Los zapatos

Un día pasas por una zapatería y ¡zas! ves un par de zapatos fabulosos,

tan bonitos, tan altos, tan diferentes.

Rápido pides tú talla, pero no hay.

Así que te pruebas otro número,

uno más pequeño.

No es el tuyo, pero quizá funcione.

Te miras al espejo y ¡wow!,

son los zapatos más bonitos

que has tenido en tu vida.

Simplemente perfectos, te ves genial.

Solo hay una cosa, te aprietan.

No mucho, sólo un poco, pero te aprietan.

Aun así, decides llevarlos, te gustan muchísimo.

Al día siguiente ya te los pones.

Tus pies terminan un poco cansados, pero lo toleras.

Los días siguientes te aprietan un poco más, ya te duelen los dedos.

Pero te gustan tanto que sigues usándolos.

¡Te ves fabulosa!

Pasan los días y ya tienes ampollas,

ya casi ni puedes caminar,

pero esos zapatos...te encantan

y no puedes dejar de usarlos.

Hasta que un buen día, hinchados y doloridos, tus pies dicen, ya no más.

Ya no es posible, ya no te entran los zapatos.

Lo intentas, los aflojas, encoges el pie, te los pones a medias, pero nada.

Te entristece, pero empiezas a entender que desde que los viste,

esos zapatos nunca fueron de tu talla.

Lo sabías, quisiste creer que

con el tiempo cambiarían,

se ajustarían a ti,

se amoldarían a tus pies.

Te engañaste, con la esperanza de que con el tiempo desaparecería el dolor.

Así que ahora solo tienes dos opciones:

Guardarlos por si algún día te quedan, aunque sabes que tus pies nunca encogerán.

Guardarlos con la esperanza de que poniéndote una curita te lastimen solo un poquito.

O dejarlos ir...

Agradecerles lo mucho que te hicieron feliz

y tirarlos o regalarlos para que los luzca otra mujer.

Ya lo aceptaste, NUNCA TE QUEDARÁN.

El dolor te enseñó que debes siempre buscar tu talla, no otra.

Así es el amor.

A veces es mejor caminar incluso descalza.

Porque si te aprieta o no te queda,

por más lindo que parezca,

No es tu talla.

No es para ti...


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