Lo que vendrá después de Ucrania

Desempolvé mi vieja bola de cristal con la que alguna vez incursioné en el campo de la adivinación, aunque me faltó el turbante que en esos días justificaba la creencia de ser de ascendencia musulmana por mi tez morena, y émulo de algún sabio andaluz por mi sabihondez.

En el pasado reciente incursioné en el terreno de la conjetura, en el artículo “Ucrania no puede ni debe ganar la guerra”. Sostuve que la Unión Europea (UE), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el vapuleado EE.UU empeñado en afirmar su democracia luego de que su anterior Presidente les hiciera probar el gustito a la autocracia, hasta urdiendo una insurrección a su sacrosanto Capitolio, mientras un autocrático Vladimir Putin, entrenado en el servicio secreto de la anterior totalitaria Unión Soviética, emprendió la recuperación de su antiguo satélite, Ucrania, con una guerra abusiva que en ocuparía un par de días.

Su inicial estrategia de doblegar con tropas, tanques y misiles de sus ‘órganos de Stalin’, fue diestramente cambiada a una de artillería pesada, bombas de sus aviones sin rivales, y cohetes supersónicos para destruir edificios multifamiliares y hospitales, sin perder demasiados muertos y heridos a la valiente oposición ucraniana. ¡Qué “Search & Destroy” estadounidense! ¿Acaso les sirvió en Vietnam, Irak y Afganistán? Los rusos volvieron a su “quemar y destruir al retroceder”, probada ante napoleónicos franceses y nazis alemanes. En el caso de Ucrania se reduce a “bombardear y destruir, sin importar niños y mujeres”.

La reacción europea, de la OTAN y de EE.UU, se diluye en conciliábulos democráticos que a lo sumo producen declaraciones y millonarias promesas de ayuda para que Ucrania compre armas y se defienda. ¿Serán adquisiciones chinas o rusas? Lo dudo. Ni que fueran abejitas picando al oso ruso gustoso de miel, los europeos miran a otro lado con los pedidos de cerrar el espacio aéreo de Ucrania a unos y otros; los estadounidenses rehúsan involucrar a la OTAN y enviar aviones: ni se atreven a suplir misiles supersónicos usados en Irak. Los arredra el chantaje del botón nuclear ruso.

El panorama es incierto. Si Putin se sale con la suya, la confrontación con la OTAN es inevitable. Los países bálticos –Lituania, Latvia y Estonia—que pongan sus barbas en remojo. Armenia y Georgia serán “bocatto di cardenale”. Tres o cuatro misiles harán una pro-rusa Transnitria de lo que queda de Moldavia. Modérense Rumania y Bulgaria que se viene el ‘coco’. Los satélites “tán” de la antigua Unión Soviética recen a Alá porque llegarán sacerdotes ortodoxos de Moscú.

Si a Ucrania no le importa quedar en ruinas y prima la inclinación mundial en contra de la guerra, más le vale a la Unión Europea (UE) generalizar el Euro, que los aviones Mirage franceses sean eurofighters, que checos y eslovacos copien y mejoren los Kalashnikov rusos. ¿Tendrán los europeos y estadounidenses misiles supersónicos mejores que los Kinzhal moscovitas? De otra suerte, no tienen ni para amenazar el enclave ruso de Kaliningrado, en pleno territorio europeo.

Dicen que Ucrania ha emprendido una contraofensiva contra las tropas rusas, luego de que el santiamén que les tomaría doblegar a los ucranianos. Los unos están importando ‘voluntarios’ sirios, mientras los otros se alistan en la resistencia, aunque sea para llenar botellas de gasolina. Sin embargo, el portavoz de Putin no descarta cargar ojivas nucleares en sus misiles y volvemos al chantaje de siempre. Quizá la aventura de Putin termine en un empate, penoso para unos y otros, porque la guerra es un infierno.

¿Será que esta nueva guerra europea ha puesto a segundo plano el calentamiento global y la pandemia del Covid-19? Sin embargo, los explotadores de antaño ahora se acuerdan de aplicar la tecnología a usos como paliar sequías y déficits de agua potable. Quizá se vuelva urgente reducir la desigualdad social y la ignorancia, en vez de ganar millones vendiendo armas y socapar dictadores.

Dicen que los abuelitos del puerto ucraniano de Odesa, sobre el Mar Negro, prefirieron quedarse y esperar jugando ajedrez en un parque mientras retumba la artillería rusa y provee la música de fondo. No pude más con la nostalgia y visité a mis amigos y condiscípulos en el café donde reanimamos nuestros recuerdos, pese a incomodarme, aunque me honra, su renuencia a cobrarme cuota. Me sorprendió la gélida acogida con que me recibieron. Estaban ofendidos al mencionar en un artículo que no frecuento las reuniones “*porque me angustia verlos languidecer. ¿Cómo me verán ellos a mí?” No comprendo su malestar, pero reitero que estaba lejos de mí cualquier ofensa. ¿Acaso languidecer no es una forma vital de envejecer?


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