El medio ambiente antes y después de la pandemia
Tarija es uno de los lugares que en este momento se encuentra afectado por una pandemia y una epidemia a la vez. Me refiero por supuesto a la global, la del coronavirus y a la regional, la del dengue. Ambas están íntimamente relacionadas con la gestión ambiental que realiza la sociedad, aunque...



Tarija es uno de los lugares que en este momento se encuentra afectado por una pandemia y una epidemia a la vez. Me refiero por supuesto a la global, la del coronavirus y a la regional, la del dengue. Ambas están íntimamente relacionadas con la gestión ambiental que realiza la sociedad, aunque en la segunda, en la del dengue, debido a que no es “importada”, podemos visualizar mejor varias de las deficiencias crónicas en el tratamiento ambiental y sanitario que tenemos en el país y el departamento.
Ya se sabía antes de la pandemia, pero ahora ha quedado más claro que nunca ante la opinión pública: la gestión ambiental es absolutamente política, y si nos atenemos a la vieja definición que dice “la política es economía concentrada”, encontraremos que también es económica.
En términos simples, lo que hagamos en medioambiente tiene una importancia capital para la organización de la sociedad y la vida de los ciudadanos y las decisiones ambientales correctas, también precautelan nuestra salud económica para el futuro. La falsa contradicción que generalmente se presenta entre “economía vs. medioambiente” o “economía vs. salud”, en realidad es una contracción entre la ganancia fácil del momento y la ganancia a largo plazo, la que puede garantizar nuestras vidas a futuro.
Debemos definitivamente desterrar la politiquería y la demagogia de la gestión ambiental e imponer nuevamente la noción del bien común
La división artificial y esquemática entre “ciencias económicas”, “políticas” o “ambientales” puede funcionar para un plan de estudios, pero no para la realidad. De igual manera, la noción de que el ambientalismo es una actividad filantrópica, casi amateur, que implica una afición a cuidar plantas y animalitos, se pierde en un primitivismo correspondiente a por lo menos cien años atrás.
En Tarija, igual que en el conjunto de Bolivia, ha existido históricamente un desprecio profundo por la gestión ambiental. La prueba palpable se encuentra en nuestros ríos y quebradas que son contaminados de manera sistemática por las aguas servidas, los desechos industriales, los aceites de talleres, etc., etc. En un país productor de agua, que se descuelga a través de los ríos y vertientes, sus habitantes se empeñan en contaminarla sin ninguna contemplación. Tenemos cursos de agua contaminados, aguas estancadas, sistemas de tratamiento que no funcionan y allí no solo se generan los focos de hepatitis y los criaderos de mosquitos que transmiten el dengue, sino probablemente otras enfermedades no detectadas en un país en el que la investigación en salud, salvo algunas excepciones, es inexistente.
Pero hay otros aspectos de la temática que ni siquiera se consideran, por ejemplo: ¿existe un mapeo en nuestras ciudades de las conexiones de agua?, en una ciudad como Tarija, ¿cuántas de las conexiones de los barrios del centro serán de plomo?, ¿cuántas de las conexiones de los barrios intermedios contendrán asbesto?, ¿se ha hecho una evaluación de sus condiciones y cuánto afectan a la salubridad? En general los conceptos de agua y saneamiento están subvaluados en la gestión pública. Ni el Estado, ni los ciudadanos asumen una corresponsabilidad en su manejo.
La discusión sobre las áreas protegidas (fuentes de agua) ha saltado en los últimos años solo cuando se habla de emprendimientos petroleros, pero no se dice nada cuando estas son amenazadas por la expansión de la frontera agrícola, la tala clandestina y otros males, por eso nos da la impresión de que ese interés es sesgado y en algunos casos oportunista. Es necesario un plan integral de protección de las áreas protegidas, sustentado en todos los niveles del Estado y sobre todo en partidas presupuestarias suficientes.
