Entre Rios lugar paradisiaco y de ensueño
Entre Ríos, Capital de la Provincia O’Connor en el Departamento de Tarija, fue denominada con varios nombres, fundada en tres oportunidades, posee una sorprendente historia y es tierra de incomparable belleza. Dicen las crónicas que inicialmente, el territorio que ocupa la capital y gran...



Entre Ríos, Capital de la Provincia O’Connor en el Departamento de Tarija, fue denominada con varios nombres, fundada en tres oportunidades, posee una sorprendente historia y es tierra de incomparable belleza.
Dicen las crónicas que inicialmente, el territorio que ocupa la capital y gran parte de la provincia, los aborígenes que la poblaron la llamaban con el denominativo chiriguano: “Yuqui”.
Luego que, la primera fundación se realizó el año 1616, por el Español Juan Porcel de Padilla lugarteniente de Luis de Fuentes, en el valle de arriba y con el españolísimo nombre de “Ciudad de las Vegas de la Nueva Granada” o “Nueva Vega de Granada”; previa autorización del Virrey del Perú, en 1614. Siendo abandonado el pueblo a los dos años, a consecuencia del permanente ataque de los Chiriguanos.
El sacerdote e historiador Alejandro Corrado, refiere que su fundador hizo construir terraplenes y torres, y por ello también se lo conoció con el nombre de “Pueblo de las Torres”.
Algunos escritores e historiadores citan como fecha de su segunda fundación, el 3 de julio de 1782, momento en que se realizó la expedición al Valle de Las Salinas, encabezada por el Capitán y Gobernador Luis Hurtado de Mendoza y en el que se comenzó a construir el fuerte con el nombre de San Luis Beltrán. Sin embargo, de conformidad al diario remitido por El Capitán español al Virrey del Río de La Plata Juan José de Vertiz, se señala que al estrenarse con misa de acción de gracias dicho fuerte, el 6 de Agosto de1782, “queda adbertido el Capitán Don Joseph Barrosos a que los havitadores de este valle y nuebos pobladores, que yo remitiere hagan su población inmediato a dicho fuerte vajo el pronombre de la Villa de San Carlos” (ortografía original del documento en cuestión). Por tanto, al no existir otros datos que lo contradigan, debe registrarse el 6 de agosto de 1782, como fecha cierta en que se fundó, por segunda vez, la actual capital de la Provincia O’Connor.
La tercera fundación tuvo lugar “cuando el caserío que comenzó a construirse en 1782, tomó forma de pueblo el 25 de agosto de 1800, al que se bautiza con el nombre de Villa de San Luis, celebrándose desde entonces, esta, como fecha oficial de su fundación”. Nombre que, a lo largo del tiempo y en la cotidianidad del lenguaje, igualmente sufrió mutaciones, llamándosele unas veces “San Luis” y otras simplemente “Luis”; lo que se puede evidenciar en varios documentos.
Durante la República, mediante Ley del 10 de noviembre de 1832, San Luis junto a San Diego, Chiquiacá, Sapatera, Caraparí y Salinas constituyen la nueva Provincia de Salinas y se determina que La Capital sea esta última.
Por Ley de 19 de octubre de 1880, se designa por primera vez a “La Villa de San Luis”, Capital de la Provincia Salinas.
Finalmente, el 3 de diciembre de1906, el gobierno liberal de Ismael Montes, cambia el antiguo nombre de la Provincia, en honor al militar Irlandés Francisco Burdet O’Connor que llegó a Bolivia y luchó por la independencia. Asimismo se sustituye el nombre de “San Luis” por “Entre Ríos”, ratificando su condición de Capital de Provincia.
En definitiva, el nombre que se impuso, obedece al hecho de encontrarse atrapada la ciudad por dos ríos: el Santa Ana y el río Pajonal.
Importantes serranías la recorren de norte a sur y de este a oeste o, viceversa, siendo las Serranías de Castellón, además la de Pinos y del Cóndor las que separan a la ciudad de la parte alta o Sub Andina y de los valles adyacentes y central de Tarija, y la de San Simón de más de cien kilómetros, la que precede a las de Sereré, Berety, Tapecua, Suaruro y Chimeo, a partir de las cuales se extiende la inmensa llanura chaqueña.
Geográficamente, Entre Ríos, es la puerta de entrada a la región del Chaco tarijeño y boliviano. En la primera mitad del siglo pasado (1932 a 1935) fue un enclave de paso obligado, de las tropas del ejército boliviano en su camino hacia el lugar del conflicto, así como de prisioneros de guerra enemigos que venían del Chaco rumbo a La Paz, en la contienda bélica que enfrentó a Bolivia con el Paraguay.
El clima de la Capital es casi tropical, coherente con su ubicación geográfica, que lo sitúa en la antesala de una región chaqueña, por lo general muy calurosa y seca. En contraste, el clima en Entre Ríos es apacible, salvo en invierno cuando la humedad se siente con más rigor.
Durante la colonia, en lo que hoy es el territorio de la provincia O’Connor: Agustinos, Jesuitas, Dominicos y Franciscanos fundaron y crearon las Misiones y Reducciones religiosas. Las misiones correspondían a los neófitos ya convertidos a la religión católica y las reducciones a los que estaban en proceso de conversión.
