Proponen caminos para lograr “gran impulso ambiental” en Latinoamérica
Para nadie es secreto que Latinoamérica cuenta con una abundante y poco explorada -y valorizada- base de recursos biológicos. Entonces, ¿por qué la bioeconomía no se constituye en el factor disruptivo regional que potencia un crecimiento económico compatible con el cuidado y respeto por el...



Para nadie es secreto que Latinoamérica cuenta con una abundante y poco explorada -y valorizada- base de recursos biológicos. Entonces, ¿por qué la bioeconomía no se constituye en el factor disruptivo regional que potencia un crecimiento económico compatible con el cuidado y respeto por el medio ambiente, y que de manera paralela aborde los impactos económicos, ambientales y sociales de sus acciones?
Esa es la pregunta central que se hacen Rafael Aramendis, Adrián Rodriguez y Luiz Krieger, especialistas de distintas divisiones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y autores de un reciente documento de dicha institución titulado “Contribuciones a un gran impulso ambiental en América Latina y el Caribe: bioeconomía”.
La publicación identifica que, como resultado de la abundancia y explotación de recursos naturales —minerales, fósiles y biológicos— la región ha mantenido “una estructura productiva de ventajas comparativas estáticas, orientada por criterios extractivistas”.
O sea que, en palabras de Aramendis, Rodriguez y Krieger, “se ha fomentado la expansión de la frontera agrícola, a menudo a contrapelo de la protección de recursos biológicos esenciales para la provisión de servicios ecosistémicos; y ha habido una extracción creciente de los recursos mineros, forestales y pesqueros, con poca retribución a la sociedad a través de las rentas que genera dicha extracción y poca reinversión de tales rentas en la creación de otros tipos de capital para apoyar la innovación, especialmente capital humano”.
Este diagnóstico, que es para toda la región, encaja también perfectamente para lo que ha sucedido en Bolivia a lo largo de su historia, y que se ha profundizado a lo largo de la última década, en la que se ha acentuado la dependencia de la economía con respecto a la extracción y exportación de recursos naturales como materia prima.
Para la CEPAL y sus expertos, una posible contracara a este patrón de desarrollo debería ser la bioeconomía, suponiendo que ésta “promueve procesos de desarrollo intensivos en la aplicación de conocimientos y nuevas tecnologías, en los ámbitos en que se concentran las principales capacidades científicas y tecnológicas de la región, como son las ciencias agrícolas y biológicas, y de manera creciente en ciencias ambientales”.
En este sentido, se trata de que, a través de la bioeconomía, América Latina pueda aprovechar “una rica base de recursos biológicos (biodiversidad, capacidad para producir biomasa, aprovechamiento de biomasa de desecho) con capacidades propias en ciencia y tecnología en los ámbitos relevantes para aprovechar tales recursos”.
¿Qué es la bioeconomía?
Fue el matemático y economista rumano-americano, Nicholas Georgescu-Roegen, uno de los padres de la economía ecológica, quien planteó por primera vez el concepto de bioeconomía en 1975, para destacar el origen biológico de los procesos económicos y a partir de ello mostrar los problemas que le plantea a la humanidad el depender de una cantidad limitada de recursos utilizables y que se encuentran distribuidos de manera desigual.
A partir de entonces han existido avances teóricos y conceptuales sobre la bioeconomía. La última de ellas es del Consejo Alemán para la bioeconomía (2017), para el cual este concepto es entendido como “como la producción basada en el conocimiento y la utilización de recursos, principios y procesos biológicos, para proveer productos y servicios a todos los sectores del comercio y la industria dentro del contexto de un sistema económico adecuado para el futuro”. Es este concepto al que se adscribe la CEPAL en su análisis.
Los elementos centrales de la bioeconomía son los recursos, sistemas, principios y procesos biológicos, así como todas las tecnologías asociadas a su conocimiento, desarrollo, emulación, transformación o regeneración.
