Todos Santos El día de difuntos
Esta costumbre se conserva como en todas partes del mundo dentro de nuestro calendario religioso. Antes, esta tradición tenía sus peculiaridades que ahora no existen. Se elaboraban muñecos y pastas de harina, adornados de todos colores, pintados con sustancia vegetal para que no sean...



Esta costumbre se conserva como en todas partes del mundo dentro de nuestro calendario religioso. Antes, esta tradición tenía sus peculiaridades que ahora no existen. Se elaboraban muñecos y pastas de harina, adornados de todos colores, pintados con sustancia vegetal para que no sean dañosos.
Los niños exigían este gasto a sus padres porque no dejaba de ser interesante verlos con sus pastas de masa prendidos con cintas en sus pechos. Habían algunas muy lindas con fruta confitada y otros ingredientes muy llamativos que portaban las niñas.
Las mencionadas pastas no duraban mucho tiempo, debido a la tentación de saciar el apetito.
Era gracioso ver chicos hasta de 10 años, con sus muñecos de masa llamados “turcos” de Todos Santos, elaborados con mucho arte y maestría:
Aquí cabe recordar también las “culumbias” que eran amarradas por los chicos con una soga a los gajos de los árboles y mecidos con impulso hasta alcanzar cierta altura y decían: “A sacar almas del Purgatorio”
Entre la gente del pueblo existía una costumbre que felizmente ha desaparecido, conservándola algunas familias muy supersticiosas, pero se puede decir como un caso excepcional. En el campo todavía se ve este ritual.
La noche de difuntos, los deudos de ellos acostumbraban reunirse con sus familias muy cercanas y proceder al “velatorio” de las prendas del extinto con un ceremonial muy cursi.
Se reunían los objetos personales del difunto y en especial su fotografía, lo que era motivo de recordación, colocando todo esto en forma dispersa en la habitación donde falleció y fueron velados sus restos mortales.
Se ponía en una mesa sin mantel: sillas, velas y flores. Igualmente se colocaban fuentes de comida especialmente: picantes, licor, cigarrillos, con sus copas y el servicio correspondiente. En la misma habitación por separado, en mesa aparte se colocaba la foto del finado con muchas flores.
Se sentaban los deudos en total silencio hasta horas once de la noche, tomando sus copetines y recordando la vida del ausente: sus costumbres, sus dichos y hechos, donde venía la “jimoteada”
A la hora indicada, salían los deudos a comentar en otra habitación, mientras esperaban la llegada de las almas. Mientras tanto, no faltaba un deudo “avivao” que se metía a la pieza del “velatorio” y a puerta cerrada movía todo lo existente. Se servía comida en los platos, licor en las copas; en fin todo resultaba un batifondo, dando la sensación de que alguien había entrado allí. Naturalmente el deudo “avivao” aprovechaba de lo lindo, tomando y comiendo “a sus anchas”.
Pasando esta intrículis, se abría la puerta del “velatorio” a las doce de la noche y entraban los dolientes, porque a esas horas las almas eran licenciadas para bajar del cielo o del infierno a visitar a sus familiares y echarle una “canita al aire”, a pesar que para ellas todo es posible, menos tener canas. ¡Esto es imaginativo...!
Pobrecitas, tenían derecho de regresar a ver a sus familiares, a sus amigos y enemigos.
El “avivao” que fue sorprendido y para salir del paso dice: “Pasen, ya es hora, las almas esperan y han llegado de Ultratumba, están sentadas, entren despacio”...
Entran los deudos, ¡Qué asombro! Un todo revuelto! La foto ladeada... De pronto dice el “avivao”: Vean cómo han comido, cómo han tomado y fumado? ¡Pobrecitas habían estado con unas atrasadas...!
La viuda llora y los lamentos abruman de dolor. Dice: Pobrecito, tan bueno que ha sido... Tanto le gustaba el ají de conejos con chuñuputi bien picante, con su chicha... Se fue mi maridito... Un ataque, traen éter, fricciones, gritos; mientras el “avivao” daba aire con un cedazo y replica: Parece estar mareada la señora... El mareado era él... ¡Canalla! Formar tanto lio.
Esta fiesta religiosa al igual que en otras partes, se circunscribía a ofrendar flores en las tumbas de los difuntos añorados.
Pasada esta visita al cementerio, se los recuerda con un poco de fiesta al caer la tarde del “día de almas”.
En el campo, aún sigue este ritual en casi todas las comarcas.
