Los daños al Estado

generando incertidumbre, desconfianzas y demoras burocráticas insoportables; pésima administración, gestión y desempeño técnico” son conceptos que nos suenan conocidos, muy conocidos. No importa quien lo diga, pero cuando se alude a “pésima administración, gestión y desempeño...

generando incertidumbre, desconfianzas y demoras burocráticas insoportables; pésima administración, gestión y desempeño técnico” son conceptos que nos suenan conocidos, muy conocidos.

No importa quien lo diga, pero cuando se alude a “pésima administración, gestión y desempeño técnico” no hay que ser brujo ni adivino para inferir que no se está refiriendo a desempeños en el ámbito “privado”, sino en el sector público. Percibirlo así es casi un reflejo condicionado, pero no fortuito.

 

Durante décadas, los asuntos públicos en nuestro país se han manejado bajo constantes de clientelismo electorero, compadrerío y otros parámetros similares. Cómo estará de institucionalizado esto que una muy popular enciclopedia virtual, al explicar qué es “corrupción política” dice todo esto: “Uso ilegítimo de información privilegiada, el tráfico de influencias, el pucherazo, el patrocinio, sobornos, extorsiones, influencias, fraudes, malversación, la prevaricación, el caciquismo, el compadrazgo, la cooptación, el nepotismo y la impunidad”. (Wikipedia.org y no se refiere específicamente a Bolivia, pero parece que nos estuviera describiendo)

 

Además del irremediable daño económico que esto le ha causado al Estado, ha dado lugar a un daño aún más severo, ontológico, que está incorporado en el imaginario colectivo, para gran satisfacción y enorme beneficio de quienes repiten sin reflexionar: “el Estado es pésimo administrador”.

 

No es el Estado el culpable de esa fama en Bolivia, sino las elites que lo han administrado secularmente. El Estado es la víctima, en abstracto, de la actuación de sujetos concretos: los políticos. Lamentablemente quienes así han actuado han trasminado esa mala fama a la política, que puede y debería ser, también, altruista, eficiente, honesta. Y esa debería ser la regla, no la excepción.

 

Pero no es así. Hemos escuchado varias veces en Tarija un acertijo que se ha vuelto popular: “¿En qué se parecen los políticos a los plátanos? En que no hay uno recto”.

 

Revertir ese daño que le han hecho a la política, a esa actividad humana que tiende a gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad será muy, pero muy difícil.

 

Y como no es solamente la acción de uno o dos individuos, sino un comportamiento de clase ya atávico, ¿cómo puede la sociedad resarcirse del daño que ya le han hecho?

 

Para que la sociedad se “reconcilie” con los políticos no será suficiente reparar el daño económico, hará falta modificar las causas esenciales que dieron origen a esa deformación monstruosa del comportamiento, errónea y perversamente llamada “política”.

 

Devolverle a la política su sentido ético de “disposición a obrar en una sociedad utilizando el poder público organizado para lograr objetivos provechosos para el conjunto social” es una ardua tarea.

 

Y habrá que cumplirla paso a paso. Caso por caso.

 

DESTACADO

 

Repiten sin reflexionar: “el Estado es pésimo administrador”.

 

 

 


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