La soya cruceña y el vino tarijeño

Sigamos buscando la Narrativa nacional que nos ayude a enfrentar el futuro con el espíritu más sosegado. Recuerdo que la construcción de una Narrativa exige una data, una información sólida, consistente, verificable. Requiere un componente poético que haga sonar bonita la palabra al oído y agite el sentimiento. Y debe tener un componente de magia, que transforme lo cotidiano en energía disruptiva. Y nos avasalle con su ternura.

En una reunión con productores de soya hace unos días, les pregunté cuál era la extensión cultivada en Santa Cruz en estos momentos. Un millón doscientas mil hectáreas (1.200.000), me comentaron. Nadie niega la importancia de la producción y el aporte que realiza al país desde el punto de vista del desarrollo.

Yo había estado en Tarija la semana anterior y había realizado la misma pregunta con relación a la uva. ¿Cuál es la superficie cultivada de uva en el valle tarijeño? Tres mil doscientas hectáreas (3.200), me dijeron, de las cuales para la producción de vino se destinan setecientas hectáreas (700), y el resto es para la producción de singani y el consumo de mesa. Con setecientas hectáreas (700), Tarija aporta en favor de Bolivia, una narrativa extraordinaria que está permitiendo posicionar el consumo y la competitividad de nuestros vinos a nivel internacional, las rutas y el turismo tarijeño.

La reflexión se explica sola. Les sugerí a los soyeros que establezcan un convenio que les permita aprovechar la construcción de una Narrativa que incorpore además de excedente económico, que lo tienen, con el excedente simbólico que posee el vino… ¡sería extraordinario!

Abierto el debate por las redes, en centros y actores productivos, se está enriqueciendo con opiniones fundamentadas. El agrónomo de Zamorano, Oscar Lema, señaló que “un gran ejemplo es cómo se posicionó el Achachairu muy cruceño en algunos mercados internacionales, pero alguien se lo llevó y lo sembró en otro lado. Sin embargo, el relato está en manos de los Porongueños.” El productor Eduardo Sauto dice que “establecer sinergias entre diferentes sectores de la economía y la sociedad que promuevan valores simbólicos y culturales, puede tener muchos beneficios para el desarrollo sostenible del país.”

La duda de Cecile Morales parece válida: “Queso y vino, jamón y vino, ¿pero soya con vino? No me parece.” José Navia aumenta que es “buena idea el trazo de esos paralelos. Estuve en Tarija la semana pasada donde completé la ruta que me faltaba (Magnus, Barbacana y la espectacular Khulmann). El sentido poético para la soya necesitaría del ingenio de las damas guías chapacas que durante el recorrido te alegran con sus dichos/coplas sobre la cultura tarijeña.” Mientras, Nelson Villavicencio Steinbach señala que “haciendo una comparación entre la uva y la soya económicamente hablando, la soya tiene un buen redito económico, pero a un costo ecológico muy alto, porque es muy extensiva e implica la destrucción de grandes extensiones de bosques y ecosistemas, y la mayor parte de la soya se exporta con poco valor agregado; en cambio, la uva tiene buen rendimiento en poca extensión de terreno, no es invasiva por que la mayor parte se desarrolla en valles, serranías y terrenos semidesérticos, además se le puede dar un gran valor agregado porque se producen excelentes vinos y singanis de exportación y se desarrolla el enoturismo , quizá duplicando o triplicando la producción de uva o de café incluso. Los beneficios económicos y de uso de mano de obra serían muy amplios a un costo ecológico mínimo, utilizando el 10% de la extensión de soya sembrada en producción de uva y café sería mucha cosa que podemos ser una potencia cafetalera y vitivinícola.”

La propuesta está realizada. Y para que quede claro que no se trata de un elemento confrontacional, ¿cómo logramos generación de excedente económico y excedente simbólico, que incorpore y empodere a la gente, y haga suyo el proceso en todo el país? El vino, es boliviano. La soya, también,


Más del autor