Walter, el médico tarijeño que combate epidemias desde el siglo pasado
“Cada cana que ve en mi cabeza es una epidemia controlada”, dice entre sonrisas el médico epidemiólogo, Walter Santa Cruz. Al mismo tiempo acaricia sus bigotes color ceniza que hacen juego con la camisa que trae bajo su chamarra verde. Se sienta sobre el sillón sofá que está en la sala...



“Cada cana que ve en mi cabeza es una epidemia controlada”, dice entre sonrisas el médico epidemiólogo, Walter Santa Cruz. Al mismo tiempo acaricia sus bigotes color ceniza que hacen juego con la camisa que trae bajo su chamarra verde. Se sienta sobre el sillón sofá que está en la sala de su oficina y rememora la lucha contra las enfermedades que afectaron a la población desde el siglo pasado.
El galeno se ha batido contra al menos cuatro epidemias que aparecieron desde finales de la década de los 80, no solo en Tarija-Bolivia, sino que también fue testigo directo en otros países. Enfermó con alguna de esas patologías, a las cuales dice que ya mutó. De otras se salvó, las más graves, de lo contrario no hubiera vivido para contarlo.
Cólera
Una de ellas es el cólera, una epidemia mundial con precedentes en otros continentes. Pero fue en 1991 cuando se presentó en Latinoamérica, para ese entonces Perú fue uno de los más afectados. Ahí, a sus 32 años, Walter estuvo presente, exactamente en Chimbote, una ciudad costera de ese país.
Ese mal también aquejaba a Bolivia, principalmente en Yacuiba-Tarija, a tal punto que el hospital y centros de salud se encontraban colapsados, ya ni los pasillos eran suficientes para atender a los afectados por ese mal. El galeno dice que la gente llegaba a las consultas médicas con calambres, pues habían perdido todo tipo de iones en la sangre, como sodio y potasio, entraban en shock. Si no se les hidrataba a tiempo morían, porque tenían diarrea diez veces por hora, náuseas y vómitos. Es así que en cuatro horas podían perder la vida por deshidratación.
Combatir esa epidemia no solo era estar en la ciudad, sino también entrar a las comunidades apostadas a las orillas del río Pilcomayo, donde se complicaba la atención, porque había un problema de comunicación. Los indígenas hablaban en su idioma nativo y su modo de vivencia no ayudaba a tomar medidas preventivas para que no se expanda el mal.
Para ese entonces, la misión era encontrar el principal foco de infección. Ya manejaban como hipótesis que la bacteria estaba en los refrescos que se vendían en la calle. Claro, con las temperaturas superiores a los 30 grados, que es característico en esa región, ese producto se vendía de manera masiva. Pero aún no lo podían decir, porque debían tener respaldos científicos, sino los vendedores asumían medidas en contra de ellos y los expulsaban. Hasta que un día llegaron los resultados de laboratorio que confirmaban las sospechas que tenían.
Esa situación originó una serie de resoluciones de la Alcaldía de ese lugar, hasta que finalmente se logró controlar esa enfermedad.
El primer paso que tiene que dar un epidemiólogo es ir al lugar de los hechos, donde se da el brote de la enfermedad. No por nada el logo de los profesionales de esa área es una bota rota, porque significa que tienen que caminar. En ese afán, recibieron la denuncia de que fallecieron tres personas por fiebre amarilla en la reserva de Tariquía, cuando el camino para ingresar solo era a caballo y se tardaba dos días. Llegaron a ese sitio en medio de la lluvia, pero no se trataba de esa enfermedad, sino que los difuntos ya estaban amarillos, solo fue una mala interpretación de los lugareños.
Al recordar esa escena vivida, Walter vuelve a sonreír, hace movimientos con las manos mientras explica que no hubo una epidemia de fiebre amarilla en Bolivia, pero sí una de dengue en Villa Montes, por el 1989. Antes de ese año, ya había estado en Barranquilla-Colombia, justo cuando se tuvo un brote en ese país, donde también estudió a ese mal junto a colegas de otros países de Sudamérica.
Dengue
En aquella ocasión dice que la mitad de la población de ese municipio chaqueño enfermó con ese mal. Para ese entonces, no tenían herramientas ni equipos para combatir la enfermedad. Es así que la lucha fue casi “artesanal”, pues ni siquiera tenían máquinas fumigadoras para eliminar a los mosquitos.
