Claves para mejorar el comportamiento
Los cinco trastornos que la fatiga pandémica ha traído a nuestros hijos
Con el confinamiento los niños y adolescentes han adquirido hábitos y conductas que un año después aún preocupan a los padres. Dos expertos nos cuentan cómo revertir esta situación



La pandemia no se marcha y hasta este punto ya nos ha afectado bastante, en lo psicológico también ha golpeado bastante y son los niños, adolescentes y ancianos los que más se han visto afectados. Uno de los puntos centrales de esto es el cambio de nuestra manera de relacionarnos con nuestros familiares y amigos, en el trabajo…
Hasta este punto se han presentado varios problemas tales como estrés, alteraciones de sueño, episodios de rebeldía, rabietas, cambios de humor, peleas entre hermanos… Y tras esto secuelas como ansiedad, miedo, trastornos obsesivos o depresivos y hasta regresiones, que se hicieron frecuentes en muchos niños y adolescentes. Un año después, varios de estos comportamientos se han instaurado en nuestros hijos.
¿Por qué mi hijo se comporta así?, ¿Por qué se produce esta situación? Amaya Prado, psicóloga educativa considera que, aunque no hay una única causa, la principal es la fatiga pandémica, ese cansancio psicológico de ver que la actual situación no tiene fin próximo.
“Los niños no son ajenos a esta sensación. Y lo ven con las restricciones”, señala. “Este año de limitaciones contribuye a la irritabilidad, al malestar”, apunta Jordi Royo, quien piensa que también en los adolescentes tiene mucho que ver el hecho de que parece que últimamente “solo es delito aquello que tiene consecuencias”, por lo que apuesta con menos multas y más tareas de reparación a la sociedad para comportamientos contrarios al respeto humano, como los botellones, el vandalismo o el pillaje.
Muchos niños han visto como sus padres pierden el empleo, familiares mueren, sus padres se han separado… circunstancias de la pandemia que también marcan. Y, además, hemos sido más permisivos con ellos. “Es difícil ser padres, pero lo que ha acentuado el confinamiento ha sido la sobreprotección y el permisivismo. Si, por ejemplo, se hace la vista gorda y la técnica del avestruz cuando un hijo no colabora con las tareas domésticas, y las hacemos por él, esta sobreprotección conlleva una injusticia: que los padres y las madres tenemos más deberes, y ellos más derechos”, comenta el psicólogo.
Amaya Prado también coincide en que a los niños se les ha dado “más concesiones lógicas y propias por las circunstancias que estábamos viviendo”. Y eso, unido a que las relaciones se han visto deterioradas por la distancia social y no han podido entrenarse en habilidades sociales, ahora cuando se relacionan “exigen y piden esas prebendas que han tenido”, asegura.
A continuación de la mano de la revista Consumer Eroski y de entrevistas a expertos puntualizamos algunas acciones para mejorar esta situación.
1. ¿Qué hacer si se muestran aislados y menos sociables?
Si observamos que tiene miedo a relacionarse o muestra cierto retraimiento en las relaciones sociales con sus iguales, hay que propiciar esos encuentros guardando las medidas sanitarias. “Los adolescentes tienen que salir, lo necesitan. Sus relaciones, su vida, su desarrollo evolutivo están en la calle con sus iguales. Pero hay que hacerles partícipes de la solución de este problema, diciéndoles que tienen que salir, pero como mucho con cinco amigos, con distancia de seguridad, sin compartir vasos u otras cosas, con la mascarilla… Si dejamos que sea el otro el que se tenga que cuidar y proteger, acabará saltándose las normas sanitarias: botellón, fiestas…”, asegura Amaya Prado. ¿Y si se niegan a salir y se refugian en las tecnologías? Su propuesta: salir con ellos a hacer ejercicio físico al aire libre (pasear, correr…)
Por otra parte, Prado señala que en los niños, niñas y adolescentes que se retraen, “es importante hacerles ver que respetamos sus espacios, su distancia, pero que estamos disponibles para todo aquello que precisen”.
2. ¿Qué hacer si están más irritables, desobedientes, exigentes, ansiosos…?
