Bolivia, épocas de oro
Cochabamba y los recuerdos de los inolvidables tranvías
El tranvía eléctrico hasta Cala Cala se inauguró en agosto de 1913. No seguía una línea recta. Se metía más bien entre las huertas y caminos que la costumbre ancestral construyó y marcó con el nombre de sus propietarios



La Cochabamba antigua nos habla de una ciudad fuerte y hermosa, cuya gastronomía destaca en todo momento. Hay muchos recuerdos tejidos en la memoria de su gente, por ejemplo uno de sus lugares con mayores recuerdos es La Recoleta, su historia se remonta a muchas décadas, cuando la modernidad aún era un sueño y reinaba la tranquilidad de sus habitantes que se transportaban a pie y se oía el trinar de las aves, el relajante sonido del río Rocha y la risa de los niños que compartían juegos en las calles.
Los recuerdos de sus antiguos habitantes dan cuenta que La Recoleta estaba llena de árboles frutales, sembradíos de verduras y haciendas típicas de la época, caminos de tierra y el templo que tuvo varios cambios con el paso del tiempo.
Uno de los recoleteños más antiguos, Francisco Mancilla, describe la vida en la zona en los años 1930, en su texto “Reminiscencias de mi infancia y posteriores”. Mancilla nació en una vivienda ubicada a la entrada de la hoy plazuela de La Recoleta, denominada Ubaldo Anze, a pocos pasos del puente metálico, que unía este sector con el casco viejo.
Relata cómo eran las casas en ese tiempo, hechas de adobe con techo de teja de arcilla cocida. En su memoria está muy marcada cómo era el río Rocha: “Resultaba siendo nuestro balneario con agua cristalina en invierno y turbiones frecuentes en la época de lluvia”.
Desbordaba trayendo consigo basura, víboras y toda clase de alimañas, además, causaba desastres en las vetustas casas próximas a sus riberas, la corriente del río también cobró la vida de niños y personas mayores. La iluminación era escasa, sólo había dos focos, uno cerca de su casa y el otro en el centro de la plazuela, en las viviendas sólo había velas que daban una luz tenue.
Mancilla recuerda que en ese entonces había una escuelita que funcionaba donde hoy está el Gran Hotel Cochabamba, que tenía un solo curso. Había varias chicherías, entre ellas “Las Cañahuequitas” y todas las casas de la zona tenían grandes sembradíos y gozaban de mitas de agua que provenían de vertientes, entre ellas “manzana pila”, “waca mik’u” y “peras pilas”. Según cuenta, existía una pileta pública que se encontraba casi en la puerta del templo, que funcionaba las 24 horas, provista por la familia Anze.
Entre otro de sus recuerdos importantes está el del hotel Cochabamba, que fue construido en 1940, el mismo adquirió un colectivo que recorría el sector y que no sólo recogía huéspedes, sino también a algunos pobladores. Hace referencia que este punto en la historia pudo haber influido en la desaparición de los sombreros de chola de copa alta, debido a que las mujeres de pollera, no lograban pasar por la puerta del colectivo con sus sombreros puestos y se veían obligadas a llevarlos en el brazo y por el poco espacio que había se arruinaban y su reparación era costosa, entonces muchas dejaron de usarlo o acortaron el tamaño de la copa.
Recuerda que el templo de La Recoleta, cuando vivía en la zona, ya no tenía el muro frontal de adobe con arco al centro del ingreso del atrio, que se ve en las fotos antiguas de éste.
Los ferrocarriles y tranvías
Pero hay algo que genera mucha nostalgia y que se ha conservado en el corazón de todo cochala. Se trata de los ferrocarriles y tranvías.
Para hablar de esta parte de la historia consultamos el texto de Gustavo Rodríguez Ostria, quien relata que a principios del siglo XX, Cochabamba ostentaba orgullosa el rótulo de ser la ciudad de segunda importancia de Bolivia, luego de La Paz. No pasaba empero de ser una aldea grande, que carecía de todos los servicios urbanos –luz, alcantarilla- de los que ya gozan otras ciudades del continente e incluso La Paz y Oruro en Bolivia.
