Wallparrimachi, poeta Quechua
En la época de colegial memoricé unos versos que la profesora de literatura hizo conocer en sus clases, los mismos que tuvieron mucho encanto en el alma soñadora que me habitaba aquel lejano tiempo: Paloma del alma, verdad es que dices que a tierras extrañas por siempre te vas? Echando...



En la época de colegial memoricé unos versos que la profesora de literatura hizo conocer en sus clases, los mismos que tuvieron mucho encanto en el alma soñadora que me habitaba aquel lejano tiempo:
Paloma del alma,
verdad es que dices
que a tierras extrañas
por siempre te vas?
Echando al olvido
las horas felices,
¿es cierto que jamás volverás…?
Estos eufónicos versos, traducidos del quechua al castellano por el investigador Jesús Lara, fueron escritos ¡quién lo diría! por uno de los integrantes de la guerrilla que en tierras del Alto Perú, hoy pertenecientes a Bolivia, combatió a los españoles al mando de los esposos Miguel Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla, heroína nimbada de gloria en los anales patrios y aún en territorio argentino, a quien se la admira debido a su arrojo y valentía de amazona que dejó todo para edificar una patria libre y soberana.
El autor no fue otro que Juan Wallparrimachi (1793-1814), voluntario de origen indígena que se plegó a la resistencia junto a centenares de personas de su misma condición, armado él, según se sabe, de una honda tejida de lana con la que arrojaba piedras a las fuerzas armadas de la corona ibérica, cual David redivivo frente al gigante Goliat del precepto bíblico. Murió demasiado joven y quizás, de haber continuado con vida, en el sosiego de la paz y una vez cesado el furor del combate su estro poético pudo ofrecer mucho más a las letras nacionales. Por simple curiosidad apuntemos que Juan, pupilo de doña Juana, fue menor con doce años que ella.
En su libro Literatura de Bolivia, compendio histórico, Carlos Castañón Barrientos asevera que el joven poeta sufría un “tremendo dolor, resultante de que la mujer que amaba había sido poco tiempo atrás cruelmente alejada de su lado”. Este y no otro es el origen de la inspiración de tan sentidos versos, que el autor no los transcribe por razones que ignoramos. La musa respondía al nombre de Vicenta Quiroz y, según esta misma fuente documental, una decena de poemas de este vate llegaron hasta nuestros días; habiéndose perdido posiblemente muchos otros por falta de continuidad en la tradición oral y limitaciones materiales en el área rural de aquella época, acotamos de nuestra parte.
¿Cuántos bardos, inspirados en temas vivenciales, quedaron en el olvido o el anonimato por la lejanía e incomodidades en el tiempo? Sin lugar a dudas muchos, muchísimos, porque con el caso analizado de Juan Wallparimachi está demostrado que no se requiere de erudición o de estudios realizados para hacer poesía, o escribir lo que recibe y siente el corazón ante los avatares de la existencia. El contacto con la Naturaleza en toda época sirvió de inspiración, tal cual nuestro poeta quechua lo hizo amén de la temática amatoria, facetas que gravitaron en su producción de modo admirable.
Otro poema que recoge el crítico literario Castañón Barrientos, considerado el sucesor de Juan Quirós en este campo especializado y de alta responsabilidad, se encuentra dedicado a la madre, calificándolo de un “impresionante tono elegíaco. La tristeza está empapada en elementos acuosos y líquidos. Como las lágrimas y el llanto, la lluvia, un lago de sangre, el río al que, en su desesperación, se ha arrojado para morir, y la nube, esto es el agua en estado vaporoso”. Veamos estos detalles en la materia analítica que desarrolla el autor:
Será tal vez el llanto de mi madre
que viene en lluvia convertido.
- - -
Lloré más harto que la fuente.
- - -
Mis propias lágrimas bebí.
- - -
Pero el agua me echó a la orilla.
- - -
Si ella viera mi corazón,
cómo nada en lago de sangre.
Es de lamentar que Carlos Castañón Barrientos no hubiese transcrito la totalidad del poema a la madre escrito por el guerrillero de la independencia Juan Wallparimachi, para poder apreciar en su versión original el texto poético; temática en la que han abundado poetas y escritores bolivianos y naturalmente de todo el mundo, trasuntando ese inmenso sentimiento de admiración y respeto que los seres humanos sentimos por la madre que nos dio la vida, amor, protección y amparo.
Para cerrar estos apuntes, preguntémonos: ¿qué método de trabajo literario pudo tener un campesino del valle sureño…? ¿Utilizar papel y lápiz, en aquellos años del mil ochocientos, en el área rural dónde apenas había escuela?, ¿o sólo confiar en la memoria? En lo personal creemos en esta última posibilidad, en la que el campesino, como preferimos llamar a Juan Wallparrimachi (y no indio según otros escritores), joven inquieto y sentimental, se constituyó en verdadero rapsoda que fue divulgando sus composiciones. El trato con sus semejantes, sean comunarios, vecinos o parientes, a través de la tradición oral debió encargarse de que pervivan en el tiempo. No hay otra opción válida.