Entre las primeras tareas estaba identificar al mosquito trasmisor, que era el Aedes aegyti. Entendieron que lo más práctico era atacar a los criaderos, las larvas que estaban en aguas acumuladas en recipientes.
Controlar la epidemia les significó estar entre dos a tres meses en Villa Montes. Luego, cuando se dio un segundo brote, la tarea fue menos difícil. Mediante el convenio Argentina-Bolivia (ARBOL), el vecino país había enviado máquinas de fumigación en camionetas. Se logró disminuir la tasa de letalidad de 2 a 1 por ciento.
En general, cuando se empezó a controlar los males, Tarija no contaba con laboratorios para detectar ninguna enfermedad, excepto la malaria, que era mediante microscopio, lo más simple. Pero después, para otras patologías de carácter endémico, se tenía que enviar a Santa Cruz o a La Paz, de donde las respuestas tardaban hasta meses en llegar. Es así que el control era a base de diagnóstico clínico.
Hantavirus
Así, con esas limitaciones, también le tocó atender la epidemia de hantavirus, surgida el año 2001. De esta enfermedad se había escuchado en el Sur de Argentina, por la provincia de Río Negro, pero luego fue en Orán, localidad que queda a menos de 100 kilómetros de Bermejo-Bolivia. Ambas zonas tienen en común el mismo ecoambiente, donde el roedor trasmisor del mal se desplaza de un lado a otro, ellos no conocen fronteras.
Walter dice que, si bien este mal no se expande de manera masiva como otras patologías, causa muertes, pues la tasa de letalidad es de entre 20 y 30 por ciento. Salvar a los pacientes implicaba no ponerle suero, porque este mal ataca a los pulmones y la persona se ahoga con su plasma, contrario a lo que sucede con el cólera que deshidrata al enfermo.
No solo era atender a los pacientes, sino encontrar al tipo de roedor que actuaba como trasmisor de la enfermedad. Se encararon acciones de trampeo, para luego estudiarlos. Incluso, en una oportunidad se tuvo que llevar búhos para que desplacen a los ratones. Aunque estos animales son característicos del monte y es el humano el que invade su hábitat.
Leishmaniasis
La leishmaniasis se presentó entre el año 2001 y 2003, también en Bermejo. La particularidad de esta patología es que el vector (mosquito) tiene como hospedero la cúspide de los árboles, no hay cómo fumigarlos. Por eso el galeno dice que su eliminación se complica, toda vez que hasta los canes hacen de huésped para que se trasmita la enfermedad.
Walter es de esos tipos que no desaprovechan la oportunidad para ampliar el conocimiento. Como en Orán-Argentina se instaló un centro nacional de control de la leishmaniasis, donde tenían laboratorios y hacían investigación, como profesional aprovechó esa situación para adquirir conocimiento y combatir esa enfermedad en Bolivia.
Sucede que este mal ataca a la piel y las mucosas, es más superficial y produce ulceraciones. En ese tiempo las organizaciones internacionales eran las que regalaban el medicamento, lo traían de Francia, porque comprarlo era muy caro para los pacientes.
En ese trajín, de andar de un lado a otro y palpar de cerca las epidemias, incluida la malaria, cuando se reportaba más 500 casos por año, Walter hizo nueve investigaciones. Pero eso también le generó un desequilibrio familiar. Sin embargo, tiene la satisfacción de haber cumplido su deber. Cumplirá 60 años, aún no quiere jubilarse, pues no ve profesionales del área que se entreguen de manera desinteresada a su profesión.
EXPERIENCIA Y CAPACITACIÓN SOBRE LA EPIDEMIOLOGÍA
Colombia
Walter Santa Cruz en una de las conferencias que dio en Colombia, cuando se fue a capacitar sobre el dengue, que para ese entonces se tenía dos tipos, el clásico y el hemorrágico. En aquella ocasión también ya se hablaba de la chikungunya, que es trasmitida por el mismo vector, el Aedes Aegyti.
Investigación
Una de las últimas investigaciones realizadas por Walter Santa Cruz fue sobre la parotiditis. Una enfermedad que se presentó con frecuencia en los colegios de Tarija, principalmente los últimos años. Otro de sus últimos trabajos es sobre las reacciones adversas que se presentan a causa de las vacunas.
