San Roque en Tarija
LA FUNDACIÓN OFICIAL EN TARIJA Repasando el pasado histórico de esta parte de nuestra geografía, recordemos que uno de los más importantes objetivos para la fundación de Tarija del 4 de julio de 1574 ha sido el de poner atajo a los grandes daños, robos y muertes que los avezados...



LA FUNDACIÓN OFICIAL EN TARIJA
Repasando el pasado histórico de esta parte de nuestra geografía, recordemos que uno de los más importantes objetivos para la fundación de Tarija del 4 de julio de 1574 ha sido el de poner atajo a los grandes daños, robos y muertes que los avezados chiriguanos asestaban, tanto a españoles como a los nativos de aquel hermoso valle tarijeño, los mismos que amenazaban también los alrededores de importantes centros poblados de la influyente Audiencia de Charcas.
En aquella época gobernaba, con las más amplias potestades y atribuciones esta inmensa región de la América del Sur, el notable y prestigioso organizador y administrador colonial don Francisco Álvarez de Toledo, Virrey del Perú.
Este extraordinario dignatario, que como ningún otro ha contribuido al establecimiento del poder español, estaba convencido que para cumplir a plenitud con la alta misión encomendada por el Rey Felipe VII era fundamental visitar, en persona, el vasto territorio a su cargo, para así poder percibir de cerca todos los requerimientos y necesidades económico-sociales de su extensa jurisdicción.
Para este objetivo, se iniciaron diálogos mediante emisarios enviados al Inca, con el fin de poder lograr la anhelada pacificación del reino. Gobernaba en ese entonces, desde la región de Vilcabamba (región sureña del actual Ecuador), el Inca Titu Cusi Yupanqui, monarca que conducía los destinos del ya caído Imperio, hijo ilegítimo de Manco Inca y sobrino carnal de Atahuallpa.
Además, al Virrey le informaron del enorme peligro que corrían las ciudades de La Plata, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, la ya llamada región del “Valle de Tarija” y las recientes ciudades que se venían fundando en el territorio del Tucumán, hostigadas día a día por los temibles Chiriguanos y los aguerridos Diaguitas, sintiendo una necesidad urgente, con su presencia, poner fin con estos excesos.
Los cinco años que duró su extenuante viaje, se inicia en la capital Lima, el 22 de octubre de 1570, rumbo a la acreditada Charcas, acompañado de un destacado grupo armado, con los hombres más sabios y conocedores del medio, conformado además, por una selecta comisión de asesores jurídicos y religiosos.
En los primeros dos años de su prolongado viaje, el Virrey recorrió los poblados sureños del actual Perú, hasta llegar al Cusco.
Sin tener conocimiento del fallecimiento del Monarca Inca Titu Cusi Yupanqui, ocasionado al parecer por una pulmonía, y que según sus allegados habría sido envenenado por los propios españoles, el Virrey Toledo envió una segunda misión de rutina, al mando del oficial Atiliano de Anaya, para continuar las negociaciones en pos de lograr un entendimiento en busca de la tranquilidad de todo el territorio.
El nuevo monarca incaico, Tupac Amaru I, hermano del fallecido, como represalia al supuesto
magnicidio, ordena la captura y muerte de Anaya, juntamente con toda la escolta que lo acompañaba. El encargado de cumplir aquella triste instrucción fue el general inca Curi Paucar.
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Cumplida esta orden y enterado el Virrey de tan infame actitud, el 14 de abril de 1572 declara formalmente la guerra contra el imperio Inca.
Se alista un ejército con una poderosa tropa constituida por 250 soldados españoles, 2.500 nativos, la mayoría de la etnia Cañaris (la que durante años guerreaban con odio contra los incas) y varias piezas de artillería. Mientras que Tupac Amaru I contaba con una aguerrida y bien disciplinada hueste de 2.000 hombres, quienes hacían correr la voz que entre sus heroicos integrantes practicaban el canibalismo.
