticinco corazas, ciento noventa y cinco caballos, municiones y otros bastimentos.
La derrota fue total para el enemigo. En la orden del día se hace mención el glorioso comportamiento del Coronel don José Eustaquio Méndez. El viejo guerrero ha retornado a sus días de gloria y heroísmo y a pesar de lo duro de la brega, a las inclemencias climáticas, él y sus hombres dieron la pauta para la culminación victoriosa de la jornada de Montenegro. Juntamente con él, son muchos los tarijeños que han demostrado su pujanza y valentía y, al suyo se suman los nombres del Teniente Coronel Aguirre, de Molina, Castrillo, Diego Vaca, los Sargentos Mayores Sebastián Estenssoro y Norberto Mendoza, Capitanes Andrés Mealla, José Manuel Sánchez, Justiniano Muñoz, Miguel Cabero, José Manuel Pantoja, Mariano Moreno y, en fin, todos los hombres componentes del Regimiento Méndez y Guardia Nacional. Cabe así mismo destacar que en esta acción también tomó parte Aniceto Arce, joven aún, que años más tarde había de ocupar la primera magistratura de la Nación e inaugurar como un acto de Gobierno el primer ferrocarril de Bolivia.
Al día siguiente de la Batalla, el General Felipe Braün en su cuartel General de Cuyambuyo dirige la siguiente proclama:
«El General en Jefe de los Ejércitos del Sud, a los Tarijeños Hijos Predilectos de Bolivia»
«A la noticia de haber sido invadida vuestra frontera por los restos del enemigo que huyendo de su propio territorio a sola vista de nuestros bravos, creyó recibir menos desengaños en nuestro suelo, volé a ponerme a vuestra cabeza, con una pequeña parte del Ejército, para participar del triunfo y coronarse con vuestros laureles. La sangrienta lección con que hemos vengado este ultraje, en la espléndida jornada del 24, que ha satisfecho mi aspiración enseñará a los argentinos a respetarnos en lo sucesivo. El solo recuerdo de ella servirá de una muralla eterna contra nuestros enemigos del Sur».
«AMIGOS: Habéis ratificado que sois dignos del ilustre título con que os ha distinguido el fundador de nuestra prosperidad y de nuestras glorias. Yo os felicito a su nombre y al mío por el nuevo testimonio que acabáis de dar del relevante patriotismo que os ha animado en toda clase de circunstancias. La victoria de Montenegro, que es vuestra, es un hermoso florón que habéis alcanzado para adornar la brillante corona de vuestras virtudes cívicas».
«TARIJEÑOS: Está purgada vuestra frontera del vandalaje argentino, que nunca habría conseguido pisarla sin la traición de un malvado indigno del honroso título de boliviano. De consiguiente podéis ya volver a las dulzuras de la tranquilidad y de la paz. En medio de ella os acompañarán constantemente el amor y el recuerdo de vuestros amigos.—(Fdo). FELIPE BRAUN Cuartel General en la Capilla del Condado, a 26 de junio de 1838».
XIV
La Patria Premia al Héroe
En fecha 30 de junio del mismo año, se dicta una Orden General, en la que se conceden premios y ascensos para los vencedores de Iruya y Montenegro y se les nombra Caballeros de la Legión de Honor. Entre ellos, por sus eminentes servicios prestados a la nación, figura el Coronel don José Eustaquio Méndez, a quien se le hace entrega de un escudo de paño celeste que lleva la inscripción de VENCEDOR DE EL MONTENEGRO y al centro: 24 DE JUNIO DE 1838.
Los bravos del Escuadrón Méndez y los componentes de la Guardia Nacional, regresan de esa rápida campaña que es un corolario de gloria. Tarija se apresta a recibir a los vencedores, y ese día la villa se engalana con banderas, farolillos de papel y con el entusiasmo popular. El arribo ha sido anunciado por el Prefecto de Tarija, el General don Bernardo Trigo, y al toque de campanas y estallido de triquitraques y camaretas, la población abirragada, eufórica se vuelca al campo de Las Carreras, para recibir jubilosamente a los hombres que demostraron su valor en los campos de Montenegro.
