Vida en pandemia
Los niños huérfanos por Covid, su duelo y 4 claves para ayudarlos
Si para los adultos la muerte de un ser querido es el episodio más difícil de sobrellevar, mucho más lo es para los niños pequeños, quienes todavía no tienen claro el significado de la muerte ni están maduros a nivel emocional para poder afrontarla
En Estados Unidos más de 30.000 niños han quedado huérfanos debido al Covid-19, en Perú más de 11.000 y aunque en Bolivia no hay cifras al respecto, la situación no es menos preocupante. En Perú se ha establecido una pensión de orfandad de 54 dólares mensuales hasta que cumplan 18 años. En nuestro país de eso ni hablar. Más aún, al margen de lo económico está la soledad de los menores, el sufrimiento y el llanto, ahí estará nuestro aporte como familia del menor.
Mariana tiene ocho años y a su edad su vida ha cambiado radicalmente, su padre trabajaba en Santa Cruz y ella vivía con su madre en Tarija. La amable Ruth (madre de la menor) siempre preocupada por la pandemia se la vivía dando consejos a sus familiares para cuidarse y no caer enfermo. Más aún, un día el virus tocó la puerta de su casa, llegaron familiares de la ciudad de La Paz y se dio el contagio.
Aunque Mariana no enfermó si lo hicieron su abuela y tía que vivían bajo el mismo techo. De inmediato, el carácter colaborador de Ruth salió a flote y en pocos días se convirtió en la enfermera de todos los que contrajeron el virus en su hogar y pese a que ella también se trataba con el protocolo convencional contra el Covid, un día de esos malos, se sintió desfallecer y se desmayó. Rápidamente fue llevada al hospital Obrero, la intubaron por daño en los pulmones y tras una semana de internación falleció.
Mariana se había quedado sola y aunque su padre se vino a vivir a Tarija su vida jamás volvió a ser la misma, sus familiares tardaron 24 horas en decírselo, le daban mil vueltas al tema, y pese a que cada vez el anuncio se les hacía un nudo en la garganta, finalmente se lo dijeron. Hoy Mariana no duerme bien en las noches, come poco y llora a diario.
Si para los adultos la muerte de un ser querido es el episodio más difícil de sobrellevar, mucho más lo es para los niños pequeños, quienes todavía no tienen claro el significado de la muerte ni están maduros a nivel emocional para poder afrontarla.
En este reportaje se describe cómo entienden la muerte los niños en función de su edad y con la ayuda de expertos y la revista de salud Consumer Eroski se proponen algunas claves para acompañarles en situaciones de este tipo, como tratar de preservar todas las rutinas posibles, no evitar hablar de la muerte con el pequeño si él lo desea, no apresurarse para tomar decisiones que le afecten y observar su comportamiento con mucha atención.
Durante bastante tiempo, los psicólogos y otros profesionales sostuvieron ideas como que los pequeños no sufrían o no necesitaban atravesar un momento de duelo. Por fortuna, esas creencias quedaron descalificadas desde hace mucho y, hoy en día, se entiende la necesidad de acompañar a los menores para que puedan vivir esas situaciones de la manera más apropiada.
El concepto de muerte
Ante todo, es importante saber cómo entienden los niños el concepto de la muerte:
De acuerdo al experto y psicólogo Cristian Vásquez en una primera etapa, que abarca hasta los dos años de edad, la muerte es solo una palabra. El bebé desarrolla, alrededor de los seis u ocho meses, una "noción de permanencia de objeto" que le permite sentir la ausencia de las personas importantes para él, es decir, aquellas con las que ha establecido un vínculo fuerte. Sin embargo, es un periodo en el que, como explica la Asociación Española de Pediatría (AEP), "el niño reacciona con incomprensión e indiferencia ante la muerte".
Entre los dos y los seis años de edad, por su parte, el pequeño "entiende la muerte como un hecho transitorio, algo mítico", señala.
De acuerdo a la revista de salud Consumer Eroski hacia los cinco o seis años, comienza a aceptar la universalidad de este hecho. En su intento por entender, hace preguntas acerca de cómo son las cosas en el lugar donde está la persona que ha fallecido ("¿hace frío?", "¿cómo duerme?", "¿vendrá a traerme mi regalo de cumpleaños?") y sobre su propio cuidado y bienestar ("¿voy a seguir yendo a fútbol los miércoles?", "¿quién me recogerá ahora?").