Después de varios y duros enfrentamientos y pese a que las fuerzas españolas estuvieron a punto de ser arrolladas, los guerreros incas fueron doblegados. Tupac Amaru I es capturado y tras un corto juicio sumario con el agravante de “Haber roto la inviolable ley de respeto a los embajadores”, desoyendo las súplicas de numerosos clérigos que de rodillas pedían al Virrey enviar a Tupac Amaru I a España para ser juzgado, fue decapitado en la plaza de la ciudad de Cuzco, según algunos cronistas, el 24 de septiembre de 1572.
Es coincidente la aseveración de los historiadores indicando que, cuando el Virrey Toledo se alejó de su cargo, de regreso a España, el Rey Felipe II lo recibió con estas palabras: “Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a América a servir reyes, no a matarlos” refiriéndose a la irrazonable muerte de Tupac Amaru I. Aunque sabemos también que, los mismos historiadores consideran a Toledo como uno de los mejores Virreyes que tuvo el Virreinato del Perú.
Este censurado hecho y probablemente la única página negra de la eficiente “Administración Toledana”, ha marcado el paso del último monarca de la jerarquía incaica en América.
Aplacados los ánimos bélicos de la región, y continuando su viaje, el Virrey visitó las ciudades de La Paz y Potosí hasta llegar a la ciudad de La Plata, capital de la Audiencia de Charcas.
Durante este recorrido, los mismos curacas, es decir los jefes políticos y administrativos indígenas de las comunidades y pueblos a su paso, comunicaban a Toledo sobre el sistema de gobierno que reinaba en la región andina antes de la llegada de los españoles.
Ellos afirmaban que los incas habían dominado el territorio mediante un sistema autoritario y despótico. Además que, en consulta con varios destacados cronistas, tanto incas como españoles, respecto a la actuación de los gobiernos de aquel poderoso imperio, los informes demostraron que los Incas, que se decían Señores de esta gigantesca geografía desde tiempos inmemorables, fueron también advenedizos, como los españoles, y que las tierras las obtuvieron mediante guerras violentas y luchas sanguinarias.
De esta manera el Virrey estaba convencido que la presencia hispana en esta región americana era una “Conquista Libertadora” ante la dominación incaica y que la legítima autoridad superior, ahora le correspondía a la Corona de España.
Ya en la capital de Charcas, La Plata, Toledo recibió, nuevamente innumerables reportes de quejas de horror respecto al comportamiento de los también foráneos Chiriguanos, de quienes se conocía que acechaban los valles de Charcas.
Una fehaciente prueba de estos hechos es el conmovedor relato del padre mercedario Fray Diego de Porres, citado por don Federico Ávila, cuando don Luis de Fuentes desempeñaba el cargo de gobernador de Chichas, entre los años 1565 hasta poco antes de la oficial fundación de Tarija, donde señala lo siguiente:
“Habiendo ido varias veces a los Chichas con don Luís de Fuentes a adoctrinar a los Chiriguanos, ellos asaltaron las encomiendas(..) de los pobladores y que él mismo tuvo que salir de allí huyendo de los robos y muertes de aquellos, dejando a los Chichas tan oprimidos del temor que tienen a los Chiriguanos y que él mismo vio que les obligaron a tributarles con ropas, armas y alimentos, al extremo que dejan desnudos a hombres, mujeres y niños...”, más adelante agrega el clérigo: “Haber visto que los feroces selvícolas comían a los cristianos e indios de paz, habiendo él hallado ‘en sus ollas, manos y pies de indios y blancos’... Es verdad, dice conmovido el sacerdote que el principal manjar de los Chiriguanos es comer carne humana ”
En el libro “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile” escrito por el reconocido cronista y clérigo español Fray Reginaldo de Lizárraga (1545-1615), describe así éstos acontecimientos: “Días después de su llegada a la ciudad de La Plata, Toledo mandó reunir a los altos miembros de la Audiencia, al Cabildo Eclesiástico, a los prelados de las Órdenes y miembros del Ayuntamiento, juntamente con influyentes ciudadanos quienes, luego de un exhaustivo análisis sobre el inminente peligro que asechaba el comportamiento Chiriguano, se ordenó: “A fuego y sangre la guerra contra estos chiriguanos, declarándolos y dándolos por esclavos a todos cuantos en ella se rindiesen y prendiesen”. Es de hacer notar que, éste clérigo se encontraba en Chuquisaca cuando arribó allí el Virrey Toledo, el mismo que se opuso a la expedición que éste dirigió contra los chiriguanos.