Quizá debido a esto, la provincia en su conjunto y particularmente Entre Ríos, desde su fundación hasta nuestros días, se constituyó en un pueblo eminentemente Católico, Apostólico y Romano. Según su insigne hijo Don Juan de Dios Paz Echazú, tres siglos después de fundada “hacia fines de 1800, La Capital Entre Ríos, contaba con una población de 843 habitantes de los cuales 95% era católica. Del total de habitantes 455 eran mujeres y 388 hombres, 73% no tenía instrucción elemental, 29 % de raza blanca y 59% mestiza, 11% indígena y sólo 3 personas de raza negra, además un registro de 10 habitantes extranjeros: 1 brasilero, 2 italianos y 7 argentinos”.
Allá por 1900, el ya referido escritor, detalla con nombres y apellidos a los habitantes de Entre Ríos. Los censos de población y vivienda posteriores marcan importantes crecimientos poblacionales.
Otro dato que demuestra su profunda religiosidad, tiene que ver con que la Patrona de Entre Ríos es la Virgen de Guadalupe, igual que en México, uno de los más grandes pueblos católicos de América y del mundo. A la que año tras año durante el primer domingo de octubre, además de ser venerada por los entrerrianos, es reverenciada por los sobrevivientes Chiriguanos-Guaraníes. Los que junto a otros que personifican a los neófitos ya convertidos, se dirigen en procesión al campo de la Cahuarina, donde dos bandos se enfrentan cuerpo a cuerpo, a latigazos, con lanzas, unos a pie y a caballo otros, envueltos el cuerpo con una especie de lana (sacha) que crece suspendida entre los árboles, que a su vez abundan en los cerros circundantes; hasta que uno vence y otro pierde o terminan empatados. Después en parejas les siguen otros. Al final, de rodillas se dirigen a los pies de la Virgen y cansados por la nochecita, retornan por las estrechas calles del pueblo, engalanadas de fiesta, feria, música y camaretazos; hasta depositar a la Virgen en el trono dentro la Iglesia, con lo que finaliza el festejo.
Es una festividad casi única en Bolivia, replicada sólo en Caraparí, antigua jurisdicción de la Provincia O’Connor y hoy perteneciente a la Provincia Gran Chaco.
Los Chiriguanos-Guaraníes, se caracterizaron por su cualidad combativa y guerrera. Los entrerrianos antiguos los representaban con arcos y flechas, semidesnudos, descalzos, lanzando gritos por doquier, pintarrajeados, con collares de caracoles de llamativos y distintos colores, mientras la parte inferior se cubría apenas con taparrabos confeccionados en base a cuero de zorro, tigre, puma o tapir. Actualmente, la “representación “chiriguana” es asumida por jóvenes del pueblo, quienes además de los adornos citados precedentemente, llevan un pañuelo atado en la cabeza, pantalón y camisa en muchos casos.
Las mujeres originarias se denominan “cuñas”, llevan brazaletes y collares de cuentas naturales y otros adornos elaborados a base de sonajas de semillas, sartas de huesos de perdiz u otras aves, de dientes de ronsoco, de canillas de monito, colmillos de majaz, envolturas de gusanos y otras cosas. Sus caras, brazos y pantorrillas están pintadas de rojo urucú tintura vegetal, y sus cuerpos, ungidos con grasa de pescado, para evitar las punzantes picadas del mosquito bariguy o mariguí. Se visten con un tipoy de colores fuertes y llamativos. Sus cabezas ciñen con una cinta de llamativo color.
Todos están bajo el mando de un “Capitán General” y las autoridades del pueblo originario, “poseen como signo distintivo un objeto de hueso, madera, metal o piedra marmolea brillante y de color, de 1 a 2 cm, introducido en un orificio ubicado entre la quijada y el labio inferior, denominado tembetá, abierto cuando niños con ayuda de una espina dura y puntiaguda”. Los hombres, actualmente usan sombrero de ala ancha y pañueleras atadas en la cabeza.
Según Don Juan de Dios Paz Echazú: “se tienen datos ciertos que en el territorio provincial cuya capital es Entre Ríos y que abarca del Pilaya y del Pilcomayo hacia el norte y, Salinas y Chiquiacá hacia el sud, han existido hasta el año 1900, 26 tolderías o rancherías: El Angosto, Tabazai, Itaparana, Yucupita, Agua Buena, Añarenda, La Soledad, Yuquimbia, Tentaguazú, Tentapiau, Yumbia, Hibopeite, Iboca, Carahuatarenda, Yuguaiaigua, Salado Grande, Saladito, Chimeo, La Cueva, Santa Clara, Suaruro, Tarupayo, Ipaguazu, Palmas Reales, Guacacambi y Ñaurenda”. Territorio que, según el mismo autor, en base a argumentos jurídicos e históricos incluía la población de Ivoca, sobre la que se generó un problema limítrofe con Chuquisaca, debido a la pasividad e indolencia de nuestras autoridades.
