Chimoré, Almagro y el papel higiénico
A lmagro, Chimoré, encuesta en La Razón; una tríada mágica para el oficialismo en solo un fin de semana que ha generado pánico entre la comparsa de oposición, que hasta el fin de semana creían tener cubiertos los frentes y se habían creído su propia ilusión de la movilización...



A lmagro, Chimoré, encuesta en La Razón; una tríada mágica para el oficialismo en solo un fin de semana que ha generado pánico entre la comparsa de oposición, que hasta el fin de semana creían tener cubiertos los frentes y se habían creído su propia ilusión de la movilización popular.
La encuesta era previsible. En algún momento alguien debía publicar los resultados que se perciben en la calle. Evo Morales sigue al frente del partido más grande de la historia de Bolivia y no existe una alternativa real capaz de arrastrar a tanta gente. Peor si además la oposición se convierte en un campo de pruebas y estrategias, de guerra cruzada cuando no en un verdadero todos contra todos. La crudeza de los ataques, que evidencia incapacidad y codicia al mismo tiempo, ha dejado perplejo a los ciudadanos, que esperaban más altura en la decisiva batalla contra el masismo.
La encuesta de La Razón sólo evidencia lo que pasa en el escenario, Morales tal vez no llegue al 50+1, pero le sobra potencia para pelearlo, y en esas, no hay opositor que llegue. Los “indecisos”, que todas las encuestadoras siguen dejando ahí en el aire evidenciando poco profesionalidad, no son votantes que están decidiendo entre Carlos Mesa o Víctor Hugo Cárdenas; son esencialmente aquellos que le dieron las victorias fascinantes al MAS en 2009 y 2014 y que ahora se piensa si hacerlo de nuevo o no. En ese ejercicio de reflexión contribuye determinantemente el espectáculo inmaduro de los candidatos de oposición.
La encuesta de La Razón: 38 puntos para el MAS, 27 para Mesa, 8 para Óscar Ortíz, 16 indecisos y la insignificancia para el resto vine a calcar los resultados que en 2014 ofrecían Morales, Doria Medina y Tuto Quiroga, etc.
La conclusión es la que ya había anticipado el Latinobarómetro; la democracia no es tan importante a la hora de poner un papelito en el ánfora. Tanto 21F para acabar muerto en la orilla.
Antes de que se publicara la encuesta, las televisiones y las redes sociales ya habían dado cuenta de lo sucedido en la enésima proclamación del binomio Evo Morales – Álvaro García Linera en Cochabamba. Ni la chicana del fumigado ni el martilleante “obligados”, “amenazados”, restan mérito a lo que sucedió en aquella pista en el corazón del Chapare, donde varias docenas de miles de simpatizantes llegaron – sin fondo indígena que los subsidiara – para ofrecerle a su líder una instantánea apabullante.
Nadie más lo puede hacer en Bolivia, ni acercarse, y eso lo saben los estrategas del MAS, que han elegido muy detalladamente el momento en el que debía provocarse. Las tensiones en el partido a cuenta de los invitados y los curules va en aumento; la voz de Evo ya no es tan incuestionable como hace diez años; muchos claman por la desnaturalización del partido… pero la fotografía deja claro que el MAS sigue siendo el único partido de masas.
En cualquier caso, la desesperación en las filas del oficialismo se había disparado el día anterior a esa concentración, el viernes, cuando llegó el secretario General de la OEA a dar un innecesario apoyo cerrado a la candidatura de Evo Morales. Luis Almagro no tuvo ningún problema en desdecirse a la primera oportunidad del tuit de 2017, cuando condenó enérgicamente la decisión del Tribunal Constitucional de reconocer “el derecho humano” de Morales a ser reelecto y exigió respetar los resultados del referéndum del 21 de febrero. En esta ocasión vino a decir que impedir la candidatura de Morales sería “absolutamente discriminatorio”. No discriminatorio. “Absolutamente discriminatorio”. Los medios del oficialismo cerraron tapa al medio día y se fueron tranquilos a Chimoré.
Las palabras de Almagro tumbaron de un soplido lo poco de estrategia internacional que Ortíz, Quiroga y algunos otros habían empezado a construir para tratar de deslegitimar las elecciones primero y los resultados después, soñando que tal vez Bolivia pudiera convertirse en una Venezuela a los ojos de la opinión público internacional. Almagro, que al día siguiente trató de matizarse diciendo que “la reelección no es un derecho humano”, luego de que Mauricio Macri le pusiera ojitos de enojo, también dijo que “Morales no es Maduro”, algo trasladable a Bolivia no es Venezuela, ni la oposición boliviana es la venezolana, algo que también saben muy bien los candidatos.
No va a haber boicot internacional, ni siquiera una mínima presión para tratar de que Evo Morales no vaya a las elecciones. Tampoco se va a desconocer después. Almagro lo ha dejado claro. El MAS ya lo sabía. La oposición que celebró el tuit de Almagro patalea ahora y habla de una especie de venta de voto para que el secretario General de la OEA continue en su cargo.
Hace veinte meses, el entonces presidente del Senado dijo que el secretario General de la OEA se encargaba de que en la sede no faltara papel higiénico y otros asuntos más logísticos y de protocolo. Es cierto. Las decisiones reales no las toma Almagro sino los gobiernos, y en última instancia, los gobiernos poderosos. Almagro ha decidido convertir su cargo en una suerte de vocería activista que la acomoda a la opinión de la mayoría. Y la mayoría no quiere problemas en Bolivia. Y es que Evo Morales, más allá del discurso anual en la sede de las Naciones Unidas, no da problemas: golf, Bolsonaro, paseo con príncipes árabes, apretón de manos a Macri, soya transgénica, no mar, mediación en Venezuela, etc. El asunto sigue siendo doméstico.