“Acumulación por desposesión” se ha intensificado en la última década
En las últimas décadas, “se ha profundizado la especialización de la región como surtidora de materias prima, productos agroindustriales y biocombustibles, y como locus de nuevas reservas de capital para el mercado global”. Así lo advierten Ivette Vallejo (Profesora investigadora del...



En las últimas décadas, “se ha profundizado la especialización de la región como surtidora de materias prima, productos agroindustriales y biocombustibles, y como locus de nuevas reservas de capital para el mercado global”.
Así lo advierten Ivette Vallejo (Profesora investigadora del Departamento de Desarrollo, Ambiente y Territorio en FLACSO Ecuador), Giannina Zamora (candidata a doctora por la Universidad Andina Simón Bolívar, UASB, Ecuador) y William Sacher (Profesor del Programa de Cambio Climático, UASB Ecuador), en una reciente publicación conjunta.
Esta especialización ha acentuado e intensificado el fenómeno conocido como “acumulación por desposesión”. Este término, creado por el conocido geógrafo británico David Harvey, implica el uso de métodos de la acumulación originaria para mantener el sistema capitalista, mercantilizando ámbitos que antes estaban cerrados al mercado.
Específicamente en Latinoamérica, afirman Vallejo, Zamora y Sacher, la acumulación por desposesión se ha dado a través de la creación de “nuevas áreas de sacrificio para la instalación de proyectos hidrocarburíferos, mineroenergéticos, monocultivos agroindustriales y de biocombustibles, lo que se acompaña con un ensamble de carreteras e infraestructuras para localizar, extraer y transportar commodities para el mercado mundial”.
Este modelo causa que, “mientras los beneficios económicos se concentran en élites nacionales e internacionales, en la región se renuevan formas de despojo de territorio y bienes comunes”, agregan los expertos.
Así, el “despojo sustentado en el desarrollo convencional propio de un régimen de naturaleza capitalista que coloca a la naturaleza como realidad externa, para objetivarla como recurso”, coexiste con otras formas de despojo a través del “desarrollo sustentable basado en regímenes de ‘tecno-naturaleza’, en que la naturaleza es internalizada por el capital, deviniendo en ‘ambiente gubernamentalizado’, administrado por el conocimiento experto y las burocracias tecnocráticas del Estado y las transnacionales”.
Del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities
A decir de Vallejo, Zamora y Sacher, el actual modelo “basado en la exportación de bienes primarios a gran escala” -entre ellos hidrocarburos (gas y petróleo), metales y minerales, productos agrarios (maíz, soja, trigo) y agrombustibles-, ha implicado que “en la región, de 2000 a 2018, se pasó del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities”.
En este nuevo “Consenso” han convergido países con gobiernos “neoliberales, progresismo populista y pos-neoliberales”, lo que se tradujo en una reprimarización de la economía, “afianzando una orientación hacia actividades primario-extractivas, que no permiten retener el valor extraído y producido, profundizando por ende la desposesión de tierras, territorios y recursos”, explican.
La tendencia hacia los monocultivos y la escasa diversificación económica han “desplazado economías regionales existentes, expandido fronteras de extracción hacia territorios antes considerados improductivos o no eficientes, generado acaparamiento de tierras, expulsión y desplazamiento de comunidades rurales”.
Infraestructura para la deuda y el despojo
En lo que va de este siglo, en América Latina se ha implementado infraestructuras y comunicaciones a través del consenso entre varios gobiernos de la región. Según distintos investigadores internacionales, estas han tenido el fin de facilitar la extracción, transporte y exportación de productos hacia el mercado global.
Entre estas iniciativas están los proyectos de infraestructura previstos por la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA). El académico brasileño Fabio Barbosa dos Santos advierte que la IIRSA ha traído una interconexión sin verdadera integración en la región, “con muy bajos impactos y efectividad”.
