El desafío: una economía del cuidado
En los últimas dos décadas (2000-2018), la tendencia del porcentaje de la inversión pública destinada a salud ha sido decreciente en el país. El año 2000 representaba poco más del 10 %, mientras que para el año 2012 la cifra llegó a ser del 3,22 %. En el caso del departamento de Tarija...



En los últimas dos décadas (2000-2018), la tendencia del porcentaje de la inversión pública destinada a salud ha sido decreciente en el país. El año 2000 representaba poco más del 10 %, mientras que para el año 2012 la cifra llegó a ser del 3,22 %. En el caso del departamento de Tarija la tendencia ha sido similar, aunque –a excepción de dos años – el porcentaje ha sido menor, llegando a representar en su momento más crítico (2011) el 0,84% del valor total de la inversión pública departamental.
El peso relativo que la inversión en salud tiene respecto al valor total de la inversión pública, es un indicador de la prioridad que este sector tiene para una economía. Frente a la pandemia se han presentado una serie de dificultades sanitarias (logísticas, planificación, insumos, etc.) que en gran medida responden a esta relegación de la salud en la jerarquía de prioridades de la política pública.
Según la economista colombiana, Natalia Quiroga, experta en temas relacionados con el cuidado, “uno de los principales desafíos que nos deja esta crisis es reconocer la vulnerabilidad como un principio fundamental de lo social y, en consecuencia, institucionalizar una economía cuyo eje sea la vida y no la acumulación”.
El virus que detiene la economía
El impacto negativo que la pandemia del coronavirus tendrá sobre la economía mundial es aún incierto. Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional (FMI), a través de su directora gerente, Kristina Giorgieva, ya vaticinó que “las perspectivas de crecimiento mundial para 2020 son negativas: se prevé como mínimo una recesión tan aguda como durante la crisis financiera mundial o peor”.
Esta recesión es el resultado de un conjunto de políticas de distanciamiento social que se han venido imponiendo en todo el mundo para aminorar el contagio del virus, lo que ha paralizado los engranajes de la economía mundial.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que 81 por ciento de la fuerza de trabajo mundial se ha visto afectada por estas medidas.
Sin embargo, la más profunda tragedia que se vive en el mundo es la humana. Para cuando este artículo se publique existirán más de 2 millones de casos registrados de contagio y más de 125 mil muertes. En Bolivia los contagios registrados estarán por encima de los 300 y los fallecidos superarán los treinta, datos que seguramente se incrementarán en las siguientes semanas.
Vemos, entonces, un mundo que –pese a las reticencias de algunos gobernantes– ha activado el freno de emergencia de la economía para ralentizar la propagación del virus y, así, obtener tiempo para mejorar su capacidad de respuesta. Sin embargo, la magnitud de la catástrofe en sus distintas dimensiones no es solo consecuencia del virus, sino de una gestión económica que ha concentrado pocos esfuerzos en mejorar las condiciones de cuidado de la vida.
Una economía que cuida poco
En un reciente informe de la CEPAL, este organismo plantea que “la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) ha puesto de relieve, de forma inédita, la importancia de los cuidados para la sostenibilidad de la vida”. Si bien el sector de la salud no es la única actividad que corresponde a los cuidados –que implica toda labor de producción de bienes y servicios esenciales para la vida–, es uno de sus pilares fundamentales.
Como se señaló anteriormente, la importancia relativa que tiene la salud para el conjunto de la economía es significativamente baja y, además, ha tenido una tendencia decreciente en las últimas décadas. Según datos de UDAPE, si para el año 2016 la salud representaba el 4,4 % de la inversión pública total, la inversión que en buena medida está orientada a satisfacer las necesidades de los sectores extractivistas fue del 63 %.
Para el caso concreto de Tarija las cifras son similares, ese mismo año el 3,2 % de la inversión pública del departamento se destinó al sector salud, mientras que el 65,6 % de esa inversión se destinó a sectores productivos ligados a la economía extractiva. Estos datos nos indican las prioridades que tiene la política económica al momento de gestionar los recursos.
Es así que Bolivia, según datos de la Organización Mundial de la Salud, es el país que menos camas por números de habitantes tiene en la región de Sudamérica (sin considerar Venezuela): 1,1 por cada mil personas. Además de ser el país que en la misma región tiene el menor gasto per cápita en salud: $us 220 (en el otro extremo, Argentina y Chile tienen un gasto per cápita en este sector que supera los $us 1.300).
Si bien Tarija está disponiendo recursos de su renta petrolera para mitigar los efectos de la pandemia, ello no reemplaza las consecuencias de una economía que en el largo plazo no apuntaló las actividades de cuidado.
