Vida en familia
¿Qué será lo que recuerden nuestros hijos de su infancia?
En este día del Padre en el que (casi) todo son amores y lindas palabras, en la sección Vida en Familia de los sábados le dejamos dos reflexiones sobre la crianza especialmente pensadas para los padres modernos de hoy en día.
Hace algunos años fui a recoger a mi hijo al colegio en su primera jornada escolar en tercero de Primaria. Me explicó qué es lo que había hecho y, tras unos minutos, de pronto retrocedió en el tiempo a su primer día de guardería, cuando solo contaba con tres años. De manera nítida y clara narró cómo en esa jornada, tras despedirme de él a primera hora de la mañana, le había asegurado que cuando él terminara de comer y saliera al patio yo estaría allí para recogerle. Expresaba cómo se había sentido ante mi ausencia, que su profesora le animaba a jugar con el resto de los compañeros y que le decía que muy pronto “mamá estaría a recogerle”. Me sorprendió la minuciosidad con la que narraba esa experiencia y pensé que yo, ya adulta, tenía ausencia de recuerdos de los primeros años de mi infancia.
Carole Peterson, profesora de Psicología y miembro de la Royal Society of Canada, ha publicado, en el volumen 29 (2021) de Memory, el artículo ¿Cuál es tu primer recuerdo? Eso depende. El texto realiza una revisión selectiva de la literatura sobre amnesia infantil, así como la inclusión de nuevo datos no publicados durante dos décadas (1999-2020). Aunque actualmente el concepto de amnesia infantil incluye tanto el recuerdo más temprano que una persona recuerda como una escasez de recuerdos en los años siguientes a través de los años preescolares y escolares (antes aproximadamente de los 7 años), este trabajo se ha centrado en el recuerdo único que las personas identifican como el más antiguo antes del cual no se pueden recuperar recuerdos. Las distintas investigaciones que se han llevado a cabo para descifrar cuál es la edad en la que se mantienen los primeros recuerdos, señalan que estaría en torno a los 3,24 años. Sin embargo, esta investigadora concluye que los primeros recuerdos de los individuos pueden estar hasta un año o más antes de la edad establecida, debido a la existencia de errores telescópicos, donde se cree que la fecha de ocurrencia del evento está más cerca en el tiempo o más lejos de lo que realmente sucedió. También que existen una serie de variables socioculturales como la educación, el medio urbano versus rural, la autoconstrucción, la inteligencia o tener padres cariñosos e involucrados, que juegan un papel importante en esa memoria temprana.
Sergio Revenga Montejano, psicólogo clínico del Hospital Universitario de Móstoles, señala que el término amnesia infantil se utiliza “para referirnos a la incapacidad normal de los adultos para recordar de forma consciente lo que ocurre desde el nacimiento hasta los 3-5 años, aproximadamente”. Aunque la palabra amnesia, continúa este psicólogo clínico, “se emplea normalmente para afecciones o problemas de memoria, no resulta algo patológico. Es un fenómeno normal muy curioso, puesto que sabemos que los primeros años de vida son muy relevantes para el desarrollo sano de la personalidad; pero, pese a ello, nos resulta muy difícil, si no imposible, recordar algo de esta etapa”. Según Revenga Montejano, “podemos crear recuerdos de manera más nítida a partir de los cuatro o cinco años. El recuerdo de episodios de nuestra vida previos a esto suele ser excepcional”.
En la recuperación de experiencias vividas en los primeros años de la vida, la memoria juega un papel esencial. Eduardo Fernández-Jiménez, doctor en Psicología, facultativo especialista en Psicología Clínica y responsable de Neuropsicología Clínica infantojuvenil en el Hospital Universitario La Paz, sostiene que “la capacidad para registrar/generar y retener información es clave para la recuperación posterior de recuerdos autobiográficos”. En esta labor de reconstitución de los recuerdos “participan regiones cerebrales interconectadas en una red neural, cuyos núcleos fundamentales para la formación de un recuerdo se sitúan en el sistema límbico (cortezas perirrenal, parahipocámpica, entorrinal e hipocampo), así como en otras áreas corticales asociativas. En la recuperación posterior de dicho recuerdo estarían implicados el sistema límbico (teniendo la amígdala un papel activo para los recuerdos emocionales), el córtex prefrontal (a nivel lateral y medial) y las cortezas posteriores (en lóbulos parietal y occipital)”.
Recuerdo o relato
La recreación de sucesos acontecidos durante la infancia se ve influida por el relato de las personas de nuestro entorno, una memoria autobiográfica que está conectada con las historias que hemos escuchado. Marisol Pérez Fidalgo, psicóloga clínica del Hospital Universitario de Móstoles, dice que “a veces, tejemos fragmentos de recuerdos con lo que nos cuentan para formar memorias más completas; serían “memorias inducidas”. Puede haber casos excepcionales de recuerdos verdaderos conscientes, pero la probabilidad de que no sean ciertos es extremadamente alta. Es muy posible que se haya añadido mucha información a lo largo de nuestras vidas propiciada por el entorno familiar”.
La memoria autobiográfica contiene los recuerdos (de los más antiguos a los más recientes) de las vivencias y experiencias sucedidas en la vida de las personas. Pueden ser pequeños detalles o explicaciones pormenorizadas sobre situaciones, pensamientos, sensaciones y emociones vividas en un momento determinado. Mónica Gutiérrez, directora del Máster de Atención Temprana y Desarrollo Infantil de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), mantiene que “son múltiples los factores que desempeñan un papel en la aparición de la memoria autobiográfica; entre ellos, el desarrollo del yo cognitivo, el desarrollo del lenguaje, el olvido, el estilo de recuerdo materno, y la maduración cerebral o el desarrollo neurológico”. Además, continúa la directora del Máster, “hay que tener en cuenta que debido a la maleabilidad de la memoria podemos pensar que recordamos un suceso de nuestra infancia, cuando en realidad lo hemos podido elaborar nosotros mismos a través de lo que nos han contado otras personas de nuestro entorno”.