De allí que la totalidad de los territorios originarios de O’Connor, antes Salinas, estuvieron antiguamente poblados en su totalidad por los indómitos Chiriguanos-Guaraníes que tienen como lengua el “tupi guaraní”, la que el antropólogo Wigberto Rivero aclara “tiene algunas diferencias entre los ava, isoseños y simba, debido a influencias de otra lengua de origen arawak, que hablaba el grupo étnico chané”.
Después en la colonia y buena parte de la república, se asentaron en sus territorios a fuerza de rezos, sables, pólvora y trabucos primero los españoles conquistadores, después a fines del siglo XIX, los criollos y mestizos. Con ayuda del denominado “ejército patrio” los persiguieron, aniquilaron y, los sobrevivientes fueron arrinconados en orillas del Pilcomayo, el Rio Grande y del Bermejo.
Rubén Cuba experto del Centro de Estudios Regionales de Tarija (Cerdet), menciona que “dos enfrentamientos con el Estado, 1875 y 1892, los puso al borde de la extinción total y luego de la última derrota de Kuruyuki, muchos de ellos acabaron en manos de ganaderos y patrones, que los utilizaron como fuerza de trabajo agrícola, si es que antes no los convertían en esclavos”.
Por referencias del mismo Cerdet “actualmente los miembros de la etnia, se hallan organizados de acuerdo con las regiones geográficas donde viven, los que corresponden a la provincia O’Connor” se denominan como “Itika Guasu”.
Los beneficios generados los últimos años, por el gas e hidrocarburos descubiertos en sus territorios originarios, sirvieron para enriquecer principalmente a los blancos o “karai”; no pudiendo aseverase lo mismo respecto a los guaraníes, que hasta donde se sabe, continúan reclamando sus derechos y siguen lidiando entre la pobreza y la emigración.
Con posterioridad a 1616, la capital y sus alrededores se abrieron a la migración de quechuas y aimaras. En la república y fundamentalmente a principios del siglo XX, la Capital Entre Ríos, cobijó además a migrantes árabes venidos de Siria y Libia, a los que se denominaban “turcos” al confundirlos con moros, como ocurrió en Brasil y en varias otras partes de América. Arribaron igualmente uno que otro argentino, húngaro, irlandés, checoslovaco, yugoslavo e italianos.
En los siglos XVII al XIX y hasta principios del XX, primero los españoles y después los criollos y mestizos, se repartieron los cargos públicos pertenecientes a la administración pública central, siendo además los propietarios de las tierras fiscales circundantes a la capital, trabajadas por campesinos pobres que se ocupaban de la agricultura, dueños de su fuerza de trabajo pero no de la tierra que laboraban. Recién a partir de 1952 los campesinos se convierten en propietarios de las tierras que habitaban y trabajaban.
En relación al clima, durante primavera y verano son frecuentes en la ciudad, intensas lluvias, muy parecidas a los diluvios bíblicos, en que se desatan feroces tempestades de agua y viento, acompañados de ensordecedoras descargas eléctricas, compitiendo en ruido y esplendor, con el incesante y clamoroso croar de ranas y sapos que bullen en los charcos, estanques y lagunas que se forman alrededor del pueblo.
Al cesar los chaparrones, sus calles húmedas se impregnan con el inconfundible y penetrante olor a tierra mojada, de un fuerte olor y fragancia a flores silvestres, confundidos con el embriagador aroma proveniente de arrayanes y zarzamoras, que a su vez, se entremezclan con el olor inconfundible de pan recientemente horneado y elaborado por las manos trabajadoras de las mujeres del pueblo. Sillas forradas con manteles blancos, colocados en las puertas de las casas, son las señales de lugares donde se puede adquirir el elaborado a mano, aromático y fresco pan.
Durante los amaneceres, en la arboleda de calles, plaza principal y una que otra de menor importancia, estallan los gorjeos y revoloteos de las aves silvestres. Ruiseñores, jilgueros, tordos, chulupías y mirlos dejan oír sus bellos y melodiosos canturreos, rotos algunas veces por el clamoroso alboroto y cotorreo provocado por bandadas de loros y parabas que se atreven a cruzar el cielo citadino, en el que además, se dejan ver uno que otro tucán provocando admiración por sus enormes y rojianaranjados picos. Ni qué decir de unas pequeñas y bellas aves que merodean en patios y tejados de las casas, cables y árboles de calles y plazas, bautizadas como “cardenales”, debido al color rojo púrpura de su plumaje, similar al ropaje que lleva el Colegio Cardenalicio en Roma.
Mientras en el crepúsculo, las siluetas recortadas de los inconfundibles búhos, murciélagos taraschis, pilcos, cacús y golondrinas se dibujan en el horizonte, casi simultáneamente en el momento que se oculta el sol tras las serranías y caen las primeras sombras. Tampoco pasan inadvertidas, millones de lucecitas y otras aves nocturnas, conforme avanza la noche en la que contrastan con la luminosidad y el fulgor de los astros nocturnos.
En días calurosos, en los cauces y riberas de los ríos que bordean la capital, pululan mosquitos, mariposas y pilpintos de distintos colores y tamaños, compitiendo con los vuelos rasantes que sobre el agua ejecutan churras, tero teros y garzas.
