En Aguaragüe como en Camisea

No han transcurrido aún doce años de ese milenio y cada día notamos que frente a casi todas esas buenas  intenciones formuladas el 8 de septiembre del año 2.000 la terca realidad nos muestra que la situación… ha empeorado.Hay, por supuesto, algunos meritorios esfuerzos, de algunos de los...

No han transcurrido aún doce años de ese milenio y cada día notamos que frente a casi todas esas buenas  intenciones formuladas el 8 de septiembre del año 2.000 la terca realidad nos muestra que la situación… ha empeorado.Hay, por supuesto, algunos meritorios esfuerzos, de algunos de los 192 países que participaron en esa asamblea de las Naciones Unidas, ese 8 de septiembre. Pero son la excepción. La mayoría muestra que esas buenas intenciones se quedaron en eso.En la declaración que en aquella oportunidad suscribieron los representantes de esos 192 países, se decía,  como remate: “Reafirmamos solemnemente, en este momento histórico, que las Naciones Unidas son el hogar común e indispensable de toda la familia humana, mediante el cual trataremos de hacer realidad nuestras aspiraciones universales de paz, cooperación y desarrollo. Por consiguiente, declaramos nuestro apoyo ilimitado a estos objetivos comunes y nuestra decisión de alcanzarlos”Sin embargo, y aunque seguramente ha empeorado en los últimos días, uno de los documentos que hacen seguimiento a tales objetivos del milenio (dejémoslo con minúsculas) señalaba hace poco que 1.200 millones de personas subsisten con un dólar al día, otros 925 millones pasan hambre, 114 millones de niños en edad escolar no acuden a la escuela, de ellos, 63 millones son niñas. Al año, pierden la vida 11 millones de menores de cinco años, la mayoría por enfermedades tratables; en cuanto a las madres, medio millón perece cada año durante el parto o maternidad. El sida no para de extenderse matando cada año a tres millones de personas, mientras que otros 2.400 millones no tienen acceso a agua potable.Por eso, aquello de “Garantizar el sustento del medio ambiente”, que era el solemne séptimo objetivo, suena no solamente a hueco sino a ofensiva ironía en esta hora de ávida apropiación de los recursos naturales.De esto último tenemos muestras demasiado tangibles y próximas en Bolivia y tienen nombre propio. Hoy, recordemos, por eso, a “nuestro” parque natural Aguaragüe. Ejemplos de situaciones similares tenemos muy cerca. Leíamos un casi angustioso artículo de Marc Gavaldà, sobre Camisea, en el Perú y que dice: “La prensa y el debate público tienden a enfocar la problemática de Camisea en términos meramente económicos. Se discute sobre el destino de los millones de metros cúbicos de gas que diariamente salen al mercado interno y a la exportación. El único problema, aparentemente, es determinar qué regiones (o países) recibirán el gas, a qué precio y cuántas regalías pagarán las empresas que se lucrarán de ellas. Pero tras las cifras, entre volúmenes y porcentajes, existe un territorio extenso que es la cuenca del Bajo Urubamba. Los pueblos nativos que la habitan, así como la complejidad de ecosistemas y áreas protegidas de relevancia mundial son repetidamente ignorados o maltratados”.Y Allí, en Camisea, y no por casualidad, operan también nuestros viejos conocidos: Repsol y Petrobras.

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