Las “ofrendas” son lo más típico e interesante en el campesino, especialmente cuando es “alma nueva”. El día de Todos Santos, primero de noviembre, preparan una habitación especial y en una mesa colocan los platos de comida que más le gustaba al finado: chicha, cigarrillos, coca y su buen cañazo o trago de uva negra, blanca, mistelas, etc. Al día siguiente, “día de almas”, se invita a los familiares y amigos del difunto; luego de rezar oraciones, los invitados levantan las llamadas “ofrendas” y también se obsequian a los acompañantes.
En casi todas las comarcas de la campiña tarijeña, los campesinos acostumbran elaborar las ricas chichas de maíz, en especial el “agua ’i anchi”, lo que más le gustaba al finado, para el “convite” a sus amistades festejando así la fiesta de Todos Santos.
El erque cantarino y la alegre camacheña, resuenan en todo el ambiente; allí se ve la típica rueda chapaca multicolor de mozas y mozos del valle cimbreándose airosos al compás de sus alegres instrumentos. También se puede apreciar las coplas chapacas cantadas con sentimiento en una tonada muy peculiar de esta fiesta; como éstas:
[gallery type="slideshow" size="full" ids="57846"]
Muerte desconsiderada
ya teas llevado a mi bien
teas llevado a quién queriya
carga conmigo también.
Quisiera ser pensamiento
para estar dentro de tí
para saber lo que piensas
cuando te acuerdas de mí.
El viento barre las nubes
y vuelve la claridad,
el nublado de mi pecho
con ningún viento se va.
Si lloro es de alegría,
si canto es de dolor,
por eso vivo cantando
como canta el ruiseñor.
Dámelo tu pañuelito
con el miyo serán dos,
para limpiarme los ojos
cuando yo llore por vos.
Yo quisiera ser colgado
como a muerto Villarroel
por defender a su Patria
recibió la muerte cruel.
Caramba que tiembla el mundo
se queja mi corazón,
tantas guerras y temblores
aumentan su aflicción.
Los ojos de mi negrita
se parecen a mis males,
negros como mi infortunio,
grandes como mis pesares.
Si supieran las estrellas
los tormentos de mi alma,
bajarían todas ellas
a devolverme la calma.
Hasta los árboles lloran
cuando se cayen sus hojas,
como no ’i de llorar yo
negrita cuando te enojas.
Arbolito te secaste
teniendo el agua al redor,
en el tronco la jirmeza
y en el cogollo la flor.
De tus ojos y los miyos
voy a formar un retrato,
de los miyos por humildes
y los tuyos por ingratos.
Sueño tengo, dormir quiero
árbol préstame tu sombra,
puede ser que con el tiempo
mi amor te lo corresponda.
Los niños exigían este gasto a sus padres porque no dejaba de ser interesante verlos con sus pastas de masa prendidos con cintas en sus pechos. Habían algunas muy lindas con fruta confitada y otros ingredientes muy llamativos que portaban las niñas.
Las mencionadas pastas no duraban mucho tiempo, debido a la tentación de saciar el apetito.
Era gracioso ver chicos hasta de 10 años, con sus muñecos de masa llamados “turcos” de Todos Santos, elaborados con mucho arte y maestría:
Aquí cabe recordar también las “culumbias” que eran amarradas por los chicos con una soga a los gajos de los árboles y mecidos con impulso hasta alcanzar cierta altura y decían: “A sacar almas del Purgatorio”
Entre la gente del pueblo existía una costumbre que felizmente ha desaparecido, conservándola algunas familias muy supersticiosas, pero se puede decir como un caso excepcional. En el campo todavía se ve este ritual.
La noche de difuntos, los deudos de ellos acostumbraban reunirse con sus familias muy cercanas y proceder al “velatorio” de las prendas del extinto con un ceremonial muy cursi.
Se reunían los objetos personales del difunto y en especial su fotografía, lo que era motivo de recordación, colocando todo esto en forma dispersa en la habitación donde falleció y fueron velados sus restos mortales.
Se ponía en una mesa sin mantel: sillas, velas y flores. Igualmente se colocaban fuentes de comida especialmente: picantes, licor, cigarrillos, con sus copas y el servicio correspondiente. En la misma habitación por separado, en mesa aparte se colocaba la foto del finado con muchas flores.
Se sentaban los deudos en total silencio hasta horas once de la noche, tomando sus copetines y recordando la vida del ausente: sus costumbres, sus dichos y hechos, donde venía la “jimoteada”
A la hora indicada, salían los deudos a comentar en otra habitación, mientras esperaban la llegada de las almas. Mientras tanto, no faltaba un deudo “avivao” que se metía a la pieza del “velatorio” y a puerta cerrada movía todo lo existente. Se servía comida en los platos, licor en las copas; en fin todo resultaba un batifondo, dando la sensación de que alguien había entrado allí. Naturalmente el deudo “avivao” aprovechaba de lo lindo, tomando y comiendo “a sus anchas”.