En la misma línea están los investigadores Nicola Scherer, Alfons Pérez y Davide Panadori, quienes en un estudio para el Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG), encontraron que este tipo de megainfraestructuras -a las que se debe agregar las megahidroeléctricas y otras grandes infraestructuras- se convirtieron en mecanismo para endeudar a países del Sur Global.
“Se están convirtiendo en los nuevos activos para inversores internacionales y compañías multinacionales mediante los cuáles obtener beneficios. En especial, la inversión en las infraestructuras de países del Sur global se presenta como una herramienta de crecimiento económico”, agregan los expertos del ODG.
Durante años, el Centro de Documentación e Información de Bolivia (CEDIB) también ha producido investigaciones que coinciden con estos hallazgos. Tanto a nivel regional, y particularmente en el caso de Bolivia, enfatizan que, “en una primera etapa, estas megaobras vivieron de la breve bonanza de ingresos por los hidrocarburos. En la etapa actual, continúan y al parecer continuarán, pero de la mano de un nuevo ciclo de endeudamiento marcado por el protagonismo de la deuda bilateral, sobre todo con China como principal acreedor”.
Así, la megainfraestructura genera poca integración y se enfoca en facilitar la exportación de materias primas, y a su paso genera una estela de deuda y corrupción (ver el emblemático caso Odebrecht).
Mientras ello ocurre, Vallejo, Zamora y Sacher afirman que “los ordenamientos territoriales (en los distintos países y sus subregiones) se adecuan conforme los intereses de la acumulación de capital, creando multiterritorialidades de producción, residencia y descargas en una ocupación del territorio fragmentada y marcada por el desorden”.
Y es que, según dichos investigadores, “la gran concentración industrial genera contaminación de recursos hídricos superficiales y subterráneos con desechos industriales, y sustancias tóxicas se desfogan hacia cuencas hidrográficas. En general, los megaproyectos de desarrollo, incluyendo los hidroenergéticos y la profundización extractiva en América Latina, se enmarcan en una territorialidad” que excluye a las que ya existían previamente, poniendo así bajo control de grandes empresas a “grandes porciones de bienes comunes, presentes en determinados territorios”.
Según los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale, esto ocurre cuando, dentro de la lógica del capital, ciertos territorios se consideran “sacrificables”. Una lógica que ningún país latinoamericano ha podido superar pese a la pasada época de gobiernos progresistas.
El espacio y la segregación
El filósofo y sociólogo marxista francés, Henri Lefebvre, afirmaba que el capitalismo “no se apoya solamente sobre las empresas y el mercado, sino sobre el espacio”, por lo que los flujos de energía, materiales, capitales, y mano de obra tienen confluencia en su producción.
Teniendo esto en cuenta, David Harvey explica que, mientras se consolida la acumulación de capital en “puntos fuertes” (regiones, grandes ciudades, corporaciones, empresas transnacionales), se crean “espacios geográficos desiguales”.
Y es que, según Lefebvre, “es el espacio y por el espacio donde se reproduce la reproducción de las relaciones de producción capitalistas”. Ello, de acuerdo con Vallejo, Zamora y Sacher, ocurre “en detrimento de la reproducción de las relaciones sociales de reproducción que en comunidades locales se han sostenido sobre la base de la interdependencia, ayuda mutua, economías del cuidado y en fundamentos sociomorales”.
De esta manera, la “segregación socioespacial” no sólo genera desigualdades territoriales y geográficas, desposesión y acumulación, sino que destruye en gran medida medios de vida y formas de organización previamente establecidas, subsumiendo todo a la dinámica del capital.
Los investigadores ecuatorianos explican que, de esta manera, “el espacio no puede ser sino político, ideológico, estratégico; un producto social al que se adjudican grupos particulares que se apropian de éste para administrarlo y explotarlo”.
Al respecto, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman afirmaba que las relaciones de poder en un sistema de explotación laboral, social y de la naturaleza reproducen sociedades no sustentables, marcadas por relaciones de inequidad y desigualdad.
