Cuidado lo que hablas dentro de tu casa
Las paredes tienen recuerdos. Algunas palabras se tornan en maldiciones. Hay palabras capaces de traer maleficio, reforzar la desgracia, evocar la mala suerte y atraer la infelicidad; así como hay otras con la luminosa propiedad de bendecir, atraer prosperidad, felicidad y paz.
Saber separar y usar unas y otras es el comienzo de la sabiduría.
En el Merkaba, budismo y en otras filosofías, pronunciar una palabra repetidas veces, es crear para sí mismo un decreto dentro del cual se puede evolucionar o pudrirse.
El entorno que vives, en especial tu casa, tiende a absorber, almacenar y repercutir las palabras de tus hábitos mentales y transmutarlos en seres vivientes de espectro vampírico o angelical a depender de tu propia atmósfera emocional.
Hay algunas palabras, que se han de evitar a toda costa dentro de casa:
¡Qué desgracia!: Crea fatalidades, oscuridad, quebranto y ausencia del divino.
¡Maldita sea!: Lanza plagas y personificación de maldiciones, crea estancamientos y bloqueos.
¡Qué idiota, que estúpido, que tarada!: Genera inferioridad, limitación, inseguridad, incertidumbre. Deben evitarse principalmente con niños e hijos.
Enojado: su base significa condenado, sufrido y perambulante, maldito, malvado, llamar a alguien "enojado" es maldecir a la persona, porque significa “condenado a todo mal”.
También solemos expresar frases como:
No hay dinero
Estoy desesperado
¿Por qué siempre pasan estas cosas?
¡Qué dura es la vida!
No puedo
Y un sinfín de etcéteras…
Ten en cuenta que las palabras asumen la dirección que la intención y las emociones las imprimen, es en la sustancia y no en la exacta forma que descansa su fuerza. Es momento de refinar para que la luz pueda fluir. Sé responsable de tu lengua, para no ser esclavo de tus palabras. Bendice en lugar de maldecir.