Es así que, con la firme decisión de hacer cumplir a cabalidad aquella dura determinación, el propio Virrey, a la cabeza de un imponente y apuesto ejército, se internó en la selva por el pueblo de Tomina (en el actual departamento de Chuquisaca), rumbo a la inhóspita región del Chaco, en busca de los infieles Chiriguanos.
Por las características de tan augusto ejército, estimulados por su reciente éxito bélico ante los incas, este ingreso se asemejaba a una ostentosa parada militar victoriosa, digna de un faraón del antiguo Egipto o de aquellos formidables desplazamientos cesarianos del antiguo Imperio Romano.
Haciendo de punta de lanza, una atildada y equipada milicia, muy bien dotada en briosos corceles, acompañada de ágiles chasquis, encabezaba la caravana anunciando a su paso la proximidad de su majestad el Virrey Toledo.
Las inclemencias de la hostil naturaleza por la falta de agua, el insoportable calor y, como indicaba el propio virrey, “el polvo era tanto que cubría dos dedos el rostro de las gentes”, hicieron que el otrora gallardo destacamento fuera duramente afectado por terribles enfermedades del trópico. Los historiadores describen con enorme énfasis los padecimientos e infortunios sufridos por el propio Virrey quien fuera afectado por la parasitaria enfermedad del paludismo a tal grado que estuvo a punto de perder la vida. Recordemos que el paludismo o malaria no existía en América hasta que fue traída por los conquistadores europeos, durante el comercio trasatlántico de esclavos africanos en el siglo XVI.
Sin lograr el objetivo de escarmentar a aquellos infieles debido a estos inesperados sucesos, y sobresaltados por la debilitada salud del Virrey con el riesgo que corría su propia vida, después de ocho meses de extremados sacrificios, la misión tuvo que declinar, emprendiendo un apresurado retorno hacia el lugar de partida de la maltrecha expedición, la ciudad de La Plata.
Esta vez el regreso fue por el llamado “Valle de Tarija”, región por donde debía haber ingresado la misión, en razón a la facilidad de acceso más directo a la zona chaqueña.
Esta fracasada incursión hizo ver a Toledo que, en vez de ir en busca de los Chiriguanos recorriendo largas distancias por territorios agrestes, malsanos y desconocidos en pos de lograr aquella ansiada pacificación y evangelización de la zona, se imponía la necesidad de erigir una importante población cercana a aquel objetivo.
Es así que, al pasar por la generosa tierra del “Valle de Tarija”, el visionario Virrey percibió claramente la estratégica ubicación de esta fecunda región, camino intermedio a las dos zonas objetivo de aquella época, el Río de La Plata y Asunción del Paraguay.
Éstos los motivos para que la máxima autoridad virreinal determinara con apremiante decisión darle un carácter oficial a la fundación de la Villa de “San Bernardo de la Frontera de Tarija”, en cuyos apacibles parajes se encontraban asentados, tres décadas atrás, grupos de españoles en convivencia pacífica con los laboriosos agricultores indígenas de la región valluna, amenazados y atacados constantemente por los belicosos Chiriguanos.
La acertada decisión del virrey Francisco Álvarez de Toledo de fundar una villa fue cristalizada en tiempo perentorio, orden que es acatada con todas las formalidades de ley que regían en aquella época.
En cuanto se produjo la llegada del mermado destacamento Real a la ciudad de Charcas, el Virrey Francisco Álvarez de Toledo recibió sugerencias de algunos nombres que rechazaron la oferta para hacerse cargo de la apremiante y urgente fundación, debido al peligro Chiriguano.