Desde lo alto un ave de plumaje negro y amarillo, el Martín Pescador, inicia veloz picada rumbo a aguas profundas, en búsqueda de peces que engulle en su buche y sirven de alimento a sus polluelos. Muy por encima, revolotean silenciosos gallinazos y caranchos (carcanchos), junto al voraz halcón, presto a precipitarse desde el cielo en pos de sabrosas y descuidadas palomas, ulinchas, perdices y roedores que intentan esconderse tras una mata, planta o en la profundidad de un pequeño hoyo en los alrededores del pueblo; salvándose circunstancialmente sólo unos cuantos de las afiladas garras de su ocasional verdugo. Otra experiencia cotidiana tiene lugar cuando en las casas, calles y parques, las flores silvestres, son invadidas por los colibrís y los aleteos incesantes de sus diminutas alas además de sus plumajes multicolores, dispuestos a libar el néctar que guardan en sus entrañas.
Los días calientes obligan a los pobladores a buscar refugio bajo el alero de sus casas o tomar una reparadora siesta hasta que disminuya la fuerte resolana. Los más jóvenes corren tras el frescor de las playas, donde pugnan por lanzarse desde alguna roca o descolgarse de coposos sauces llorones hasta zambullirse en profundas pozas que se distribuyen a lo largo del cauce de sus ríos.
De tanto en tanto, se produce la llegada sorpresiva de estos, cuando llueve a cántaros en las cabeceras y las cuencas no dan abasto a descomunales cantidades de agua, que arrastra troncos y piedras en la torrentada. Son dos ríos bramadores, cuya fuerza arremete e inunda los campos, destruyendo viejos cauces y creando nuevos, por los que discurren sus descontroladas y turbias aguas.
Las praderas, lomas y serranías que rodean la capital, especialmente en época de calor y lluvia, son la admiración de propios y extraños, debido a las distintas tonalidades del verdor que las cubren, y que se pueden apreciar desde el propio pueblo.
Y es que la hermosura de la capital, no puede valorarse simplemente por sus viejas casonas ni su arquitectura algo moderna; sino particularmente por el paisaje que la rodea. Forman parte de esta, ríos, praderas, lomas, serranías y casas campestres, esparcidas en lujuriantes campiñas perfumadas de arrayán, chiltos y del dulzor de moras, zarzamoras y rojos ceibos en flor, como lo describía su poetisa profesora Nelly Casal de Garay.
Las noches cuando no llueve son translúcidas, permitiendo observar sin impedimentos el esplendor de la bóveda celeste, acompañadas del ensordecedor sonido emitido por chicharras (cigarras) y del incesante grillido o chirrido de millones de grillos.
En otoño todo cambia, las corrientes de aire soplan inclementes, inundando de tierra suelta las calles casi desérticas. Mientras en sus alrededores los vientos desparraman las hojas secas de los árboles, convirtiendo el verdor de los campos en zonas pálidas casi amarillentas. Coincide con el momento en que las aguas de los ríos disminuyen, esperando la llegada de las primeras y copiosas lluvias. La palidez de los campos contrasta con el verdor oscuro con que se visten las húmedas serranías que circundan el pueblo.
En invierno, el frío y la humedad se imponen, penetrando hasta los huesos. Generados por persistentes garúas que caen sobre los tejados que cubren las casas, trasformando los musgos teñidos de verde claro en verde oscuro con el paso del tiempo. Las noches umbrosas, sus calles desoladas y el silencio son características propias de la época. Sólo rotas por millones de lucecitas resplandecientes que provienen de luciérnagas, cocuyos o tucu tucus. Es la época en la que el humo, el polvillo del carbón y el olor a quemazón provenientes de los campos, irrita los sentidos, debido al continuo chaqueo con el que se habilitan las tierras para la próxima siembra.
Algunos habitantes antes de 1952, cuando el estado aún no terminaba de articularse y consolidarse como una verdadera nación, se vieron forzados a emigrar a la Argentina, en búsqueda de mejores días, y aún hoy, siguen haciéndolo.
En definitiva Entre Ríos es un pueblo trabajador, colmado de historia, paradisiaco y de belleza incomparable, cuyo territorio provincial guarda en sus entrañas, una inmensa riqueza referida a fauna, flora, recursos piscícolas, mineros e hidrocarburíferos, incluido el gas, que hoy es el sostén de Bolivia.
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REFERENTES BIBLIOGRÁFICOS: Entre Ríos. Su Historia y Tradición, Juan De Dios Paz Echazú, Editorial Offset Universitaria, Tarija-Bolivia, Año 1983. Historia y Geografía de la Provincia O’Connor, Juan de Dios Paz Echazú, Editorial Codetar, Tarija, 1992. Historia de Tarija (Corpus Documental) Cristina Minutolo de Orsi, UAJMS, Tarija 1986. Entre Ríos en su Bicentenario, 1800-2000, Comisión Cultura H. Alcaldía Municipal de Entre Ríos,25 de agosto de 2000. Bicentenario del hermoso y simpático pueblo de Entre Ríos, Ing. José Paz Garzón, año 2000. 36 Etnias de Bolivia: Guaraníes, Periódico La Prensa, 7 de Diciembre 2008. Departamento de Tarija, División Político- Administrativa, Secciones de Provincia, Cantones y Comunidades, Fechas de Creación, Base Legal, Mapas, Jefatura de Gabinete y Secretaria Técnica del Despacho Prefectural, Prefectura del Departamento de Tarija, año 2009.