Bioseguridad
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) llamaba a profesionales expertos para capacitar a los epidemiólogos sobre la bioseguridad. De esa manera sabían cómo cuidarse para tratar a los enfermos, pero lo más importante, la forma de trasmisión de esas patologías, de manera que los médicos no contraigan el mal.
El galeno se ha batido contra al menos cuatro epidemias que aparecieron desde finales de la década de los 80, no solo en Tarija-Bolivia, sino que también fue testigo directo en otros países. Enfermó con alguna de esas patologías, a las cuales dice que ya mutó. De otras se salvó, las más graves, de lo contrario no hubiera vivido para contarlo.
Cólera
Una de ellas es el cólera, una epidemia mundial con precedentes en otros continentes. Pero fue en 1991 cuando se presentó en Latinoamérica, para ese entonces Perú fue uno de los más afectados. Ahí, a sus 32 años, Walter estuvo presente, exactamente en Chimbote, una ciudad costera de ese país.
Ese mal también aquejaba a Bolivia, principalmente en Yacuiba-Tarija, a tal punto que el hospital y centros de salud se encontraban colapsados, ya ni los pasillos eran suficientes para atender a los afectados por ese mal. El galeno dice que la gente llegaba a las consultas médicas con calambres, pues habían perdido todo tipo de iones en la sangre, como sodio y potasio, entraban en shock. Si no se les hidrataba a tiempo morían, porque tenían diarrea diez veces por hora, náuseas y vómitos. Es así que en cuatro horas podían perder la vida por deshidratación.
Combatir esa epidemia no solo era estar en la ciudad, sino también entrar a las comunidades apostadas a las orillas del río Pilcomayo, donde se complicaba la atención, porque había un problema de comunicación. Los indígenas hablaban en su idioma nativo y su modo de vivencia no ayudaba a tomar medidas preventivas para que no se expanda el mal.
Para ese entonces, la misión era encontrar el principal foco de infección. Ya manejaban como hipótesis que la bacteria estaba en los refrescos que se vendían en la calle. Claro, con las temperaturas superiores a los 30 grados, que es característico en esa región, ese producto se vendía de manera masiva. Pero aún no lo podían decir, porque debían tener respaldos científicos, sino los vendedores asumían medidas en contra de ellos y los expulsaban. Hasta que un día llegaron los resultados de laboratorio que confirmaban las sospechas que tenían.
Esa situación originó una serie de resoluciones de la Alcaldía de ese lugar, hasta que finalmente se logró controlar esa enfermedad.
El primer paso que tiene que dar un epidemiólogo es ir al lugar de los hechos, donde se da el brote de la enfermedad. No por nada el logo de los profesionales de esa área es una bota rota, porque significa que tienen que caminar. En ese afán, recibieron la denuncia de que fallecieron tres personas por fiebre amarilla en la reserva de Tariquía, cuando el camino para ingresar solo era a caballo y se tardaba dos días. Llegaron a ese sitio en medio de la lluvia, pero no se trataba de esa enfermedad, sino que los difuntos ya estaban amarillos, solo fue una mala interpretación de los lugareños.
Al recordar esa escena vivida, Walter vuelve a sonreír, hace movimientos con las manos mientras explica que no hubo una epidemia de fiebre amarilla en Bolivia, pero sí una de dengue en Villa Montes, por el 1989. Antes de ese año, ya había estado en Barranquilla-Colombia, justo cuando se tuvo un brote en ese país, donde también estudió a ese mal junto a colegas de otros países de Sudamérica.
Dengue
En aquella ocasión dice que la mitad de la población de ese municipio chaqueño enfermó con ese mal. Para ese entonces, no tenían herramientas ni equipos para combatir la enfermedad. Es así que la lucha fue casi “artesanal”, pues ni siquiera tenían máquinas fumigadoras para eliminar a los mosquitos.
Entre las primeras tareas estaba identificar al mosquito trasmisor, que era el Aedes aegyti. Entendieron que lo más práctico era atacar a los criaderos, las larvas que estaban en aguas acumuladas en recipientes.
