Algo pasa con Mesa
A Carlos Mesa ya lo midieron para las elecciones de 2014, pero viendo la abismal ventaja del presidente Evo Morales decidió quedarse en tierra. Las encuestadoras lo siguieron midiendo hasta que apareció la oportunidad de echarse a la mar. Atrapado en la euforia de toda la delegación, Mesa...



A Carlos Mesa ya lo midieron para las elecciones de 2014, pero viendo la abismal ventaja del presidente Evo Morales decidió quedarse en tierra. Las encuestadoras lo siguieron midiendo hasta que apareció la oportunidad de echarse a la mar. Atrapado en la euforia de toda la delegación, Mesa creyó que desde ahí se reposicionaría como hombre de Estado, por lo que pidió le dejaran de medir. Antes del 1 de octubre, las encuestas lo volvieron a incluir entre los candidatos. De hecho resultaba el más apoyado.
A Ricardo Paz, su asesor de cabecera, no se le conocen victorias en la política boliviana. Sus acérrimos detractores no le perdonan haber dividido Conciencia de Patria (Condepa), el germen que propició el ascenso del MAS. Sus amigos destacan que es barato. Por alguna extraña razón, se ha convertido en la sombra y referente del que era el candidato con más opciones de liderar la oposición y desde su puesta en escena, ha perdido el aura de ganador por una serie de decisiones que son básicamente de estrategia y comunicación política.
De su “Sí quiero” al FRI trascendió la foto entre sexagenarios y su camisa rosa; de su mensaje de YouTube no tan viralizado como se asegura, trascendió su entradilla con Vivaldi y la fijación con polarizar con Evo Morales, muy de manual. Después vino la presentación de su equipo de campaña en Santa Cruz, todos blancos y de blanco en hotelazo cinco estrellas. Luego el paseíllo con Luis Revilla por La Paz transmitido en directo por Facebook live y donde trascienden los pocos dotes actorales – que eso es bueno – del candidato y la necesidad de dar manos, que pocas veces se tendieron.
“Ahora ya está en el bando opositor” decía un conocido estratega de Unidad Nacional luego de que se conociera la resolución de la comisión de investigación de la rama boliviana del escándalo Odebrecht y que recomienda a la Fiscalía abrir pesquisas para aclarar la participación del presidente Mesa en los presuntos lazos corruptos que se establecieron entre las empresas brasileras y los gobiernos bolivianos para adjudicar obras.
El Gobierno afila sus uñas: lo eligió como candidato hace unos meses, cuando empezó lo del Lava Jato y se sustituyó por lo de Quiborax sabiendo que lo primero tenía más enjundia. Al final lo acabó amnistiando para generar mayor confusión entre los opositores. El MAS, máquina engrasada de hacer campaña, de momento parece se está divirtiendo. El anterior domingo Gustavo Torrico en Panamericana se regodeaba de ello.
El equipo de Carlos Mesa quiere polarizar, y eso supone aguantar el arreón del MAS, que de momento no ha llegado con la intensidad esperada, pero que va a endurar con el paso de las semanas. Las cartas ya se han mostrado: Mesa el amnistiado que regaló patrimonio del Estado, Mesa el Lava Jato, Mesa el amigo del que rompió el corazón de Palenque (devolviendo el golpe de Zapata), Mesa el blandito y Mesa el ciudadano blanco.
Vendrán más. Nadie mejor que Carlos Mesa sabe que cosas de su gobierno podrían avergonzarle, pero nadie mejor que el nuevo equipo de comunicación del Gobierno (luego de aprendida la lección de apartar a Walter Chávez) sabe cómo aprovecharlas.
En la oposición tampoco le perdonan el haberse presentado directamente como candidato y no haber cumplido con la liturgia de la unidad, la alianza, el pulso de poder con buena cara y finalmente haber dado el salto luego de haber concedido enormes pedazos de “la torta”.
De ese frente le vienen las acusaciones de funcional al MAS, que el propio MAS alimenta generosamente, de oportunista, coinciden en lo de blandito, traidor al 21F – puesto que en teoría el asunto ha desaparecido de la agenda – y, de lo más ingenioso, de “mesiánico” como calificó su actitud el Gobernador cruceño Rubén Costas.
