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Discurso de Eduardo Trigo en un homenaje cultural de la Fundación Educativa, Cultural y Deportiva “Millonarios” Año 2009 ***

Mis primeras palabras son de profundo agradecimiento para la fundación millonarios

Crónica
  • Eduardo Trigo
  • 18/09/2022 00:00
Discurso de Eduardo Trigo en un homenaje cultural de la Fundación Educativa, Cultural y Deportiva “Millonarios”   Año 2009 ***
Eduardo Trigo Foto: Eduardo Trigo
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Mis primeras palabras son de profundo agradecimiento para la fundación millonarios por otorgarme una distinción tan significativa y honrosa que sobrepasa cualquier merecimiento personal. También expreso un reconocimiento muy afectivo al presidente e inspirador de esta institución, el Dr. Ramiro Moreno Baldivieso, quien con frases tan sentidas y generosas se ha referido a mi persona y a mi transitar al servicio de las inquietudes y aspiraciones de nuestra querida tierra.

El libro que he publicado recientemente que lleva por título “Tarija en la independencia del virreinato del río de la plata”, no es un alegato que busca esclarecimientos históricos, sino la relación e interpretación de una fracción de nuestro pasado basadas en documentos a los que tuve la fortuna de acceder. Me sentí impulsado por una ausencia hasta cierto punto lacerante: la escasa mención en la historiografía boliviana de lo que fue y es nuestro departamento; aunque debo reconocer el mérito de los historiadores tarijeños que indagaron nuestro pasado, quienes cuando escribieron sus obras tropezaron con dificultades insalvables para llegar a muchas fuentes documentales. Esta preocupación me permitió reencontrarme con hechos y personajes sobre los que estaba cayendo el manto del olvido, lo que me hizo sentir que era imperioso rescatarlos y ahondar sobre la vida de nuestros próceres. Espero haber alcanzado este propósito aunque no fuera en toda su magnitud.

Cuando la fundación que hoy nos congrega me hizo saber que había decidido llevar a cabo este homenaje, me sumí en meditaciones sobre este pueblo, su influencia en las personas nacidas en él y en quienes habían venido de otras latitudes y se habían identificado con los lugareños, con sus hábitos, con sus costumbres y tradiciones, y reafirmé la idea de que existía una Tarija mágica en el supuesto e imaginario, como lo dijo un pensador latinoamericano, “la magia es el complemento poético, el ingrediente de la esperanza que supera la racionalidad del hombre... “

En efecto, la presencia de Tarija en la formación intrínseca del ser humano se caracteriza por la preeminencia de los sentidos. Es la primera influencia y la personalidad se siente marcada por ellos; tal el caso de los paisajes, tan propios y diferentes, las fragancias, como la de la flor del churqui, el olor a lluvia y el aroma a tierra mojada que se percibe antes y después de las primeras tormentas de primavera, la música, la cadencia al hablar, el sabor de las comidas con sazón peculiar, la calma que se percibe en las aguas de las pozas de los ríos y la suavidad de las brisas caniculares; aspectos estos y muchos otros que están por encima de las valoraciones del simple pensamiento y de la apreciación de la lógica, factores que perduran en la memoria y que definen la personalidad y apego del hombre a esta tierra.

La convocatoria a este acto me ha conducido, además, a revisar mis recuerdos tempranos, que si bien son anteriores a los que tienen quienes conforman la fundación, poseen rasgos comunes que llevarán a una rememoración compartida.

Mi generación es posterior a la guerra del chaco. Cuando cursaba el tercer año en el Colegio Nacional San Luis, el censo estableció que esta capital de departamento tenía algo más de quince mil habitantes.

El centro urbano estaba restringido al ahora denominado “casco viejo”, formado por cuatro barrios, con tres iglesias y tres capillas. Las casas eran de adobe, casi todas chatas, con patios que eran el centro de reunión familiar, en su mayoría poseían huertas con frutales y fragantes flores; más allá estaban los tapiales que también servían como lugares de esparcimiento y de picardía para la muchachada que disfrutaba con la organización de los “rompes” de fruta, con la emoción de sentir que podían ser sorprendidos por los dueños y castigados por los progenitores.

Solamente había cuatro farmacias, cuatro o cinco médicos, un ingeniero civil de nacionalidad belga y un taxi.

Aunque existían periódicos que se publicaban esporádicamente, el que salía con regularidad era “el antoniano” que editaban los padres franciscanos. La radio Guadalquivir era la única emisora, presentaba atractivos programas.

Las disposiciones oficiales, tanto del gobierno nacional como departamental, eran divulgadas a través de “los bandos”, de origen colonial. Un personaje de rasgos histriónicos salía de la prefectura, se detenía en las esquinas para leer los decretos y ordenanzas, seguido por la banda militar, rodeado por un grupo de muchachos interesados en escuchar las marchas del ejército.

El principal espacio de actividad social siempre fue la plaza Luis de Fuentes. Durante décadas ahí se llevaron a cabo las retretas por las bandas de música militares. Con este motivo los días jueves y domingos se concentraba una multitud de personas de todos los sectores sociales y económicos a disfrutar del momento.