“Más que un sector, la bioeconomía es una red de cadenas de valor interconectadas, que incluyen la totalidad de las actividades agropecuarias, forestales, de pesca y acuicultura, las industrias de alimentos y bebidas y de la pulpa y el papel, así como segmentos de las industrias química, farmacéutica, cosmética, textil y automotriz y energética”, explica la CEPAL.
Para los expertos, un concepto importante para la bioeconomía es el de biomimetismo, que se refiere a la replicación de procesos biológicos en procesos productivos o en el diseño de sistemas socio-tecnológicos (por ejemplo, control de temperatura, eliminación de desechos, control de tráfico).
En se sentido es que Janine Benyus, bióloga y cofundadora del Biomimicry Institute, ha definido la biomímica como innovación sostenible inspirada por la naturaleza.
A partir de ahí se entiende que, para potenciar el desarrollo de la bioeconomía, las tecnologías asociadas a la biología son escenciales, pues según la CEPAL, “permiten aumentar las fronteras para la utilización sostenible de toda la gama de recursos biológicos disponibles”.
Entre estas tecnologías destacan: la biotecnología blanca (aplicaciones industriales), la biotecnología gris (aplicaciones a la solución de problemas ambientales), la biotecnología verde (aplicaciones en la agricultura), la biotecnología azul (aplicaciones en el ámbito de los recursos marinos) y la biotecnología roja (aplicaciones en el campo de la medicina), entre otros ámbitos científicos aplicados.
Nuevos paradigmas productivos
Con base en la bioeconomía y las biotecnologías, los expertos proponen nuevas formas de producir lo que la humanidad necesita. Un ejemplo de aquello es lo que llaman “biorrefinerías”.
Los expertos de la CEPAL explican que una biorrefinería se diferencia de una refinería petroquímica en que utiliza insumos biológicos. “Una biorrefinería permite la producción conjunta de bioenergía y bioproductos, a partir de la optimización de la cascada de usos de la biomasa, tanto de biomasa cultivada como de biomasa de desecho”.
Dependiendo de su orientación, se identifican dos tipos de biorrefinerías. Un tipo son las biorrefinerías orientadas a la bioenergía, en las que se puede producir uno o más tipos de bioenergía (por ejemplo, combustibles, electricidad y/o calor) a partir de biomasa y se valorizan los residuos derivados mediante la elaboración de otros productos de base biológica.
Otro tipo son las biorrefinerías orientada a bioproductos, en las cuales el objetivo central es la producción de uno o más productos de base biológica (por ejemplo, químicos, materiales, alimentos/piensos) a partir de biomasa y los residuos resultantes se utilizan para la producción de bioenergía para uso interno y externo.
“En ambos casos se busca maximizar la rentabilidad económica de la cadena de biomasa. La variedad de productos que se pueden obtener en una biorrefinería es amplia y depende de la variedad de biomasas utilizadas y del tipo de tecnologías que se utiliza en su trasformación”.
El informe de la CEPAL cita ejemplos exitosos de biorrefinerías y bioinudstrias en India, Malasia, Reino Unido, China y EEUU, entre otros países.
Economía circular
Los entendidos en el tema consideran que el concepto bioeconomía es consistente con enfoques productivos de economía circular (o sea de ciclo cerrado) como los de ecología o ecosistema industrial y simbiosis industrial, así como con conceptos más recientes, como el de economía azul.
Todos estos conceptos tienen en común el referirse a sistemas productivos en los cuales se busca aprovechar todos los desechos que se generan en la producción y el consumo, de manera que se eliminan o minimizan las pérdidas de energía que representan sus descargas al ambiente.
Ello está basado en “la eficiencia en el uso de recursos en la producción y el consumo, el manejo de desechos para la obtención de materias primas secundarias y la producción de energía, la reutilización del agua, el uso de la biomasa y la elaboración de productos de base biológica, y el desarrollo de las bioindustrias”.