Por tanto, según Svampa y Viale, “la tecnocracia, las burocracias especializadas, los planificadores del desarrollo, los gestores de los aparatos de Estado en alianza con transnacionales y corporaciones se sirven de este espacio instrumental que deviene en espacio abstracto, metafórico, depurado de historias, sentidos, prácticas y vivencias; espacio imagen geométrico, cuantitativo que surge del ‘mal desarrollo’”.
Así, para “garantizar la acumulación capitalista”, se incorporan nuevos territorios y naturaleza del sur global, y por ende de América Latina, “mientras se afectan socioecosistemas condenando a poblaciones locales a un malvivir y a la insustentabilidad social, económica, ecológica y cultural. Esta dinámica está asociada con patrones históricos coloniales, colonialidad de la naturaleza e injusticia ambiental entre los países del norte y sur global, así como al interior de los países de la región”, apuntan por su parte Vallejo, Zamora y Sacher.
Acumulación por desposesión
En su texto del año 2006, David Harvey explicó: “Los recursos naturales y otras condiciones en la naturaleza brindan la posibilidad de un acelerado excedente de producción, de modo que el acceso abierto y el control de los sitios con abundancia de recursos, se convierten en una forma de acumulación en la sombra a través de la apropiación. La búsqueda constante de recursos naturales de alta calidad que pueden ser saqueados por el excedente y la producción de plusvalía ha sido, por lo tanto, un aspecto clave para la geografía histórica del capitalismo”.
Vallejo, Zamora y Sacher concuerdan y corroboran esta conceptualización, pues observan que, en las últimas décadas, “la acumulación por desposesión ha sido un mecanismo privilegiado a escala global, que ha permitido a ciertos territorios avanzar espectacularmente a expensas de otros”.
En ese sentido, tanto con el neoliberalismo como por los “ensayos posneoliberales” de capitalismo de Estado de los gobiernos progresistas, “se ha dado una concentración de riqueza en manos de élites capitalistas nacionales y transnacionales”, agregan.
Asimismo, advierten que el Estado ha tenido y tiene “un papel central” en lo que llaman “la burocratización del espacio”. Así, “a través de las definiciones de legalidad y desde la institucionalidad, asegura las condiciones para la desposesión y transferencia del agua, tierra y otros recursos”.
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Así lo advierten Ivette Vallejo (Profesora investigadora del Departamento de Desarrollo, Ambiente y Territorio en FLACSO Ecuador), Giannina Zamora (candidata a doctora por la Universidad Andina Simón Bolívar, UASB, Ecuador) y William Sacher (Profesor del Programa de Cambio Climático, UASB Ecuador), en una reciente publicación conjunta.
Esta especialización ha acentuado e intensificado el fenómeno conocido como “acumulación por desposesión”. Este término, creado por el conocido geógrafo británico David Harvey, implica el uso de métodos de la acumulación originaria para mantener el sistema capitalista, mercantilizando ámbitos que antes estaban cerrados al mercado.
Específicamente en Latinoamérica, afirman Vallejo, Zamora y Sacher, la acumulación por desposesión se ha dado a través de la creación de “nuevas áreas de sacrificio para la instalación de proyectos hidrocarburíferos, mineroenergéticos, monocultivos agroindustriales y de biocombustibles, lo que se acompaña con un ensamble de carreteras e infraestructuras para localizar, extraer y transportar commodities para el mercado mundial”.
Este modelo causa que, “mientras los beneficios económicos se concentran en élites nacionales e internacionales, en la región se renuevan formas de despojo de territorio y bienes comunes”, agregan los expertos.
Así, el “despojo sustentado en el desarrollo convencional propio de un régimen de naturaleza capitalista que coloca a la naturaleza como realidad externa, para objetivarla como recurso”, coexiste con otras formas de despojo a través del “desarrollo sustentable basado en regímenes de ‘tecno-naturaleza’, en que la naturaleza es internalizada por el capital, deviniendo en ‘ambiente gubernamentalizado’, administrado por el conocimiento experto y las burocracias tecnocráticas del Estado y las transnacionales”.
