La violencia acallada en el encierro
A ese antiquísimo sistema político en el que la violencia se ensaña con las mujeres por el mero hecho de serlo, se anexa una pandemia que intensifica la vulnerabilidad de las mujeres de todas las edades. La pandemia machista y la pandemia sanitaria se unen y se potencian. En este tiempo de...



A ese antiquísimo sistema político en el que la violencia se ensaña con las mujeres por el mero hecho de serlo, se anexa una pandemia que intensifica la vulnerabilidad de las mujeres de todas las edades. La pandemia machista y la pandemia sanitaria se unen y se potencian.
En este tiempo de COVID 19, la fórmula universal de protección es el aislamiento en el hogar como un espacio seguro contra el virus, sin embargo, es ampliamente sabido que el hogar es precisamente uno de los lugares de mayor riesgo de violencia contra las mujeres.
Al chocar con esta historia, la pandemia debe obligar a la institucionalidad estatal, a los gobiernos locales y departamental a mirarse nuevamente en el espejo de las débiles acciones de erradicación de la violencia hacia niñas y mujeres que antecedieron a la cuarentena.
En el país que ostenta la tasa más alta de feminicidios en Sud América, necesitamos que sus líderes hagan visible la importancia del respeto dentro de la casa
Hasta hoy las principales iniciativas asumidas para atender el problema de la violencia machista en tiempo de aislamiento han consistido en habilitar atención en línea para la asistencia psicológica, legal y de denuncias. Estas medidas son necesarias, más no suficientes, la situación de encierro requiere de medidas excepcionales.
Un punto fundamental es que las respuestas de los gobiernos locales a la necesidad de protección contra la violencia no son idénticas, muchos servicios municipales de atención a mujeres y la niñez son débiles y con poca capacidad de presencia efectiva en áreas rurales y dispersas. Para superar estos déficits se requiere un fuerte liderazgo departamental orientado a asistir y fortalecer a los gobiernos municipales que requieran de mayor apoyo. De esta manera también se estarán superando las históricas asimetrías de acceso a servicios y derechos entre las mujeres de áreas urbanas y rurales.
Otro asunto nuevamente en tapete es la ausencia de datos estadísticos oficiales que orienten la acción, es necesario saber si desde que se declaró la cuarentena, las denuncias por violencia aumentaron, se estancaron o disminuyeron. Otros países ya cuentan con estadísticas al respecto y se tiene certeza de que, por ejemplo en Colombia y Argentina el número de denuncias se incrementó en periodo de cuarentena.
Aparentemente en Tarija y el resto del país el número de denuncias disminuyó durante el encierro. Este dato puede hablarnos de una reducción de las posibilidades de las mujeres de pedir auxilio en el contexto de aislamiento físico y social.
Si esto fuese así, queda claro que no es suficiente incrementar los canales de llamada y atención de denuncias. Además será necesario monitorear el desempeño de las instituciones receptoras de denuncias, articular acciones con la colectividad e incentivar el fortalecimiento de los lazos comunitarios para estimular un contexto barrial y comunal de cero tolerancia a la violencia.
Desde que se conoció la presencia del virus en Bolivia, los lideres políticos y las autoridades de diferentes niveles del Estado, han posicionado un discurso guerrero frente a la pandemia. Esta narrativa de la crisis omite nombrar el problema de la violencia en los hogares; las alocuciones de los lideres sanitarios y políticos no hablan del cuidado y protección a las mujeres, la niñez y la ancianidad dentro de las casas.
En el país que ostenta la tasa más alta de feminicidios en Sud América, necesitamos que sus lideres hagan visible la importancia del respeto dentro de la casa, porque el discurso construye realidad y lo que no se nombra no existe. Muchas víctimas en este momento deben estar viviendo la violencia sintiendo que para el resto del mundo ellas no existen, esto genera más soledad y orfandad, más indefensión.
¿Cómo debería ser este lugar en el mundo para las mujeres cuando abramos la puerta el día después de la cuarentena?
Aprender que en su letalidad esta pandemia es equivalente a la de la violencia contra las mujeres y niñas en este país; y eso debería llevarnos a un mayor compromiso ético con este asunto desde las esferas de las políticas públicas locales.
