Película para dos

Las paredes se escondían tras la oscuridad, impidiéndonos ver los límites del salón, envolviéndonos en una atmósfera de penumbra y silencio, como si aquél sofá sobre el que estábamos sentados juntos, muy juntos, fuese el único punto colonizado del universo, como si aquella luz focal que emitía la pantalla fuese la única estrella de una galaxia que nos pertenecía, la única en la que el amor estaba por encima del egoísmo.

La sensación de percibir el calor de tu cuerpo a mi lado, de notar la imperceptible brisa que acaricia mi brazo con cada uno de tus suspiros, de descifrar los pensamientos que leo en tu mirada de reojo, de no saber qué sorpresa me aguardará al terminar la película.

Recorres cada una de las secuencias, saboreas cada fotograma; notas en el pecho cómo resuena cada nota musical y luego se expande hasta la punta de tus dedos; redoblas los latidos por el aumento de tensión y puedo sentirlo con sólo tocar tu mano; imagino las lágrimas de tus ojos por la forma entrecortada con la que respiras, mientras extasiados contemplamos el fugaz paso de los créditos.

Y aquella costumbre de los sábados se convirtió en un ritual en el que yo elegía el restaurante y tú la película y el resto era pura improvisación.

Hoy mi canción es: “River Waltz” de Alexandre Desplat (B.S.O. El velo pintado)


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