Jekyll y Hyde en la secta nobel
No existe ningún impedimento para ello. Para la secta Nobel esa complicidad es un detalle insignificante comparado, por ejemplo, con el arte de escribir. Y nadie puede acusarla de incoherencia o traición a sus principios. Con sus inventos (nitroglicerina, dinamita, pólvora sin humo), su...
No existe ningún impedimento para ello. Para la secta Nobel esa complicidad es un detalle insignificante comparado, por ejemplo, con el arte de escribir.
Y nadie puede acusarla de incoherencia o traición a sus principios. Con sus inventos (nitroglicerina, dinamita, pólvora sin humo), su fundador, Alfred Nobel, envió al mas allá a millones de millones de seres humanos en todo el mundo, lo cual no le impidió instituir el Premio de la Paz que lleva su nombre.
Es decir que dentro del semi-clandestino universo Nobel se puede ser doctor Jekyll y mister Hyde sin ninguna dificultad y resultar galardonado por ello.
Si en 1973 el Parlamento Noruego le otorgó el Nobel de la Paz a Henry Kissinger, “el mayor criminal de guerra que anda suelto por el mundo”, según la acertada definición de Gore Vidal, ¿por qué no podría hacer otro tanto, en materia literaria, la Academia Sueca de la Lengua, con un famoso agente del Imperio?
El 26 de abril de 1998 los integrantes del Estado Mayor Presidencial (EMP) del entonces mandatario guatemalteco Álvaro Arzú asesinaron a Juan Gerardi, obispo y coordinador de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHA), según el resultado del proceso judicial seguido contra algunos de ellos y todos los indicios y sospechas que apuntan hacia el resto.
Dos días antes la ODHA había presentado un voluminoso informe que documentaba las masivas y sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos cometidas por el Ejército de Guatemala durante el conflicto armado interno y, siempre bajo la dirección de Gerardi, se preparaba para iniciar una nueva investigación, esta vez orientada a identificar y denunciar, con nombre y apellido, a los autores intelectuales de tales violaciones.
Para tratar de burlar a la justicia el EMP realizó todo tipo de operaciones de inteligencia y contrainteligencia, engaño, desinformación y propaganda, entre ellas contratar a un reconocido espía internacional –el francés Bertrand de La Granje– quien opera con cobertura periodística, y su pareja, la española Maite Rico.
En agosto del 2001 estos escribieron un artículo en la revista méxico-española “Letras Libres”, en el criticaron a la fiscalía y defendieron a los militares acusados.
Posteriormente, en noviembre del 2003 publicaron un libro (“¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político”) destinado a desviar las investigaciones hacia las hipótesis más inverosímiles como, por ejemplo, que el culpable del asesinato había sido…un perro.
En febrero del 2004, con uno de sus artículos de opinión publicados por “El País”, de Madrid, y reproducidos por casi todos los grandes medios gráficos de América Latina, Mario Vargas Llosa, el flamante Premio Nobel, se sumó a esta infamia, como lo ha venido haciendo desde la década de los 80´s en contra de todas las causas progresistas, populares, humanitarias y nacionales.
Con el libro en cuestión como única fuente y sin haberse interesado nunca por el genocidio en Guatemala, “uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos en lengua española”, escribió: “A través de sus rigurosas investigaciones (consistentes en tomar nota de lo que los asesinos les dictaron), incansables cotejos y escrupulosos análisis, los autores de “¿Quién mato al obispo?” desenmascararon un plan siniestro en el meollo del caso Gerardo para encubrir a los verdaderos culpables, sacrificar a inocentes (los miembros del EMP) y entronizar una monumental distorsión de la verdad, operación de la que un puñado de bribonzuelos, oportunistas y policastros (los integrantes de la ODHA, que actuaron como querellantes) sacaron excelente provecho personal”.
Además, en su artículo Vargas Llosa hizo suya la hipótesis del perro asesino y siguiendo los pasos de La Granje y Rico descalificó a testigos e inventó que el fiscal que había comenzado a seguir seriamente la pista canina tuvo que huir del país debido a las amenazas recibidas, algo que nunca ocurrió.
Para la secta Nobel la mentira es otro detalle insignificante comparado con el arte de escribir.
Juan Gaudenzi es argentino residente en México.