Lo cierto es que hasta el momento no hay otro candidato en la oposición, como no lo ha habido en los últimos 15 años, y su buena noticia es que le quedan doce meses de campaña en las que pueden ir mejorando las debilidades evidenciadas en este tibio lanzamiento que ha quedado muy lejos de las expectativas. La carrera es larga.
A Ricardo Paz, su asesor de cabecera, no se le conocen victorias en la política boliviana. Sus acérrimos detractores no le perdonan haber dividido Conciencia de Patria (Condepa), el germen que propició el ascenso del MAS. Sus amigos destacan que es barato. Por alguna extraña razón, se ha convertido en la sombra y referente del que era el candidato con más opciones de liderar la oposición y desde su puesta en escena, ha perdido el aura de ganador por una serie de decisiones que son básicamente de estrategia y comunicación política.
De su “Sí quiero” al FRI trascendió la foto entre sexagenarios y su camisa rosa; de su mensaje de YouTube no tan viralizado como se asegura, trascendió su entradilla con Vivaldi y la fijación con polarizar con Evo Morales, muy de manual. Después vino la presentación de su equipo de campaña en Santa Cruz, todos blancos y de blanco en hotelazo cinco estrellas. Luego el paseíllo con Luis Revilla por La Paz transmitido en directo por Facebook live y donde trascienden los pocos dotes actorales – que eso es bueno – del candidato y la necesidad de dar manos, que pocas veces se tendieron.
“Ahora ya está en el bando opositor” decía un conocido estratega de Unidad Nacional luego de que se conociera la resolución de la comisión de investigación de la rama boliviana del escándalo Odebrecht y que recomienda a la Fiscalía abrir pesquisas para aclarar la participación del presidente Mesa en los presuntos lazos corruptos que se establecieron entre las empresas brasileras y los gobiernos bolivianos para adjudicar obras.
El Gobierno afila sus uñas: lo eligió como candidato hace unos meses, cuando empezó lo del Lava Jato y se sustituyó por lo de Quiborax sabiendo que lo primero tenía más enjundia. Al final lo acabó amnistiando para generar mayor confusión entre los opositores. El MAS, máquina engrasada de hacer campaña, de momento parece se está divirtiendo. El anterior domingo Gustavo Torrico en Panamericana se regodeaba de ello.
El equipo de Carlos Mesa quiere polarizar, y eso supone aguantar el arreón del MAS, que de momento no ha llegado con la intensidad esperada, pero que va a endurar con el paso de las semanas. Las cartas ya se han mostrado: Mesa el amnistiado que regaló patrimonio del Estado, Mesa el Lava Jato, Mesa el amigo del que rompió el corazón de Palenque (devolviendo el golpe de Zapata), Mesa el blandito y Mesa el ciudadano blanco.
Vendrán más. Nadie mejor que Carlos Mesa sabe que cosas de su gobierno podrían avergonzarle, pero nadie mejor que el nuevo equipo de comunicación del Gobierno (luego de aprendida la lección de apartar a Walter Chávez) sabe cómo aprovecharlas.
En la oposición tampoco le perdonan el haberse presentado directamente como candidato y no haber cumplido con la liturgia de la unidad, la alianza, el pulso de poder con buena cara y finalmente haber dado el salto luego de haber concedido enormes pedazos de “la torta”.
De ese frente le vienen las acusaciones de funcional al MAS, que el propio MAS alimenta generosamente, de oportunista, coinciden en lo de blandito, traidor al 21F – puesto que en teoría el asunto ha desaparecido de la agenda – y, de lo más ingenioso, de “mesiánico” como calificó su actitud el Gobernador cruceño Rubén Costas.
Lo cierto es que hasta el momento no hay otro candidato en la oposición, como no lo ha habido en los últimos 15 años, y su buena noticia es que le quedan doce meses de campaña en las que pueden ir mejorando las debilidades evidenciadas en este tibio lanzamiento que ha quedado muy lejos de las expectativas. La carrera es larga.