Aprender que el oficio de cuidar la vida, limpiar, lavar, cocinar, alimentar y curar es el trabajo esencial, indispensable y sin embargo de su trascendencia es el servicio más invisible, mal valorado y peor pagado de todos. Y por eso el trabajo del hogar asalariado o no debería ser elevado al lugar más importante.
*Mariel Paz, ex representante del Defensor del Pueblo en Tarija, investigadora social y activista por los derechos de la mujer
En este tiempo de COVID 19, la fórmula universal de protección es el aislamiento en el hogar como un espacio seguro contra el virus, sin embargo, es ampliamente sabido que el hogar es precisamente uno de los lugares de mayor riesgo de violencia contra las mujeres.
Al chocar con esta historia, la pandemia debe obligar a la institucionalidad estatal, a los gobiernos locales y departamental a mirarse nuevamente en el espejo de las débiles acciones de erradicación de la violencia hacia niñas y mujeres que antecedieron a la cuarentena.
En el país que ostenta la tasa más alta de feminicidios en Sud América, necesitamos que sus líderes hagan visible la importancia del respeto dentro de la casa
Hasta hoy las principales iniciativas asumidas para atender el problema de la violencia machista en tiempo de aislamiento han consistido en habilitar atención en línea para la asistencia psicológica, legal y de denuncias. Estas medidas son necesarias, más no suficientes, la situación de encierro requiere de medidas excepcionales.
Un punto fundamental es que las respuestas de los gobiernos locales a la necesidad de protección contra la violencia no son idénticas, muchos servicios municipales de atención a mujeres y la niñez son débiles y con poca capacidad de presencia efectiva en áreas rurales y dispersas. Para superar estos déficits se requiere un fuerte liderazgo departamental orientado a asistir y fortalecer a los gobiernos municipales que requieran de mayor apoyo. De esta manera también se estarán superando las históricas asimetrías de acceso a servicios y derechos entre las mujeres de áreas urbanas y rurales.
Otro asunto nuevamente en tapete es la ausencia de datos estadísticos oficiales que orienten la acción, es necesario saber si desde que se declaró la cuarentena, las denuncias por violencia aumentaron, se estancaron o disminuyeron. Otros países ya cuentan con estadísticas al respecto y se tiene certeza de que, por ejemplo en Colombia y Argentina el número de denuncias se incrementó en periodo de cuarentena.
Aparentemente en Tarija y el resto del país el número de denuncias disminuyó durante el encierro. Este dato puede hablarnos de una reducción de las posibilidades de las mujeres de pedir auxilio en el contexto de aislamiento físico y social.
Si esto fuese así, queda claro que no es suficiente incrementar los canales de llamada y atención de denuncias. Además será necesario monitorear el desempeño de las instituciones receptoras de denuncias, articular acciones con la colectividad e incentivar el fortalecimiento de los lazos comunitarios para estimular un contexto barrial y comunal de cero tolerancia a la violencia.
Desde que se conoció la presencia del virus en Bolivia, los lideres políticos y las autoridades de diferentes niveles del Estado, han posicionado un discurso guerrero frente a la pandemia. Esta narrativa de la crisis omite nombrar el problema de la violencia en los hogares; las alocuciones de los lideres sanitarios y políticos no hablan del cuidado y protección a las mujeres, la niñez y la ancianidad dentro de las casas.
En el país que ostenta la tasa más alta de feminicidios en Sud América, necesitamos que sus lideres hagan visible la importancia del respeto dentro de la casa, porque el discurso construye realidad y lo que no se nombra no existe. Muchas víctimas en este momento deben estar viviendo la violencia sintiendo que para el resto del mundo ellas no existen, esto genera más soledad y orfandad, más indefensión.
¿Cómo debería ser este lugar en el mundo para las mujeres cuando abramos la puerta el día después de la cuarentena?
Aprender que en su letalidad esta pandemia es equivalente a la de la violencia contra las mujeres y niñas en este país; y eso debería llevarnos a un mayor compromiso ético con este asunto desde las esferas de las políticas públicas locales.
Aprender que el oficio de cuidar la vida, limpiar, lavar, cocinar, alimentar y curar es el trabajo esencial, indispensable y sin embargo de su trascendencia es el servicio más invisible, mal valorado y peor pagado de todos. Y por eso el trabajo del hogar asalariado o no debería ser elevado al lugar más importante.
*Mariel Paz, ex representante del Defensor del Pueblo en Tarija, investigadora social y activista por los derechos de la mujer