Quién le teme más a Arce que a Evo
Hay otra corriente más minoritaria que señala diferencias ideológicas de fondo y coloca a Luis Arce en un socialismo pragmático y a Evo Morales en un neocapitalismo aymara,
El relato comúnmente aceptado es que el pulso entre Evo Morales y Luis Arce es puramente por el poder, pues ambos son iguales. Hay otro relato que señala que lo que subyace es una batalla entre lo viejo y lo nuevo y son aquellos que llaman al ala arcista “renovadores” y a la evista “radicales” y que básicamente tiene diferencias metodológicas, aunque en el resumen es también pura lucha por el poder, pues ni Arce ni su vicepresidente David Choquehuanca pueden considerarse “lo nuevo”. Hay otra corriente más minoritaria que señala diferencias ideológicas de fondo y coloca a Luis Arce en un socialismo pragmático y a Evo Morales en un neocapitalismo aymara, que tiene una fuerte raíz liberal aún camuflada entre las consignas comunitarias.
Para el común de los votantes no resulta fácil de apreciar diferencias porque todo el Movimiento Al Socialismo (MAS) está metido en la misma bolsa de yute y apenas aprecia matices de planteamiento, sobre todo porque además, Luis Arce fue el ministro de Economía de Evo Morales durante todos sus gobiernos, pues cuando se retiró por salud se quedaron sus secuaces. Lo cierto es que hay detalles ligeros, pero también argumentos de fondo.
Fernando Mayorga, analista y politólogo de mucha ascendencia dentro del MAS suele definir a Evo Morales como un radical moderado y lo argumenta con el común de sus medidas poniendo el acento en las diferencias entre lo que se dice y lo que se hace, y es que en general, más allá de las bravatas contra el imperialismo y el neoliberalismo, el régimen de Morales mantuvo las lógicas de mercado en todos los ámbitos y apenas hizo esfuerzos por implantar la solidaridad organizada: El SUS llegó en las últimas semanas de gestión, los cambios en las AFP fueron muy ligeros y nunca hubo una reforma fiscal de fondo ni una forma impositiva que garantizara la redistribución de la riqueza. Al contrario, siempre se protegió el régimen simplificado y nunca se hicieron esfuerzos por fomentar la contratación legal en un país que llegó a 2020 con un 85% de informalidad según el FMI.
Más allá de unos pocos academicistas, prácticamente nadie tenía problemas con la forma de gestionar la economía que implantó el MAS durante década y media y que le dio tan buenos resultados electorales, y si había algún problema puntual, se resolvía con bloqueos y negociación sectorial. La consigna siempre fue “no molestar”, y por eso aquellos que hicieron campaña dibujando un país intervenido por un régimen comunista autoritario se dieron de bruces con su fracaso. Los economistas que manejaron aquellos tiempos reconocen que los buenos precios del gas y otros asuntos de la coyuntura internacional fueron los que permitieron el sistema.
Arce hizo campaña prometiendo continuidad y solo introdujo una medida: el Impuesto a las Grandes Fortunas que ha dado relativos resultados y que tiene más valor simbólico que económico en un país donde la transparencia escasea. Después hizo un ajuste en la política tributaria promocionando una devolución parcial de IVA que ha sido muy poco promocionada, por si acaso, y pronto se metió en el enorme jardín del control de capitales y la lucha contra el blanqueo. A partir de ese momento, unos y otros lo declararon un peligro.
Arce ha fracasado en casi todos los intentos por cumplir con las normas internacionales, que a la vez le permitirían ciertos beneficios para acceder a proyectos y financiación, pues en el contexto internacional, Bolivia tiene catalogación casi de paraíso fiscal y es el lugar en el que se pierde la pista a grandes capitales de origen ilícito.
En tiempos de vacas flacas, Arce ha impulsado el control férreo de precios a través de la intervención en el mercado de la empresa del Estado Emapa y con rigurosos controles a la exportación, algo que no ha gustado a los grandes capitales del agro, y además, ha desmantelado el banco Fassil, financiador del desarrollo cruceño en base a una burbuja inmobiliaria de imposible validación en tiempos de crisis como los actuales.
En serio o en broma, Arce coquetea con el Partido Socialista 1 de su admirado Marcelo Quiroga Santa Cruz, sin duda el sujeto más socialista de la política boliviana en los últimos 70 años, con un enfoque diferente al del capitalismo aymara de Evo Morales.
El argumento popular de la mediana edad es que Arce no tiene más que la presidencia y lo cierto es que el ataque combinado de la oposición tradicional y el evismo ha hecho cambiar la percepción: de aquel sujeto afable que tocaba la guitarra en los mercados durante la campaña ha pasado a convertirse en una suerte de piloto temerario.
Ahora, el MAS deberá definir su propio camino incluso antes de definir a su candidato, y en esas, el conglomerado de intereses sectoriales que encarna difícilmente será proclive a profundizar en la línea socialista que le gustaría al presidente. Eso sí, queda por ver si esa tensión se convertirá en ruptura, porque con las diferencias marcadas queda claro que sí puede haber espacio electoral para dos… aunque no sumen mayoría.