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Quemar una bandera

A partir de entonces tengo la buena costumbre de frenar el paso, giro a la derecha o a la izquierda, según la dirección de la tropa, para saludar con auténtico fervor cívico a la bandera nacional cada vez que el regimiento de los Colorados de Bolivia, pasa “por mi delante”. Hecha esta...

A partir de entonces tengo la buena costumbre de frenar el paso, giro a la derecha o a la izquierda, según la dirección de la tropa, para saludar con auténtico fervor cívico a la bandera nacional cada vez que el regimiento de los Colorados de Bolivia, pasa “por mi delante”. Hecha esta presentación, en el curso de los años he visto quemar banderas norteamericanas, cada vez que había que justificar una revuelta callejera. Y ni el Departamento de Estado ni el Pentágono chistaron frente esos alborotos que se hicieron costumbre. No me dirá pues el señor ministro de Gobierno que haber quemado una bandera venezolana durante las protestas por el “gasolinazo” ha de ser materia de su preocupación, cuando ese ministerio tiene muchos más asuntos que resolver. Que el embajador de Hugo Chávez eleve una protesta a la cancillería boliviana si lo estima conveniente. Y basta. Por lo demás, el figurón de Hugo Chávez, tan entrometido en asuntos internos - y petroleros - bolivianos, es quien provoca estos sentimientos contra su propio país. A la chabacanería de sus maneras políticas, no es extraño que se responda con similares griteríos de plazuela. Aunque no los alabo. Y vistas como van las cosas en Caracas, el zafarrancho entre chavistas y sus contrarios en plena Asamblea Legislativa que vuelve a contar con la presencia de fuerzas opositoras, es una prueba más de que en Venezuela cambian las circunstancias.  En otra faceta de las contradicciones a las que nos tiene acostumbrado Don Evo y sus cerebros, el Sr. Ministro Llorenti, tan celoso del símbolo nacional venezolano, no envió a sus sabuesos para detener a los grafitistas que ensuciaban paredes y persianas con insultos soeces contra ciertos políticos que desagradan al Gobierno. Convengamos en que es más grave mentar a la madre de un ciudadano, que prender fuego a una bandera ajena. Más grave, repito, porque se trata de gente honrada del vecindario paceño. Personalmente, no desearía ver pintarrajeadas las puertas del ministerio de Gobierno con semejantes injurias. Aparte de que ya se cuidarían los agentes de poner a buen recaudo a los que atentan contra el decoro urbano, además de herir el honor ajeno. ¿Honor he dicho? Pues sí. Aunque Usted no lo crea, yo todavía estimo en mucho el valor de ese concepto, tan devaluado por otros. Pues bien, como quiera que la desfachatez y la grosería se están adueñando de la calle, sin que la autoridad vele por la “tranquilidad en el orden” (así definía la paz, Santo Tomás de Aquino), seguiré creyendo en el honor, como virtud irrenunciable. Con bandera o sin bandera.

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