Del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities
A decir de Vallejo, Zamora y Sacher, el actual modelo “basado en la exportación de bienes primarios a gran escala” -entre ellos hidrocarburos (gas y petróleo), metales y minerales, productos agrarios (maíz, soja, trigo) y agrombustibles-, ha implicado que “en la región, de 2000 a 2018, se pasó del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities”.
En este nuevo “Consenso” han convergido países con gobiernos “neoliberales, progresismo populista y pos-neoliberales”, lo que se tradujo en una reprimarización de la economía, “afianzando una orientación hacia actividades primario-extractivas, que no permiten retener el valor extraído y producido, profundizando por ende la desposesión de tierras, territorios y recursos”, explican.
La tendencia hacia los monocultivos y la escasa diversificación económica han “desplazado economías regionales existentes, expandido fronteras de extracción hacia territorios antes considerados improductivos o no eficientes, generado acaparamiento de tierras, expulsión y desplazamiento de comunidades rurales”.
Infraestructura para la deuda y el despojo
En lo que va de este siglo, en América Latina se ha implementado infraestructuras y comunicaciones a través del consenso entre varios gobiernos de la región. Según distintos investigadores internacionales, estas han tenido el fin de facilitar la extracción, transporte y exportación de productos hacia el mercado global.
Entre estas iniciativas están los proyectos de infraestructura previstos por la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA). El académico brasileño Fabio Barbosa dos Santos advierte que la IIRSA ha traído una interconexión sin verdadera integración en la región, “con muy bajos impactos y efectividad”.
En la misma línea están los investigadores Nicola Scherer, Alfons Pérez y Davide Panadori, quienes en un estudio para el Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG), encontraron que este tipo de megainfraestructuras -a las que se debe agregar las megahidroeléctricas y otras grandes infraestructuras- se convirtieron en mecanismo para endeudar a países del Sur Global.
“Se están convirtiendo en los nuevos activos para inversores internacionales y compañías multinacionales mediante los cuáles obtener beneficios. En especial, la inversión en las infraestructuras de países del Sur global se presenta como una herramienta de crecimiento económico”, agregan los expertos del ODG.
Durante años, el Centro de Documentación e Información de Bolivia (CEDIB) también ha producido investigaciones que coinciden con estos hallazgos. Tanto a nivel regional, y particularmente en el caso de Bolivia, enfatizan que, “en una primera etapa, estas megaobras vivieron de la breve bonanza de ingresos por los hidrocarburos. En la etapa actual, continúan y al parecer continuarán, pero de la mano de un nuevo ciclo de endeudamiento marcado por el protagonismo de la deuda bilateral, sobre todo con China como principal acreedor”.
Así, la megainfraestructura genera poca integración y se enfoca en facilitar la exportación de materias primas, y a su paso genera una estela de deuda y corrupción (ver el emblemático caso Odebrecht).
Mientras ello ocurre, Vallejo, Zamora y Sacher afirman que “los ordenamientos territoriales (en los distintos países y sus subregiones) se adecuan conforme los intereses de la acumulación de capital, creando multiterritorialidades de producción, residencia y descargas en una ocupación del territorio fragmentada y marcada por el desorden”.
Y es que, según dichos investigadores, “la gran concentración industrial genera contaminación de recursos hídricos superficiales y subterráneos con desechos industriales, y sustancias tóxicas se desfogan hacia cuencas hidrográficas. En general, los megaproyectos de desarrollo, incluyendo los hidroenergéticos y la profundización extractiva en América Latina, se enmarcan en una territorialidad” que excluye a las que ya existían previamente, poniendo así bajo control de grandes empresas a “grandes porciones de bienes comunes, presentes en determinados territorios”.
Según los investigadores argentinos Maristella Svampa y Enrique Viale, esto ocurre cuando, dentro de la lógica del capital, ciertos territorios se consideran “sacrificables”. Una lógica que ningún país latinoamericano ha podido superar pese a la pasada época de gobiernos progresistas.