Por la noche, hay fiesta para los hijos del pueblo, feria de luces y amor, el espíritu de la gleba se vuelca con honda emoción y las lindas mozas de la villa alegran con su presencia a los heroicos soldados de la Patria.
Para los Jefes y Oficiales se prepara una brillante recepción social en la casa del Prefecto, a la que asisten lo más granado de la sociedad. Allí el Moto, vestido con sencillez y luciendo sobre su pecho el óvalo de Montenegro, mantiene animada charla con los generales Braun, O’Connor y Trigo sobre los pormenores de la campaña, mientras que con ojos vivaces observa a los jóvenes oficiales que se deleitan con el baile. El criollo, el chapaco de San Lorenzo, es objeto de cordiales atenciones por parte de las damas asistentes, a las que corresponde con amables frases.
La alegría reina por doquier, mi las calles las coplas rompen un silencio de noche pasadas en vela y angustia. La plaza principal presenta un bello aspecto por la iluminación con policromos farolillos de papel de color, estallido de cohetes y la música de una banda de guerra
Al día siguiente, Méndez y sus hombres emprenden el viaje de retorno a sus vegas de San Lorenzo. Es imponente y abigarrada la caballería del Moto. Jinetes de poncho rojo y sombrero de ala alentada, la mayoría de ellos llevan en sus monturas los guardamontes de cuero, que tanto les sirvió en sus patrullajes por el monte enmarañado y tupido de zarzas y garranchos. Las lanzas, con el gallardete patrio, flamean con la brisa de la mañana, como diciendo acaso un adiós. Hay alegría en el rostro, ya que el hogar está cerca y allí, seguramente, esperan el regreso todos sus familiares. El arribo al pueblo de San Lorenzo, y ante la presencia de sus máximas figuras, enardece los ánimos y enjubila el corazón de los pobladores. Allí el Moto despide a sus hombres, previo el pago de sus socorros. Las palabras de adiós que dice el jefe son sinceras y emocionadas, y la voz del caudillo parece quebrarse al pronunciar la despedida.
Como presintiendo el final, recomienda a cada uno de sus paisanos el cumplimiento de las leyes y, ante todo, estar alertas cuando la patria necesite sus servicios. Finalizado este acto que embarga de emoción al vecindario, los hombres se dispersan por las calles del pueblo y donde tremola una roja insignia que anuncia venta de chicha, se apean para calmar su sed o cantar una copla a las mozas.
Don José Eustaquio, acompañado por algunos de sus lugartenientes y amigos de su intimidad, se dirige a su casa donde lo esperan los suyos que lo acosan a preguntas.
XV
El Héroe del Agro
El viejo guerrillero, el caballero de la libertad ha resuelto entregarse por completo a las labores agrícolas y así con su familia, viaja al día siguiente a su propiedad de Canasmoro, la tierra de las vegas bellas y del río cantarino. Allí, juntamente con sus hijos, recorre huertos y campos, haciéndoles conocer sitios de sus infantiles correrías. El paisaje en nada ha cambiado. La solariega casona de sus padres se levanta allí en la lomada sombreada de jarcas y viejos algarrobos, que se cubren de avecillas cuyos trinos alegran el despertar e invitan al recogimiento cuando las sombras de la noche llaman a la oración y al descanso. Desde allí se domina ampliamente el huerto de frutales en el que abundan las sarmentosas parroneras, los nogales frondosos, ahora agostados por la crudeza de la estación invernal. En los terrenos de cultivo que domeñan al río, el ganado de la finca trisca las últimas briznas de hierba y los restos de chala de los sembradíos de maíz.
Como un don que la naturaleza generosamente le hubiera prodigado, las cosechas este año parecen ser magníficas. Los beneficios que don José Eustaquio piensa recoger son pingües, ya que el trigo se amontona rubio en los percheles y el maíz, de todas las variedades, llena las «pirguas» que en formación se alinean en el patio de la casa.