Los sentimientos tienen que aparecer. Es adecuada la expresión de las emociones. Pero la psicóloga puntualiza: “Son las reacciones las que hay que reconducir”. ¿Cómo? En este caso, es conveniente escuchar por qué el niño se está sintiendo así y ayudarle a que identifique lo que siente para modificar su comportamiento. Y habrá que tratarle desde la paciencia, con tranquilidad y haciéndole ver que le entendemos y que le vamos a ayudar en la necesidad que precise, sostiene.
Pero “como padres y madres no debemos perder la verticalidad de la relación, porque para educar correctamente a nuestros hijos necesitamos tener autoridad”, recuerda Jordi Royo. “Impera la idea de ser amigos de los hijos. Pero ellos ya tienen amigos. Necesitan padres. En la horizontalidad, nuestros hijos pretenden ser nuestros iguales, y esto les confunde. En la familia, cada uno tiene su rol. Si no construyes una cultura de respeto en casa en torno a los ocho años de edad, esto revierte a la contra”, explica. Por eso, ante sus exigencias y caprichos, Prado añade que cabe la firmeza, poniendo límites de manera clara y constante dentro de las circunstancias, pero con paciencia y cariño.
¿Y qué hacemos con los más nerviosos? Intentaremos que salgan al aire libre a realizar actividades para poder calmarse y cansarse. Y si hay que estar en casa, la alternativa será aquellas en las que también permitan movimiento.
3. ¿Si se pelean más con los hermanos…?
Hay que tratar que sean ellos mismos los que resuelvan sus propios problemas, mientras que los padres estaremos ahí de manera arbitraria y neutral. Pero si el conflicto “se debe a que uno de ellos abusa de una conducta que merma los derechos del otro, hay que intervenir”, comenta el psicólogo, quien también reconoce que, desde su experiencia profesional, hay dos conductas preocupantes que se pueden dar entre hermanos:
Imitación: si la conducta que se imita del hermano es mala.
Algunos malos hábitos alimentarios marcan la antesala de un trastorno por anorexia, bulimia o vigorexia
Rechazo. Hay hijos que se enfrentan a los padres recriminando la conducta del otro hermano, con frases como “nos está amargando la vida a todos y la convivencia familiar es mala, porque le consientes todo”. Este hijo juzga a los padres, les considera débiles y que no adoptan su rol. “Y pasa que cuando el hermano cree que sus padres no hacen justicia, se la toma por su cuenta”, advierte Royo.
4. ¿Si abusan del móvil, la computadora, las redes sociales…?
La psicóloga alerta de que están viendo muchas adicciones a las nuevas tecnologías. “Era lo que los mantenía conectados con el mundo exterior y sus iguales, y ahora toca ponerles límites, orden… con menos tiempo de pantallas y equilibrarlo con actividades al aire libre”, sugiere. “Y como padres debemos dar ejemplo. En el almuerzo o la cena, se puede proponer un pacto de móviles fuera. Porque estamos conectados con lo de fuera, y estamos desconectados con lo de dentro”, manifiesta Jordi Royo.
Es hora de establecer límites a tus hijos con las pantallas
5. ¿Si les cuesta dormirse a la hora…?
Si no duermen las horas que debieran por su edad, se debe intentar llevar a cabo actividades relajantes y rutinas del sueño antes de irse a dormir. También viene bien hacer actividades en las que se puedan cansar físicamente. Y si tienen algún miedo o inquietud, hay que hablarlo con ellos. “Y si no se puede reconducir, se debe consultar con algún profesional de la psicología”, recomienda Amaya Prado.
¿Si han adquirido malos hábitos alimentarios…?
Algunos malos hábitos alimentarios marcan la antesala de un trastorno por anorexia, bulimia o vigorexia: picoteo fuera de horas, no querer comer con la familia o querer hacer comidas alternativas a las de la familia. “Cuando un hijo empieza a tener dificultades con la comida, esto tiene tendencia a progresar”, destaca el psicólogo.
¿Qué hacer? “Intentar mantener las rutinas alimentarias y aunque coman un poco menos, que puedan comer variado”, señala Prado. “Y comer en familia —agrega Jordi Royo—. La cena tendría que ser un momento fundamental, ya que es uno de los pocos espacios que tenemos para hablar, vernos y hacer algo juntos. Si lo arruinamos con celulares o comiendo por separado., la familia pierde contacto y comunicación”.