Los genios, según Bayly

“En febrero de 1976, Vargas Llosa le dio una trompada a García Márquez en un teatro en Ciudad de México, derribándolo y dejándolo aturdido, con un ojo morado y la nariz rota, al tiempo que le decía: ‘Esto es por lo que le hiciste a Patricia’. ¿Qué le hizo García Márquez a Patricia Llosa, la esposa de Mario? ¿Por qué Vargas Llosa le asestó un puñetazo a García Márquez? ¿Qué circunstancias íntimas corrompieron aquella amistad que parecía inquebrantable? ¿Por qué no volvieron a reunirse ni hablarse durante décadas? ¿Por qué se volvieron enemigos irreconciliables, incapaces de perdonarse, a pesar de los esfuerzos de su agente literaria Carmen Balcells?”. Esas son las preguntas que Jaime Bayly intenta responder en su libro Los genios (Galaxia Gutenberg, 2023).

Este escritor y periodista peruano, de abundante y envidiable cabellera —con cerquillo beatleano—, narra, muy a su modo, los años en que los jóvenes Vargas Llosa y García Márquez fueron íntimos amigos, y luego del puñetazo, no se hablaron más. El hermetismo en torno al incidente, que exacerbó el morbo de lectores y biógrafos durante décadas, es suficiente motivación para que Bayly se zambulla en una historia —basada en hechos, personajes y acontecimientos reales—, que él sabe condimentar con ingredientes de ficción, para presentarnos una novela original, divertida, polémica y muy entretenida.

A diferencia de sus libros anteriores, donde la autorreferencialidad es una constante y se embelesa en exhibir, con cierta sorna y cinismo, sus propias preferencias sexuales para escandalizar a su amplia audiencia, esta vez el autor sale de su zona de confort —repetitiva y predecible— y hace una minuciosa investigación, con muchas entrevistas, para “mentir” con conocimiento de causa.

Los genios es un libro fácil de digerir porque está escrito con un lenguaje coloquial, ligero y agradable. La picante y afilada pluma del autor se mueve entre muchos y variados registros: desde el humor refinado, que, en diferentes pasajes, deja mal parado a su paisano; la crítica burlona, irreverente y mordaz, para reírse de los retratados, aun admitiendo que los admira y los eleva a la categoría de genios; la fabulación y reconstrucción antojadiza e interesada de sucesos reales, que hacen dudar al lector, porque Bayly sabe juguetear con “mentiras verdaderas”; y finalmente, en cada disección de los hechos históricos, dentro de la búsqueda de las respuestas que motivaron el texto, hay una carga de ironía y algo de crueldad, que podría ser el sello personal de lo que yo denominaría “maldad baylyana”.

No hay que dejarse engañar por cierta superficialidad que, aparentemente, contiene este breve libro, porque más allá de los acontecimientos anecdóticos —incluso morbosos— y divertidos, Jaime Bayly plantea temáticas que provocan múltiples reflexiones: la sumisión de cierta intelectualidad con determinados regímenes políticos, a cambio de favores y protecciones; la vanidad y el ego de los escritores, dentro de su pequeño y privilegiado mundo; la crítica —con una dosis de inquina— para con la élite limeña —de la que él y Varguitas forman parte—, desnudando a una clase social de posiciones pacatas, machistas y de doble moral; y todo esto sazonado con un suculento cinismo, descaro e impudor.

Hay un tratamiento desigual y desproporcionado entre el Nobel colombiano y el peruano. Hay muchos más capítulos dedicados a Mario que a Gabo. Inclina demasiado la balanza en sus apreciaciones valorativas a favor de este último, aunque también lo califica como “un campechano, simplón y supersticioso” que, solo cuando se hizo famoso “aprendió a degustar champán, trufas y caviar”. García Márquez es un personaje secundario en la historia en la que Vargas Llosa es el protagonista y el principal objetivo hacia donde apuntan sus envenenados dardos.

Bayly se ríe —y junto a él los lectores—, de las situaciones extremas e hilarantes que le habrían pasado a su paisano. Incluso en los extremos escatológicos que se presentan como parte del anecdotario (hemorroides, reconstrucción anal, circuncisión, entre otros) hay momentos y situaciones imperdibles, casi de realismo mágico, que son jocosas caricaturas que provocan reír a carcajadas. Entre las muchas sátiras —de antología—, está la del circunspecto Vargas Llosa depilando el pubis de una actriz mexicana que interpretará a la protagonista en la versión cinematográfica de su novela Pantaleón y las visitadoras.

Jaime Bayly, el enfant terrible de la élite limeña, deja para el final las respuestas a las preguntas que lo motivaron a escribir esta novela. Hace unas conjeturas —que no revelaré, tendrán que leer el libro—, ataviadas en escenarios y contextos creíbles y verosímiles, que las hacen convincentes. Aunque, para mi gusto personal, y siguiendo con el hilo narrativo de todo el libro, podría haberme imaginado algo más truculento para un cierre apoteósico y delirante, en sintonía con algo de la vileza con el que trata ciertos temas.


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