Dicen las crónicas que inicialmente, el territorio que ocupa la capital y gran parte de la provincia, los aborígenes que la poblaron la llamaban con el denominativo chiriguano: “Yuqui”.
Luego que, la primera fundación se realizó el año 1616, por el Español Juan Porcel de Padilla lugarteniente de Luis de Fuentes, en el valle de arriba y con el españolísimo nombre de “Ciudad de las Vegas de la Nueva Granada” o “Nueva Vega de Granada”; previa autorización del Virrey del Perú, en 1614. Siendo abandonado el pueblo a los dos años, a consecuencia del permanente ataque de los Chiriguanos.
El sacerdote e historiador Alejandro Corrado, refiere que su fundador hizo construir terraplenes y torres, y por ello también se lo conoció con el nombre de “Pueblo de las Torres”.
Algunos escritores e historiadores citan como fecha de su segunda fundación, el 3 de julio de 1782, momento en que se realizó la expedición al Valle de Las Salinas, encabezada por el Capitán y Gobernador Luis Hurtado de Mendoza y en el que se comenzó a construir el fuerte con el nombre de San Luis Beltrán. Sin embargo, de conformidad al diario remitido por El Capitán español al Virrey del Río de La Plata Juan José de Vertiz, se señala que al estrenarse con misa de acción de gracias dicho fuerte, el 6 de Agosto de1782, “queda adbertido el Capitán Don Joseph Barrosos a que los havitadores de este valle y nuebos pobladores, que yo remitiere hagan su población inmediato a dicho fuerte vajo el pronombre de la Villa de San Carlos” (ortografía original del documento en cuestión). Por tanto, al no existir otros datos que lo contradigan, debe registrarse el 6 de agosto de 1782, como fecha cierta en que se fundó, por segunda vez, la actual capital de la Provincia O’Connor.
La tercera fundación tuvo lugar “cuando el caserío que comenzó a construirse en 1782, tomó forma de pueblo el 25 de agosto de 1800, al que se bautiza con el nombre de Villa de San Luis, celebrándose desde entonces, esta, como fecha oficial de su fundación”. Nombre que, a lo largo del tiempo y en la cotidianidad del lenguaje, igualmente sufrió mutaciones, llamándosele unas veces “San Luis” y otras simplemente “Luis”; lo que se puede evidenciar en varios documentos.
Durante la República, mediante Ley del 10 de noviembre de 1832, San Luis junto a San Diego, Chiquiacá, Sapatera, Caraparí y Salinas constituyen la nueva Provincia de Salinas y se determina que La Capital sea esta última.
Por Ley de 19 de octubre de 1880, se designa por primera vez a “La Villa de San Luis”, Capital de la Provincia Salinas.
Finalmente, el 3 de diciembre de1906, el gobierno liberal de Ismael Montes, cambia el antiguo nombre de la Provincia, en honor al militar Irlandés Francisco Burdet O’Connor que llegó a Bolivia y luchó por la independencia. Asimismo se sustituye el nombre de “San Luis” por “Entre Ríos”, ratificando su condición de Capital de Provincia.
En definitiva, el nombre que se impuso, obedece al hecho de encontrarse atrapada la ciudad por dos ríos: el Santa Ana y el río Pajonal.
Importantes serranías la recorren de norte a sur y de este a oeste o, viceversa, siendo las Serranías de Castellón, además la de Pinos y del Cóndor las que separan a la ciudad de la parte alta o Sub Andina y de los valles adyacentes y central de Tarija, y la de San Simón de más de cien kilómetros, la que precede a las de Sereré, Berety, Tapecua, Suaruro y Chimeo, a partir de las cuales se extiende la inmensa llanura chaqueña.
Geográficamente, Entre Ríos, es la puerta de entrada a la región del Chaco tarijeño y boliviano. En la primera mitad del siglo pasado (1932 a 1935) fue un enclave de paso obligado, de las tropas del ejército boliviano en su camino hacia el lugar del conflicto, así como de prisioneros de guerra enemigos que venían del Chaco rumbo a La Paz, en la contienda bélica que enfrentó a Bolivia con el Paraguay.
El clima de la Capital es casi tropical, coherente con su ubicación geográfica, que lo sitúa en la antesala de una región chaqueña, por lo general muy calurosa y seca. En contraste, el clima en Entre Ríos es apacible, salvo en invierno cuando la humedad se siente con más rigor.
Durante la colonia, en lo que hoy es el territorio de la provincia O’Connor: Agustinos, Jesuitas, Dominicos y Franciscanos fundaron y crearon las Misiones y Reducciones religiosas. Las misiones correspondían a los neófitos ya convertidos a la religión católica y las reducciones a los que estaban en proceso de conversión.
