Las ciudades más allá de sus límites

Una persona que trabaja en la zona Sur de la ciudad de La Paz y que vive en la ciudad de El Alto utiliza una gran cantidad de tiempo en movilizarse desde su hogar hasta su trabajo, dejando de lado otras actividades (generalmente las de esparcimiento, las recreacionales, las de estudio o las de relacionamiento social con su familia) que le parecen menos importantes, con el objetivo de generar los ingresos suficientes para su subsistencia.

Pronto, los habitantes de la zona Sur de la ciudad de Cochabamba estarán pendientes de lo que suceda en la represa de Misicuni, pues de allá recibirán, como la mayoría de las zonas de la ciudad de Cochabamba, de Sacaba, de Quillacollo y Colcapirhua, una gran cantidad de agua potable para su subsistencia.

En Santa Cruz, se producen una gran cantidad de delitos en la zona del Plan 3000, pero los delincuentes no son necesariamente “vecinos” de esta zona, sino que vienen de algún otro lugar de la gran ciudad.

Hace algunos años, el presidente Evo tuvo que intermediar en un conflicto entre el Gobierno Municipal de La Paz y el municipio donde se encuentra (incluso hasta ahora) el botadero de basura. Un lugar que ha sufrido un desastre ambiental, justamente por la cantidad de desechos que se generan en todos los barrios, zonas, distritos y macrodistritos de la hoyada.

Los alimentos que sostienen a las diferentes ciudades, provienen en su mayoría de municipios con predominancia rural, desde donde se movilizan estos productos hasta los centros de abasto de nuestras ciudades.

Estos son algunos ejemplos de cómo es que la vida en las ciudades sobrepasa los límites administrativos de la distribución geográfica de sus jurisdicciones.

Hemos vivido (y estamos viviendo aún) las evidencias de esta última aseveración: la pandemia ha demostrado (en el mundo entero) que de nada sirve que un municipio defina un tipo de medidas restrictivas, duras, contundentes, si en el municipio que está exactamente al lado (o incluso a algunos kilómetros de distancia) no se toman medidas más o menos parecidas.

En la ciudad de Cochabamba (Cercado), los números de contagios y fallecidos aumentan, pero no solamente por la acción (o inacción) de sus autoridades, la responsabilidad (o irresponsabilidad) de sus habitantes y la necesidad (o desidia) de su aparato económico, sino, además, por la relación que tiene este municipio con los otros de la región metropolitana: Sacaba, Colcapirhua, Quillacollo, Tiquipaya, Sipe Sipe y Vinto, además de las otras regiones que se conectan regularmente con ésta (hay un flujo de movimiento muy fuerte entre la región metropolitana y la región del valle alto, por poner un ejemplo).

Como ejemplificaba en los primeros párrafos, el movimiento de la gente de El Alto hacia la ciudad de La Paz (y viceversa) hace también que el rastrillaje que se hace en estas dos ciudades encuentre sus raíces en la otra, pues todos los días miles de personas suben y bajan. De igual manera (aunque en un caudal más moderado) sucede con los demás municipios de esta región metropolitana (Viacha, Achocalla, Mecapaca, Palca y un poco más lejos, pero con evidencias de interrelación, Laja y Pucarani).

Asimismo, sucede en la región metropolitana de Santa Cruz (la más grande del país). Cuando las autoridades municipales de Santa Cruz de la Sierra definen mecanismos de cuidado de sus ciudadanos y los municipios vecinos no se organizan de la misma manera (o más o menos parecida), el movimiento que se genera todos los días desde La Guardia, Cotoca, El Torno y un poco más allá, Porongo y Warnes, hace que las medidas de uno de esos territorios resulten debilitadas, justamente por esa ausencia de coordinación.

Pasa cosa parecida con las otras ciudades grandes de nuestro país y sus relaciones con los municipios aledaños (las regiones metropolitanas que se comienzan a consolidar, por ejemplo, en Tarija, Beni y Oruro). Esta pandemia ha dejado ampliamente demostrado que las relaciones interterritoriales sobrepasan las condiciones, las capacidades y hasta las predisposiciones de las autoridades.

La interdependencia económica, social y cultural demuestran que nuestras ciudades están íntimamente conectadas y que requieren levantar la mirada, encontrar los ojos del vecino (el del otro municipio aledaño) y sentarse a pensar ordenadamente en respuestas, primero para la urgencia de la pandemia (la salud, la educación y la economía requieren, como hemos dicho, respuestas más que urgentes e interdependientes) y luego para lo que viene.

Ante ello, es urgente que los tres niveles de gobierno (nivel central, gobernaciones y municipios) logren sentarse en una mesa y organicen una agenda común mínima, que le permita a cada uno aportar, desde las competencias que le corresponden, en la solución de lo urgente (la pandemia y sus consecuencias inmediatas) y lo estratégico (el proyecto de desarrollo que cada una de las ciudades y las regiones tienen para sí). Los espacios de coordinación intergubernativa (que ya existen y que deben ser activados inmediatamente) son imprescindibles para que este tiempo de incertidumbre nos entregue un poco de luz y esperanza para escapar hacia adelante. Las respuestas no pueden ser individuales, sino comunes, concertadas, coordinadas y colectivas.


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