Es con estos antecedentes que, por sugerencia del general Mosquera, militar muy allegado al Virrey, es que don Luis de Fuentes y Vargas se presentó aceptando la invitación, conociendo el enorme riesgo que representaba esta importante empresa. Fuentes y Vargas se caracterizaba por ser un personaje que no solo se había destacado como Corregidor de Chichas, sino que era un militar honrado, valiente y disponía de recursos suficientes para la fundación “a su costo”, pues gozaba de una importante solvencia económica, gracias a las propiedades que poseía en la región de Chichas y concesiones de varias minas en Potosí.
Después de varias pláticas y lograda una concertada “Capitulación”, en la ciudad de La Plata, el 22 de enero de 1574, el Virrey Toledo, de acuerdo a las formalidades de estilo, puso firma y sello de su propia mano a la Provisión Real correspondiente, en la que están plasmados todos los derechos y obligaciones de las partes.
Una vez comprobado, por altos funcionarios de la Audiencia, que el Capitán don Luis de Fuentes había cumplido con todos los puntos concertados en la Capitulación y de cerciorarse que los principales caballeros y soldados iban bien provistos y aderezados por cuenta del indicado capitán, acompañado de cincuenta españoles con algunas mujeres e hijos y una centena de aborígenes, el 16 de marzo de 1574 partió la caravana rumbo a la fundación de Tarija.
El 4 de julio de 1574, con todas las formalidades de ley, se funda la “Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija”.
Redactada el Acta de Fundación, tomaron posesión de sus cargos todo el personal del primer cabildo con los correspondientes alcaldes, regidores, un tesorero de la Real Hacienda y un escribano, todos ellos designados por el mismo Virrey.
Es así que, la Villa de “San Bernardo de la Frontera de Tarija” ha sido fundada con la más alta solemnidad exigida en aquella época, juntamente con las prerrogativas dadas a su fundador, don Luis de Fuentes y Vargas, quien ostentaba el título de Capitán General y Justicia Mayor de la Villa, con enormes atribuciones, y lo que es más aún, con las precisas instrucciones de uno de los virreyes más notables de la época colonial como ha sido don Francisco Álvarez de Toledo, quinto virrey del Perú, llamado “El Solón Americano” por su labor reformadora y legislativa.
Sin embargo, lo que sorprende es la extraordinaria visión de don Luis de Fuentes al aceptar el desafío de poblar una región apta, particularmente, para la agricultura y la ganadería, deshaciéndose y dejando atrás sus ricas minas de Potosí, sabiendo del peligro Chiriguano y de las enormes dificultades de todo género que tenía que vencer para llevar adelante su cometido. Se admira también a todo este grupo de fundadores que, en una época en que la gran mayoría de los conquistadores solo buscaban su enriquecimiento con el oro y la plata para señorear, tuvieron la visión de dirigir sus miradas al cultivo de la tierra, emporio y fuente del comercio y prosperidad de las naciones. Al parecer lo hicieron con el acertado pálpito de que la grandeza segura y permanente de los pueblos había que buscarla en la riqueza de los campos antes que en las veleidosas, insanas y efímeras minas.
Una de las terminantes disposiciones que había planteado el Virrey fue el de bautizar a la futura población con el nombre de “Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija”, puesto que este ilustre personaje colonial pertenecía y cooperaba con grandes obras a la cofradía de San Bernardo Abad, por ser “el Santo de su devoción y el abogado hidalgo que encarnaba el bien y la justicia”.
Una clara muestra del apego religioso a esta hermandad, cita don Federico Ávila al historiador Levelier, cuando este último da a conocer un manuscrito inédito de los vecinos de la población de Oropeza de la provincia de Toledo, España, refiriéndose al Virrey Toledo, que entre otras cosas indica: “Fundó los dos colegios de la Compañía de Jesús, y 33 colegios de San Bernardo”
Además, en aquel documento nos muestra que el Virrey pide textualmente: “Ser enterrado con el hábito de San Benito y San Bernardo, por pertenecer a estas cofradías”.
