Crónicas de cuarentena: El amor en tiempos del coronavirus
Una bolita en Teutonia Es viernes y al fin tímidos se acercan los primeros rayos de sol que nos anuncian que los seis meses de frio y oscuridad ya están llegando a su fin, pero acaban de dar la noticia de que a partir del lunes van a cerrar todos los centros de enseñanza. Es Alemania, aquí...
Una bolita en Teutonia
Es viernes y al fin tímidos se acercan los primeros rayos de sol que nos anuncian que los seis meses de frio y oscuridad ya están llegando a su fin, pero acaban de dar la noticia de que a partir del lunes van a cerrar todos los centros de enseñanza. Es Alemania, aquí las escuelas no sólo enseñan, además hacen el trabajo de cuidar a los niños después de las horas de aprendizaje, con talleres, juegos etc.
Y el kindergarten ofrece cuidar a los niños hasta ocho horas al día. Es la única forma de que las mujeres puedan integrarse al trabajo sin necesidad de explotar a otra mujer.
Que cierren estos servicios significa un golpe duro a la mano de producción de este país. ¿Cómo lo haremos a partir de ahora? Como yo, otros padres se preguntan. Ni siquiera van a ofrecer servicios de emergencia, que nos ofrecen incluso en las vacaciones de verano o de navidad.
Esta medida me hace retroceder en todos mis planes, siento miedo, no porque tenga que cuidar de los retoños –en Alemania con tres hijos estoy en la categoría de familia numerosa– ya me ha tocado años de trabajo con los niños a lado, siento una espina de alegría de haber crecido en una sociedad como la boliviana que me ha dado tanto aprendizaje para la vida real. Mis miedos son otros, pienso que si se ha tomado una medida así de drástica es porque realmente esta jodida la cosa y esto es solo el comienzo.
Entonces, mi instinto de conservación –mi marido le dirá más bien, mi mal manejado pánico ante la escasez– me lleva hacia la boticaria. ¡Sí! No me voy al supermercado, me voy a la boticaria. Me doy una vuelta por los desinfectantes, no queda nada, me asusto. No miro el papel higiénico, porque eso siempre tenemos mucho. Pero me voy al estante de mi orgullo, la sección de medicinas, que se pueden comprar sin receta para los resfriados, allí me mira sonriente "el mentisan", el boliviano. Es el último, los alemanes, como cientos de bolivianos, le tienen también fe y han arrasado con el producto.
Debe parecer de locos, pero no saben lo que significa para un boliviano encontrarse, en medio de estas catedrales del consumo, a un producto tan de nosotros como el mentisan. ¿Quién no ha tenido su latita de mentisan en su mesita de dormir en invierno?, yo lo llevo en mi cartera, incluso porque siento que es como tener un poco de Bolivia conmigo, y cuando hay cumpleaños o navidades, lo regalo también, es absurdo, lo sé, pero me reafirma la identidad el simple hecho de regalarlo.
Así que saqué la foto respectiva para tener evidencia de las reacciones alemanas al producto, cuando de repente, algo llama mi atención, como madre de "familia numerosa" realmente tiene que ser grave para que me detenga a mirar algo, pero esto me saca de todos mis pensamientos: ¡los condones biológicos también están agotados! Tengo cientos de hipótesis en mi cabeza.
Mi olfato de investigadora (académica) me dice que ahí hay un buen tema para ofrecer a los financiadores ¿Qué quiere decirnos esto sobre el comportamiento social de los humanos? Mi instinto de madre me pone envidiosa, hay tantos que la van a pasar bien, es claro que con mi prole rondando en casa 24 horas, no seré yo. Llamo a mi colega para contarle mi descubrimiento y me dice que esos condones, que en teoría están hechos de intestino de cabra, probablemente son producidos en China y dada la situación no están llegando.
Llego a la caja y me doy cuenta que no he comprado nada, sólo tenía la necesidad compulsiva de ver a mi mentisan. Camino a casa, toco la latita en mi cartera y me invade la sensación de que nada me va a pasar… necesitaré de solo unas horas para darme cuenta que esta vez, ni siquiera mi mentisan podrá defenderme.
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