Rumbo al 6S, o no
¿Polarización, viaje al centro o convergencia?
El patinazo de Luis Arce ha volteado todas las estrategias. La posibilidad de anular la elección e ir a nueva convocatoria toma fuerza ante el riesgo de perder la personería y tener que tomar otras vías
En Bolivia se ha perdido la noción del tiempo respecto a las campañas electorales. La carrera formal por el relevo presidencial inició apenas una semana después de volver a perder el mar, esta vez en La Haya. Fue en octubre de 2018, aunque algunos ponen la fecha más atrás, el día que se conoció el resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016.
Por entonces, el pulso empezó con una Primaria sui géneris que el MAS se sacó del sombrero para tratar de borrar el resultado del referéndum con otra elección, aunque el fiasco fue tan descomunal que solo hizo profundizar el concepto y adelantar la polémica sobre el rol del Tribunal Supremo Electoral y la habilitación del candidato negado en la consulta.
Sí sirvió para – por enésima vez – pillar a contrapié a toda la oposición, incapaz de construir un frente único para derrotar al MAS en más de una década de hastío. Allí apareció Carlos Mesa con una estrategia muy personalista que dejó en el molde a Demócratas y Unidad Nacional, que después optaron por unirse para después dividirse tras el veto de Rubén Costas a Samuel Doria Medina como candidato.
Además apareció toda una pléyade de partidos pequeños reclamando unidades y que visto los resultados al final, no sobraba ninguno para el objetivo del MAS de perpetrarse en el poder: Ni Chi, ni Virginio Lema, ni Víctor Hugo Cárdenas, ni Bolivia Dijo No, ni ningún otro, pues cada décima que arrancaron le beneficiaba.
Campañas de polarización
De la fallida elección de octubre, todos recuerdan el desenlace. Los torpes movimientos del TSE parando el TREP y resucitándolo acomodado 24 horas después; el desprecio de Morales por las movilizaciones; las categóricas invitaciones a la OEA por parte del Gobierno; el informe intempestivo; la renuncia en Chimoré; el vuelo a México; la autoproclamación de Jeanine Áñez y la Biblia entrando a Palacio.
Se recuerda menos una campaña en la que el eslogan del 21F había quedado manoseado, en la que Evo Morales cenaba día por medio con adinerados empresarios, y en la que se polarizó más entre Carlos Mesa y Óscar Ortiz y sus manos limpias, ambos opositores, que con el propio Movimiento Al Socialismo. Corrupción, voto útil, estabilidad eran las claves.
El resultado y los manejos del TSE motivó la irrupción en escena de Luis Fernando Camacho, que abrió una vía antisistema frente a la que ensayaban los políticos tradicionales de dialogar e intermediar con la OEA. Al final las dos lograron su objetivo de derrocar a Evo Morales.
Camacho subió el tono de la crítica, coqueteando peligrosamente con lo racial por momentos hasta que se dio cuenta que la decisión estaría en La Paz. En cualquier caso, el tono de mano dura quedó instalado y el Gobierno de Jeanine Áñez lo empleó a fondo para buscar una legitimidad que no le daban las ánforas.
El tono duro lo simbolizaron, sobre todo, Arturo Murillo (Gobierno) y Luis Fernando López (Defensa), pero también la propia Jeanine Áñez hizo uso de palabras gruesas – salvajes – en momentos puntuales. El cambio de jefe estratégico – secretario privado, Erik Foronda, por Manuel Suárez ideó más nítidamente la teoría de los “dos caminos” para polarizar con el MAS y dejar sin espacio a Mesa, pero la virulencia de la pandemia acabó por sacar de contexto esta vía.
El viaje al centro
El propio Movimiento Al Socialismo (MAS) se había dado cuenta de que el camino de la polarización no le convenía, fundamentalmente porque los episodios violentos le condenaban al ostracismo, y porque numéricamente necesita que una buena parte de los que le retiraron el voto en 2016 y 2019 lo vuelvan a depositar.
El asunto para el MAS es más complejo de verbalizar que de hacer, pues en 14 años de Gobierno fue radical en sus palabras, pero muy conservador en su gestión. La revolución social inicial, que normalizó la presencia de las clases populares en los órganos de Gobierno, acabó devorada por el pragmatismo de los negocios y la visión desarrollista clásica que se acabó imponiendo.
Mesa prácticamente no se ha movido de donde estaba desde octubre de 2018 cuando confirmó su candidatura tantas veces negada. Desde su sitio convocó a la oposición a unirse a él; desde su sitio convocó al voto útil para él; desde su sitio convocó a la movilización contra el TSE; y desde su sitio volvió a pedir el voto útil para él. Y la cosa es que no le va mal manteniéndose a flote sobre los extremos.
Quien más difícil tiene el giro al centro y la moderación es el Gobierno, pues en su génesis está precisamente la confrontación. Las encuestas de febrero ya le advirtieron a la Presidenta que el camino no era ese y trataron de bajarle la voz a Murillo, que es el símbolo de esa propuesta, sin embargo, siempre vuelve.
Después del asunto de los respiradores el Gobierno quedó tocado y sus bases bajaron el tono. La forma en la que el gabinete se ha contagiado del coronavirus e incluso la forma de hacerlo público le está restando, pero además ha dejado a Murillo con plenos poderes de vocería, lo que aleja el deseo de moderación que algunos recomiendan.
La convergencia
El único que no pretende una moderación es Luis Fernando Camacho y Creemos, que además es el único que abiertamente pide la cancelación de elecciones, aunque no piensa retirar su candidatura. Su posición beligerante y obstinada recuerda a la de octubre y noviembre, aunque la estrategia es otra.
El patinazo de Luis Arce ha dejado tocado al MAS, que tiembla ante la posibilidad de que su personería jurídica sea cancelada a tres días de elecciones con similares argumentos que los que en 2015 tumbaron la candidatura de los Demócratas a la Gobernación del Beni.
Arce se jactaba de ir muy por encima en las encuestas, lo cual parece cierto en la medida en que pesos pesados de Juntos ya habían empezado la maniobra de negociación para consolidar candidatura con Carlos Mesa y garantizar al menos la segunda vuelta en la elección del 6 de septiembre.
Converger es una posibilidad remota, pero factible. El empeño por anular la convocatoria e ir a una nueva tiene que ver con el mejor acomodo de los “leales” diputados y senadores que podrían quedar fuera en una negociación de riesgo. En cualquier caso, la posibilidad está más cerca que nunca, pues el propio MAS optaría por el mal menor antes que asumir el riesgo de la postración o del conflicto.