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Del libro: “Historia de Tarija Tomo II” de Edgar Ávila Echazú. Introducción

Una Necesaria Rectificación sobre la Historia de Tarija y Bolivia.- Antes de proseguir la relación de los sucesos más importantes del siglo XIX en Tarija, es preciso insistir en un análisis, aunque sea somero, de ciertas causas que los iluminan, para así poder ver en ellos qué aspectos y...

Cántaro
  • Edgar Ávila Echazú
  • 15/07/2018 00:00
Del libro: “Historia de Tarija Tomo II” de  Edgar Ávila Echazú.      Introducción
Edgar-Ávila-E.
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Una Necesaria Rectificación sobre la Historia de Tarija y Bolivia.-
Antes de proseguir la relación de los sucesos más importantes del siglo XIX en Tarija, es preciso insistir en un análisis, aunque sea somero, de ciertas causas que los iluminan, para así poder ver en ellos qué aspectos y qué señales todavía gravitan en las actividades de nuestra sociedad contemporánea; o, más concretamente, en la exposición de este Segundo Tomo de la Historia de Tarija. Ya que, al fin y al cabo, en eso consiste uno de los principales objetivos del historiador; que para adentrarse en las nieblas del tiempo, se requiere de una visión lúcida que desvele de esas sombras todo aquello a medias manifestado y, muchas veces, ocultado a propósito; y, asimismo, no suficientemente comprendido en el revoltijo de las acciones individuales y colectivas. Accionar ese en el que se debe buscar los porqués de determinados acontecimientos de la vida social, jurídica, económica y cultural de una región. Para lo que nos interesa ahora, veamos lo siguiente.
Causas de la Emancipación en el Virreinato del Rio de la Plata
La mayoría de los historiadores bolivianos que han escrito sobre el proceso emancipador, así como muchos investigadores norteamericanos y europeos que denominaron a esos sucesos como “Guerra de la Independencia” y “Revolución libertadora del poder colonial español”, afirmaron que sus principales causas fueron de carácter político y social: el abuso de los administradores “coloniales”, su prepotencia discriminadora social y la escasa atención a los problemas nacidos de un “estancamiento” del progreso económico, así como también el “obscurantismo cultural”, poco menos que empañado por la Iglesia, y una ominosa segregación de las masas indígenas que se convirtió en la justificación de los levantamientos y rebeldías de 1780 - 82 y de otros pronunciamientos indio-mestizos anteriores.
Algunos analistas apegados a un marxismo mecanicista y a un idealizante nacionalismo, señalaron, sin mucho rigor en el uso de las fuentes documentales, los móviles estrictamente económicos que aclaraban las relaciones de la llamada “sociedad colonial” de fines del siglo XVII: las crisis de la minería potosina y de la producción agrícola-ganadera, achacándolas a la irracional explotación del Cerro Rico y a la inhumana explotación esclavista de la mita; basados en una lectura no siempre acuciosa de la “Guía histórica, geográfica, física, política, civil y legal del Gobierno de Intendencia de la Provincia de Potosí”, obra pionera de Pedro Vicente Cañete y Domínguez, por su visionaria ejemplarización de las causas de aquellas crisis. Debemos agradecerle al profesor Tibor Witmán sus definitorios aportes revalorizadores no solamente de este escrito, sino de su mismo autor, amén de otras dilucidaciones históricas expuestas en sus “Estudios históricos sobre Bolivia”; contribuciones esas que, pese a su brevedad, no han debido ser ni son del agrado de muchos, porque echan al traste varios mitos de nuestra historia. De lo expuesto por Witmán nos valemos para las siguientes precisiones aparte de otros escritos que iremos enumerando.