De ahí el atractivo de este noble caballero de inmortalizar aquel nombre de “San Bernardo” y que don Luis de Fuentes cumpliera su cometido con precisión y exactitud aquel 4 de julio de 1574.
Repasando el pasado histórico de esta parte de nuestra geografía, recordemos que uno de los más importantes objetivos para la fundación de Tarija del 4 de julio de 1574 ha sido el de poner atajo a los grandes daños, robos y muertes que los avezados chiriguanos asestaban, tanto a españoles como a los nativos de aquel hermoso valle tarijeño, los mismos que amenazaban también los alrededores de importantes centros poblados de la influyente Audiencia de Charcas.
En aquella época gobernaba, con las más amplias potestades y atribuciones esta inmensa región de la América del Sur, el notable y prestigioso organizador y administrador colonial don Francisco Álvarez de Toledo, Virrey del Perú.
Este extraordinario dignatario, que como ningún otro ha contribuido al establecimiento del poder español, estaba convencido que para cumplir a plenitud con la alta misión encomendada por el Rey Felipe VII era fundamental visitar, en persona, el vasto territorio a su cargo, para así poder percibir de cerca todos los requerimientos y necesidades económico-sociales de su extensa jurisdicción.
Para este objetivo, se iniciaron diálogos mediante emisarios enviados al Inca, con el fin de poder lograr la anhelada pacificación del reino. Gobernaba en ese entonces, desde la región de Vilcabamba (región sureña del actual Ecuador), el Inca Titu Cusi Yupanqui, monarca que conducía los destinos del ya caído Imperio, hijo ilegítimo de Manco Inca y sobrino carnal de Atahuallpa.
Además, al Virrey le informaron del enorme peligro que corrían las ciudades de La Plata, Potosí, Santa Cruz de la Sierra, la ya llamada región del “Valle de Tarija” y las recientes ciudades que se venían fundando en el territorio del Tucumán, hostigadas día a día por los temibles Chiriguanos y los aguerridos Diaguitas, sintiendo una necesidad urgente, con su presencia, poner fin con estos excesos.
Los cinco años que duró su extenuante viaje, se inicia en la capital Lima, el 22 de octubre de 1570, rumbo a la acreditada Charcas, acompañado de un destacado grupo armado, con los hombres más sabios y conocedores del medio, conformado además, por una selecta comisión de asesores jurídicos y religiosos.
En los primeros dos años de su prolongado viaje, el Virrey recorrió los poblados sureños del actual Perú, hasta llegar al Cusco.
Sin tener conocimiento del fallecimiento del Monarca Inca Titu Cusi Yupanqui, ocasionado al parecer por una pulmonía, y que según sus allegados habría sido envenenado por los propios españoles, el Virrey Toledo envió una segunda misión de rutina, al mando del oficial Atiliano de Anaya, para continuar las negociaciones en pos de lograr un entendimiento en busca de la tranquilidad de todo el territorio.
El nuevo monarca incaico, Tupac Amaru I, hermano del fallecido, como represalia al supuesto
magnicidio, ordena la captura y muerte de Anaya, juntamente con toda la escolta que lo acompañaba. El encargado de cumplir aquella triste instrucción fue el general inca Curi Paucar.
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Cumplida esta orden y enterado el Virrey de tan infame actitud, el 14 de abril de 1572 declara formalmente la guerra contra el imperio Inca.
Se alista un ejército con una poderosa tropa constituida por 250 soldados españoles, 2.500 nativos, la mayoría de la etnia Cañaris (la que durante años guerreaban con odio contra los incas) y varias piezas de artillería. Mientras que Tupac Amaru I contaba con una aguerrida y bien disciplinada hueste de 2.000 hombres, quienes hacían correr la voz que entre sus heroicos integrantes practicaban el canibalismo.