Estos autores concluyen que las políticas de cambio climático y de eficiencia en el uso de los recursos, como son las iniciativas de economía circular, “parecían estar en gran medida desconectadas en la práctica”, destacando la necesidad de mayores esfuerzos para integrar tales políticas con una estrategia de bioeconomía.
Para avanzar en América Latina
La CEPAL observa que en muchos países de la región ya existen cuerpos legales, políticas, estrategias e iniciativas de diversa naturaleza, en ámbitos relacionados con la bioeconomía, aunque sea de manera indirecta o tangencial. Sin embargo, hasta el momento no existen estrategias dedicadas para fomentar el desarrollo de la bioeconomía, de la naturaleza y avance que existen en otras regiones.
El documento también recalca que las naciones que han logrado poner a la bioeconomía como uno de los motores de su crecimiento tienen en común que fueron capaces de diseñar una política clara y coherente con una visión, objetivos, metas y tiempos bien definidos.
“En dichas estrategias el territorio es un eje fundamental del análisis, reconociendo su diversidad y particularidad. Además, se acompañan de un set de instrumentos de ciencia, tecnología e innovación, de generación de demanda y de incentivos económicos y fiscales para superar las barreras y permitir que el potencial económico que emana de la bioeconomía redunde en beneficio de la sociedad”, destaca.
Además, es “indispensable contar con el cambio en la voluntad política para traducir los deseos en políticas de estado, y no de un gobierno particular, y apoyar nuevos esquemas de gobernanza institucional que establezcan tareas, prioridades y mecanismos de seguimiento y vigilancia tecnológica”.
Si bien el rol del Estado para dar un “gran impulso ambiental” es fundamental, los autores recalcan que, dada la diversidad en recursos biológicos y a las características económicas y sociales disimiles de cada país, no existe un patrón común para el desarrollo de la bioeconomía que pueda ajustarse a todas las regiones, sino que el mismo necesariamente debe contar con enfoques regionales y territoriales.
Los autores consideran que un modelo útil para la región puede ser el desarrollado en Malasia, en donde existen metas puntuales en materia de aporte a la economía real, al número de empleos a generar y al monto en inversiones que se esperar atraer al desarrollar la industria de base biológica.
Para ello, se deben identificar y superar las barreras regulatorias, normativas, de mercado y otras que surjan de acuerdo a los contextos de los países. Hay que “cambiar el chip”, y queda mucho por hacer.
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Esa es la pregunta central que se hacen Rafael Aramendis, Adrián Rodriguez y Luiz Krieger, especialistas de distintas divisiones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), y autores de un reciente documento de dicha institución titulado “Contribuciones a un gran impulso ambiental en América Latina y el Caribe: bioeconomía”.
La publicación identifica que, como resultado de la abundancia y explotación de recursos naturales —minerales, fósiles y biológicos— la región ha mantenido “una estructura productiva de ventajas comparativas estáticas, orientada por criterios extractivistas”.
O sea que, en palabras de Aramendis, Rodriguez y Krieger, “se ha fomentado la expansión de la frontera agrícola, a menudo a contrapelo de la protección de recursos biológicos esenciales para la provisión de servicios ecosistémicos; y ha habido una extracción creciente de los recursos mineros, forestales y pesqueros, con poca retribución a la sociedad a través de las rentas que genera dicha extracción y poca reinversión de tales rentas en la creación de otros tipos de capital para apoyar la innovación, especialmente capital humano”.
Este diagnóstico, que es para toda la región, encaja también perfectamente para lo que ha sucedido en Bolivia a lo largo de su historia, y que se ha profundizado a lo largo de la última década, en la que se ha acentuado la dependencia de la economía con respecto a la extracción y exportación de recursos naturales como materia prima.
Para la CEPAL y sus expertos, una posible contracara a este patrón de desarrollo debería ser la bioeconomía, suponiendo que ésta “promueve procesos de desarrollo intensivos en la aplicación de conocimientos y nuevas tecnologías, en los ámbitos en que se concentran las principales capacidades científicas y tecnológicas de la región, como son las ciencias agrícolas y biológicas, y de manera creciente en ciencias ambientales”.
