Pandemias y patrones
La política mundial ha girado hacia posiciones cada vez más populistas, tanto por la izquierda como por la derecha. Política de mucha acción y poca reflexión. Política de imágenes y mensajes cortos y no de medidas de largo aliento y reflexiones profundas. En esas, los políticos asumen...
La política mundial ha girado hacia posiciones cada vez más populistas, tanto por la izquierda como por la derecha. Política de mucha acción y poca reflexión. Política de imágenes y mensajes cortos y no de medidas de largo aliento y reflexiones profundas.
En esas, los políticos asumen roles definitivos en su comunicación con el público, y es ahí donde logran la identificación que a la larga, lleva a la victoria o a la desaparición. En el mundo está de moda el ultra Nayib Bukkele en El Salvador que ha ocupado el trono cedido por un Jair Bolsonaro que está comprobando que es mucho más difícil gobernar que ganar elecciones. Estos dos son de la misma escuela que Donald Trump y Vladimir Putin, ambos cincelados como “tipos duros” sin miedo y capaces de cualquier cosa.
El actual Gobierno ha venido a suceder a uno que llegó al poder con las mismas lógicas populistas de identificación con las masas, pero que se acabó perdiendo en su relato, sin convertirse en duro ni en amable, sino en híbrido que no pudo caer bien a todos.
El Gobierno de Transición llegó al poder y distribuyó roles, aunque todos en tono duro, pues los estrategas de entonces entendían que lo único que no se podía mostrar era “debilidad” para no hacer “fracasar” el movimiento que desalojó a Evo Morales del poder. Otros dicen que desde entonces ya se había delineado una estrategia para diferenciarse de Carlos Mesa, que se mantenía en carrera electoral y que ya protagonizó una transición convulsa, que acabó en renuncia. Reconocer esto sería tanto como reconocer que el 12 de noviembre, Áñez – Murillo – Foronda ya sabían que iba a ser candidata en la próxima contienda (ahora prácticamente sin fecha).
En el reparto de roles, el que le tocó a Jeanine Áñez era de cajón, más después de década y media de “gobierno fálico” – que diría María Galindo – del Movimiento Al Socialismo. La Presidenta asumió un rol de madre rígida al principio (decreto de las Fuerzas Armadas) para ir pasando a un rol de madre protectora después. Desde el lanzamiento de la candidatura el plan quedó en perfecta evidencia. “Con la pandemia ya no disimula: “Soy madre y sé…” es prácticamente su estribillo en todas las alocuciones” farfullan sus críticos y rivales políticos.
Quién rápidamente asumió también un rol muy determinado fue Arturo Murillo, colaborador de Samuel Doria Medina durante su travesía en el desierto, que tuvo sus más y sus menos en octubre pasado – de hecho se incorporó a la estructura Demócrata sobre Unidad Nacional – fue un senador de perfil modesto, sin grandes denuncias ni descubrimientos e incluso con alguna aparatosa metida de pata, como cada vez que se metía en los jardines de género.
Su transformación en la puesta en escena ha sido radical desde que ocupa el Ministerio de Gobierno. Murillo ha asumido un rol de duro en el que disfruta emulando a una especie de Sheriff, amenazando, exhibiendo esposas y aplicando lógicas binarias de malos y buenos, amigos y enemigos. Además, hace de intérprete de la Presidenta cuando hay que bajar al barro, para lo que ha adoptado también un rol parecido al que explotó Álvaro García Linera – el sol se va a esconder. Para Murillo es “solo ella”.
El rol del Ministro de Defensa, Luis Fernando López, es similar: tipo duro que hace las veces de Comandante General, ordenando a todos allí donde va. Con tono duro y a la vez, pisando el terreno. “La reprimenda a los militares de Yacuiba en la frontera es antológica, pero además, comunicativamente muy fuerte” señala uno de los estrategas que cambió de bando para esta campaña y que cree que con el coronavirus hay que aplicar la misma lógica que con las amenazas del MAS: mano dura.
En esa especie de “político resuelve problemas” que parece estar de moda también se ha querido convertir esta semana el ministro de Salud, Aníbal Cruz, que anunció el alta de las dos primeras pacientes confirmadas de coronavirus con dos días de antelación. Cruz es médico, pero no dejó de ser violento: era, a priori, una “buena noticia”. Con todo el revuelo que se armó en San Carlos con el positivo, más bien la OMS salió al paso ese día recomendando otras dos semanas de aislamiento para pacientes curados, por si acaso.
Los números no le acaban de cerrar al Gobierno, así lo dicen las encuestas, que sistemáticamente relegan a su candidata a la tercera posición. El tono duro se ha recuperado en estas semanas de lucha contra el virus. Para los analistas, es una apuesta de riesgo, pues la sospecha es que el abuso le acabó restando, pero sobre todo, que el virus seguirá un camino más allá de los tonos.