Después de varios y duros enfrentamientos y pese a que las fuerzas españolas estuvieron a punto de ser arrolladas, los guerreros incas fueron doblegados. Tupac Amaru I es capturado y tras un corto juicio sumario con el agravante de “Haber roto la inviolable ley de respeto a los embajadores”, desoyendo las súplicas de numerosos clérigos que de rodillas pedían al Virrey enviar a Tupac Amaru I a España para ser juzgado, fue decapitado en la plaza de la ciudad de Cuzco, según algunos cronistas, el 24 de septiembre de 1572.
Es coincidente la aseveración de los historiadores indicando que, cuando el Virrey Toledo se alejó de su cargo, de regreso a España, el Rey Felipe II lo recibió con estas palabras: “Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a América a servir reyes, no a matarlos” refiriéndose a la irrazonable muerte de Tupac Amaru I. Aunque sabemos también que, los mismos historiadores consideran a Toledo como uno de los mejores Virreyes que tuvo el Virreinato del Perú.
Este censurado hecho y probablemente la única página negra de la eficiente “Administración Toledana”, ha marcado el paso del último monarca de la jerarquía incaica en América.
Aplacados los ánimos bélicos de la región, y continuando su viaje, el Virrey visitó las ciudades de La Paz y Potosí hasta llegar a la ciudad de La Plata, capital de la Audiencia de Charcas.
Durante este recorrido, los mismos curacas, es decir los jefes políticos y administrativos indígenas de las comunidades y pueblos a su paso, comunicaban a Toledo sobre el sistema de gobierno que reinaba en la región andina antes de la llegada de los españoles.
Ellos afirmaban que los incas habían dominado el territorio mediante un sistema autoritario y despótico. Además que, en consulta con varios destacados cronistas, tanto incas como españoles, respecto a la actuación de los gobiernos de aquel poderoso imperio, los informes demostraron que los Incas, que se decían Señores de esta gigantesca geografía desde tiempos inmemorables, fueron también advenedizos, como los españoles, y que las tierras las obtuvieron mediante guerras violentas y luchas sanguinarias.
De esta manera el Virrey estaba convencido que la presencia hispana en esta región americana era una “Conquista Libertadora” ante la dominación incaica y que la legítima autoridad superior, ahora le correspondía a la Corona de España.
Ya en la capital de Charcas, La Plata, Toledo recibió, nuevamente innumerables reportes de quejas de horror respecto al comportamiento de los también foráneos Chiriguanos, de quienes se conocía que acechaban los valles de Charcas.
Una fehaciente prueba de estos hechos es el conmovedor relato del padre mercedario Fray Diego de Porres, citado por don Federico Ávila, cuando don Luis de Fuentes desempeñaba el cargo de gobernador de Chichas, entre los años 1565 hasta poco antes de la oficial fundación de Tarija, donde señala lo siguiente:
“Habiendo ido varias veces a los Chichas con don Luís de Fuentes a adoctrinar a los Chiriguanos, ellos asaltaron las encomiendas(..) de los pobladores y que él mismo tuvo que salir de allí huyendo de los robos y muertes de aquellos, dejando a los Chichas tan oprimidos del temor que tienen a los Chiriguanos y que él mismo vio que les obligaron a tributarles con ropas, armas y alimentos, al extremo que dejan desnudos a hombres, mujeres y niños...”, más adelante agrega el clérigo: “Haber visto que los feroces selvícolas comían a los cristianos e indios de paz, habiendo él hallado ‘en sus ollas, manos y pies de indios y blancos’... Es verdad, dice conmovido el sacerdote que el principal manjar de los Chiriguanos es comer carne humana ”
En el libro “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile” escrito por el reconocido cronista y clérigo español Fray Reginaldo de Lizárraga (1545-1615), describe así éstos acontecimientos: “Días después de su llegada a la ciudad de La Plata, Toledo mandó reunir a los altos miembros de la Audiencia, al Cabildo Eclesiástico, a los prelados de las Órdenes y miembros del Ayuntamiento, juntamente con influyentes ciudadanos quienes, luego de un exhaustivo análisis sobre el inminente peligro que asechaba el comportamiento Chiriguano, se ordenó: “A fuego y sangre la guerra contra estos chiriguanos, declarándolos y dándolos por esclavos a todos cuantos en ella se rindiesen y prendiesen”. Es de hacer notar que, éste clérigo se encontraba en Chuquisaca cuando arribó allí el Virrey Toledo, el mismo que se opuso a la expedición que éste dirigió contra los chiriguanos.
