La historia de Juan Américo
“Patirulo”, el oficio de ser payaso y vivir de la risa en Tarija
En La Paz aprendió con los grandes, con la Cholita Maguila y el Payaso Trapito empezaron sus primeras experiencias en el mundo del humor, pero ya en Tarija El Pipocas fue su gran compañero



Juan Américo Prieto o como mejor lo conocen “Patirulo” es un hombre que desde lejos intimida, quizás por su estatura, que sobrepasa los 1,80 metros. Sentado con un saco negro, pero sin mucha elegancia, afirma que antes de la pandemia lo que nació como un mecanismo más para sobrevivir se convirtió en su pasión hasta terminar formando payasos.
No tiene una academia oficial, pero de su casa allá por Morros Blancos -justo al lado de un tanque de agua- se ha visto salir a un centenar de artistas, entre malabaristas, bailarines, payasos, decoradoras, pintoras y hasta un conejo que es parte del show.Antes de la pandemia, él llegó a darle trabajo a 16 personas, incluso había formado tres grupos dedicados a realizar animaciones infantiles los fines de semana.
Sin embargo, a seis meses de emitirse todo tipo de prohibiciones para aminorar los contagios de Covid-19, los “cumpleañitos y eventos” con animaciones quedaron para el recuerdo.Paceño de nacimiento, pero tarijeño de corazón, no revela su edad. “Eso no se dice, los hombres también tenemos sentimientos” afirma sonriendo.

Vive en el departamento hace más de diez años, pero hace ocho empezó amenizando cumpleaños con un equipo de parlantes y un DVD.Campanita, su esposa y madre de sus dos hijos, fue su única compañera en aquella época. Cuenta que a ella ese trabajo no le gustaba para nada, “yo le he metido a este rubro, ahora es quien extraña más”, dice.
En La Paz aprendió con los grandes, con la Cholita Maguila y el Payaso Trapito empezaron sus primeras experiencias en el mundo del humor, pero ya en Tarija El Pipocas fue su gran compañero, hasta que un día le tocó volar solo.
Detrás de un colorido maquillaje se esconde un Técnico en Contabilidad, algo que pocos conocen es que a sus 18 años vino a Tarija de vacaciones, pero como muchos terminó encantado con la tierra chapaca. Estudió en el Tecnológico Tarija, donde conoció a su pareja y ya a sus 22 años se dieron el sí en un altar.
De lunes a viernes hacía de albañil y carpintero para ganarse algunos pesos, pero los fines de semana solía llamar un taxi que lo recoja, y con algunos bolsos emprendía su camino hacia las fiestas infantiles. Recuerda que su primer show fue en el Kínder Emma de Briancon. Cuanto aceptó ese contrato, justo para el 12 de abril, le pidieron dos payasos para amenizar aquel día, rápidamente llamó a un amigo cercano, le buscó ropa colorida y ambos festejaron esa fecha especial rodeados de pequeños.
Años más tarde, el mismo kínder volvió a requerir sus servicios, esta vez contaba con cuatro payasos, tres muñecos y hasta algunos micrófonos para festejar un nuevo día del niño.
Cuenta que el primero que llegó a su elenco fue Gelatinita, un chiquillo moreno, flaco y tímido. Todos los viernes solía ir hasta su casa y frente a la grabadora y con un micrófono practicaba la voz media chillona característica de un payaso. Tras él, llegó Locotito, otro adolescente tímido, que incluso de frustración llegó a derramar algunas lágrimas cuando no lograba ser lo suficientemente “chistoso”.
Antes de la pandemia, Patirulo llegó a dar trabajo a 16 personas, la mayoría adolescentes de escasos recursos.
Ambos se transformaban con tan solo vestir de colores fosforescentes y usar una peluca. Tiempo más tarde, los alumnos superaron al maestro, juntaron sus sueldos de fin de semana y emprendieron algo por sí mismos.“Me siento feliz, yo sé que una persona no se va a quedar con nosotros para siempre, va a querer crecer más. Pero lo que pude enseñarles está bien” dice Patirulo con nostalgia.

Él cree que la mayoría de las personas que trabajaron con él, vienen buscando un sustento extra, la mayoría son “chicos de escasos recursos, de colegio”, pero terminan enamorándose del oficio.Aún recuerda que cuando decidió emprender en la animación, su madre quedó algo decepcionada, pues pensaba que cualquiera podría trabajar en ello, “¡no por qué! decía mi mami”. Años después, cuando lo vio crecer y dar empleo a más personas su madre ya no le reprochó nada.
Uno de los personajes favoritos que interpreta es el Grinch, lo hizo en diciembre de 2019, participó en campañas con su traje verde, buscando dar navidades felices a los menos afortunados. Nunca imaginó que, en los meses de pandemia, lo tendría que volver a hacer, pero esta vez por sus colegas, que al igual que él viven de su arte. “Había algunos que no tenían ya ni qué comer”, revela.
Si hubo un día triste en su carrera fue cuando murió su abuela, él ya comprometido para un cumpleaños tuvo que sonreír cuando su corazón lloraba. Entre los momentos memorables, están sus viajes junto a su elenco -su familia- “La Granja de Zenón”. Este emprendimiento, que, así como otros más pequeños, continuó dando trabajo a los artistas olvidados.