Como indica la propia CEPAL, “el actual sistema de organización económica deja en evidencia que se sostiene en los cuidados –en concreto, en los cuidados de salud y la generación de las condiciones que garantizan la vida de las personas–”. El desafío, entonces, pasa por situar en un lugar prioritario de la economía nacional y regional este tipo de actividades.
Huáscar Salazar Lohman. Economista con estudios de posgrado en ciencias sociales en México
El peso relativo que la inversión en salud tiene respecto al valor total de la inversión pública, es un indicador de la prioridad que este sector tiene para una economía. Frente a la pandemia se han presentado una serie de dificultades sanitarias (logísticas, planificación, insumos, etc.) que en gran medida responden a esta relegación de la salud en la jerarquía de prioridades de la política pública.
Según la economista colombiana, Natalia Quiroga, experta en temas relacionados con el cuidado, “uno de los principales desafíos que nos deja esta crisis es reconocer la vulnerabilidad como un principio fundamental de lo social y, en consecuencia, institucionalizar una economía cuyo eje sea la vida y no la acumulación”.
El virus que detiene la economía
El impacto negativo que la pandemia del coronavirus tendrá sobre la economía mundial es aún incierto. Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional (FMI), a través de su directora gerente, Kristina Giorgieva, ya vaticinó que “las perspectivas de crecimiento mundial para 2020 son negativas: se prevé como mínimo una recesión tan aguda como durante la crisis financiera mundial o peor”.
Esta recesión es el resultado de un conjunto de políticas de distanciamiento social que se han venido imponiendo en todo el mundo para aminorar el contagio del virus, lo que ha paralizado los engranajes de la economía mundial.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que 81 por ciento de la fuerza de trabajo mundial se ha visto afectada por estas medidas.
Sin embargo, la más profunda tragedia que se vive en el mundo es la humana. Para cuando este artículo se publique existirán más de 2 millones de casos registrados de contagio y más de 125 mil muertes. En Bolivia los contagios registrados estarán por encima de los 300 y los fallecidos superarán los treinta, datos que seguramente se incrementarán en las siguientes semanas.
Vemos, entonces, un mundo que –pese a las reticencias de algunos gobernantes– ha activado el freno de emergencia de la economía para ralentizar la propagación del virus y, así, obtener tiempo para mejorar su capacidad de respuesta. Sin embargo, la magnitud de la catástrofe en sus distintas dimensiones no es solo consecuencia del virus, sino de una gestión económica que ha concentrado pocos esfuerzos en mejorar las condiciones de cuidado de la vida.
Una economía que cuida poco
En un reciente informe de la CEPAL, este organismo plantea que “la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) ha puesto de relieve, de forma inédita, la importancia de los cuidados para la sostenibilidad de la vida”. Si bien el sector de la salud no es la única actividad que corresponde a los cuidados –que implica toda labor de producción de bienes y servicios esenciales para la vida–, es uno de sus pilares fundamentales.
Como se señaló anteriormente, la importancia relativa que tiene la salud para el conjunto de la economía es significativamente baja y, además, ha tenido una tendencia decreciente en las últimas décadas. Según datos de UDAPE, si para el año 2016 la salud representaba el 4,4 % de la inversión pública total, la inversión que en buena medida está orientada a satisfacer las necesidades de los sectores extractivistas fue del 63 %.
Para el caso concreto de Tarija las cifras son similares, ese mismo año el 3,2 % de la inversión pública del departamento se destinó al sector salud, mientras que el 65,6 % de esa inversión se destinó a sectores productivos ligados a la economía extractiva. Estos datos nos indican las prioridades que tiene la política económica al momento de gestionar los recursos.
Es así que Bolivia, según datos de la Organización Mundial de la Salud, es el país que menos camas por números de habitantes tiene en la región de Sudamérica (sin considerar Venezuela): 1,1 por cada mil personas. Además de ser el país que en la misma región tiene el menor gasto per cápita en salud: $us 220 (en el otro extremo, Argentina y Chile tienen un gasto per cápita en este sector que supera los $us 1.300).
Si bien Tarija está disponiendo recursos de su renta petrolera para mitigar los efectos de la pandemia, ello no reemplaza las consecuencias de una economía que en el largo plazo no apuntaló las actividades de cuidado.
Como indica la propia CEPAL, “el actual sistema de organización económica deja en evidencia que se sostiene en los cuidados –en concreto, en los cuidados de salud y la generación de las condiciones que garantizan la vida de las personas–”. El desafío, entonces, pasa por situar en un lugar prioritario de la economía nacional y regional este tipo de actividades.
Huáscar Salazar Lohman. Economista con estudios de posgrado en ciencias sociales en México