Las noches que no tenían luna eran espantosamente oscuras por el deficiente servicio de alumbrado público. El silencio nocturno en las calles era monótamente interrumpido por los pitazos de los carabineros que rondaban la ciudad. Los sonidos agudos que emitían mantenían en vilo a los guardianes del orden público y constituían una advertencia que hacía suponer, exageradamente, que la ciudad estaba vigilada y protegida.

La vida cambiaba radicalmente en el verano con la llegada del río; el Guadalquivir era un personaje vivo en el alma de niños, jóvenes y adultos que vivían horas de felicidad en sus playas; la población se agolpaba en el morro cuando llegaba la noticia de que el río estaba de crecida.

Muchas familias viajaban a las fincas para veranear en lugares próximos. Eran vacaciones compartidas con amigos y familiares, los  paseos a caballo, la leche al pie de la vaca, los festines gastronómicos cuando se mataba un cerdo engordado durante el año, los juegos de mesa a la luz de lámparas de kerosene, los cuentos de terror, de espantos y aparecidos relatados por los campesinos viejos, eran sin duda las vacaciones perfectas, idílicas, libres de enconos y ambiciones.

Después del carnaval y agotado el derroche de alegría de jóvenes y mayores, la vida en la que se podía considerar la “pequeña villa” volvía a su cauce normal con actividades piadosas en cuaresma y semana santa; luego los muchachos se preparaban para el desfile patriótico del 15 de abril, fecha que, en realidad, significaba el final del estío.

La población en general empezaba un período de retraimiento por el cambio climático. Un acontecimiento que se repetía anualmente y que perdura era la aparición de los primeros peces en Villamontes a partir del mes de mayo. La comercialización de los pescados en la ciudad era un suceso, en las calles los peatones daban la buena nueva y el saludo se reducía a decir: “ha llegado pescado”, “¿ya comiste pescado?”.

Las demás actividades estaban fuertemente influidas por el espíritu religioso. Las peregrinaciones al santuario de la virgen de Chaguaya marcaban para siempre la fe de la muchachada. Luego venían las fiestas de san roque y del rosario para concluir con la navidad, cuya alegría se volcaba a las calles. Esta fiesta, además, significaba el reencuentro con parientes y amigos que radicaban en otras latitudes y que arribaban con crónicas y comentarios de ciudades más grandes que, generalmente, causaban arrobo entre quienes, quizás la mayoría, no habían tenido la oportunidad de salir del valle florido.

Debo referirme al aspecto social de la vida en la pequeña ciudad, la cual si bien vivió cierta opulencia en los últimos años del siglo xix y primeros del xx, súbitamente cayó en la pobreza y el aislamiento ocasionado entre otros motivos por la construcción de la vía férrea que no llegó a la región, la crisis general del final de la década de 1920, el dolorosos desgarramiento que ocasionó la guerra del chaco y por el abandono de los poderes públicos. Para los niños esta pobreza parecía habitual y se la vivía sin rencores ni agravios.

No se importaba juguetes debido a la escasez generalizada que causó la segunda guerra mundial. Los niños disfrutábamos con trompos de palo de naranjo hechos por don Tiburcio, enchoques de carretas de hilo, latas de sardina convertidas en autitos, pelotas de trapo, voladores de caña con papel de seda, canicas o bolitas como se las llamaba entonces, teléfonos fabricados con latas, cueritos de cordero e hilos que nos permitían conversar desde lo alto de un árbol con un amigo encaramado en otro y billetes con nombres de banco imaginarios sellados en hojas de cuaderno. Un acontecimiento era que algunos, muy pocos, tenían bicicleta. Los entretenimientos eran muy sanos y plenamente compartidos.

Un factor muy interesante fue, a diferencia de otros centros del país, la integración social entre los habitantes del campo y de la ciudad, no había una brecha social. Las relaciones personales eran muy próximas. Los campesinos eran recibidos con muestras de amistad por los citadinos, los hijos de ambos participaban de las mismas travesuras y aventuras.

Sensiblemente a todos nos llegó la hora de partir. Unos porque nuestra universidad ofrecía solamente dos carreras, derecho y economía, otros apremiados por la situación económica y finalmente algunos en busca de nuevos horizontes. Con los ojos nublados por las lágrimas el concluir el ascenso de la cuesta de sama hacía caer en la cuenta de que se estaba ante el comienzo de una vida diferente, llena de ansiedad y nostalgia, lejos de la familia y del entrañable  entorno.  El sentimiento más fuerte era el de poder volver, como quien retorna al hogar paterno para reiniciar, después de un prolongado paréntesis, la vida que nos había marcado para siempre.

Los valores a los que me he referido, quizá sin rigurosa coordinación, se perciben con nitidez en los miembros de la fundación millonarios que comparten sus actividades cotidianas con un gran sentido de solidaridad para llevar adelante proyectos a favor de la juventud y de apoyo a la cultura. En ellos resalta el amor permanente al terruño que se manifiesta en una honda melancolía por estar nuevamente en la Tarija mágica de la cual nunca se han desarraigado.

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