Las visitas y las tertulias marcaban las tardes
Los mágicos atardeceres en la Tarija de antaño
Una de las tradiciones se centraba en hacerse visitas recíprocas entre vecinos, por motivos de salud o por la llegada de algún familiar



La magia de la antigua Tarija persiste aunque ya no la tan añorada paz de años antes. Los recuerdos que más se aprecian en la actualidad se traducen en aquellas tardes al calor de un té en la puerta de calle, pero también las visitas amables.
Cuenta que una de las tradiciones se centraba en hacerse visitas recíprocas entre vecinos, por motivos de salud o por la llegada de algún familiar. Para esto según el escritor fallecido Agustín Morales Durán se acomodaban asientos en los amplios corredores de las casas.
Más aún, la regla era avisar el día y la hora de la visita para que el dueño de casa los espere con algún manjar de media tarde. También estaban los convites, estos sucedían cuando se trataba de algún cumpleaños, bautizo o graduación.
Según el escritor, las fechas especiales motivaban las reuniones familiares y de amigos, para las cuales se preparaban comida y bebidas sin alcohol. “En los convites no faltaba la leche, que le llamaban orchata, ésta se preparaba con almendras. A las personas mayores se les ofrecía mistelas”, relata Agustín Morales.
Se cuenta que en los convites se daban interesantes conversaciones, más aún no se llegaba a consumir bebidas alcohólicas porque comenzaban y terminaban temprano. Un lindo recuerdo de esta costumbre es la solidaridad que tenían las personas, pues cada quien aportaba de manera voluntaria con un manjar que quisiera compartir.
“Qué buena gente fue la de aquellos tiempos, vivía unida, tranquila y en armónica relación. No se conocían envidias, peleas o incidentes entre vecinos, todo se desenvolvía en un ambiente de amistad y afecto”, dice Agustín Morales.
Pero también había otras prácticas, los hombres se reunían al calor de unos vinos y se acompañaban de interpretaciones musicales de instrumentos que hoy ya no se usan en las reuniones sociales actuales, tales como el acordeón y unas guitarras pequeñas y redondas similares a las guitarras turcas.
Desde siempre en Tarija lo que nunca faltó son los amigos, la gente de antaño se conocía de memoria, las casas se dejaban abiertas sin temor al robo y cuando alguien se enfermaba había cientos de vecinos apoyando la causa. Aunque en la actualidad ese don del tarijeño persiste, los antiguos recuerdan la paz y la calma de años pasados se extrañan.
“Qué buena gente fue la de aquellos tiempo, vivía unida, tranquila y en armónica relación. No se conocían envidias, peleas o incidentes entre vecinos, todo se desenvolvía en un ambiente de amistad y afecto”, recuerda Agustín Morales.
Las charlas en la puerta de calle
Antiguamente no había casa en Tarija que no tuviera un pequeño asiento de madera o piedra en su puerta. Y éste estaba destinado para los hermosos atardeceres.
Las tardes de mate, té y tertulia en las puertas de las casas eran una tradición infaltable. Hoy esta práctica aún la realizan algunos vecinos de barrios alejados, sin embargo ya no con la intensidad y el relajamiento que significaba en épocas pasadas.
Al caer la tarde, y con ella los rayos del sol, de cada una de las casas salían las respetadas matronas con su cortejo de hermosas hijas a sentarse en las puertas de sus casas.
La muchachada se reunía a jugar tunkuna, fútbol, pilladitas, entre muchos otros, pero antes y como requisito debían haber terminado sus deberes escolares Según Morales, ahí en ese ambiente se tejían los chismes y se intercambiaban visitas.
Rosa Guzmán cuenta que salía con su madre a la puerta de la calle y entre los mejores recuerdos está la paz que se respiraba, el ambiente cálido y a la vez fresco y esa sensación de relajarse tras haber terminado con los quehaceres del día.
Apuntes sobre la temática
Los niños
También estaban los infaltables niños que salían de cada casa a las cinco de la tarde a jugar los juegos tradicionales. Los adultos se entretenían mirándolos, conversando y tomándose sus mates tradicionales.
Los chinelazos
Al promediar las nueve de la noche los adultos comenzaban a entrar a sus hogares y con ello llamaban a sus niños, algunos a cenar y otros a dormir. Cuenta Morales que muchos de los chiquillos se escondían para no entrar a su casa y era el momento en el que las chinelas cobraban vida.
Los juegos
La muchachada se reunía a jugar tunkuna, fútbol, pilladitas, entre muchos otros, pero antes y como requisito debían haber terminado sus deberes escolares. Morales apunta que pese a los gritos de las madres, los juegos se extendían.