Quizá debido a esto, la provincia en su conjunto y particularmente Entre Ríos, desde su fundación hasta nuestros días, se constituyó en un pueblo eminentemente Católico, Apostólico y Romano. Según su insigne hijo Don Juan de Dios Paz Echazú, tres siglos después de fundada “hacia fines de 1800, La Capital Entre Ríos, contaba con una población de 843 habitantes de los cuales 95% era católica. Del total de habitantes 455 eran mujeres y 388 hombres, 73% no tenía instrucción elemental, 29 % de raza blanca y 59% mestiza, 11% indígena y sólo 3 personas de raza negra, además un registro de 10 habitantes extranjeros: 1 brasilero, 2 italianos y 7 argentinos”.
Allá por 1900, el ya referido escritor, detalla con nombres y apellidos a los habitantes de Entre Ríos. Los censos de población y vivienda posteriores marcan importantes crecimientos poblacionales.
Otro dato que demuestra su profunda religiosidad, tiene que ver con que la Patrona de Entre Ríos es la Virgen de Guadalupe, igual que en México, uno de los más grandes pueblos católicos de América y del mundo. A la que año tras año durante el primer domingo de octubre, además de ser venerada por los entrerrianos, es reverenciada por los sobrevivientes Chiriguanos-Guaraníes. Los que junto a otros que personifican a los neófitos ya convertidos, se dirigen en procesión al campo de la Cahuarina, donde dos bandos se enfrentan cuerpo a cuerpo, a latigazos, con lanzas, unos a pie y a caballo otros, envueltos el cuerpo con una especie de lana (sacha) que crece suspendida entre los árboles, que a su vez abundan en los cerros circundantes; hasta que uno vence y otro pierde o terminan empatados. Después en parejas les siguen otros. Al final, de rodillas se dirigen a los pies de la Virgen y cansados por la nochecita, retornan por las estrechas calles del pueblo, engalanadas de fiesta, feria, música y camaretazos; hasta depositar a la Virgen en el trono dentro la Iglesia, con lo que finaliza el festejo.
Es una festividad casi única en Bolivia, replicada sólo en Caraparí, antigua jurisdicción de la Provincia O’Connor y hoy perteneciente a la Provincia Gran Chaco.
Los Chiriguanos-Guaraníes, se caracterizaron por su cualidad combativa y guerrera. Los entrerrianos antiguos los representaban con arcos y flechas, semidesnudos, descalzos, lanzando gritos por doquier, pintarrajeados, con collares de caracoles de llamativos y distintos colores, mientras la parte inferior se cubría apenas con taparrabos confeccionados en base a cuero de zorro, tigre, puma o tapir. Actualmente, la “representación “chiriguana” es asumida por jóvenes del pueblo, quienes además de los adornos citados precedentemente, llevan un pañuelo atado en la cabeza, pantalón y camisa en muchos casos.
Las mujeres originarias se denominan “cuñas”, llevan brazaletes y collares de cuentas naturales y otros adornos elaborados a base de sonajas de semillas, sartas de huesos de perdiz u otras aves, de dientes de ronsoco, de canillas de monito, colmillos de majaz, envolturas de gusanos y otras cosas. Sus caras, brazos y pantorrillas están pintadas de rojo urucú tintura vegetal, y sus cuerpos, ungidos con grasa de pescado, para evitar las punzantes picadas del mosquito bariguy o mariguí. Se visten con un tipoy de colores fuertes y llamativos. Sus cabezas ciñen con una cinta de llamativo color.
Todos están bajo el mando de un “Capitán General” y las autoridades del pueblo originario, “poseen como signo distintivo un objeto de hueso, madera, metal o piedra marmolea brillante y de color, de 1 a 2 cm, introducido en un orificio ubicado entre la quijada y el labio inferior, denominado tembetá, abierto cuando niños con ayuda de una espina dura y puntiaguda”. Los hombres, actualmente usan sombrero de ala ancha y pañueleras atadas en la cabeza.
Según Don Juan de Dios Paz Echazú: “se tienen datos ciertos que en el territorio provincial cuya capital es Entre Ríos y que abarca del Pilaya y del Pilcomayo hacia el norte y, Salinas y Chiquiacá hacia el sud, han existido hasta el año 1900, 26 tolderías o rancherías: El Angosto, Tabazai, Itaparana, Yucupita, Agua Buena, Añarenda, La Soledad, Yuquimbia, Tentaguazú, Tentapiau, Yumbia, Hibopeite, Iboca, Carahuatarenda, Yuguaiaigua, Salado Grande, Saladito, Chimeo, La Cueva, Santa Clara, Suaruro, Tarupayo, Ipaguazu, Palmas Reales, Guacacambi y Ñaurenda”. Territorio que, según el mismo autor, en base a argumentos jurídicos e históricos incluía la población de Ivoca, sobre la que se generó un problema limítrofe con Chuquisaca, debido a la pasividad e indolencia de nuestras autoridades.
De allí que la totalidad de los territorios originarios de O’Connor, antes Salinas, estuvieron antiguamente poblados en su totalidad por los indómitos Chiriguanos-Guaraníes que tienen como lengua el “tupi guaraní”, la que el antropólogo Wigberto Rivero aclara “tiene algunas diferencias entre los ava, isoseños y simba, debido a influencias de otra lengua de origen arawak, que hablaba el grupo étnico chané”.