Es así que, con la firme decisión de hacer cumplir a cabalidad aquella dura determinación, el propio Virrey, a la cabeza de un imponente y apuesto ejército, se internó en la selva por el pueblo de Tomina (en el actual departamento de Chuquisaca), rumbo a la inhóspita región del Chaco, en busca de los infieles Chiriguanos.
Por las características de tan augusto ejército, estimulados por su reciente éxito bélico ante los incas, este ingreso se asemejaba a una ostentosa parada militar victoriosa, digna de un faraón del antiguo Egipto o de aquellos formidables desplazamientos cesarianos del antiguo Imperio Romano.
Haciendo de punta de lanza, una atildada y equipada milicia, muy bien dotada en briosos corceles, acompañada de ágiles chasquis, encabezaba la caravana anunciando a su paso la proximidad de su majestad el Virrey Toledo.
Las inclemencias de la hostil naturaleza por la falta de agua, el insoportable calor y, como indicaba el propio virrey, “el polvo era tanto que cubría dos dedos el rostro de las gentes”, hicieron que el otrora gallardo destacamento fuera duramente afectado por terribles enfermedades del trópico. Los historiadores describen con enorme énfasis los padecimientos e infortunios sufridos por el propio Virrey quien fuera afectado por la parasitaria enfermedad del paludismo a tal grado que estuvo a punto de perder la vida. Recordemos que el paludismo o malaria no existía en América hasta que fue traída por los conquistadores europeos, durante el comercio trasatlántico de esclavos africanos en el siglo XVI.
Sin lograr el objetivo de escarmentar a aquellos infieles debido a estos inesperados sucesos, y sobresaltados por la debilitada salud del Virrey con el riesgo que corría su propia vida, después de ocho meses de extremados sacrificios, la misión tuvo que declinar, emprendiendo un apresurado retorno hacia el lugar de partida de la maltrecha expedición, la ciudad de La Plata.
Esta vez el regreso fue por el llamado “Valle de Tarija”, región por donde debía haber ingresado la misión, en razón a la facilidad de acceso más directo a la zona chaqueña.
Esta fracasada incursión hizo ver a Toledo que, en vez de ir en busca de los Chiriguanos recorriendo largas distancias por territorios agrestes, malsanos y desconocidos en pos de lograr aquella ansiada pacificación y evangelización de la zona, se imponía la necesidad de erigir una importante población cercana a aquel objetivo.
Es así que, al pasar por la generosa tierra del “Valle de Tarija”, el visionario Virrey percibió claramente la estratégica ubicación de esta fecunda región, camino intermedio a las dos zonas objetivo de aquella época, el Río de La Plata y Asunción del Paraguay.
Éstos los motivos para que la máxima autoridad virreinal determinara con apremiante decisión darle un carácter oficial a la fundación de la Villa de “San Bernardo de la Frontera de Tarija”, en cuyos apacibles parajes se encontraban asentados, tres décadas atrás, grupos de españoles en convivencia pacífica con los laboriosos agricultores indígenas de la región valluna, amenazados y atacados constantemente por los belicosos Chiriguanos.
La acertada decisión del virrey Francisco Álvarez de Toledo de fundar una villa fue cristalizada en tiempo perentorio, orden que es acatada con todas las formalidades de ley que regían en aquella época.
En cuanto se produjo la llegada del mermado destacamento Real a la ciudad de Charcas, el Virrey Francisco Álvarez de Toledo recibió sugerencias de algunos nombres que rechazaron la oferta para hacerse cargo de la apremiante y urgente fundación, debido al peligro Chiriguano.