También expresa la preocupación de que la muerte afecte a las personas que le rodean ("¿Ustedes se van a morir?" o "si se mueren, ¿quién me va a cuidar?"). Así lo detalla la guía 'Hablemos de duelo. Manual práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes', editado por la Fundación Mario Losantos del Campo (FMLC).
Esta guía apunta que es fundamental responder siempre con la verdad y tener en cuenta la "edad cognitiva", ya que "hay niños de cuatro años que entienden prácticamente todo y otros de 10 que necesitan explicaciones más sencillas". También recuerda que al hablar del tema con él, se deben dejar en claro cuatro conceptos clave: que la muerte es irreversible, que todos los seres vivos mueren, que todas las funciones vitales paran tras la muerte y que esta tiene una explicación y es física. Ser claro y concreto evita que el menor desarrolle fantasías que lo perjudicarán en el futuro.
Algunas recomendaciones concretas para acompañar a los niños que sufren la pérdida de alguno de sus padres u otra persona muy cercana se enumeran a continuación.
1. Preservar todas las rutinas que se puedan
Tratar de que los cambios en la rutina cotidiana y en los ambientes en los que se mueve el menor sean los menos posibles. Tratar que la transición sea progresiva "en colaboración con la persona que vaya a fallecer" si eso es posible.
2. Hablar de la muerte con el niño
No hay que eludir el tema de la muerte en las conversaciones con el niño siempre que este lo desee. El psicólogo Sergio Martín Tarrasón cita en el artículo “Muere un padre: desarrollo evolutivo del concepto muerte” que el afán por evitar ciertos temas por una supuesta "protección" para el pequeño "no es otra cosa que la expresión del mecanismo de identificación proyectiva a través del cual el adulto se desprende de sus propios aspectos infantiles y los adjudica al niño". Sugiere incluso animar al pequeño a hablar sobre la persona fallecida y a compartir con él la tristeza y los recuerdos, además de darle apoyo para sobrellevar la situación.
3. Evitar las prisas con las decisiones importantes
Evitar que los padres, durante su propio duelo, tomen decisiones importantes que afecten a la vida del menor. Martín Tarrasón explica que, en esas situaciones, "el adulto se encuentra con que también él mismo ha de afrontar el dolor de la pérdida de una persona querida, con toda la dificultad que ello supone y, además, ayudar al niño en su aflicción: una doble y difícil tarea". Por ello, deben dejar pasar un tiempo prudencial antes de tomar medidas que puedan acarrear consecuencias negativas en el pequeño.
4. Observar al niño con atención
En el proceso del duelo, el primer año es clave. Los expertos detallan que se deben realizar entrevistas entre cuidadores y maestros, observar su conducta durante el juego, su rendimiento escolar o si el niño sufre regresiones (es decir, si tiene conductas que ya había dejado atrás, como orinarse en la cama, tener miedo a la oscuridad, etc.). Los cumpleaños —sobre todo el primero— también son fechas importantes en las que conviene estar muy cerca del pequeño.
Los niños no asumen el duelo de la misma forma que los adultos
El duelo es una parte fundamental en la tarea de asumir una pérdida. En términos psicológicos, es “un trabajo, un proceso simbólico, intrapsíquico, de lento y doloroso desprendimiento, que supone un reordenamiento representacional, la elaboración psíquica sobre el estatuto de un objeto que ha devenido ausente”. Así lo define el psicólogo Gabriel Donzino en un artículo titulado “Duelos en la infancia”.
En los niños, el duelo no asume la misma forma que en los adultos. Las reacciones de los pequeños, apunta el psicólogo Martín Tarrasón, pueden incluir “la negación inconsciente y a veces consciente de la realidad de la muerte“, así como un descarte de todas las respuestas afectivas relacionadas con la muerte, una mayor identificación con la persona fallecida o su idealización, descenso de la autoestima, sensación de culpa y fantasías de una relación con la persona muerta o de un encuentro futuro con ella. En este sentido, es importante insistir en la irreversibilidad y universalidad de la muerte.
Y también son diferentes las formas en que el pequeño expresa su tristeza, en función de su edad. Regresiones, caída en el rendimiento escolar, pesadillas, irritabilidad, juegos violentos y enfados con los miembros de la familia son algunas de las formas en que el pequeño puede manifestar su pena, las últimas sobre todo, “cuando la persona fallecida era esencial en la vida del niño”. Cuando estas situaciones tienen mucha intensidad o se extienden más allá de los primeros seis meses tras el deceso del familiar, los pediatras aconsejan acudir a un psicólogo infantil u otro especialista.