Después en la colonia y buena parte de la república, se asentaron en sus territorios a fuerza de rezos, sables, pólvora y trabucos primero los españoles conquistadores, después a fines del siglo XIX, los criollos y mestizos. Con ayuda del denominado “ejército patrio” los persiguieron, aniquilaron y, los sobrevivientes fueron arrinconados en orillas del Pilcomayo, el Rio Grande y del Bermejo.
Rubén Cuba experto del Centro de Estudios Regionales de Tarija (Cerdet), menciona que “dos enfrentamientos con el Estado, 1875 y 1892, los puso al borde de la extinción total y luego de la última derrota de Kuruyuki, muchos de ellos acabaron en manos de ganaderos y patrones, que los utilizaron como fuerza de trabajo agrícola, si es que antes no los convertían en esclavos”.
Por referencias del mismo Cerdet “actualmente los miembros de la etnia, se hallan organizados de acuerdo con las regiones geográficas donde viven, los que corresponden a la provincia O’Connor” se denominan como “Itika Guasu”.
Los beneficios generados los últimos años, por el gas e hidrocarburos descubiertos en sus territorios originarios, sirvieron para enriquecer principalmente a los blancos o “karai”; no pudiendo aseverase lo mismo respecto a los guaraníes, que hasta donde se sabe, continúan reclamando sus derechos y siguen lidiando entre la pobreza y la emigración.
Con posterioridad a 1616, la capital y sus alrededores se abrieron a la migración de quechuas y aimaras. En la república y fundamentalmente a principios del siglo XX, la Capital Entre Ríos, cobijó además a migrantes árabes venidos de Siria y Libia, a los que se denominaban “turcos” al confundirlos con moros, como ocurrió en Brasil y en varias otras partes de América. Arribaron igualmente uno que otro argentino, húngaro, irlandés, checoslovaco, yugoslavo e italianos.
En los siglos XVII al XIX y hasta principios del XX, primero los españoles y después los criollos y mestizos, se repartieron los cargos públicos pertenecientes a la administración pública central, siendo además los propietarios de las tierras fiscales circundantes a la capital, trabajadas por campesinos pobres que se ocupaban de la agricultura, dueños de su fuerza de trabajo pero no de la tierra que laboraban. Recién a partir de 1952 los campesinos se convierten en propietarios de las tierras que habitaban y trabajaban.
En relación al clima, durante primavera y verano son frecuentes en la ciudad, intensas lluvias, muy parecidas a los diluvios bíblicos, en que se desatan feroces tempestades de agua y viento, acompañados de ensordecedoras descargas eléctricas, compitiendo en ruido y esplendor, con el incesante y clamoroso croar de ranas y sapos que bullen en los charcos, estanques y lagunas que se forman alrededor del pueblo.
Al cesar los chaparrones, sus calles húmedas se impregnan con el inconfundible y penetrante olor a tierra mojada, de un fuerte olor y fragancia a flores silvestres, confundidos con el embriagador aroma proveniente de arrayanes y zarzamoras, que a su vez, se entremezclan con el olor inconfundible de pan recientemente horneado y elaborado por las manos trabajadoras de las mujeres del pueblo. Sillas forradas con manteles blancos, colocados en las puertas de las casas, son las señales de lugares donde se puede adquirir el elaborado a mano, aromático y fresco pan.
Durante los amaneceres, en la arboleda de calles, plaza principal y una que otra de menor importancia, estallan los gorjeos y revoloteos de las aves silvestres. Ruiseñores, jilgueros, tordos, chulupías y mirlos dejan oír sus bellos y melodiosos canturreos, rotos algunas veces por el clamoroso alboroto y cotorreo provocado por bandadas de loros y parabas que se atreven a cruzar el cielo citadino, en el que además, se dejan ver uno que otro tucán provocando admiración por sus enormes y rojianaranjados picos. Ni qué decir de unas pequeñas y bellas aves que merodean en patios y tejados de las casas, cables y árboles de calles y plazas, bautizadas como “cardenales”, debido al color rojo púrpura de su plumaje, similar al ropaje que lleva el Colegio Cardenalicio en Roma.
Mientras en el crepúsculo, las siluetas recortadas de los inconfundibles búhos, murciélagos taraschis, pilcos, cacús y golondrinas se dibujan en el horizonte, casi simultáneamente en el momento que se oculta el sol tras las serranías y caen las primeras sombras. Tampoco pasan inadvertidas, millones de lucecitas y otras aves nocturnas, conforme avanza la noche en la que contrastan con la luminosidad y el fulgor de los astros nocturnos.
En días calurosos, en los cauces y riberas de los ríos que bordean la capital, pululan mosquitos, mariposas y pilpintos de distintos colores y tamaños, compitiendo con los vuelos rasantes que sobre el agua ejecutan churras, tero teros y garzas.
