Perdiendo la cuenta del tiempo
Nueve mil setecientos treinta y cuatro pasos después de iniciar un paseo improvisado habían sido suficientes para llenarle la cabeza de una retahíla de pensamientos que cuarenta y nueve minutos después y tras haber recorrido media ciudad, no le habían ayudado a llegar a una decisión concreta. Se sentó en el último escalón a la sombra de la puerta principal de la Catedral de la Almudena para poder apoyarse en una de las columnas y, estirando las piernas hasta tres escalones más abajo, permaneció cincuenta y siete minutos más, esperando ver pasar el tiempo.
Tuvo la tentación de contar una por una las setenta y dos ventanas del Palacio Real que podían verse desde donde se encontraba, pero prefirió poner número a las cuarenta y seis personas que hacían cola para acceder a su interior, sin contar a las tres mujeres que vendían sombrillas chinas a los viandantes que caminaban por la calle de Bailén.
Siete aviones pasaron surcando un cielo sin manchas de nube que dolía a la vista por la pureza de su color. Trece canciones interpretó el acordeonista ambulante que ponía banda sonora a la estampa de aquella mañana de sábado, pero no le dieron más que ocho euros y diecisiete céntimos en el tiempo en el que estuvo allí.
Pero cuando llegó a sus oídos el eco vibrante de dos campanadas lejanas anunciando las dos y media de la tarde, se dio cuenta de que en realidad no había salido de su habitación y yacía en la cama proyectando en el techo sus pensamientos, esos mismos pensamientos que le acompañaron de vuelta a casa, pero esta vez en metro.
Hoy mi canción es: “Counting down the days” Natalie Imbruglia