Paloma del alma,
verdad es que dices
que a tierras extrañas
por siempre te vas?
Echando al olvido
las horas felices,
¿es cierto que jamás volverás…?
Estos eufónicos versos, traducidos del quechua al castellano por el investigador Jesús Lara, fueron escritos ¡quién lo diría! por uno de los integrantes de la guerrilla que en tierras del Alto Perú, hoy pertenecientes a Bolivia, combatió a los españoles al mando de los esposos Miguel Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla, heroína nimbada de gloria en los anales patrios y aún en territorio argentino, a quien se la admira debido a su arrojo y valentía de amazona que dejó todo para edificar una patria libre y soberana.
El autor no fue otro que Juan Wallparrimachi (1793-1814), voluntario de origen indígena que se plegó a la resistencia junto a centenares de personas de su misma condición, armado él, según se sabe, de una honda tejida de lana con la que arrojaba piedras a las fuerzas armadas de la corona ibérica, cual David redivivo frente al gigante Goliat del precepto bíblico. Murió demasiado joven y quizás, de haber continuado con vida, en el sosiego de la paz y una vez cesado el furor del combate su estro poético pudo ofrecer mucho más a las letras nacionales. Por simple curiosidad apuntemos que Juan, pupilo de doña Juana, fue menor con doce años que ella.
En su libro Literatura de Bolivia, compendio histórico, Carlos Castañón Barrientos asevera que el joven poeta sufría un “tremendo dolor, resultante de que la mujer que amaba había sido poco tiempo atrás cruelmente alejada de su lado”. Este y no otro es el origen de la inspiración de tan sentidos versos, que el autor no los transcribe por razones que ignoramos. La musa respondía al nombre de Vicenta Quiroz y, según esta misma fuente documental, una decena de poemas de este vate llegaron hasta nuestros días; habiéndose perdido posiblemente muchos otros por falta de continuidad en la tradición oral y limitaciones materiales en el área rural de aquella época, acotamos de nuestra parte.
¿Cuántos bardos, inspirados en temas vivenciales, quedaron en el olvido o el anonimato por la lejanía e incomodidades en el tiempo? Sin lugar a dudas muchos, muchísimos, porque con el caso analizado de Juan Wallparimachi está demostrado que no se requiere de erudición o de estudios realizados para hacer poesía, o escribir lo que recibe y siente el corazón ante los avatares de la existencia. El contacto con la Naturaleza en toda época sirvió de inspiración, tal cual nuestro poeta quechua lo hizo amén de la temática amatoria, facetas que gravitaron en su producción de modo admirable.
Otro poema que recoge el crítico literario Castañón Barrientos, considerado el sucesor de Juan Quirós en este campo especializado y de alta responsabilidad, se encuentra dedicado a la madre, calificándolo de un “impresionante tono elegíaco. La tristeza está empapada en elementos acuosos y líquidos. Como las lágrimas y el llanto, la lluvia, un lago de sangre, el río al que, en su desesperación, se ha arrojado para morir, y la nube, esto es el agua en estado vaporoso”. Veamos estos detalles en la materia analítica que desarrolla el autor:
Será tal vez el llanto de mi madre
que viene en lluvia convertido.
- - -
Lloré más harto que la fuente.
- - -
Mis propias lágrimas bebí.
- - -
Pero el agua me echó a la orilla.
- - -
Si ella viera mi corazón,
cómo nada en lago de sangre.
Es de lamentar que Carlos Castañón Barrientos no hubiese transcrito la totalidad del poema a la madre escrito por el guerrillero de la independencia Juan Wallparimachi, para poder apreciar en su versión original el texto poético; temática en la que han abundado poetas y escritores bolivianos y naturalmente de todo el mundo, trasuntando ese inmenso sentimiento de admiración y respeto que los seres humanos sentimos por la madre que nos dio la vida, amor, protección y amparo.
Para cerrar estos apuntes, preguntémonos: ¿qué método de trabajo literario pudo tener un campesino del valle sureño…? ¿Utilizar papel y lápiz, en aquellos años del mil ochocientos, en el área rural dónde apenas había escuela?, ¿o sólo confiar en la memoria? En lo personal creemos en esta última posibilidad, en la que el campesino, como preferimos llamar a Juan Wallparrimachi (y no indio según otros escritores), joven inquieto y sentimental, se constituyó en verdadero rapsoda que fue divulgando sus composiciones. El trato con sus semejantes, sean comunarios, vecinos o parientes, a través de la tradición oral debió encargarse de que pervivan en el tiempo. No hay otra opción válida.