Hay alegría entre toda la gente del agro y en la casa del Moto, hombres y mujeres se aprestan a seleccionar el grano: para semilla, para la molienda y el que se llevará para su venta al mercado de la ciudad.
Correos especiales llegados del norte de la República, dan cuenta de que los ejércitos de la Confederación Perú - Boliviana han sido derrotados en la Batalla de Yungay, el día 20 de Enero de 1839 y, a raíz de este suceso, nuevamente la politiquería criolla asesta su golpe mortal y la asonada y el desenfreno campean por todas partes. Desorientación, incertidumbre, quiebra moral y económica: la obra administrativa del Mariscal don Andrés de Santa Cruz, se ve, de la noche a la mañana, por los suelos.
A los políticos y militares muy poco les importa la patria cuando tratan de satisfacer sus apetitos personales.
Una vez más asume la Presidencia de la República el General Velasco, quien deja luego el gobierno por los levantamientos que surgen en todas partes.
En Tarija, la vida patriarcal y campesina también se ve turbada por tales noticias de cuartelazos y motines, las que obligan a los leales a Santa Cruz a buscar refugio en sus propiedades para ponerse a salvo de los atropellos de las autoridades recientemente constituidas. La comedia es la misma desde la fundación de la República y el país se debate en el más nefasto desenfreno.
La vida en la ciudad que crece, es, hasta cierto punto, la de una aldea grande y sin mayores convencionalismos. Todo es igual, las gentes van diariamente de su casa a la Iglesia, a sus labores los artesanos y a sus empleos los que ocupan alguna función pública.
Establecimientos de educación existen muy pocos y son de carácter particular. En ellos la enseñanza es rudimentaria: primeras letras, las cuatro operaciones aritméticas, nociones de moral y catecismo y, cuando el alumno es reacio a la obediencia que debe al profesor, la palmeta y el rebenque se encargan de disciplinarlo.
Las ideas que se defienden o enfocan, son las que vienen dirigidas desde los poderes públicos. Todo aquél que ansía superarse debe dejar la placidez de la vida de la ciudad, las comodidades, la regalona existencia del valle y buscar climas de sapiencia en las universidades argentinas o bien en la culta Charcas, centros donde se van forjando hombres que para Tarija serán más tarde valores de primera talla, tanto en lo político como en las letras.
En realidad los conventos y el clero son quienes tienen papel preponderante dentro del aspecto espiritual, ya que son los mentores con que cuenta la ciudad en formación. Son ellos los que tienden sus sutilísimos hilos en todos los rincones de la población, guían, forman y crean conciencia en la sociedad, el artesanado y el campo.
Poco a poco, con prédica paciente, con grandes sacrificios, van conquistando nuevas tierras para la nación las misiones salidas del Colegio de Nuestra Señora de los Ángeles, y juntamente con estos apóstoles de la fe, son los hijos salidos de las vegas de San Lorenzo y Padcaya los que formarán, años más tarde, los núcleos civilizados de las inhóspitas tierras del Chaco.
XVI
LOS ÚLTIMOS AÑOS
Mucha agua ha corrido por el río, y por el país y su gobierno han pasado muchos hombres. Ayer fue Velasco, luego Ballivían el vencedor de Ingavi, quien fue derrocado por un cuartelazo, y así el drama histórico sigue su desarrollo hasta que al fin, asume el poder el Caudillo de la Plebe, el General don Manuel Isidoro Belzu.
La realidad de los hechos obliga a don José Eustaquio a mantenerse ajeno a los trajines subversivos y dedicarse por entero a la atención de sus heredades. Alguna vez viaja a Tarija, para atender algún pleito sobre deslindes u otro enredo que nunca falta, o bien en busca de informaciones que le son proporcionadas por sus amigos y allegados, entre quienes destaca su vigorosa figura el irlandés, el General don Francisco Burdett O’Connor, su más fiel amigo desde los días de Montenegro.
