Los sueños del Guadalquivir
“Nadie muere mocho”
Mocho, en este contexto, es el ternero que todavía no tiene astas. Hace referencia directa al hecho de haber sufrido una infidelidad romántica, lo cual incluye normalmente el coito sexual
Para mí se sintió como una patada en el hígado. Estábamos discutiendo la infidelidad cuando me salieron con que todos somos carneros. Y yo me opuse, total y radicalmente. “No seas ingenuo hermano”, me dijeron, “nadie muere mocho”. Estuvimos discutiendo toda la noche, y tuve que tragarme mi orgullo cada vez que trataba de defender mi punto y se me reían en la cara. ¿Y cuál era el punto? Que hay personas en las que puedes confiar, fiel y absolutamente. Personas que no se dejan llevar por sus pasiones y que son honestas consigo mismas y con su pareja. Y se me reían los malditos.
Esa noche aprendí algunas cosas: la (in)fidelidad no es cuestión de moral. El cuerpo te llama, los sentimientos te inundan y no hay santo que se resista. ¿O sí? Yo insistía que sí, pero no había manera de convencerlos. Ahí me acordé de esa frase de Cortázar: “Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. Si eso pasa con el AMOR, que es un sentimiento etéreo, ¿cómo no va a pasar con tu sexualidad, que es un instinto animal?
“Pero no”, yo insistía, “hay personas en las que puedes confiar” ¿Estás seguro?, me dijeron, “¿estás realmente seguro de que sabes todas las pequeñas cosas que una persona te puede y te quiere ocultar?” Yo creo que sí. Pero me tuve que corregir: “Quiero creer que sí. Porque si no, no tendría sentido confiar en nadie”. Y ahí me di cuenta de que, para mí por lo menos, el mayor problema de la infidelidad es la ruptura de un contrato de respeto mutuo. Una pérdida absoluta de confianza. Una buena amiga me decía que el problema es el ego, el ego lastimado, pero que no es nada más que eso.
La infidelidad como emoción solo afecta a los directamente implicados. Pero puede tener efectos devastadores. Todas las mujeres con las que hablé me hicieron referencia a las muertes, a la violencia extrema, a las familias destrozadas, a los hijos abandonados. Las explosiones emocionales pueden ser enormes y devastadoras
Si ustedes me conocen, una de las cosas por las que abogo permanentemente es a la capacidad del ser humano de levantarse de las cenizas y hacer lo correcto. Lo creo sinceramente. El mundo es mejor por las personas que empeñan su alma por ello. No sabes qué descorazonador es darte cuenta de que, por lo menos en este aspecto de nuestra existencia, esto no es así. ¿O no? Quiero creer que no.
Pero no vamos a tapar el sol con un dedo.
El análisis de la infidelidad no es un tema moral, aunque su debate si lo sea (y al extremo). Cualquiera que quiera aproximarse por esa ruta está destinado al fracaso. ¿Pero entonces qué? Luego de un periodo de tortura existencial llegué a la conclusión de que el único camino a seguir era para adelante. Y la única forma que conozco es hacer lo que yo sé hacer: investigar.
La infidelidad como emoción solo afecta a los directamente implicados. Pero puede tener efectos devastadores. Todas las mujeres con las que hablé me hicieron referencia a las muertes, a la violencia extrema, a las familias destrozadas, a los hijos abandonados. Las explosiones emocionales pueden ser enormes y devastadoras.
Todas las personas con las que hable me mentaron a la familia como institución fallida y a la pareja como fuente de insatisfacción, de posesión, de control y de dominación. Un ideal irrealizable. Pero al mismo tiempo es la única forma aceptada socialmente de realizar el deseo y la aspiración de tener una pareja romántica y sexual. Porque pónganse a pensar: ¿Qué otra manera tiene un hombre joven o una mujer joven de conseguir pareja, de formar familia, de tener descendencia? ¿Qué haces cuando natura llama y cuando es la única pareja a la que puedes acceder? Por eso hay tantos embarazos no deseados, padres ausentes, matrimonios infelices, infidelidades clandestinas. Las cosas simplemente suceden. No puedes decir: “no lo hagas”. Porque lo van a hacer. Una y otra vez. Y no sirve hacerte el moralista.
Debemos madurar. Y madurar significa comprender. Comprender a qué te estas metiendo. Comprender lo que estás haciendo. Una forma de madurar como sociedad es romper tabúes y empezar a hablar del tema. Y una buena forma de comenzar a conversar es a través de la investigación. Investigar qué es lo que pasa, preguntarse por los motivos REALES, comprender las complejidades del deseo, y poder decidir.
Yo creo que se puede hacer algo. Pero ese algo no pasa por los medios tradicionales que conocemos, porque son parte del problema. Debemos ser capaces de resolver nuestras cosas. Si no comenzamos nunca vamos a llegar a ningún lado. Pero no me hago muchas ilusiones, una investigación de este tipo es cosa seria y no creo tener resultados que hagan sentido antes de un año.
Este es solo un anuncio de inicio de investigación. No quiero convertir esto en una serie de artículos periodísticos, como lo hice con la sexualidad. No creo que lo sobreviva intelectual ni emocionalmente. En apenas dos días sentí que era tanta la información que colapsó mi capacidad de asimilación. Y es tan complejo el tema que tampoco creo que por ahora pueda decir nada sustancial. Tenemos todavía mucho que aprender y mucho que escarbar. Pero paciencia, mis herman@s, ya va a llegar.