Tarija de antaño
Cuando los escoltas y los presos eran más que amigos en Tarija
La historia popular cuenta que en realidad, ahí donde está ahora el Concejo Municipal funcionaba “La Policía de Seguridad”, que durante muchos años permaneció con su segundo piso inconcluso, puntualmente hasta el año 1930
En pleno centro de la ciudad, donde hoy funciona el Concejo Municipal, antes de los años 30, se encontraba la cárcel del pueblo. El escritor Agustín Morales Durán cuenta que en esos años “los presos entraban y salían” con frecuencia del penal, rumbo a la zona alta de la capital, que en ese entonces era la “Calle Ancha” (Calle Cochabamba).
Paseaban acompañados de un escolta y volvían al atardecer. “Interesantes cuadros dignos de admiración, se apreciaban desde la Plaza Luis de Fuentes, cuando posiblemente, debido a una excesiva confianza e ingenuidad, los presos volvían de las partes altas de la ciudad cargando en sus espaldas al escolta y al fusil porque aquel se había `pasado´ en copitas de chicha”, relata el escritor en su obra “Estampas de Tarija”.
Hoy la cárcel se encuentra en la zona de Morros Blancos, los tiempos sin duda han cambiado, como todo en Tarija, pues los vecinos de la zona temen por su seguridad.
Aquellas escenas se constituían en todo un espectáculo, sobre todo porque -según Antonio de 70 años- los presos debían necesariamente atravesar por la plaza. Claro está que no todos ellos fueron tan honrados y uno que otro no volvía aprovechando la oportunidad. En cambio, muchos otros se afanaban en retornar a la cárcel cargando a su escolta, atribuyen esto a que “tenían buen negocio dentro del penal”.
La historia popular cuenta que en realidad, ahí donde está ahora el Concejo Municipal funcionaba “La Policía de Seguridad”, que durante muchos años permaneció con su segundo piso inconcluso, puntualmente hasta el año 1930. En dicha fecha tomó la fisonomía que se conoció hasta antes de la última refacción de aquel edificio.
En la parte posterior de aquel lugar estaba la cárcel pública, que no era más que una vieja casona con dos grandes patios. El uno tenía una amplia reja, para varones y el otro contiguo, para mujeres. En el primero había una fuente circular de agua y en el otro, dos frondosos y añejos árboles de olivo.
Entre otra de las particularidades de aquel penal, según relata Morales, resultaba interesante visitar la cárcel en los horarios establecidos, tanto en la mañana como en la tarde, pues ingresaban infinidad de vendedoras de comida, bebidas y muchas golosinas, formando un verdadero mercado.
A ese lugar se solía asistir para comprar “ojotas” (abarcas), ya que éste era el único sitio, donde se las hacían a medida. “Había que ver las enormes canastas ‘zapas’ llenas de ojotas de todo color y tamaño. De ahí sacaban vendedoras especializadas para llevarlas a la Recova (mercado)”, dice Morales.
La Policía
Así, era la cárcel de la Tarija de antaño, tal y como era la gente y el pueblo en sí: “tranquila”. Pero lo que resultaba también interesante y llamativo, era ver a los efectivos de la Policía hacer su trabajo.
Los jefes de esta repartición fueron conocidos como “Intendentes” y entre los que recuerda Morales- por su fama, corrección y estrictez- estaba el señor Víctor Rodríguez. “Un caballero de regio porte, bigotes `kaiserianos´ y que se caracterizó por su rigidez, espíritu de justicia y rectitud. Fue realmente un intendente digno de respeto”, afirma.
Otro hombre que sobresalió por su dinamismo y trabajo fue Roque Moreno, y así hubo varios caballeros que infundían –no temor – sino admiración por saber desplegar autoridad justiciera para el resguardo de la tranquilidad del vecindario.
De hecho, el autor de “Estampas de Tarija” recuerda que un militar que llegó a ser Presidente de Bolivia y que desempeñó el cargo de Jefe de la Policía, después de la Guerra, fue el entonces capitán Gualberto Villarroel.
Si bien estos comisarios eran pocos, se los conocía por su severidad, pues no se conformaban con atender los asuntos de la comisaría, sino que velaban porque la niñez y la juventud tengan buenas actitudes y modales en su comportamiento.
Morales cuenta también que “en la rama uniformada existía un Escuadrón de Gendarmes comandado por caracterizados oficiales, quienes llevaban uniformes azules con brillante botanadura dorada, grandes sables o espadas y también resultaban conocidos porque siempre se los veía, no sólo en la misma Policía, sino en todo los actos públicos”.
A estos gendarmes de tropa la gente los llamaba “rondas”, seguramente porque cumplían servicios de ronda, principalmente durante las noches, en las esquinas (boca-calles) y recorrían cuidando la tranquilidad del vecindario. Tocaban sus pitos para mantenerse alertas.
Esos efectivos, no sólo rondaban las calles sino que en su recorrido se fijaban en los muchachos y “pilluelos”, cuidando que no destrocen las plantas de las plazas, que no jueguen hasta altas horas de la noche, que no se reúnan haciendo bulla o molesten al vecindario. También controlaban que los más grandecitos no aprendan a “pitar” o adquieran otros vicios menores, que en aquella época eran reprimidos.
Hubieron algunos guardianes del orden muy populares a quienes incluso les ponían sobrenombres por algún defecto que tenían o porque molestaban mucho a los muchachos.
“Me acuerdo de un tal Manuel ‘culo de vidrio’, otro ‘wichillo carbonada’, un `borrachito´ Aguirre y otros por el estilo, a los que se temía por su estrictez o se les burlaban escapándose en cuanto se los veía venir desde lejos a interrumpir las correrías infantiles”, relata el escritor.
Otra de las remembranzas de aquella época es que los gendarmes estrenaban uniformes para las fiestas patrias y usaban vistosos cascos para formar calle de honor cuando las autoridades iban al Te Deum de la iglesia matriz.
Tenían una banda de músicos llamada “Departamental” y durante mucho tiempo fue la única de la ciudad, porque hasta antes de la guerra, muy ocasionalmente, llegaban bandas militares.
“Durante esos tiempos fue director de la Banda Departamental un señor de los Ríos, un caballero alto, gordo, de largos bigotes y que dirigía con una postura seria que llamaba la atención”, cuenta Morales.
También la Policía tenía una perra que se hizo famosa y temible, fue la feroz “hormiga” que llegó a servir hasta vieja, auxiliando a los “rondas” e incluso dejó una buena descendencia de cachorros que continuaron sus servicios de apoyo a las patrullas rondadoras.
El temor a la cárcel de ahora
Hoy la cárcel se encuentra en la zona de Morros Blancos, los tiempos sin duda han cambiado, como todo en Tarija, pues los vecinos de la zona temen por su seguridad.
“Es tanto el temor que se tiene por la cercanía del penal y los constantes atracos que vecinos como yo no podemos dormir tranquilos”, asegura una vecina.
Ella es habitante de un barrio, donde el sólo nombre “Morros Blancos”, genera de inmediato un fuerte prejuicio y un gran temor. Esto se agrava cuando los vecinos denuncian de manera regular varios robos en la zona.
Apuntes sobre el actual penal
Ubicación. El actual penal de Morros Blancos está ubicado en el barrio que lleva su mismo nombre. Los vecinos de la zona denuncian constantemente robos e irregularidades.
Hacinamiento. Otro de los problemas que se denuncia de manera constante es el hacinamiento y la falta de condiciones de higiene.
Violencia. Las denuncias de violencia al interior del penal y el número de muertes reportadas indican que definitivamente los tiempos han cambiado.