Las tensiones crecen en los partidos
Herederos paralelos
Tanto Luis Arce en Bolivia como Alberto Fernández en Argentina sufren controversias con sus supuestos mentores que supuestamente les cedieron el testigo para recuperar el poder para la causa política que supuestamente comparten.
A Luis Arce lo eligió candidato Evo Morales en una mesa chica donde se sentaron también David Choquehuanca – hoy vicepresidente -, Diego Pary – hoy embajador ante Naciones Unidas – y se ausentó por sus problemas con la migra de Áñez Andrónico Rodríguez – hoy presidente del Senado -. Era enero de 2020. No había pandemia. Morales llevaba tres meses de exilio. Se anunció por twitter y era la baza del Movimiento Al Socialismo para retornar al poder por la vía electoral, con un candidato constitucional y, aparentemente, sin radicalismos.
A Alberto Fernández lo eligió candidato Cristina Fernández, lo presentó, junto a la sigla de Todos, en las redes sociales en mayo de 2019. Cristina había dejado el poder en 2015 sin forzar la Constitución para buscar una nueva elección y poniendo al peor aspirante posible, Daniel Scioli, que fue vapuleado por Mauricio Macri. La salida de Cristina de la Rosada, sin entregar el bastón de mando y ante una multitud enfervorecida fue toda una declaración de intenciones de que volvería. Macri arrasó Argentina en apenas cuatro años pero el retorno del peronismo no se veía tan fácil, por lo que los sondeos y los expertos recomendaron más o menos lo mismo que en Bolivia: un candidato de perfil moderado y con experiencia demostrada en la gestión económica. Ahí apareció Alberto Fernández, ex colaborador de Néstor Kirchner, pero bastante conservador con el bolsillo.
El gas, el trigo y la crisis mundial llevaron a Luis Arce a reunirse con Alberto Fernández en Buenos Aires, un encuentro que ha dado mucho de qué hablar por el contenido y por el continente, por la curiosa triangulación que se ha dado con las recientes reuniones con el flamante presidente chileno, Gabriel Boric, y por los paralelismos que se trazan entre uno y otro.
A Fernández no le andan muy bien las cosas por casa. La pandemia ha tenido el mismo efecto en su gobierno, recién instalado en 2020, que en todos los demás, aderezado además por las escandalosas fotos de las reuniones sociales en Olivos en medio de los inhumanos confinamientos. Se tuvieron que perder las legislativas para que el gobierno empezara a abrir la mano, pero lo que ha desencadenado la tormenta ha sido el acuerdo con el FMI. Fernández, que fue parte de la estrategia de Néstor para pagar y librarse del Fondo tras la crisis de principios de siglo, recurría ahora al organismo haciendo ciertas concesiones políticas que Cristina ha considerado intolerables. La tensión se masca en la calle y se escenifica a diario, aunque por lo general las grandes cabeceras respaldan a Alberto, por su particular visión de la economía dentro de esa inmensa amalgama de sensibilidades que es el peronismo. Hoy Cristina sigue amagando con volver a candidatear como Presidenta.
Por su parte, Arce está en medio de una batalla que amenaza con convertirse en una carnicería. Desde el principio ha habido susceptibilidades por parte del sector más indigenista que representa David Choquehuanca y que tienen una visión relativamente diferente de lo que pasó en 2019, cuando Evo Morales se presentó a las elecciones luego de haber perdido el referéndum en el que pidió saltarse la Constitución. Choquehuanca ha dejado frases “dolorosas” para el evismo en más de un acto oficial y en sus discursos apuesta por una renovación total de las estructuras, dejando atrás a los viejos ministros y, obviamente, a Evo Morales.
Esta semana el propio Evo Morales, que nunca quiso convertirse en un jarrón chino, ha llevado las hostilidades al nivel máximo interviniendo en el pulso que desde hace semanas sostiene el ministro Eduardo del Castillo y los dirigentes cocaleros, al fin y al cabo, subordinados del propio Evo. Morales develó audios que aparentemente demuestran una protección oficial al narcotráfico y el ministro de Gobierno ha respondido sacrificando a un peón mientras Arce calla, lo que se viene interpretando como el desafío de la emancipación definitiva.
El poder y el futuro
Nunca se les adivinó un excesivo afán de protagonismo ni ambición de poder ni a Alberto Fernández ni a Luis Arce, aunque evidentemente el primero disfrutaba siendo identificado como el poder detrás del trono de Néstor y el segundo cuando lo responsabilizan del supuesto “milagro económico boliviano” que capitalizó Evo.
Los dos llegaron al poder porque eran tiempos de cambio y de perfiles moderados. Fernández llegó después de una gestión dolorosa de Mauricio Macri, que empobreció aún más a los bolivianos y llevó el peso argentina a la inmundicia en medio de programas pensados elementalmente para vaciar el país; Arce llegó después de una gestión igualmente dolorosa de Jeanine Áñez, que tuvo que gestionar la pandemia, pero que lo hizo con desidia y corrupción, donde los bolivianos acabaron empobrecidos al agotar sus ahorros en las largas cuarentenas mientras los teóricos del liberalismo en la oposición se dedicaban a despilfarrar dinero público en gestión política y campañas electorales transversales.
