Don’t worry, be happy

Pocos creen en la aparente ironía de que el autor de la canción predicando felicidad se suicidó. Ni modo. El discurso presidencial ni tocó el tema del Silala y hacer una venía a Potosí. La radio clamaba una cumbia, y yo, maldita sea, que no logré dominar su pasito adelante, pasito atrás, tuve que conformarme con que “Moralitos a mí no me lleva, porque no me da la gana” para oponer la gota fría de su “volver, volver, volver”.

Más al norte, Trump se refocilaba también con volver en un par de años y desbaratar lo que queda de una potencia atacada por la inflación,

las armas y las malas encuestas. Menos mal, los votos parecían un serrucho de buenos y malos resultados para unos y otros, pero significativo fue que fieles del ególatra demagogo anunciaran fraude, por si acaso.

Las noticias destacaban que el planeta pasó de los 8000 millones de muertos de hambre y prohibido estornudar que algún chino caería al mar, peor ahora que pueden tener varios hijos por familia. Algún connotado analista vaticinaba que, hasta fin de la década, una mayoría de bolivianos cerrará sus chozas con candado y se mudará a ciudades haciendo tumulto de vendedores sentados en las aceras y ¡no me pise la víbora, pues caserita!, como en Calcuta.

Otros habrán engrosado las filas de migrantes al sueño americano, que Europa tiene lo suyo de africanos y sirios desplazados por conflictos y ¡guarda con ese escuincle jugando con su aguja en el bote de goma! Las empresas petroleras revelaban ganancias inéditas vendiendo combustibles llenos de emisiones asesinas para el aire que se respira. Hasta las ventas de bolsas plásticas han mejorado y seguirán ensuciando playas. Menos aún, sin tajada a los petrodólares de Qatar, algún emirato por ahí o dictadura beduina, que los árabes gustan de mujeres con ‘potencia’ grande.

La cosa mantecosa es que aún con un Trump lamentoso: ¡a quién importa si el populista nacional palabrea mucho y no dice nada! El planeta se calienta y el tiempo se acaba, al extremo de que algún mandamás de la Unión Europea (UE) anuncia que ya saltamos del precipicio y estamos pasaditos del límite de calentamiento global. Hasta Greta tramitaría fondos europeos para una cabaña lejos de bombas atómicas e inviernos nevados sin estufa; el nivel del océano no quita el sueño si hasta el mar boliviano ya fue birlado.

Mantengo que la presente realidad, que se ocupa de guerras lejanas mientras el hogar azul planetario se ahoga, manifiesta una vez más que los europeos, cuando no todos los humanos, somos prejuiciosos, si no racistas. Preocupa menos la contaminación suicida del medio ambiente, La UE tendrá otra reunión en otro lugar con otro menú anunciando delicias ‘naturales’ con menos calorías y aditivos que provocan cáncer. Úrsula comprará otro blazer, ojalá que de diferente color, y adquirirá otro pote de crema con ácido ‘hialurónico’ para ocultar líneas de expresión arriba de su labio superior.

Así como se conjetura que la polarización en extremos antagónicos tal vez ocasionará choques lamentables en Estados Unidos y en Bolivia, quizá el meollo del votante estadounidense es no desear a Biden de Presidente por otro término; menos todavía quieren de vuelta a un ególatra Trump con su cola de paja impositiva, y su arrumaco con el dictador de Corea del Norte, su tolerancia con la ascendiente estrella China, su oposición a media fuerza con la Rusia de Putin: ¿acaso Ucrania devolverá las armas y los millardos de ayuda económica? Una indecisa política en América Central y una mayoría de sátrapas sudamericanos respondones tal vez completan una sopa demasiado picante en su política exterior.

Quizá EE. UU, y Bolivia (disculpen la analogía disparatada), precisan de un golpe de timón. Hasta los europeos ponderan la urgencia de incluir a los pobres. El gigante estadounidense podría tomar el estandarte de un paquete multimillonario para que se pongan a la par los desposeídos del mundo. Un efectivo modo para salvar al planeta Tierra de los abusos humanos no sería viable sin ellos.

El contrasentido de uno que se suicidó instando a no preocuparse y ser feliz, puede que se repita con el desaliento de muchos que no perciben cambios positivos ante la crisis planetaria. Menos aún ahora que se fue Gal Costa, mi musa.


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