La indignación de los indignados

La impotencia es la madre de la indignación...Estos dos casos son de la indignación de una persona frente a alguien poderoso, persona física o jurídica, que abusa de nosotros. Pero la dignidad personal se puede sentir herida por otras causas.En esta ocasión que vivimos actualmente la...

La impotencia es la madre de la indignación...Estos dos casos son de la indignación de una persona frente a alguien poderoso, persona física o jurídica, que abusa de nosotros. Pero la dignidad personal se puede sentir herida por otras causas.En esta ocasión que vivimos actualmente la indignación, una vez más, es colectiva. Es el estado de ánimo extraordinario focalizado en un sector muy amplio de la sociedad motivada por la conducta defectuosa de incompetencia, de pusilanimidad o de malicia de los obligados a hacer justicia social y no la hacen o no la hacen suficientemente.Pues bien, la situación extraordinaria generada por esas conductas de acción u omisión torpes, negligentes o consentidoras generan a su vez la necesidad de respuestas extraordinarias por parte de los ciudadanos directa o indirectamente afectados por ellas Y la única respuesta colectiva que cabe sólo puede darse en la calle, por otro lado el único lugar donde se puede drenar la indignación y hacerla patente de manera pública.Los estados de excepción declarados institucionalmente por los gobiernos sitúan el epicentro de la causa en causas extraordinarias. Pero no porque grandes masas de población se sienten marginadas y olvidadas por ellos, humilladas por los opulentos que apenas se resienten tributariamente, y expoliadas por los mercados. Por eso el “estado de excepción” no sólo existe cuando lo declaran por decreto quienes mandan. También existe cuando tantos que ni son súbditos ni son vasallos sino ciudadanos que se supone viven en libertad no tienen trabajo ni techo o no llegan a fin de mes, mientras otros se enriquecen. De ello dan cuenta estentóreamente y expresan así su indignación. En ese momento y en ese trance nos encontramos...Porque extraordinario es el lamentable estado económico de la sociedad en general; extraordinaria es la tremenda desigualdad entre lo que cobran los políticos retribuidos desmesuradamente de las instituciones, y los directivos y ejecutivos de las empresas públicas y privadas; y situación extraordinaria es el desempleo crónico que afecta a millones de personas -y entre ellas a un 40% de los jóvenes-, y la nula esperanza de encontrar la mayoría de ellos empleo o incluso de sobrevivir con dignidad...Y las situaciones extraordinarias dan lugar a respuestas extraordinarias. Y esa parte de la sociedad no siente el respeto de los poderes instituidos pese a los derechos reconocidos en las leyes y en la constitución. Los poderes no atienden esos derechos porque no pueden al ser los verdaderos dueños de la sociedad los que lo han sido siempre: las clases adineradas, los que se enriquecen a cuenta de la política y la Iglesia católica, y, desde que pertenecemos al G20, los mercados. Por eso sienten indignación. Pero es un grave error que ciudadanos que no sientan el aliento de ese mismo desprecio por parte de quienes lo dispensan, no entiendan que las acampadas, los mítines y las manifestaciones sean su única manera de expresarla. Y otro error negar el derecho y los deberes de los ciudadanos indignados en función de los bandos de orden público y otras medidas pensadas sólo para situaciones y tiempos ordinarios alterados sólo por alborotadores sin causa.Responder a todo esto de otra manera es falta de inteligencia. A ver si lo entienden así de una vez todos los poderes públicos, los periodistas reaccionarios y los millones de egoístas indecentes que pueblan este país.Por cierto, es encomiable que la mujer más rica de España, Rosalía Mera, simpatice con los Indignados y hasta sienta la tentación de acampar. Pero más encomiable sería todavía que, ya que jamás se lo hemos oído explicar convincentemente a ningún hombre, nos explique ella cómo es posible que, sin que medie ningún crimen no ya de ella sino de sus causantes, haya amasado una fortuna de 3 mil millones de euros asimismo sin paraísos fiscales ni fraude fiscal, o sin la complicidad de las leyes o de los inspectores tributarios. Pues el común sentido sobre la justicia social dicta que nadie se puede enriquecer hasta esos extremos, sin que los costes de fortunas como estas los paguen precisamente los Indignados.

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