Ítaca en el catalejo Tiempos de cambio

Desde todos los sectores ideológicos se atiza la palabra y la promesa; posee esa capacidad de embelesamiento, una poderosa palabra capaz de hipnotizar. El cambio al final de la soga sobre la que nos arrojamos cual funambulista sin mirar a los costados. Cambiar por cambiar; prometer el cambio...

Desde todos los sectores ideológicos se atiza la palabra y la promesa; posee esa capacidad de embelesamiento, una poderosa palabra capaz de hipnotizar. El cambio al final de la soga sobre la que nos arrojamos cual funambulista sin mirar a los costados. Cambiar por cambiar; prometer el cambio permite mirar mucho al pasado, al presente más cortoplacista, exprimir las miserias y los problemas que asfixian al ciudadano  en su día a día sin tener la necesidad de explicar la verdadera naturaleza de ese cambio. Permite crear en el ciudadano una expectativa personal de mejoría alimentada a base de crear políticos que inspiren confianza sin necesidad de explicar en profundidad que es lo que va a cambiar y lo más importante, sin decir cómo lo va a cambiar. Cuando se promete que se va a cambiar, todos pensamos que necesariamente será a mejor.El mundo entero anda en proceso de cambio; la crisis económica fundamentalmente, pero también otros escenarios catastróficos, impulsados con una buena dosis de esperanza y de nuevas tecnologías ha hecho tambalear cimientos que nunca creímos que podrían imaginarse de otra manera.En Europa, la mayoría de los gobiernos que se han sometido a elecciones en los últimos tres años han cambiado de color, independientemente de un gobierno de izquierdas o de derechas; cayeron los laboristas en el Reino Unido y en Portugal, mientras que los Conservadores perdieron Grecia. Todos sus sucesores tomaron el poder con promesas de cambio y fueron respaldados ampliamente por la población. A los pocos meses de iniciar sus respectivos gobiernos, los recortes y las medidas puestas en marcha, que quedaron diluidas detrás de las promesas del cambio han provocado las mayores movilizaciones de la historia reciente en sus países.En Francia, Sarkozy acaba de recibir el mayor varapalo de su historia al otorgar mayoría absoluta en el Senado a los Socialistas. Angela Merkel colecciona derrota tras derrota a cada elección regional, disminuyendo cada vez más su presencia en el Parlamento.  Zapatero por su lado, espera pacientemente las elecciones del 20 de Noviembre, que tras el varapalo de las autonómicas de mayo, todos los sondeos apuntan al mayor descalabro electoral de la historia socialista.Cambios, más cambios; atizando el cambio tuvo lugar la primavera árabe, cayeron dos dictadores históricos en Túnez y en Egipto por la ilusión de un pueblo que quería ser dueño de su futuro, en Libia se enquistó el proceso (seguro que a alguien no le convenía tanto cambio por ahí y no hay como una guerra internacional para enfriar los ánimos). Hoy los tres países andan envueltos en un mar de dudas, porque el cambio se dio, ahora toca gobernarlo.En Japón se rompió la hegemonía de más de 40 años en el Gobierno del Partido Liberal, en menos de dos años y mucho antes del Tsunami la realidad económica japonesa en recesión por casi una década se llevó por delante las esperanzas generadas por un gobierno mucho antes que la gestión de la crisis terremoto – tsunami – nuclear acabara por alumbrar todas las vergüenzas de uno de los sistemas políticos más corruptos (y desconocidos) del mundo.En nuestro continente tenemos casos para todos los gustos;Los que prometieron cambios como Lula y Uribe, cada uno hacia su modelo pero que llegaron a materializarlo en el día a día lo que permitió a sus delfines revalidar el proyecto sin problema en las urnas.Los que prometen no cambiar, o muy poco, cómo Chávez, Cristina, Correa, los Castro o Calderón, y que juegan en el alambre tirando de carisma o de estatus quo ante el desconcierto generalizado.Y los que prometieron cambiar y volaron hacia la presidencia entre vítores, pero cuyo pueblo se cansa de esperar y quiebra, aquí al lado, Piñeira no sabe qué nueva catástrofe le puede ayudar a recuperar popularidad hundida en el mar de los tiempos, mientras que la medalla de oro se la lleva el Señor Obama, de discurso exquisito pero impotente ante el problema económico de su país, atenazado, secuestrado en su sillón de la Casa Blanca por los intereses de un país cuya soberbia le impide avanzar imaginando un nuevo orden mundial. Tal es el caso que Obama ya ha lanzado su campaña electoral para noviembre de 2012; es lo que tiene ser un magnífico orador y vivir en la promesa más que en el hecho.Y por aquí llegamos a Bolivia, envuelta cómo está en el mayor proceso de cambio anunciado por nadie nunca jamás y sin embargo menos cambiante que cualquiera de los anunciados en el entorno. Traicionando los pocos preceptos básicos que habíamos llegado a adivinar entre la euforia del cambio a favor de no sabemos que otros intereses comprometidos en éste proceso que no parece tal. Desde el gasolinazo no levantamos cabeza; el año que se había prometido como el de las reformas económicas de calado se ensucia a cada rato, la inexplicable terquedad con la que el Gobierno ha afrontado el tema TIPNIS, en base a arengas, empujando a sus bases contra sus propias bases ha sembrado el desconcierto no sólo al exterior sino también al interior del país. Las elecciones del 16 de octubre pueden marcar otro punto de inflexión y acabar por desenmascarar éste proceso de cambio que ya pocos son capaces de entender, de explicar y mucho menos de adivinar hacia dónde vamos.Cambiar es algo bonito, pero no se puede lograr sin reconocer los errores, sin tener claro hacia donde se quiere ir y sobre todo sin saber los pasos que hay que tomar. Ahora, que para cambiar un país hay que contar con sus habitantes, y para ello es necesario explicar las cosas, y sobre todo, no mentir.

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