El bunker

Cuando conoció los peligros de la energía nuclear construyó en los bajos de su casa un refugio nuclear. Como teme a los ladrones tiene también una habitación del pánico. Los alimentos y productos de limpieza que compra y utiliza para su familia llevan etiquetas de cien por cien ecológicos...

Cuando conoció los peligros de la energía nuclear construyó en los bajos de su casa un refugio nuclear. Como teme a los ladrones tiene también una habitación del pánico. Los alimentos y productos de limpieza que compra y utiliza para su familia llevan etiquetas de cien por cien ecológicos no sea le entre una toxoinfección en casa; y el agua corriente pasa por un doble sistema de filtro y depuración. Pero Michael no está preparado para todo, porque como la mayoría de personas nos alimentamos en un sistema global muy vulnerable, del qué poco conocemos. La alimentación urbana hoy por hoy está totalmente desconectada de la producción de alimentos; la producción de alimentos que abastece a las ciudades es totalmente dependiente de energía fósil; y la energía fósil no es infinita (la regla del tres). Cuando el déficit de petróleo y gas natural sea más patente (o cuando alguna crisis estratégica nos deje sin suministros) el precio de la energía será progresivamente más elevado. De hecho se puede observar una correlación directa entre el precio del petróleo y los costes de los alimentos que, de naturaleza industrial y no campesina, se producen con pesticidas y fertilizantes derivados del gas y del petróleo; que se han sembrado, regado y cosechado mecánicamente; que han viajado en barco, camión o avión; y que guardamos en frigoríficos que calientan el planeta. ¿Qué puede hacer Michael y sus monomanías para protegerse ante tal descalabro? Como dicen algunos textos, también los individuos y las familias podemos empezar a introducir una agricultura y alimentación de transición, que vaya acercándonos progresivamente a una alimentación de bajos o negativos costes energéticos. Cinco ideas: 1. Revisar la despensa y la nevera y analizar cuánto petróleo vemos en ella. Cuántos envases y paquetería observamos, cuántos alimentos kilométricos nos abastecen, cuántos dependen de una cadena de frío, cuanta carne aparece…para tenerlo en cuenta. 2. Revisar la nota de la compra…y nos sorprenderemos que comparado con otros capítulos de nuestros gastos no es este uno de los más sangrantes, de forma que no es mala idea empezar a desviar partidas de nuestro presupuesto del capítulo de lo ‘innecesario’ al capítulo de lo ‘vital’. 3. Repensar los menús en base a la sostenibilidad, es decir, pensar en nuestros hábitos de compra, en nuestra forma de guardar y preparar la comida, incluso del modo de vida que nos lleva a tener o no tiempo para cocinar. 4. Rebuscar cerca de dónde vivimos alguna cooperativa o grupo de consumo que ya están abasteciéndose de productores locales; o localizar mercados de campesinos. 5. Ruralizar la casa, es decir dedicar las macetas, el jardín o la terraza a cultivar una parte de lo que requerimos. O participar de un huerto comunitario en ese terreno abandonado del barrio. Esto más o menos, o confiar en un milagro que –Michael lo sabe- no se dará.*Gustavo Duch Guillot es autor de Lo que hay que tragar

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