En lo que coinciden casi todos es que el incendio y el coronavirus, en lo político, se parecen… pero cada vez menos. La salud está mucho más cerca del corazón del votante.
En esas, los políticos asumen roles definitivos en su comunicación con el público, y es ahí donde logran la identificación que a la larga, lleva a la victoria o a la desaparición. En el mundo está de moda el ultra Nayib Bukkele en El Salvador que ha ocupado el trono cedido por un Jair Bolsonaro que está comprobando que es mucho más difícil gobernar que ganar elecciones. Estos dos son de la misma escuela que Donald Trump y Vladimir Putin, ambos cincelados como “tipos duros” sin miedo y capaces de cualquier cosa.
El actual Gobierno ha venido a suceder a uno que llegó al poder con las mismas lógicas populistas de identificación con las masas, pero que se acabó perdiendo en su relato, sin convertirse en duro ni en amable, sino en híbrido que no pudo caer bien a todos.
El Gobierno de Transición llegó al poder y distribuyó roles, aunque todos en tono duro, pues los estrategas de entonces entendían que lo único que no se podía mostrar era “debilidad” para no hacer “fracasar” el movimiento que desalojó a Evo Morales del poder. Otros dicen que desde entonces ya se había delineado una estrategia para diferenciarse de Carlos Mesa, que se mantenía en carrera electoral y que ya protagonizó una transición convulsa, que acabó en renuncia. Reconocer esto sería tanto como reconocer que el 12 de noviembre, Áñez – Murillo – Foronda ya sabían que iba a ser candidata en la próxima contienda (ahora prácticamente sin fecha).
En el reparto de roles, el que le tocó a Jeanine Áñez era de cajón, más después de década y media de “gobierno fálico” – que diría María Galindo – del Movimiento Al Socialismo. La Presidenta asumió un rol de madre rígida al principio (decreto de las Fuerzas Armadas) para ir pasando a un rol de madre protectora después. Desde el lanzamiento de la candidatura el plan quedó en perfecta evidencia. “Con la pandemia ya no disimula: “Soy madre y sé…” es prácticamente su estribillo en todas las alocuciones” farfullan sus críticos y rivales políticos.
Quién rápidamente asumió también un rol muy determinado fue Arturo Murillo, colaborador de Samuel Doria Medina durante su travesía en el desierto, que tuvo sus más y sus menos en octubre pasado – de hecho se incorporó a la estructura Demócrata sobre Unidad Nacional – fue un senador de perfil modesto, sin grandes denuncias ni descubrimientos e incluso con alguna aparatosa metida de pata, como cada vez que se metía en los jardines de género.
Su transformación en la puesta en escena ha sido radical desde que ocupa el Ministerio de Gobierno. Murillo ha asumido un rol de duro en el que disfruta emulando a una especie de Sheriff, amenazando, exhibiendo esposas y aplicando lógicas binarias de malos y buenos, amigos y enemigos. Además, hace de intérprete de la Presidenta cuando hay que bajar al barro, para lo que ha adoptado también un rol parecido al que explotó Álvaro García Linera – el sol se va a esconder. Para Murillo es “solo ella”.
El rol del Ministro de Defensa, Luis Fernando López, es similar: tipo duro que hace las veces de Comandante General, ordenando a todos allí donde va. Con tono duro y a la vez, pisando el terreno. “La reprimenda a los militares de Yacuiba en la frontera es antológica, pero además, comunicativamente muy fuerte” señala uno de los estrategas que cambió de bando para esta campaña y que cree que con el coronavirus hay que aplicar la misma lógica que con las amenazas del MAS: mano dura.
En esa especie de “político resuelve problemas” que parece estar de moda también se ha querido convertir esta semana el ministro de Salud, Aníbal Cruz, que anunció el alta de las dos primeras pacientes confirmadas de coronavirus con dos días de antelación. Cruz es médico, pero no dejó de ser violento: era, a priori, una “buena noticia”. Con todo el revuelo que se armó en San Carlos con el positivo, más bien la OMS salió al paso ese día recomendando otras dos semanas de aislamiento para pacientes curados, por si acaso.
Los números no le acaban de cerrar al Gobierno, así lo dicen las encuestas, que sistemáticamente relegan a su candidata a la tercera posición. El tono duro se ha recuperado en estas semanas de lucha contra el virus. Para los analistas, es una apuesta de riesgo, pues la sospecha es que el abuso le acabó restando, pero sobre todo, que el virus seguirá un camino más allá de los tonos.
En lo que coinciden casi todos es que el incendio y el coronavirus, en lo político, se parecen… pero cada vez menos. La salud está mucho más cerca del corazón del votante.