Controlar la epidemia les significó estar entre dos a tres meses en Villa Montes. Luego, cuando se dio un segundo brote, la tarea fue menos difícil. Mediante el convenio Argentina-Bolivia (ARBOL), el vecino país había enviado máquinas de fumigación en camionetas. Se logró disminuir la tasa de letalidad de 2 a 1 por ciento.
En general, cuando se empezó a controlar los males, Tarija no contaba con laboratorios para detectar ninguna enfermedad, excepto la malaria, que era mediante microscopio, lo más simple. Pero después, para otras patologías de carácter endémico, se tenía que enviar a Santa Cruz o a La Paz, de donde las respuestas tardaban hasta meses en llegar. Es así que el control era a base de diagnóstico clínico.
Hantavirus
Así, con esas limitaciones, también le tocó atender la epidemia de hantavirus, surgida el año 2001. De esta enfermedad se había escuchado en el Sur de Argentina, por la provincia de Río Negro, pero luego fue en Orán, localidad que queda a menos de 100 kilómetros de Bermejo-Bolivia. Ambas zonas tienen en común el mismo ecoambiente, donde el roedor trasmisor del mal se desplaza de un lado a otro, ellos no conocen fronteras.
Walter dice que, si bien este mal no se expande de manera masiva como otras patologías, causa muertes, pues la tasa de letalidad es de entre 20 y 30 por ciento. Salvar a los pacientes implicaba no ponerle suero, porque este mal ataca a los pulmones y la persona se ahoga con su plasma, contrario a lo que sucede con el cólera que deshidrata al enfermo.
No solo era atender a los pacientes, sino encontrar al tipo de roedor que actuaba como trasmisor de la enfermedad. Se encararon acciones de trampeo, para luego estudiarlos. Incluso, en una oportunidad se tuvo que llevar búhos para que desplacen a los ratones. Aunque estos animales son característicos del monte y es el humano el que invade su hábitat.
Leishmaniasis
La leishmaniasis se presentó entre el año 2001 y 2003, también en Bermejo. La particularidad de esta patología es que el vector (mosquito) tiene como hospedero la cúspide de los árboles, no hay cómo fumigarlos. Por eso el galeno dice que su eliminación se complica, toda vez que hasta los canes hacen de huésped para que se trasmita la enfermedad.
Walter es de esos tipos que no desaprovechan la oportunidad para ampliar el conocimiento. Como en Orán-Argentina se instaló un centro nacional de control de la leishmaniasis, donde tenían laboratorios y hacían investigación, como profesional aprovechó esa situación para adquirir conocimiento y combatir esa enfermedad en Bolivia.
Sucede que este mal ataca a la piel y las mucosas, es más superficial y produce ulceraciones. En ese tiempo las organizaciones internacionales eran las que regalaban el medicamento, lo traían de Francia, porque comprarlo era muy caro para los pacientes.
En ese trajín, de andar de un lado a otro y palpar de cerca las epidemias, incluida la malaria, cuando se reportaba más 500 casos por año, Walter hizo nueve investigaciones. Pero eso también le generó un desequilibrio familiar. Sin embargo, tiene la satisfacción de haber cumplido su deber. Cumplirá 60 años, aún no quiere jubilarse, pues no ve profesionales del área que se entreguen de manera desinteresada a su profesión.
EXPERIENCIA Y CAPACITACIÓN SOBRE LA EPIDEMIOLOGÍA
Colombia
Walter Santa Cruz en una de las conferencias que dio en Colombia, cuando se fue a capacitar sobre el dengue, que para ese entonces se tenía dos tipos, el clásico y el hemorrágico. En aquella ocasión también ya se hablaba de la chikungunya, que es trasmitida por el mismo vector, el Aedes Aegyti.
Investigación
Una de las últimas investigaciones realizadas por Walter Santa Cruz fue sobre la parotiditis. Una enfermedad que se presentó con frecuencia en los colegios de Tarija, principalmente los últimos años. Otro de sus últimos trabajos es sobre las reacciones adversas que se presentan a causa de las vacunas.
Bioseguridad
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) llamaba a profesionales expertos para capacitar a los epidemiólogos sobre la bioseguridad. De esa manera sabían cómo cuidarse para tratar a los enfermos, pero lo más importante, la forma de trasmisión de esas patologías, de manera que los médicos no contraigan el mal.