Es con estos antecedentes que, por sugerencia del general Mosquera, militar muy allegado al Virrey, es que don Luis de Fuentes y Vargas se presentó aceptando la invitación, conociendo el enorme riesgo que representaba esta importante empresa. Fuentes y Vargas se caracterizaba por ser un personaje que no solo se había destacado como Corregidor de Chichas, sino que era un militar honrado, valiente y disponía de recursos suficientes para la fundación “a su costo”, pues gozaba de una importante solvencia económica, gracias a las propiedades que poseía en la región de Chichas y concesiones de varias minas en Potosí.
Después de varias pláticas y lograda una concertada “Capitulación”, en la ciudad de La Plata, el 22 de enero de 1574, el Virrey Toledo, de acuerdo a las formalidades de estilo, puso firma y sello de su propia mano a la Provisión Real correspondiente, en la que están plasmados todos los derechos y obligaciones de las partes.
Una vez comprobado, por altos funcionarios de la Audiencia, que el Capitán don Luis de Fuentes había cumplido con todos los puntos concertados en la Capitulación y de cerciorarse que los principales caballeros y soldados iban bien provistos y aderezados por cuenta del indicado capitán, acompañado de cincuenta españoles con algunas mujeres e hijos y una centena de aborígenes, el 16 de marzo de 1574 partió la caravana rumbo a la fundación de Tarija.
El 4 de julio de 1574, con todas las formalidades de ley, se funda la “Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija”.
Redactada el Acta de Fundación, tomaron posesión de sus cargos todo el personal del primer cabildo con los correspondientes alcaldes, regidores, un tesorero de la Real Hacienda y un escribano, todos ellos designados por el mismo Virrey.
Es así que, la Villa de “San Bernardo de la Frontera de Tarija” ha sido fundada con la más alta solemnidad exigida en aquella época, juntamente con las prerrogativas dadas a su fundador, don Luis de Fuentes y Vargas, quien ostentaba el título de Capitán General y Justicia Mayor de la Villa, con enormes atribuciones, y lo que es más aún, con las precisas instrucciones de uno de los virreyes más notables de la época colonial como ha sido don Francisco Álvarez de Toledo, quinto virrey del Perú, llamado “El Solón Americano” por su labor reformadora y legislativa.
Sin embargo, lo que sorprende es la extraordinaria visión de don Luis de Fuentes al aceptar el desafío de poblar una región apta, particularmente, para la agricultura y la ganadería, deshaciéndose y dejando atrás sus ricas minas de Potosí, sabiendo del peligro Chiriguano y de las enormes dificultades de todo género que tenía que vencer para llevar adelante su cometido. Se admira también a todo este grupo de fundadores que, en una época en que la gran mayoría de los conquistadores solo buscaban su enriquecimiento con el oro y la plata para señorear, tuvieron la visión de dirigir sus miradas al cultivo de la tierra, emporio y fuente del comercio y prosperidad de las naciones. Al parecer lo hicieron con el acertado pálpito de que la grandeza segura y permanente de los pueblos había que buscarla en la riqueza de los campos antes que en las veleidosas, insanas y efímeras minas.
Una de las terminantes disposiciones que había planteado el Virrey fue el de bautizar a la futura población con el nombre de “Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija”, puesto que este ilustre personaje colonial pertenecía y cooperaba con grandes obras a la cofradía de San Bernardo Abad, por ser “el Santo de su devoción y el abogado hidalgo que encarnaba el bien y la justicia”.
Una clara muestra del apego religioso a esta hermandad, cita don Federico Ávila al historiador Levelier, cuando este último da a conocer un manuscrito inédito de los vecinos de la población de Oropeza de la provincia de Toledo, España, refiriéndose al Virrey Toledo, que entre otras cosas indica: “Fundó los dos colegios de la Compañía de Jesús, y 33 colegios de San Bernardo”
Además, en aquel documento nos muestra que el Virrey pide textualmente: “Ser enterrado con el hábito de San Benito y San Bernardo, por pertenecer a estas cofradías”.
De ahí el atractivo de este noble caballero de inmortalizar aquel nombre de “San Bernardo” y que don Luis de Fuentes cumpliera su cometido con precisión y exactitud aquel 4 de julio de 1574.