Pasando esta intrículis, se abría la puerta del “velatorio” a las doce de la noche y entraban los dolientes, porque a esas horas las almas eran licenciadas para bajar del cielo o del infierno a visitar a sus familiares y echarle una “canita al aire”, a pesar que para ellas todo es posible, menos tener canas. ¡Esto es imaginativo...!
Pobrecitas, tenían derecho de regresar a ver a sus familiares, a sus amigos y enemigos.
El “avivao” que fue sorprendido y para salir del paso dice: “Pasen, ya es hora, las almas esperan y han llegado de Ultratumba, están sentadas, entren despacio”...
Entran los deudos, ¡Qué asombro! Un todo revuelto! La foto ladeada... De pronto dice el “avivao”: Vean cómo han comido, cómo han tomado y fumado? ¡Pobrecitas habían estado con unas atrasadas...!
La viuda llora y los lamentos abruman de dolor. Dice: Pobrecito, tan bueno que ha sido... Tanto le gustaba el ají de conejos con chuñuputi bien picante, con su chicha... Se fue mi maridito... Un ataque, traen éter, fricciones, gritos; mientras el “avivao” daba aire con un cedazo y replica: Parece estar mareada la señora... El mareado era él... ¡Canalla! Formar tanto lio.
Esta fiesta religiosa al igual que en otras partes, se circunscribía a ofrendar flores en las tumbas de los difuntos añorados.
Pasada esta visita al cementerio, se los recuerda con un poco de fiesta al caer la tarde del “día de almas”.
En el campo, aún sigue este ritual en casi todas las comarcas.
Las “ofrendas” son lo más típico e interesante en el campesino, especialmente cuando es “alma nueva”. El día de Todos Santos, primero de noviembre, preparan una habitación especial y en una mesa colocan los platos de comida que más le gustaba al finado: chicha, cigarrillos, coca y su buen cañazo o trago de uva negra, blanca, mistelas, etc. Al día siguiente, “día de almas”, se invita a los familiares y amigos del difunto; luego de rezar oraciones, los invitados levantan las llamadas “ofrendas” y también se obsequian a los acompañantes.
En casi todas las comarcas de la campiña tarijeña, los campesinos acostumbran elaborar las ricas chichas de maíz, en especial el “agua ’i anchi”, lo que más le gustaba al finado, para el “convite” a sus amistades festejando así la fiesta de Todos Santos.
El erque cantarino y la alegre camacheña, resuenan en todo el ambiente; allí se ve la típica rueda chapaca multicolor de mozas y mozos del valle cimbreándose airosos al compás de sus alegres instrumentos. También se puede apreciar las coplas chapacas cantadas con sentimiento en una tonada muy peculiar de esta fiesta; como éstas:
[gallery type="slideshow" size="full" ids="57846"]
Muerte desconsiderada
ya teas llevado a mi bien
teas llevado a quién queriya
carga conmigo también.
Quisiera ser pensamiento
para estar dentro de tí
para saber lo que piensas
cuando te acuerdas de mí.
El viento barre las nubes
y vuelve la claridad,
el nublado de mi pecho
con ningún viento se va.
Si lloro es de alegría,
si canto es de dolor,
por eso vivo cantando
como canta el ruiseñor.
Dámelo tu pañuelito
con el miyo serán dos,
para limpiarme los ojos
cuando yo llore por vos.
Yo quisiera ser colgado
como a muerto Villarroel
por defender a su Patria
recibió la muerte cruel.
Caramba que tiembla el mundo
se queja mi corazón,
tantas guerras y temblores
aumentan su aflicción.
Los ojos de mi negrita
se parecen a mis males,
negros como mi infortunio,
grandes como mis pesares.
Si supieran las estrellas
los tormentos de mi alma,
bajarían todas ellas
a devolverme la calma.
Hasta los árboles lloran
cuando se cayen sus hojas,
como no ’i de llorar yo
negrita cuando te enojas.
Arbolito te secaste
teniendo el agua al redor,
en el tronco la jirmeza
y en el cogollo la flor.
De tus ojos y los miyos
voy a formar un retrato,
de los miyos por humildes
y los tuyos por ingratos.
Sueño tengo, dormir quiero
árbol préstame tu sombra,
puede ser que con el tiempo
mi amor te lo corresponda.