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Los deseos ridículos, un cuento sobre los caprichos

Había una vez un leñador muy pobre y trabajador, que, a pesar de trabajar durante todo el día, apenas ganaba unas monedas para poder comer él y su mujer.

Un día, cansado del trabajo, se lamentó en voz alta:

– ¡Qué desgraciado soy, que aun trabajando sin cesar no consigo apenas unas monedas como recompensa!

Entonces, el dios Júpiter, que estaba escuchando, bajó a la Tierra para decirle:

– Vaya, veo que está muy decepcionado. Está bien, te concederé tres deseos, leñador. Ten cuidado y piénsalos bien. Los primeros deseos que digas en voz alta, se harán realidad.

– Oh, muchas gracias- respondió sorprendido el leñador- Los pensaré muy bien.

El pobre leñador fue corriendo a su casa a darle la buena noticia a su mujer.

– ¿Y qué pedirás? - preguntó entusiasmada ella- ¿Dinero? ¿Joyas? ¿Ser un Duque o Marqués?

– No sé aún- contestó el leñador.

-Espera, que te pondré un vasito de vino para que te ayude a pensar- dijo ella.

Y el leñador, mientras bebía el vino, dijo en voz alta:

– ¡Ay! Con este delicioso vino vendría fenomenal una enorme salchicha

Y al instante, una salchicha recién hecha apareció junto al vino.

- ¡Pero ¡qué hiciste, descerebrado marido! ¡Has desperdiciado el primero de los deseos!

La mujer estaba muy enfadada, y él, un tanto sorprendido por lo que acababa de pasar. Y ambos empezaron a discutir, tanto y tanto, que el hombre, lleno de ira, dijo:

– ¡Ojalá se te pegara la salchicha a la narizota y así no tendría que ver más esa fea carota!

Inmediatamente, la salchicha voló hasta la nariz de la mujer, quien comenzó a lamentarse al ver aquello pegado a su cara. El leñador se arrepintió tanto, que no tuvo más remedio que preguntar a su mujer:

– Solo me queda un deseo, ¿qué prefieres, que pida que seas una rica reina, pero con una fea nariz en forma de salchicha o que recuperes tu hermosa nariz, pero sigas siendo humilde y pobretona?

La mujer no dudó y dijo que prefería la segunda opción. Y el leñador usó su último deseo para deshacer el entuerto. Y así fue como el leñador imprudente gastó sus tres deseos para continuar siendo el mismo leñador pobre de siempre.


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