El espacio y la segregación
El filósofo y sociólogo marxista francés, Henri Lefebvre, afirmaba que el capitalismo “no se apoya solamente sobre las empresas y el mercado, sino sobre el espacio”, por lo que los flujos de energía, materiales, capitales, y mano de obra tienen confluencia en su producción.
Teniendo esto en cuenta, David Harvey explica que, mientras se consolida la acumulación de capital en “puntos fuertes” (regiones, grandes ciudades, corporaciones, empresas transnacionales), se crean “espacios geográficos desiguales”.
Y es que, según Lefebvre, “es el espacio y por el espacio donde se reproduce la reproducción de las relaciones de producción capitalistas”. Ello, de acuerdo con Vallejo, Zamora y Sacher, ocurre “en detrimento de la reproducción de las relaciones sociales de reproducción que en comunidades locales se han sostenido sobre la base de la interdependencia, ayuda mutua, economías del cuidado y en fundamentos sociomorales”.
De esta manera, la “segregación socioespacial” no sólo genera desigualdades territoriales y geográficas, desposesión y acumulación, sino que destruye en gran medida medios de vida y formas de organización previamente establecidas, subsumiendo todo a la dinámica del capital.
Los investigadores ecuatorianos explican que, de esta manera, “el espacio no puede ser sino político, ideológico, estratégico; un producto social al que se adjudican grupos particulares que se apropian de éste para administrarlo y explotarlo”.
Al respecto, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman afirmaba que las relaciones de poder en un sistema de explotación laboral, social y de la naturaleza reproducen sociedades no sustentables, marcadas por relaciones de inequidad y desigualdad.
Por tanto, según Svampa y Viale, “la tecnocracia, las burocracias especializadas, los planificadores del desarrollo, los gestores de los aparatos de Estado en alianza con transnacionales y corporaciones se sirven de este espacio instrumental que deviene en espacio abstracto, metafórico, depurado de historias, sentidos, prácticas y vivencias; espacio imagen geométrico, cuantitativo que surge del ‘mal desarrollo’”.
Así, para “garantizar la acumulación capitalista”, se incorporan nuevos territorios y naturaleza del sur global, y por ende de América Latina, “mientras se afectan socioecosistemas condenando a poblaciones locales a un malvivir y a la insustentabilidad social, económica, ecológica y cultural. Esta dinámica está asociada con patrones históricos coloniales, colonialidad de la naturaleza e injusticia ambiental entre los países del norte y sur global, así como al interior de los países de la región”, apuntan por su parte Vallejo, Zamora y Sacher.
Acumulación por desposesión
En su texto del año 2006, David Harvey explicó: “Los recursos naturales y otras condiciones en la naturaleza brindan la posibilidad de un acelerado excedente de producción, de modo que el acceso abierto y el control de los sitios con abundancia de recursos, se convierten en una forma de acumulación en la sombra a través de la apropiación. La búsqueda constante de recursos naturales de alta calidad que pueden ser saqueados por el excedente y la producción de plusvalía ha sido, por lo tanto, un aspecto clave para la geografía histórica del capitalismo”.
Vallejo, Zamora y Sacher concuerdan y corroboran esta conceptualización, pues observan que, en las últimas décadas, “la acumulación por desposesión ha sido un mecanismo privilegiado a escala global, que ha permitido a ciertos territorios avanzar espectacularmente a expensas de otros”.
En ese sentido, tanto con el neoliberalismo como por los “ensayos posneoliberales” de capitalismo de Estado de los gobiernos progresistas, “se ha dado una concentración de riqueza en manos de élites capitalistas nacionales y transnacionales”, agregan.
Asimismo, advierten que el Estado ha tenido y tiene “un papel central” en lo que llaman “la burocratización del espacio”. Así, “a través de las definiciones de legalidad y desde la institucionalidad, asegura las condiciones para la desposesión y transferencia del agua, tierra y otros recursos”.
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