La efervescencia reinante en los pueblos del interior de la República se agudiza a fines de 1848 y, a principios de 1849 se produce un alzamiento en el partido de Padcaya en contra del gobierno del General Manuel Isidoro Belzu.
Estas noticias son conocidas en San Lorenzo, dándose muestras de violencia contra los partidarios de Belzu de quien se dice haber muerto en La Paz.
Ante tal emergencia, se producen cambios de autoridades entre ellas la de Gonzáles Avila que es nombrado Prefecto del Departamento y jura lealtad al régimen del General José Miguel Velasco, pero las noticias no han sido verdaderas y los movimientos contra Belzu, el ídolo de la plebe, son ahogados en toda la República, produciéndose, por esta circunstancia, una serie de atropellos. En la villa, la plebe ebria y soliviantada por los eternos politiqueros, ataca respetables hogares, provocando la justa protesta del elemento joven de la sociedad, que empuña armas para poner coto a estas tropelías.
A fines de abril y en rápidas jornadas arriba a esta ciudad el capitán Rosendi con dos escuadrones de caballería, para ponerse a las órdenes del Prefecto del Departamento, don Domingo Arce.
Ante los atropellos cometidos contra la clase campesina, el Moto convoca a sus partidarios en San Lorenzo y se alza en armas. El movimiento repercute en todas las provincias, donde grupos de campesinos armados se aprestan acudir al llamado de su caudillo. Pero éste, ignorando que las autoridades de la Villa habían dispuesto su detención, para lo cual se había ordenado al capitán Rosendi que saliera en su búsqueda, parte con destino a Tarija. Tomando el camino de Sella y picando espuelas a su cabalgadura enfila la ruta para la ciudad, pero en las alturas que domina San Mateo, lomerío cubierto por un espeso bosque de algarrobos, cedros y churquis, es alcanzado por los hombres de Rosendi que le intima entregarse preso. El Moto recela de la celada y decide una jugada suprema: hincando las espuelas en los ijares de su caballo, rompe a correr por el boscaje que bordea el camino, pero no cuenta con que el capitán Rosendi lo sigue de cerca.
Al fin, el viejo Coronel, al escuchar la voz que intima rendición, dando vuelta en su galope, contesta con esta expresión de hombría: «¡Que se rinda su abuela, so yuto, que los machos no se rinden!»
Un tiro de pistola, que lo hiere por la espalda, mientras trata de ganar distancia a sus perseguidores, tumba a este glorioso soldado de la Independencia.
Raro destino el suyo: caer como había deseado, en la pelea, en la lucha por un ideal. La herida recibida es de suma gravedad y sin considerar su estado los hombres de Rosendi lo maniatan y lo conducen a Tarija, donde engrillado pasa a los calabozos del Cabildo. Tratado en la forma más humillante, va perdiendo energías por la hemorragia producida.
La noticia se conoce de inmediato en San Lorenzo y sus hombres, que suman algunos cientos, se dirigen hacia la ciudad para vengar la sangre del caudillo, más la sagacidad empleada por el General O’Connor logra aplacar los ánimos de los campesinos, haciendo que estos regresen en el más completo orden.
Gracias a la solicitud y a la diligencia de doña Francisca Ruiloba de O'Connor, las autoridades permiten que don José Eustaquio sea trasladado a su casa particular, a fin de prestarle auxilio médico, aunque ya se descuentan las esperanzas de salvarlo puesto que el proyectil ha dañado partes vitales de su robusto organismo. Todos estos acontecimientos tienen lugar el día 2 de Mayo de 1849.
El día 3 el Manco glorioso solicita hacer testamento y en presencia de su esposa e hijos, sus más adictos colaboradores dicta su última voluntad, al mismo tiempo que se conforta con los auxilios religiosos.
El pueblo, sin distingo de clases, llena las calles adyacentes a la casa del General O'Connor en espera de noticias sobre la salud del viejo patricio, mientras que sus hombres en hierática actitud montan guardia. La agonía es larga y dolorosa. Va muriendo la tarde y con la proximidad de la oración los esquilones de los templos llaman al rezo del santo rosario. Los pocos faroles que alumbran la calle con mortecina luz, dan una apariencia de abandono. Pero como sombras, los chapacos de San Lorenzo vigilan los lugares cercanos al hogar de los O’Connor donde se va apagando la existencia de su jefe y caudillo.