En este sentido, se trata de que, a través de la bioeconomía, América Latina pueda aprovechar “una rica base de recursos biológicos (biodiversidad, capacidad para producir biomasa, aprovechamiento de biomasa de desecho) con capacidades propias en ciencia y tecnología en los ámbitos relevantes para aprovechar tales recursos”.
¿Qué es la bioeconomía?
Fue el matemático y economista rumano-americano, Nicholas Georgescu-Roegen, uno de los padres de la economía ecológica, quien planteó por primera vez el concepto de bioeconomía en 1975, para destacar el origen biológico de los procesos económicos y a partir de ello mostrar los problemas que le plantea a la humanidad el depender de una cantidad limitada de recursos utilizables y que se encuentran distribuidos de manera desigual.
A partir de entonces han existido avances teóricos y conceptuales sobre la bioeconomía. La última de ellas es del Consejo Alemán para la bioeconomía (2017), para el cual este concepto es entendido como “como la producción basada en el conocimiento y la utilización de recursos, principios y procesos biológicos, para proveer productos y servicios a todos los sectores del comercio y la industria dentro del contexto de un sistema económico adecuado para el futuro”. Es este concepto al que se adscribe la CEPAL en su análisis.
Los elementos centrales de la bioeconomía son los recursos, sistemas, principios y procesos biológicos, así como todas las tecnologías asociadas a su conocimiento, desarrollo, emulación, transformación o regeneración.
“Más que un sector, la bioeconomía es una red de cadenas de valor interconectadas, que incluyen la totalidad de las actividades agropecuarias, forestales, de pesca y acuicultura, las industrias de alimentos y bebidas y de la pulpa y el papel, así como segmentos de las industrias química, farmacéutica, cosmética, textil y automotriz y energética”, explica la CEPAL.
Para los expertos, un concepto importante para la bioeconomía es el de biomimetismo, que se refiere a la replicación de procesos biológicos en procesos productivos o en el diseño de sistemas socio-tecnológicos (por ejemplo, control de temperatura, eliminación de desechos, control de tráfico).
En se sentido es que Janine Benyus, bióloga y cofundadora del Biomimicry Institute, ha definido la biomímica como innovación sostenible inspirada por la naturaleza.
A partir de ahí se entiende que, para potenciar el desarrollo de la bioeconomía, las tecnologías asociadas a la biología son escenciales, pues según la CEPAL, “permiten aumentar las fronteras para la utilización sostenible de toda la gama de recursos biológicos disponibles”.
Entre estas tecnologías destacan: la biotecnología blanca (aplicaciones industriales), la biotecnología gris (aplicaciones a la solución de problemas ambientales), la biotecnología verde (aplicaciones en la agricultura), la biotecnología azul (aplicaciones en el ámbito de los recursos marinos) y la biotecnología roja (aplicaciones en el campo de la medicina), entre otros ámbitos científicos aplicados.
Nuevos paradigmas productivos
Con base en la bioeconomía y las biotecnologías, los expertos proponen nuevas formas de producir lo que la humanidad necesita. Un ejemplo de aquello es lo que llaman “biorrefinerías”.
Los expertos de la CEPAL explican que una biorrefinería se diferencia de una refinería petroquímica en que utiliza insumos biológicos. “Una biorrefinería permite la producción conjunta de bioenergía y bioproductos, a partir de la optimización de la cascada de usos de la biomasa, tanto de biomasa cultivada como de biomasa de desecho”.
Dependiendo de su orientación, se identifican dos tipos de biorrefinerías. Un tipo son las biorrefinerías orientadas a la bioenergía, en las que se puede producir uno o más tipos de bioenergía (por ejemplo, combustibles, electricidad y/o calor) a partir de biomasa y se valorizan los residuos derivados mediante la elaboración de otros productos de base biológica.