Por otra parte, en un departamento con una intensiva actividad agrícola como Tarija, pero con fuertes tendencias a la desertificación, es lastimoso ver cómo se degradan los suelos con prácticas agrícolas anticuadas y dañinas. En ese sentido también estamos atrasados y no hemos sabido incorporar nociones como la de la agricultura de conservación, que precautelarán nuestros suelos para el futuro.
Pero en general, el descuido del tema ambiental, asociado al de la salubridad, entre otros fundamentales para una subsistencia digna en el país, tiene que ver con una concepción limitada y errónea de la gestión pública. Ésta, por diversos factores que van desde las limitaciones técnicas hasta diversos intereses que en algunos casos pueden lindar con la corrupción, se han centrado en lo que podríamos llamar “la licitación fácil”, es decir lo obra de cemento o de asfalto, sin muchas complicaciones técnicas y que tiene resultados rápidos, que puede mostrarse en campañas electorales.
Debemos definitivamente desterrar la politiquería y la demagogia de la gestión ambiental e imponer nuevamente la noción del bien común; el caso de la oposición a la construcción de la planta de tratamiento de San Luis, ilustra muy bien en la actualidad el daño que estos elementos pueden hacer a la salud pública.
La pregunta de fondo es: ¿Qué puede cambiar en Tarija tras crisis del Covid -19?, y como siempre existen dos alternativas de fondo, con varias posibilidades intermedias. Una opción extrema es que sigamos en el camino del deterioro con una extrema politización de la gestión pública y con el despilfarro de nuestros recursos en obras no relevantes. La opción virtuosa implicaría hacer una revisión a fondo de nuestra priorización de gastos y comenzar la discusión seria sobre normas y protocolos para el uso efectivo de los recursos.
Necesitamos cambiar la forma del gasto público, priorizar el criterio técnico sobre el político inmediatista (para eso las instancias de gobierno tienen que formar grupos asesores de alto nivel que tengan verdadera incidencia), y fortalecer los presupuestos en salud pública por supuesto, pero también en gestión ambiental que definitivamente también significa salubridad a largo plazo.
* Rodrigo Ayala es director de PROMETA – Protección del Medioambiente Tarija. Sumado a ello es cineasta y ensayista. De 1985 a la fecha ha colaborado en diversos medios de prensa como crítico de cine y columnista. Ha realizado más de una treintena de trabajos entre cortometrajes, seriales de televisión y largometrajes.
Ya se sabía antes de la pandemia, pero ahora ha quedado más claro que nunca ante la opinión pública: la gestión ambiental es absolutamente política, y si nos atenemos a la vieja definición que dice “la política es economía concentrada”, encontraremos que también es económica.
En términos simples, lo que hagamos en medioambiente tiene una importancia capital para la organización de la sociedad y la vida de los ciudadanos y las decisiones ambientales correctas, también precautelan nuestra salud económica para el futuro. La falsa contradicción que generalmente se presenta entre “economía vs. medioambiente” o “economía vs. salud”, en realidad es una contracción entre la ganancia fácil del momento y la ganancia a largo plazo, la que puede garantizar nuestras vidas a futuro.
Debemos definitivamente desterrar la politiquería y la demagogia de la gestión ambiental e imponer nuevamente la noción del bien común
La división artificial y esquemática entre “ciencias económicas”, “políticas” o “ambientales” puede funcionar para un plan de estudios, pero no para la realidad. De igual manera, la noción de que el ambientalismo es una actividad filantrópica, casi amateur, que implica una afición a cuidar plantas y animalitos, se pierde en un primitivismo correspondiente a por lo menos cien años atrás.