Rodean el lecho del moribundo sus familiares. Pese al sufrimiento, se nota en su rostro tranquilidad y paz. Las últimas horas del amanecer son para él las más angustiosas, ya que presiente que sus minutos son contados. Sus ojos buscan luz y esa luz viene llegando con las primeras del alba, con ellas el canto de los pajarillos se deja escuchar en los grandes cipreses que se alzan en el huerto de la vieja casa solariega.
Un fraile del Convento Franciscano es llamado a la habitación donde reposa el moribundo y mientras va rezando los oficios de agonía, la respiración de don José Eustaquio se torna angustiosa. Por su rostro empapado de sudor frío, ruedan algunas lágrimas. El caudillo, en sus últimos instantes, lucha por aferrarse a la vida y su brazo truncado se debate como símbolo de eterna lucha. La pulsación se torna cada vez más lenta y su cabeza ha descansado blandamente sobre la almohada. Son las ocho de la mañana del día 4 de Mayo de 1849; hora y día en que vuela hacía la eternidad la gloriosa ánima de don José Eustaquio Méndez «El Moto».
El mismo día y luego de las honras fúnebres que le son rezadas en la Iglesia La Matriz, sus restos son conducidos a San Lorenzo. Escoltan el ataúd los sobrevivientes del Escuadrón Méndez, aquellos bravos hombres que acompañaron al guerrillero en su carrera de gloria. El cortejo avanza silenciosamente por el camino. El aire de la mañana es gélido y triste, y apenas la bruma va desapareciendo de la cordillera. Parece que hasta la naturaleza se hubiera asociado al dolor por la muerte de este hijo del valle, sazonado fruto de las vegas de San Lorenzo.
A su arribo a la tierra natal, las campanas doblan y sus restos son conducidos al Ayuntamiento donde son velados. Al día siguiente se le da sepultura en el cementerio local. Los años y el olvido al que la ingratitud condenó a esta gran figura del agro tarijeño, hicieron que sus despojos mortales desaparecieran sin dejar un rastro, una evidencia del lugar en el que fuera sepultado.
El tiempo en su marcha ha transcurrido paulatinamente. La República ha vivido su vía crucis de odios, egoísmos, incomprensión, golpes políticos que sembraron la anarquía. La ambición, de nuestros vecinos cercenó al país grandes extensiones de su territorio, y entre ellas nuestra única salida al mar, condenándonos a vivir enclaustrados entre las montañas y pagando el más alto precio por la debilidad de los hombres de gobierno.
Hoy el hombre ha vuelto al recuerdo. Su figura se ha agigantado con el transcurso de los años y es un símbolo en la vida del valle. Su existencia fue una continua rebeldía en su lucha contra los hombres y el destino.
El Maneo glorioso todo lo dio por la Patria: salud, energías, ideales, sin recibir, en cambio nada más que olvido y sombras para su grandioso recuerdo.
Pero hoy, su nombre, para todos los que presentimos la llegada de una nueva era, es aurora de luz diáfana y clara, es voz de erque o llamado de caña que campea sus sones por todos los ámbitos del valle, donde José Eustaquio Méndez, el Moto inmortal, sigue su trayectoria luminosa.
Su vida tiene mucho de mito y de leyenda, pero a medida que el tiempo pasa, esta leyenda cobra realidad y es hoy el hombre del valle que ha vuelto al florido sendero de sus andanzas guerreras; es el niño de ayer que sigue corriendo por surcos donde cae la semilla, que vive, que late en cada corazón.
Don José Eustaquio, el Hombre de la Rebeldía, está con nosotros, hombres del pueblo y del campo. Ha vuelto para guiarnos con su coraje como en otras horas.
Ciudad del Guadalquivir, Abril de 1949.