Otro tipo son las biorrefinerías orientada a bioproductos, en las cuales el objetivo central es la producción de uno o más productos de base biológica (por ejemplo, químicos, materiales, alimentos/piensos) a partir de biomasa y los residuos resultantes se utilizan para la producción de bioenergía para uso interno y externo.
“En ambos casos se busca maximizar la rentabilidad económica de la cadena de biomasa. La variedad de productos que se pueden obtener en una biorrefinería es amplia y depende de la variedad de biomasas utilizadas y del tipo de tecnologías que se utiliza en su trasformación”.
El informe de la CEPAL cita ejemplos exitosos de biorrefinerías y bioinudstrias en India, Malasia, Reino Unido, China y EEUU, entre otros países.
Economía circular
Los entendidos en el tema consideran que el concepto bioeconomía es consistente con enfoques productivos de economía circular (o sea de ciclo cerrado) como los de ecología o ecosistema industrial y simbiosis industrial, así como con conceptos más recientes, como el de economía azul.
Todos estos conceptos tienen en común el referirse a sistemas productivos en los cuales se busca aprovechar todos los desechos que se generan en la producción y el consumo, de manera que se eliminan o minimizan las pérdidas de energía que representan sus descargas al ambiente.
Ello está basado en “la eficiencia en el uso de recursos en la producción y el consumo, el manejo de desechos para la obtención de materias primas secundarias y la producción de energía, la reutilización del agua, el uso de la biomasa y la elaboración de productos de base biológica, y el desarrollo de las bioindustrias”.
Estos autores concluyen que las políticas de cambio climático y de eficiencia en el uso de los recursos, como son las iniciativas de economía circular, “parecían estar en gran medida desconectadas en la práctica”, destacando la necesidad de mayores esfuerzos para integrar tales políticas con una estrategia de bioeconomía.
Para avanzar en América Latina
La CEPAL observa que en muchos países de la región ya existen cuerpos legales, políticas, estrategias e iniciativas de diversa naturaleza, en ámbitos relacionados con la bioeconomía, aunque sea de manera indirecta o tangencial. Sin embargo, hasta el momento no existen estrategias dedicadas para fomentar el desarrollo de la bioeconomía, de la naturaleza y avance que existen en otras regiones.
El documento también recalca que las naciones que han logrado poner a la bioeconomía como uno de los motores de su crecimiento tienen en común que fueron capaces de diseñar una política clara y coherente con una visión, objetivos, metas y tiempos bien definidos.
“En dichas estrategias el territorio es un eje fundamental del análisis, reconociendo su diversidad y particularidad. Además, se acompañan de un set de instrumentos de ciencia, tecnología e innovación, de generación de demanda y de incentivos económicos y fiscales para superar las barreras y permitir que el potencial económico que emana de la bioeconomía redunde en beneficio de la sociedad”, destaca.
Además, es “indispensable contar con el cambio en la voluntad política para traducir los deseos en políticas de estado, y no de un gobierno particular, y apoyar nuevos esquemas de gobernanza institucional que establezcan tareas, prioridades y mecanismos de seguimiento y vigilancia tecnológica”.
Si bien el rol del Estado para dar un “gran impulso ambiental” es fundamental, los autores recalcan que, dada la diversidad en recursos biológicos y a las características económicas y sociales disimiles de cada país, no existe un patrón común para el desarrollo de la bioeconomía que pueda ajustarse a todas las regiones, sino que el mismo necesariamente debe contar con enfoques regionales y territoriales.
Los autores consideran que un modelo útil para la región puede ser el desarrollado en Malasia, en donde existen metas puntuales en materia de aporte a la economía real, al número de empleos a generar y al monto en inversiones que se esperar atraer al desarrollar la industria de base biológica.
Para ello, se deben identificar y superar las barreras regulatorias, normativas, de mercado y otras que surjan de acuerdo a los contextos de los países. Hay que “cambiar el chip”, y queda mucho por hacer.
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