En el capítulo XIV del Primer Tomo hemos dicho que, desde las medidas liberadoras del comercio entre España y los virreinatos americanos, y entre éstos y otros países entonces aliados con España, específicamente en el virreinato del Río de la Plata, se dio un desarrollo económico sorprendente, en la explotación minera y en el comercio manufacturero y agrícola-ganadero, acorde con una evolución social-política y cultural notable. Todo ello gracias a las disposiciones gubernamentales del rey Carlos III y de sus ministros; medidas que, naturalmente, se producen con el impulso mismo de los adelantos científicos de fines del siglo XVIII que, de una u otra forma, se originan en las ideas de la famosa Ilustración. Los cambios sociales y políticos a los que hacemos referencia, se manifiestan en los virreinatos americanos con las propias peculiaridades de su especial proceso histórico; como vienen a ser, por ejemplo, el ascenso de los criollos y mestizos progresistas que por sus méritos intelectuales y por su gravitación económica ocupan cargos directivos de la administración que hasta hacía poco les estaban vedados, salvo unas cuantas excepciones como las de ciertas dignidades eclesiásticas. Al lado de esas transformaciones, se evidencia un desarrollo urbanístico admirable unido al auge de las creaciones artísticas, que en su mayoría fueron auspiciadas por los virreyes y las jerarquías burocráticas, así como por la Iglesia misma. Tal el caso más conocido de la Villa Imperial de Potosí. Algo fundamental para esa eclosión económica: la construcción de caminos, y el mejoramiento de algunas vías ya utilizadas por los gobernantes quechuas incas.
Este cuadro se ennegrece, claro está, con una inhumana explotación de la mano de obra mitaya, desde 1600 a 1750, sobre todo; años en que se imponen las leyes forzosas semejantes a las antiguas de la mita incaica; a las que se unían los abusos en los procedimientos de exportación de los minerales y de otros productos; exacciones documentadas en los informes de la época.
Los principales ejecutores de esas tropelías fueron los tristemente célebres corregidores y sus subalternos que tenían una relación constante con los comerciantes, tenderos, artesanos y contrabandistas de Potosí, La Paz y Cochabamba. Dichos contrabandistas realizaban sus ilegales actividades por los senderos y caminos que conducían al Río de la Plata, vía Tarija, Salta, Jujuy y Tucumán.
Los corregidores fueron también, en los tiempos de la fundación de las villas, los Alcaldes Mayores en los Cabildos de ellas. Su principal deber era el de cuidar el buen trato a los nuevos vasallos indios, hacer visitas a sus comunidades y a todos los pueblos de sus jurisdicciones. Se los nombraba, a igual que a los virreyes, por expresos documentos reales en las principales ciudades, y por el respectivo Virrey en los territorios de sus gobernaciones; exigiéndoseles no ser vecinos de esos lugares, encomenderos o parientes de las demás autoridades. ¿No era ésta una ejemplar medida poco menos que democrática? Pero al lado de tal sabiduría legal, se permitió una cierta corrupción de tales corregidores, cuando se da el acelerado crecimiento de algunas ciudades. Así ocurrió en Charcas, Potosí y La Paz; donde esos funcionarios se encargaban del cobro de los tributos y del suministro de las provisiones.
¿Cuál era la procedencia social de estos corregidores a fines del siglo XVIII? En su mayoría eran criollos y mestizos ricos de las ciudades y de algunas villas. ¿Y cómo así esos mestizos adquirieron tales riquezas; y los criollos un inobjetable poder en la administración virreinal? Simplemente, mediante sus manejos corruptos: a espaldas de las autoridades primero y, luego, con el disimulado visto bueno de ellas. Algo más. Esa corrupción sostenida por los métodos de la opresión exaccionista, fue posible también por la complicidad depravada de los curacas indios. Estos tenían la potestad de regular las levas de los mitayos. Determinaban cuántos jóvenes de su ayllus debían concurrir al laboreo minero; muchas veces como compensación de tributos o, en la práctica quedándose con una parte considerable de la paga obligatoria de los mineros a los mitayos. Sin eufemismos: los curacas dirigían, reglamentaban y mantenían el trabajo casi esclavo de sus propias gentes. Y, al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus relaciones con los corregidores y mineros, contribuían al contrabando comprando lo que estos les vendían, para, a su vez, vender manufacturas a los comunarios; aparte de incitar a las tareas de los “Ckacchas” o ladrones de metales. Compra y venta de vestimentas, comestibles, materiales de trabajo y, lo increíble, grandes cantidades de alcohol para sus festividades religiosas ancestrales; todo eso añadido a sus beneficios del control de la mano de obra mitaya, constituían los lazos que unían a los curacas con los corregidores criollos y mestizos.