Desde lo alto un ave de plumaje negro y amarillo, el Martín Pescador, inicia veloz picada rumbo a aguas profundas, en búsqueda de peces que engulle en su buche y sirven de alimento a sus polluelos. Muy por encima, revolotean silenciosos gallinazos y caranchos (carcanchos), junto al voraz halcón, presto a precipitarse desde el cielo en pos de sabrosas y descuidadas palomas, ulinchas, perdices y roedores que intentan esconderse tras una mata, planta o en la profundidad de un pequeño hoyo en los alrededores del pueblo; salvándose circunstancialmente sólo unos cuantos de las afiladas garras de su ocasional verdugo. Otra experiencia cotidiana tiene lugar cuando en las casas, calles y parques, las flores silvestres, son invadidas por los colibrís y los aleteos incesantes de sus diminutas alas además de sus plumajes multicolores, dispuestos a libar el néctar que guardan en sus entrañas.
Los días calientes obligan a los pobladores a buscar refugio bajo el alero de sus casas o tomar una reparadora siesta hasta que disminuya la fuerte resolana. Los más jóvenes corren tras el frescor de las playas, donde pugnan por lanzarse desde alguna roca o descolgarse de coposos sauces llorones hasta zambullirse en profundas pozas que se distribuyen a lo largo del cauce de sus ríos.
De tanto en tanto, se produce la llegada sorpresiva de estos, cuando llueve a cántaros en las cabeceras y las cuencas no dan abasto a descomunales cantidades de agua, que arrastra troncos y piedras en la torrentada. Son dos ríos bramadores, cuya fuerza arremete e inunda los campos, destruyendo viejos cauces y creando nuevos, por los que discurren sus descontroladas y turbias aguas.
Las praderas, lomas y serranías que rodean la capital, especialmente en época de calor y lluvia, son la admiración de propios y extraños, debido a las distintas tonalidades del verdor que las cubren, y que se pueden apreciar desde el propio pueblo.
Y es que la hermosura de la capital, no puede valorarse simplemente por sus viejas casonas ni su arquitectura algo moderna; sino particularmente por el paisaje que la rodea. Forman parte de esta, ríos, praderas, lomas, serranías y casas campestres, esparcidas en lujuriantes campiñas perfumadas de arrayán, chiltos y del dulzor de moras, zarzamoras y rojos ceibos en flor, como lo describía su poetisa profesora Nelly Casal de Garay.
Las noches cuando no llueve son translúcidas, permitiendo observar sin impedimentos el esplendor de la bóveda celeste, acompañadas del ensordecedor sonido emitido por chicharras (cigarras) y del incesante grillido o chirrido de millones de grillos.
En otoño todo cambia, las corrientes de aire soplan inclementes, inundando de tierra suelta las calles casi desérticas. Mientras en sus alrededores los vientos desparraman las hojas secas de los árboles, convirtiendo el verdor de los campos en zonas pálidas casi amarillentas. Coincide con el momento en que las aguas de los ríos disminuyen, esperando la llegada de las primeras y copiosas lluvias. La palidez de los campos contrasta con el verdor oscuro con que se visten las húmedas serranías que circundan el pueblo.
En invierno, el frío y la humedad se imponen, penetrando hasta los huesos. Generados por persistentes garúas que caen sobre los tejados que cubren las casas, trasformando los musgos teñidos de verde claro en verde oscuro con el paso del tiempo. Las noches umbrosas, sus calles desoladas y el silencio son características propias de la época. Sólo rotas por millones de lucecitas resplandecientes que provienen de luciérnagas, cocuyos o tucu tucus. Es la época en la que el humo, el polvillo del carbón y el olor a quemazón provenientes de los campos, irrita los sentidos, debido al continuo chaqueo con el que se habilitan las tierras para la próxima siembra.
Algunos habitantes antes de 1952, cuando el estado aún no terminaba de articularse y consolidarse como una verdadera nación, se vieron forzados a emigrar a la Argentina, en búsqueda de mejores días, y aún hoy, siguen haciéndolo.
En definitiva Entre Ríos es un pueblo trabajador, colmado de historia, paradisiaco y de belleza incomparable, cuyo territorio provincial guarda en sus entrañas, una inmensa riqueza referida a fauna, flora, recursos piscícolas, mineros e hidrocarburíferos, incluido el gas, que hoy es el sostén de Bolivia.
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REFERENTES BIBLIOGRÁFICOS: Entre Ríos. Su Historia y Tradición, Juan De Dios Paz Echazú, Editorial Offset Universitaria, Tarija-Bolivia, Año 1983. Historia y Geografía de la Provincia O’Connor, Juan de Dios Paz Echazú, Editorial Codetar, Tarija, 1992. Historia de Tarija (Corpus Documental) Cristina Minutolo de Orsi, UAJMS, Tarija 1986. Entre Ríos en su Bicentenario, 1800-2000, Comisión Cultura H. Alcaldía Municipal de Entre Ríos,25 de agosto de 2000. Bicentenario del hermoso y simpático pueblo de Entre Ríos, Ing. José Paz Garzón, año 2000. 36 Etnias de Bolivia: Guaraníes, Periódico La Prensa, 7 de Diciembre 2008. Departamento de Tarija, División Político- Administrativa, Secciones de Provincia, Cantones y Comunidades, Fechas de Creación, Base Legal, Mapas, Jefatura de Gabinete y Secretaria Técnica del Despacho Prefectural, Prefectura del Departamento de Tarija, año 2009.