Cada mujer tiene una historia que contar sobre cómo vivió el proceso de ser madre
Dolor y frustración, cuando la maternidad no es como la pintan
Una madre es la imagen viva de amor incondicional y fortaleza, o al menos así lo inculca la sociedad. Por lo que una mujer se siente frustrada si va en contra de esos cánones
Son pocas las madres que hablan de lo difícil que han sido los primeros meses. De los dolores físicos que les provocó el parto, el amamantar, del dolor emocional y frustración que sintieron en algún momento. Algunas mujeres llegaron a arrepentirse de la maternidad, pero no lo dicen, porque ante la sociedad serían apuntadas como “malas mujeres” o “desnaturalizadas”.
El País recogió diversas historias de mujeres que prefieren no ser identificadas por temor a lo qué dirán de ellas después. Para algunas, todo lo que pasaron valió la pena, para otras, la experiencia las llevó a tomar la decisión de no tener más hijos.
Una madre, una experiencia distinta
“Las enfermeras no tienen compasión de ti y si eres joven es peor”, dice Mireya. Tenía 18 años cuando tuvo a su pequeño en el hospital de Yacuiba. Fue por cesárea y tuvo que levantarse y caminar horas después de ser intervenida quirúrgicamente, pues así se lo exigió la enfermera de turno.
“Quién te manda a embarazarte, me respondió, cuando le dije que sentía mucho dolor”, recuerda. Los primeros seis meses fueron difíciles, comenta, tenía el apoyo de su pareja, pero no era suficiente. Sentía que su hijo la estaba consumiendo.
“De pronto me vi desarreglada, con ojeras, con toda la ropa oliendo a leche. Ya no podía hacer las cosas que una chica de mi edad hace normalmente. Y no podía decir nada, comentarlo, porque lo primero que me respondían era que yo me lo busqué”, cuenta.
Sandra contó lo difícil que fue amamantar a su pequeña, doloroso, sobre todo. Sus pezones se le partieron y cada vez que su bebé chupaba, lo hacía con tal fuerza que hasta sangraban.
Luego, recuerda, a su niña le empezó a caer mal la leche, por lo que tuvo que suspender la lactancia.
“Mis pechos se hincharon, por más que me sacaba la leche. Llegó un punto en que el dolor se volvió insoportable y me dio una especie de mastitis, la leche se acumuló y como bloqueó los pezones. Lloraba de dolor. Mi abuela salió y buscó a un cachorrito para que me saque la leche que estaba mal, increíble, pero funcionó. Jamás en la vida pensé que sería tan doloroso amamantar a mi wawa”, dice.
Para Carolina, el parto fue una de las experiencias más traumáticas y dolorosas que vivió. Tuvo un embarazo normal, con los malestares que toda mujer en gestación tiene. La pesadilla, como ella misma lo califica, empezó ocho horas antes de tener a su hijo.
Fue atendida en el Hospital Regional de Tarija, donde prácticamente la forzaron a tener un parto natural. “Mi bebé era grande, y la doctora sabía, pese a eso me dijo que debía dilatar”.
Recuerda que se retorcía de dolor, pero eso no fue suficiente para que autoricen una cesárea. Asegura que estuvo toda la noche en trabajo de parto. Para forzar el alumbramiento, le practicaron una episiotomía, que es una cirugía menor para ensanchar la abertura de la vagina.
“Sentí cuando cortaron, fueron tan torpes. Mi bebé ya se estaba quedando sin líquido, creo que hasta hinchado estaba. Por varios días tuvo problemas, porque fue un nacimiento traumático para él también. Pero a la doctora pareció no importarle, era una mujer muy odiosa”, comenta.
Para Carolina la experiencia fue tan mala, que tomó la decisión de no tener más hijos y se sometió a una ligadura de trompas. “No quiero volver a sufrir otra vez así”.
Pero hay otros dolores que van más allá de lo físico, los emocionales, esos que se asumen en silencio. Claudia siempre pensó que tener un hijo iba a ser un proceso excepcional. “Un hijo te cambia la vida, me decía mi mamá, y la idea me emocionaba. No pensé que la depresión pesaría más”, dice.
Cuando nació su hijo, Claudia sintió una tristeza que poco puede describir. Recuerda que lloraba todo el tiempo, que solo quería dormir y que se sentía frustrada por ese sentimiento.
“Llegué a un punto en que no quería ver a mi hijo, me sentía realmente mal y era algo que no podía explicar. Mi pareja terminó dejándome y eso empeoró las cosas. Si no fuera por mi madre, que me ayudó con mi hijo, no sé que hubiera pasado. Me costó mucho salir de ese estado”, comenta.
Admite que sintió vergüenza de tener ese sentimiento, porque se supone que una madre es amor incondicional e imagen viva de fortaleza, o al menos eso le inculcó su familia, la escuela, la sociedad.