¿Por qué está perdiendo Francia en África Occidental?
Pese a los cambios de estrategia promovidos por Macron y sus generales, la lista de países que se desvinculan de París a cambio de un partenariado con Rusia y China no hace más que crecer
El periodista francés Rémi Carayol escribió en su reciente libro, El espejismo saheliano, sobre el cúmulo de errores cometidos por Francia en esta convulsa región. En su opinión, “el ejército francés, impregnado de ideología colonial y atrapado en esquemas obsoletos de la ‘Guerra contra el Terror’, es incapaz de analizar correctamente la situación”. Los fallos pasados y la elusión de responsabilidades de Francia (especial conmoción causó el bombardeo aéreo en enero de 2021 a una boda en Mali, donde tres terroristas y veinte civiles fueron abatidos mientras Francia negó toda responsabilidad), sumados al recuerdo inevitable del pasado colonial, han terminado por pasarle factura a París. Así, hasta 6.000 soldados franceses se han visto obligados a abandonar el continente desde mediados de 2022, a cambio de la entrada de cerca de 3.000 efectivos del Grupo Wagner.
A los innegables errores de Francia se sumaría la creciente presencia rusa en la región. Desde Moscú han sabido canalizar la situación y llevarla a su terreno, sembrando en un campo previamente abonado. Un paso fundamental para las ambiciones de Putin en África ha sido la creación de grupos de presión pro-rusos, tal y como el movimiento Yerewolo en Mali, que han servido como detonante de los movimientos sociales que pidieron la expulsión de Francia a cambio de una entrada rusa. Una vez la capital, Bamako, se convenció de la necesidad de expulsar a los franceses del país, solo tuvo que correr la voz para que las zonas rurales se sumaran ciegamente a un movimiento camuflado con tintes de panafricanismo. Lo mismo ha ocurrido con Burkina y con República Centroafricana, mientras se temen dinámicas similares en Níger, o en Senegal si Ousmane Sonko resulta ganador en las elecciones de 2024.
Emmanuel Macron, que debe estar tirándose de los pelos entre las decoradas paredes del Elíseo, hace lo posible para detener la sangría, ordenando a sus generales cambiar las estrategias, poniendo a trabajar a toda máquina a los medios de información franceses, agasajando a los líderes africanos que todavía le reciben.... El pasado mes de noviembre incluso hizo público el fin de la operación Barkhane de lucha antiterrorista, que hacía más de ocho años que operaba en el Sahel para combatir a los radicales islamistas en colaboración con los gobiernos africanos. A cambio del fin de Barkhane, Macron ofreció un nuevo tipo de asociación basada en “reducir la visibilidad de las fuerzas militares en África para centrarse en la cooperación y el apoyo en términos de equipo militar, inteligencia y un partenariado operacional”. La idea del mandatario francés consistía en aplacar así las voces que acusan a su país de seguir una estrategia dirigida hacia el “neocolonialismo”, sostenida mediante una fuerte presencia militar en la región.
Pero los resultados no han sido los deseados. Ya dijo Ortega y Gasset en lo referente a la relación entre Castilla y Cataluña que “el hombre condenado a vivir con una mujer a quien no ama siente las caricias de ésta como un irritante roce de cadenas”. De una forma similar sienten los africanos las caricias francesas, cuyo tacto resuena con el eco de las cadenas de un pasado todavía cercano para muchos. Esta actitud quedó reflejada en las declaraciones del nuevo líder burkinés del pasado 3 de febrero, cuando afirmó en un acto público que “como ellos [los franceses] han dicho, nuestra soberanía es cosa nuestra, y eso es lo que estamos expresando a través de la denuncia de este acuerdo [militar]”.
Prácticas que se mantienen
Por otro lado, Francia se resiste a abandonar del todo las prácticas que la acusan de necolonialista. Son de sobra conocidoslos rumores que hablan de luchadores africanosintegrados dentro de la Legión Extranjera y que son enviados a las zonas rurales del Sahel para “hacer de yihadistas” con el fin de mantener la región inestable. A esto se sumaría la compleja situación en Costa de Marfil, donde su presidente obtuvo el poder gracias al apoyo militar francés, o la emisión del franco CFA vía París que impide a los países de África Occidental una independencia económica efectiva.
Un dato fundamental a tener en cuenta y que los analistas pasan generalmente por alto es la actitud de los expatriados franceses hacia los africanos. De nada serviría la desinformación rusa si los ciudadanos africanos no experimentasen en sus carnes el desdén con que son tratados por los franceses que habitan las antiguas colonias. Si los rusos hablaran en contra de los franceses pero los africanos vieran algo distinto en su trato directo con ellos, es obvio que los esfuerzos del Kremlin caerían en saco roto. Pero basta un paseo por el barrio de Les Almadies (Dakar) para encontrar a decenas de jóvenes franceses siendo servidos por senegaleses en los restaurantes a pie de playa, mientras veinteañeras caprichosas chillan a los camareros porque les trajeron el plato equivocado. El africano cierra así los puños y se muerde los labios, pensando con agrado en la manifestación anti-francesa en la que participará el próximo fin de semana. Macron y sus generales configuran así nuevas estrategias en balde, estrategias que no tienen en cuenta un aspecto tan fundamental como es el respeto básico de los expatriados franceses por los africanos.
El Kremlin se apropia de minas, promueve matanzas sin responsables y apoya la toma del poder de los militares, ocultando todo esto bajo una gruesa capa de “respeto” que encandila y convence a un africano que, de pronto, está dispuesto a morir y matar por Rusia... que a cambio nunca daría un duro por él.