Su trama urbana no era afortunadamente extensa, lo que facilitaba trasportarse a pie. Empero, acceder a la por entonces periferia suburbana como Muyurina, Itocta o Cala Cala, demandaba alago más de esfuerzo y vehículos propios. Los sectores de mayores ingresos, utilizaban caballos, carretas jaladas por percherones o primorosos carruajes tirados por corceles alazanes para desplazarse: Calesas de cuatro y dos ruedas, cabrioles abiertos de dos ruedas o victorias de cuatro ruedas o landós con capote que se abrían y cerraban, según las circunstancias.
En cambio, las personas de menos recursos lo hacían generalmente a pie o utilizaban el apoyo de asnos, si debían transportar pesadas cargas. Hacia 1908 se consolidó, sin embargo, un singular tranvía que avanzaba cansino tirado por una mula. Fue instalado por el ingeniero Julio Knaudt. Tenía dos tramos. Uno desde la calle Junín, por la Colombia y la otra por la Oquendo hasta la Laguna Alalay, lugar de recreo de los fines de semana.
En 1912, el Concejo Municipal recibió las propuestas de ELFEC y Knaudt, para el tendido de líneas de tranvía dentro la ciudad. El dictamen del órgano municipal fue que la empresa eléctrica se haga cargo de la zona Oeste y Knaudt de la Este. Knaudt desistió y ELFEC adquierió sus derechos. Así quedó como la única titular de la provisión de tranvías en el casco urbano de la ciudad.
La principal línea, era aquella que debía enlazar la Plaza de Armas 14 de Septiembre con la campiña de Cala Cala, al Norte de la ciudad. Su nombre procede del aimara y significa pedregal, otra remembranza de los antiguos pobladores andinos de Cochabamba.
Comprendía las zonas de Chorrillos, El Rosal, Queruqueru, La Recoleta, Portales, Mayorazgo y la misma Cala Cala. La zona se caracterizaba por la abundancia de frutas y flores, vertientes de agua clara en la quebrada de la Chaima y un clima más templado y sano que el de la ciudad.
Sus bondades atraían el interés de la población. Los más ricos construyeron en ella lujosas mansiones de recreo, donde veraneaban de octubre a diciembre. Los más pobres visitaban la zona los fines de semana o los días de fiesta. Para ambos grupos, acceder a la por entonces lejana campiña suponía toda una excursión.
El tranvía eléctrico hasta Cala Cala se inauguró en agosto de 1913. No seguía una línea recta. Se metía más bien entre las huertas y caminos que la costumbre ancestral construyó y marcó con el nombre de sus propietarios.
Los tranvías se concentraban en la plaza 14 de Septiembre y al finalizar el día el coche motor y los vagones retornaban a la estación de ELFEC, en la antigua 14 de Enero. De allí también partían y arribaban los vagones hasta Quillacollo y Vinto.
En la ciudad, la maquinaria que se utilizaba era alemana. En 1914, ELFEC adquiere sus primeros tranvías eléctricos auténticos: dos carros de dos ejes, numerados 1 y 2, a la empresa Maschinenfabrik Augsburg-Nürnberg (MAN). En 1924 ordena otro carro desde la misma compañía, el único con cuatro ejes, que queda numerado.
Rápidamente el tranvía se transforma en un éxito. Partía de la Plaza principal cada media hora y tardaba 30 minutos en llegar a su destino, en la campiña del Norte. En 1923 ELFEC vende 510.754 pasajes y 1.420 abonos, lo que representa unos 600.000 viajes anuales. Una inmensidad para una ciudad que apenas se aproximaba a los 40.000 habitantes. Puntual y seguro, el tranvía reinaba sin desafíos.
Los maquinistas eran varones, solo durante la guerra del Chaco, la conscripción masculina obligó a recurrir a mujeres. El cobrador o boletero, luego de dar orden de partida al maquinista recorría los carros para cobrar y verificar pasajes. Los había sueltos y en abonos. Muchas veces los custodios eran burlados en su empeño. La poca velocidad permitía que se cuelguen y descuelguen pasajeros, eludiendo el pago. Los niños escolares, sobre todo, hacían de las suyas.
El tranvía en todas sus líneas y el tren rompió la rutina y la cronología urbana, modificando el tiempo cochabambino de viajar a pie o a lomo de bestia, esto duró hasta el 30 de mayo de 1948, cuando hizo su último viaje, pues el Concejo Municipal se decidió por el transporte público de góndolas y colectivos.