En menores de tres o cuatro años se pueden recuperar algunos detalles fragmentados de acontecimientos vividos semanas previas. El responsable de Neuropsicología Clínica Infantojuvenil en el Hospital Universitario La Paz declara que la dificultad para recuperar dichos recuerdos remotos en edades posteriores se atribuye a varios factores: “por una parte, porque la calidad de la huella de memoria formada acerca de experiencias autobiográficas en esa primera infancia es muy pobre (con detalles poco elaborados, carentes de matices espaciotemporales, así como poco integrados con otros recuerdos). Por otra parte, porque el sistema de memoria en dicha etapa evolutiva no es tan efectivo ni eficiente (debido a una menor interconexión neural) como para evitar el olvido de dichos recuerdos con posterioridad”. La inmadurez en las aptitudes lingüísticas del ser humano antes de los tres años no permite generar narrativas bien organizadas sobre experiencias autográficas, impidiendo con ello su posterior recuperación. “Por último, también influye el estilo conversacional parental, de forma que aquellos padres que tienen más conversaciones con sus hijos sobre experiencias pasadas compartidas y aportan más detalles acerca de dichas experiencias favorecen que los hijos tengan más recuerdos sobre su primera infancia”, expone Eduardo Fernández-Jiménez.
Por su parte, la directora del Máster de Atención Temprana y Desarrollo Infantil de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), señala que “una de las principales explicaciones de la amnesia infantil es que los recuerdos tempranos se vuelven inaccesibles u olvidados a medida que los niños crecen, de modo que hay un aumento en la “edad de la memoria” más temprana con el aumento de la edad de los niños”. Por ello, “es tan importante que cuidemos los contextos y las situaciones vivenciales de los menores, tanto en las familias como en el sistema educativo”, asegura esta experta en Atención Temprana y Desarrollo Infantil.
Siete errores que te impiden conectar con tu hijo adolescente
MÒNICA TORRES/SONIA LÓPEZ IGLESIAS en Papás y Mamás de El País
Qué difícil es en ocasiones comprender a nuestro hijo o hija adolescente. Entender sus salidas de tono, sus conductas arriesgadas, su apatía ante las cosas. Su falta de compromiso para cumplir con sus responsabilidades, su rebeldía y su imperiosa necesidad de probar de forma casi constante los límites y saltarse las normas. Que complicado es acompañarle desde la calma, hablar sin tener que discutir y dar respuesta a sus nuevas necesidades. Aceptar que haya crecido casi sin darnos cuenta y que necesite empezar a volar dibujando su propio camino sin ir de nuestra mano.
Recuerdo que la mayor parte de mi adolescencia sentí que muy poca gente me entendía y podía acompañar con serenidad todas las emociones que me recorrían por dentro. Unos sentimientos que me producían mucha inseguridad y me hacían sentir muy vulnerable. Únicamente en mi grupo de iguales sentía la libertad de comportarme tal y como era, de expresar aquello que me molestaba o me inquietaba y de compartir todos mis dudas o miedos.
Fueron unos años convulsos, repletos de meteduras de pata donde necesité tiempo para aprender a dominar mi frustración, para saber identificar mis emociones, ponerles nombre y gestionarlas correctamente. Mis padres siempre estuvieron a mi lado ofreciéndome su ayuda y apoyo incondicional lo mejor que supieron.
Ahora que soy madre de dos adolescentes, intento entender por qué mis hijos a menudo viven entre extremos y se muestran irascibles, tristes o ausentes sin tener un motivo aparente. El carrusel de emociones y estados de ánimo por el que transitan, la intensidad con a la que sienten y la dificultad que tienen para leer correctamente todo aquello que pasa a su alrededor.
¿Qué errores nos impiden conectar con nuestros hijos adolescentes?
Esperar que sean capaces de mantener en todo momento el control de sus impulsos y emociones. Si algo caracteriza a la adolescencia es la dificultad que tienen nuestros hijos para modular correctamente todo aquello que sienten.
Creer que ya no nos necesitan a su lado. Nuestros hijos siguen necesitando que estemos presentes y disponibles, que mostremos interés por todo aquello que les pasa.
No respetar sus ritmos para aprender, sus espacios, su intimidad. El respeto se gana ¡respetando! Así que debemos darles tiempo y confiar que aprenderán a hacer las cosas adecuadamente.
Querer que piensen o actúen como nosotros esperamos. La adolescencia es la etapa en la que nuestros hijos empiezan a desarrollar su espíritu ético y crítico, a tomar sus propias decisiones y asumir las consecuencias de ellas.
No entender su necesidad de independencia y libertad. Nuestros hijos adolescentes necesitan construir su propia individualidad y descubrir, experimentar y probar nuevas experiencias que les permitirán crear su visión sobre todo aquello que les rodea.
Suponer que la mejor manera de aprender es castigándoles cuando hagan algo mal. Los adolescentes necesitan tener unas normas y límites claros y concisos que hayan estado consensuados en familia que les ayuden a asumir sus compromisos y tener claras las consecuencias de sus decisiones.
Creer que ya no necesitan nuestras muestras de cariño como cuando eran pequeños. Aunque hayan crecido tanto siguen necesitando a diario nuestros abrazos y besos, nuestras miradas cómplices y nuestras palabras que les alienten.