En Tarija, igual que en el conjunto de Bolivia, ha existido históricamente un desprecio profundo por la gestión ambiental. La prueba palpable se encuentra en nuestros ríos y quebradas que son contaminados de manera sistemática por las aguas servidas, los desechos industriales, los aceites de talleres, etc., etc. En un país productor de agua, que se descuelga a través de los ríos y vertientes, sus habitantes se empeñan en contaminarla sin ninguna contemplación. Tenemos cursos de agua contaminados, aguas estancadas, sistemas de tratamiento que no funcionan y allí no solo se generan los focos de hepatitis y los criaderos de mosquitos que transmiten el dengue, sino probablemente otras enfermedades no detectadas en un país en el que la investigación en salud, salvo algunas excepciones, es inexistente.
Pero hay otros aspectos de la temática que ni siquiera se consideran, por ejemplo: ¿existe un mapeo en nuestras ciudades de las conexiones de agua?, en una ciudad como Tarija, ¿cuántas de las conexiones de los barrios del centro serán de plomo?, ¿cuántas de las conexiones de los barrios intermedios contendrán asbesto?, ¿se ha hecho una evaluación de sus condiciones y cuánto afectan a la salubridad? En general los conceptos de agua y saneamiento están subvaluados en la gestión pública. Ni el Estado, ni los ciudadanos asumen una corresponsabilidad en su manejo.
La discusión sobre las áreas protegidas (fuentes de agua) ha saltado en los últimos años solo cuando se habla de emprendimientos petroleros, pero no se dice nada cuando estas son amenazadas por la expansión de la frontera agrícola, la tala clandestina y otros males, por eso nos da la impresión de que ese interés es sesgado y en algunos casos oportunista. Es necesario un plan integral de protección de las áreas protegidas, sustentado en todos los niveles del Estado y sobre todo en partidas presupuestarias suficientes.
Por otra parte, en un departamento con una intensiva actividad agrícola como Tarija, pero con fuertes tendencias a la desertificación, es lastimoso ver cómo se degradan los suelos con prácticas agrícolas anticuadas y dañinas. En ese sentido también estamos atrasados y no hemos sabido incorporar nociones como la de la agricultura de conservación, que precautelarán nuestros suelos para el futuro.
Pero en general, el descuido del tema ambiental, asociado al de la salubridad, entre otros fundamentales para una subsistencia digna en el país, tiene que ver con una concepción limitada y errónea de la gestión pública. Ésta, por diversos factores que van desde las limitaciones técnicas hasta diversos intereses que en algunos casos pueden lindar con la corrupción, se han centrado en lo que podríamos llamar “la licitación fácil”, es decir lo obra de cemento o de asfalto, sin muchas complicaciones técnicas y que tiene resultados rápidos, que puede mostrarse en campañas electorales.
Debemos definitivamente desterrar la politiquería y la demagogia de la gestión ambiental e imponer nuevamente la noción del bien común; el caso de la oposición a la construcción de la planta de tratamiento de San Luis, ilustra muy bien en la actualidad el daño que estos elementos pueden hacer a la salud pública.
La pregunta de fondo es: ¿Qué puede cambiar en Tarija tras crisis del Covid -19?, y como siempre existen dos alternativas de fondo, con varias posibilidades intermedias. Una opción extrema es que sigamos en el camino del deterioro con una extrema politización de la gestión pública y con el despilfarro de nuestros recursos en obras no relevantes. La opción virtuosa implicaría hacer una revisión a fondo de nuestra priorización de gastos y comenzar la discusión seria sobre normas y protocolos para el uso efectivo de los recursos.
Necesitamos cambiar la forma del gasto público, priorizar el criterio técnico sobre el político inmediatista (para eso las instancias de gobierno tienen que formar grupos asesores de alto nivel que tengan verdadera incidencia), y fortalecer los presupuestos en salud pública por supuesto, pero también en gestión ambiental que definitivamente también significa salubridad a largo plazo.
* Rodrigo Ayala es director de PROMETA – Protección del Medioambiente Tarija. Sumado a ello es cineasta y ensayista. De 1985 a la fecha ha colaborado en diversos medios de prensa como crítico de cine y columnista. Ha realizado más de una treintena de trabajos entre cortometrajes, seriales de televisión y largometrajes.