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Primero democracia, luego economía

Antes de cualquier nuevo proyecto de modelo económico, Bolivia necesita poner en orden su sistema político y social, es decir, su modelo de convivencia. Sin estabilidad en ese ámbito, todo avance no será sino débil y pasajero.

A no ser que se anhele una tiranía que imponga la pasividad por la fuerza, la democracia y el Estado de derecho son esenciales para una convivencia pacífica. Y ésta es, a su vez, el pilar fundamental para el desarrollo económico y el bienestar de las sociedades. Por eso, previo a ponernos de acuerdo sobre cualquier modelo de desarrollo, es crucial que nos pongamos de acuerdo en cómo coexistir pacíficamente.

Cuando pensamos en democracia liberal, lo primero que se nos viene a la mente es el Estado de derecho, es decir, igualdad ante e imperio de la ley, además del principio de representatividad política. Como los problemas de convivencia son inevitables, porque cada individuo tiene sus propios intereses, necesitamos elaborar reglas e instituciones para resolverlos en base a esos principios y, en el mejor de los casos, llegar a acuerdos constructivos. Para eso, la democracia cuenta con un diseño institucional, mediante una constitución, que pone estándares mínimos a la acción individual y colectiva, al tiempo que facilita el encuentro de compromisos mayoritarios provisionales.

El encuentro de estos compromisos se basa en correlaciones de fuerza momentáneas, teniendo la sociedad la oportunidad de cambiar esas decisiones si el agregado de intereses, valores o convicciones cambiasen en el futuro. Cómo se llega a ellos es una cuestión de cultura política o lo que también se denomina instituciones informales. Las democracias meramente formales son las iliberales, como en Bolivia, donde el Tribunal Constitucional restringe los mecanismos de control —aparentemente empleando prerrogativas legales, aunque con motivaciones políticas— para limitar el control legislativo sobre el Poder Ejecutivo. El sometimiento de todo órgano al Poder Ejecutivo no es sólo un problema de diseño institucional, sino también de una cultura política caudillista y autoritaria. Este tipo de democracia iliberal tiene menos probabilidad de sobrevivir a la tentación totalitaria.

No es que las autocracias no pueda prosperar económicamente, pero ningún estudio muestra causalidad entre autoritarismo y desarrollo económico

Es por eso que la democracia liberal es y debe ser más que sus instituciones formales si quiere perdurar. Estamos hablando de un sistema político, pero también social, en el cual la convivencia se basa en el diálogo, la tolerancia, el respeto mutuo, la participación social activa y la búsqueda de soluciones a los problemas comunes. Esto no tiene necesidad de estar escrito en el papel, porque tampoco se lo puede exigir sujeto a sanción, pero hace parte de los valores de una sociedad que aspire a vivir la democracia.

Asimismo, el conjunto de instituciones formales e informales de la democracia es imprescindible para el desarrollo económico. No es que las autocracias no pueda prosperar económicamente, pero ningún estudio muestra causalidad entre autoritarismo y desarrollo económico, además de que la mayoría de las autocracias tienen a sus sociedades más bien cautivas en la pobreza. Al contrario, en su libro «Desarrollo como Libertad», el premio Nobel de economía, Amartya Sen, evidenció el rol instrumental que tiene la democracia para el desarrollo económico. La razón es que los derechos civiles, políticos y sociales, característicos de sociedades democráticas, facilitan el debate público. Ahí es donde se conceptualizan mejor los problemas económicos, se discuten soluciones, se comunican propuestas y se exigen cambios.

Sin derechos como la libertad de expresión, de prensa o a la educación, ese debate constructivo queda menguado, lo que ocurre típicamente en las autocracias. En otras palabras, la democracia pone los incentivos correctos para que la ciudadanía se informe y participe de la vida social y política, al tiempo que los gobernantes, quienes saben que pueden ser destituidos o perder la elección siguiente si el bienestar general no progresa, busquen soluciones oportunamente.

Para que los costes de transacción sean lo más bajo posibles, es decir, que el cumplimiento de normas, acuerdos y contratos se convierta en una obviedad, y así la prosperidad llegue más rápido —como descubrió otro premio Nobel de economía, Douglass North—, Bolivia necesita primeramente solucionar su riña con la democracia. El desarrollo económico perdurable no llegará sin una ofensiva democrática previa, buscando un nuevo contrato social, en lo formal e informal, que corrija todas las lagunas del actual, las cuales permiten este retroceso democrático y, por ende, económico.


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