Ese mundo de complicidades y sobornos fue el sustrato movedizo de la inestabilidad social y de los consecuentes trastornos político-económicos que tenían que confluir, primero, en los levantamientos y rebeldías precursoras del ya irreversible proceso de emancipación, que tiene como protagonistas precisamente a los criollos y mestizos ricos de Charcas y Potosí. Los mestizos, como es sabido, afianzaron su ascenso e importancia política y económica de forma parecida a la de los criollos que, además, gozaban de algunos privilegios sociales de vieja data; y, aunque no se lo quiera admitir aún, con la implicación de los curacas. ¿Cómo así? Adquiriendo tierras más o menos improductivas de los ayllus. Improductivas por la indolencia de los curacas traficantes del trabajo mitayo que. por otra parte, se habían convertido también en usurpadores y depredadores de la escasa producción agrícola en ciertas zonas. A más de ello, criollos y mestizos, proveedores de las minas contrabandistas de mucho de lo que se vendía en esos centros, compraron o entraron a saco en las haciendas de los antiguos encomenderos, que éstos habían abandonado por la escasez de mano de obra india, o por su dedicación a trabajos de mayor prestigio social y de fácil enriquecimiento en las ciudades.
En lo que concierne a los famosos azogueros, se les debe achacar, como bien lo señala Cañete y Domínguez, parte de la decadencia minera de fines del siglo. ¿Por qué? Estos exportadores monopolistas del azogue, elemento insustituible entonces para las fundiciones de metales que se importaba del Perú y, en menos cantidad, de México, llegaron a ser los regidores de la minería potosina. Españoles, y más que todo criollos, los azogueros se dieron a la exclusiva tarea de malbaratar sus ganancias, como lo venían haciendo los demás mineros. La ostentación del lujo dispendioso, que sólo en alguna medida se utilizó en las admirables obras de arte y en el embellecimiento urbano, o en una que otra hacienda, o en los conventos e iglesias; la casi ninguna previsión para mejorar la producción con las nuevas técnicas extractivas de la amalgamación, y la ya salvaje expoliación de la mano de obra: la de los esclavos africanos que suplieron la cada vez más escasa de los mitayos; todo eso da razón de las agudas y frecuentes crisis económicas. Para resolverlas se dio una solución inteligente: la creación y el funcionamiento del “Banco de San Carlos”, una especie de cooperativa bancaria con capitales de los propios mineros. No obstante, por la avidez incontrolable de los azogueros criollos, que dependían más y más de las provisiones de contrabando, en especial del que procedía de los ingleses, vía Buenos Aires y de las provincias norteñas del Río de la Plata; y asimismo de la agricultura y ganadería de Cochabamba y de la misma Tarija; todos esos factores, llevaron a los azogueros a utilizar indiscriminadamente de los generosos créditos del Banco de San Carlos que, con el paso del tiempo, naturalmente no eran cancelados. De ahí pues, el recrudecimiento de los desequilibrios de la producción minera. Conviene aclarar que, con la falta de capitales, o debido a su mal uso, a despecho de los esporádicos auxilios de la administración o de los esporádicos auxilios de la administración o de los provenientes de ciertos virreyes preocupados por esa situación, en esos gobiernos se estaba mostrando ya otra crisis interna de índole política, reflejo de la que sufría la propia España a consecuencia de sus conflictos internacionales.

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