Los sueños del Guadalquivir
El discurso de género como privilegio femenino
Este artículo es continuación directa del artículo que publiqué hace dos semanas, “Privilegio masculino”. Este artículo sigue la reflexión originada en ese momento, pero desde una vertiente diferente: desde el privilegio femenino
Hay algo que les tengo que confesar: me muero de miedo. O por lo menos, me moría de miedo hace algunas semanas, cuando comencé a escribir artículos relativos a las mujeres y al feminismo. Mi primer artículo sobre el tema, “La carretilla de comadres”, despertó sentimientos encontrados. Llegué a temer que se me había pasado la mano. Por eso cuando escribí mi segundo artículo (“¿No tiene un tufillo machista, hermano?”) me encargué de compartirlo primero con algunas amigas feministas para que me dieran su opinión. Si alguien me lo podía destrozar –si es que merecía ser destrozado– eran ellas. Algunas personas me llegaron a decir que el miedo se notaba en mi forma de escribirlo. “Era como si estuvieras caminando sobre huevos frescos”, me dijeron.
La pregunta implícita para estas mis amigas era: ¿crees adecuado que como hombre me ponga a escribir estos artículos? Ninguna me dijo que no, pero tampoco ninguna me dijo que sí. Lo que sí hicieron –no todas– fue compartirme sus ideas y darme una aprobación tácita. Y así seguí adelante, escribiendo un artículo tras otro; porque tenía una idea tras otra y los sentimientos se me amontonaban pidiéndome que los dejara salir. Pero el miedo no me abandonó nunca del todo. De hecho, a un principio sufrí constantes ataques de pánico.
Esta sensación –me entero ahora– fue compartida por varias amigas con quienes tuve el placer de conversar. Me advirtieron de su miedo de que yo sea atacado por escribir temas que no me corresponden en mi calidad de varón. “Celebro tu coraje”, me dijeron algunas. Y una me confesó que “lo primero que pensé cuando me mostraste tu texto, es que algunas feministas te iban a crucificar” Hasta ahora tuve suerte y no me llegó ningún palo, incluso aunque le tiré una piedra a la María Galindo. Creo que mis amigas feministas están expectantes de a dónde voy a llegar, y en todo caso me mostraron una reacción positiva como acto de profundo respeto. Pero finalmente esa mi amiga (ella misma feminista) me advirtió: “Creo que igual te saltarán a la yugular, sobre todo porque eres hombre y te estás metiendo en un terreno narrativo adjudicado por las mujeres.”
Elena me habló de su experiencia antropológica de “escucha flotante”, desde una postura menos aguerrida y más de tolerancia. Me contó de grupos focales con hombres jóvenes reflexionando sobre su masculinidad y de su miedo a ser considerados machos violadores. “Si la invito a una chica a tomar café, ¿eso ya es considerado acoso sexual?” No, fue su respuesta, eso no es acoso sexual. Le sorprendió, y esto me lo contó ella, el grado de inseguridad entre los hombres jóvenes respecto a su relación con otras mujeres, victimizados por el discurso feminista.
Si no escribo necesariamente desde mi privilegio masculino, ¿será que las mujeres se encuentran también en un estado de desventaja cuando se trata de publicar cosas sobre la problemática de género en nuestra sociedad? Creo que no. Según me dice mi amiga Daniela Aguirre, se mal entiende los estudios de género como si fuera un campo exclusivamente femenino. En este sentido se ha desarrollado una tendencia donde solo las mujeres escriben de género y de feminismo y donde es mal visto que los hombres escribamos al respecto. Entonces pienso que hablar de género en nuestra sociedad (pos) moderna termina siendo un privilegio femenino.
La consecuencia lógica sería que al hablar de género como varón estaría hablando desde una condición de subalternidad y no de privilegio. Y como todos los campos de subalternidad, se hace imperante hacer algo para remediar la situación y sacarla del campo estructural subalternizado que determina que unas puedan hablar mientras otros tengan que callar. Se me ocurre que entonces sería bueno que las feministas se preocupen por incluir a los varones dentro de este campo, tanto como objeto y sujetos de conocimiento.
Imagínense cuánto bien les haría a esos hombres jóvenes de los que me habla Elena poder hablar abiertamente de sus dudas y de sus frustraciones, de sus miedos y de sus esperanzas. Otra cosa que me deseo es que las feministas de Tarija empiecen a publicar su trabajo de manera que esté a nuestro alcance. Yo sé que los organismos feministas podrían organizar los recursos tanto financieros como logísticos para ello. No solo sería una forma de darles la voz a las compañeras y asegurarse su presencia pública en la sociedad tarijeña, sino que nos ayudaría a establecer un diálogo sincero y permanente. Creo que como sociedad nos haría bien.