Los “descertificados”

El 15 de septiembre de cada año, el presidente de EEUU informa al Congreso acerca del avance de los acuerdos internacionales sobre interdicción. Con base en ese reporte, el Departamento de Estado decide qué países son certificados y, por lo tanto, acreedores a preferencias arancelarias y...

El 15 de septiembre de cada año, el presidente de EEUU informa al Congreso acerca del avance de los acuerdos internacionales sobre interdicción. Con base en ese reporte, el Departamento de Estado decide qué países son certificados y, por lo tanto, acreedores a preferencias arancelarias y apoyo.

Esas “certificaciones” queel gobierno de los Estados Unidos acostumbra hacer cada año tienen cada vez menos credibilidad. Primero, porque no apuntan a lo que El Departamento de Estado y el Congreso estadounidense realmente buscan (además, por supuesto, de hacer sentir su poder a los países de su periferia)

Al mismo tiempo que desde Washington se  ”descertificó” a Bolivia, se “certificó” a Colombia, donde el tema de la supuesta lucha contra las drogas se maneja hace años con el criterio de hacer lo que a EE.UU. le gusta y lo que le gustan, sin duda, son los gobiernos sumisos. Siempre ha sido así.

Porque la “certificación” de Colombia estuvo cuestionada porque la producción y el tráfico de cocaína desde allí hasta el norte no han disminuido, pero también porque existen muchas violaciones a los derechos humanos: ostensibles, recurrentes y descaradas.  Pero el Departamento de Estado las ignoró porque el gobierno de Juan Manuel Santos es tan o más amigo que el de Alvaro Uribe Vélez. Y punto final.

Muchos estudios establecen que mientras exista esa voraz demanda de cocaína en los Estados Unidos la oferta aparecerá de algún lado. Lo dicen sus sacralizados teóricos del libre mercado, teologizado desde los tiempos presidenciales de Reagan.

Además, si esos multimillonarios volúmenes de dólares que mueve el tráfico de cocaína dentro de los Estados Unidos no tuvieran ese destino, se destinarían a comprar otro vehículo japonés o europeo, otro equipo electrónico también importado o más mercadería china. Y con eso el ya precario ahorro interno estadounidense se desmoronaría aún más.

Ese tráfico de cocaína mueve más millones de dólares dentro de los Estados Unidos que fuera de él. Eso también es perogrullada.

Entonces ¿Para que esa pretensión de “certificar” a los demás, si Estados Unidos no lograría “certificarse” a si mismo ni siquiera reduciendo al mínimo los parámetros con los que mide a los otros? Es la típica parábola de la paja en ojo ajeno y la viga en el propio.

Eso, por supuesto, no le hace ningún bien a las relaciones internacionales, pero eso a los Estados Unidos lo tendrá sin cuidado, mientras solo él tenga ese umbral de poder que le permite mantener subordinadas a todas las naciones periféricas e inclusive a las que sin ser periféricas están por debajo de ese umbral y aún estando en el centro deben resignarse a la calidad de socios menores. A algunos los llaman eufemísticamente “emergentes”, pero no es ningún secreto que desde Washington también se decide hasta dónde podrán emerger.

¿Resignación, entonces?

No. De ninguna manera. Para nuestros países latinoamericanos existe una fórmula: la integración que clamó Simón Bolívar y que aún se la debemos.

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Desde Washington también se decide hasta dónde podrán emerger


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