Que Cristina Fernández de Kirchner y que Evo Morales pueden y quieren ser candidatos de sus respectivas formaciones políticas de cara a la próxima cita electoral es evidente. Cristina nunca ha dejado el hilo de la política y le respaldan los movimientos más populares, algo en lo que aparentemente coincide con Evo Morales, aunque Evo, por su continua exposición pública y su elevada agresividad en las cuestiones diarias, va perdiendo adhesiones.
En lo que más se parecen, en cualquier caso, es en la profunda animadversión que generan entre sus detractores. Cristina tiene elevados índices de imagen negativa y las capas más altas la detestan, al igual que Evo Morales, que después de 14 años de gestión pagó el desgaste con su imagen personal.
Esto se traduce en intención de voto, evidentemente y como bien saben algunos de los detractores de Evo Morales y algunos de los que se han cambiado sigilosamente de bando en el partido, los que le susurran al oído a Luis Arce para que se deshaga de Morales porque solo así el MAS tendrá opciones de perdurar en el poder. También los que lo hacen ruidosamente y han optado por una estrategia belicosa como parece ser la del ministro Del Castillo, que llegó al gabinete apadrinado por García Linera y el evismo.
En Bolivia el MAS sigue siendo el partido hegemónico, el único con militancia identificada y representación territorial real. En Argentina el peronismo parece seguir siendo mayoritario, pero sus múltiples interpretaciones empiezan a no mezclar adecuadamente. Además, sí hay una opción alternativa, que básicamente es el PRO de Macri y que también ha demostrado que puede sumar grandes mayorías.
Los analistas auguran en este punto diferencias sustanciales entre Bolivia y Argentina porque el MAS solo concurrirá con su sigla, aunque haya una batalla encarnizada en la nominación entre el indigenismo de Choquehuanca y el pragmatismo de Morales, cuya solución puede volver a ser precisamente Arce, mientras que en Argentina se pueden colocar otras opciones peronistas pero alternativas a Cristina – o su hijo – en la boleta de votación, y que finalmente sean los ciudadanos los que decidan donde poner los esfuerzos en las primarias. En Bolivia, sin embargo, si Evo Morales gana la batalla interna para ser nominado no habrá un test real que le de una verdadera visión de posibilidades.
A Fernández ya le queda poco más de año y medio en la presidencia; a Arce el doble. Seguramente el segundo aprenda alguna cosa de lo que finalmente suceda con el primero en la batalla interna, sin duda, la suerte no está ni mucho menos echada a estas alturas.
Una nueva entente continental
La política internacional se viene moviendo a un ritmo endiablado. Una vez fracasado el mundo multipolar que pretendió suceder al orden de la Guerra Fría y en las puertas de lo que parece será el gran conflicto del siglo entre China y Estados Unidos, el resto de países periféricos mueven fichas para tratar de ganar cierta influencia. Lo hace Rusia, lo hace la Unión Africana, y tal vez esta vez por primera vez lo esté haciendo América Latina.
A falta de lo que pase en las elecciones de Colombia del 29 de mayo y de las de Brasil a finales de año, donde los dos candidatos de izquierda son favoritos (aun sin que nadie crea en las encuestas), el subcontinente ha vuelto a virar hacia las políticas más soberanistas y antimperialistas (algunos consideran que “progresistas”) y pueden consolidar un bloque que cambie las lógicas de la subordinación, por ejemplo, sustituyendo la OEA con la CELAC y el Banco del Sur, que se dotaría repatriando las reservas internacionales y que como queda en evidencia cada vez que hay conflicto, no están seguras en esos bancos AAA.
Alberto Fernández es el presidente que parece haber tomado la iniciativa sin esperar a lo que suceda en Brasil, pues para él será tarde, para crear una suerte de agenda de temas comunes a discutir para garantizar una integración más eficiente, sea en el marco del Mercosur o de otro que se pueda ordenar.
La posesión de Gabriel Boric fue el primer punto de encuentro para los gobiernos de Fernández, Arce, el peruano Pedro Castillo y el propio Boric.
Temas como la soya, la integración marítima de Bolivia con el norte chileno y el sur peruano con el tren bioceánico de fondo, el gas no convencional del siglo XXI y sobre todo, la necesidad de conformar una suerte de OPEP del litio y garantizar su transformación industrial en el continente conforman de por sí una agenda rica para la integración del sur.
Los analistas recuerdan que en la primera década del siglo, cuando también coincidieron muchos líderes de sensibilidades similares – Chávez, Correa, Lugo, Evo, Kirchner, Lula, etc., - se hicieron muchos planes pero se materializaron pocos. El desafío para los “herederos” es precisamente concretar las palabras en acciones mucho más pragmáticas. EL desafío está en la mesa y el tiempo vuela.